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Título: confianza en la Eternidad

Autor: Marcel Malgo
PE1437

¡Vivimos en un tiempo turbulento! Amenazas de guerra, criminalidad creciente, altas tasas de desempleo y otras dificultades caracterizan nuestros días. Muchos son afligidos por problemas personales, como enfermedad, soledad, culpa, etc. El autor de este mensaje analiza algunas de esas dificultades, y sin menospreciarlas nos anima a confiar de manera total y completa en el Dios Todopoderoso


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¡Hola amigos, qué placer es estar nuevamente junto a ustedes! Vamos a comenzar leyendo las palabras de 1 Corintios 15:19:«Si en esta vida, solamente, esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres».

La Escritura nos dice -en este pasaje- cuán miserable sería nuestra fe si la limitáramos solamente a nuestra existencia en el mundo actual. Es obvio que necesitamos al Señor hoy y siempre. Sabemos que Él desea darnos Su ayuda en esta vida. Pero, esto no invalida la necesidad que tenemos -como creyentes- de preocuparnos de los temas relacionados al futuro, a la eternidad. Debemos ocuparnos del futuro en el sentido correcto, pues nuestra existencia, por más preciada y larga que pueda ser, solamente constituye una preparación para la vida venidera, para la vida eterna. Vivimos en este mundo como si estuviéramos en una antesala, a la espera de lo que vendrá después.

Luego de la vida presente aquí en la tierra, el vestíbulo, viene la sala de bodas. ¡La vida eterna será algo tan glorioso, que nuestra actual existencia terrenal no puede ni siquiera ser comparada con aquella! Si la eternidad y la realidad del cielo fueran más reales en nuestra vida, mente, alma y corazón; pensaríamos, reaccionaríamos y viviríamos de una forma muy distinta. Estaríamos inundados de una feliz esperanza y gran expectativa por aquello que nos espera más adelante. De esta manera, podríamos superar aquellos oscuros momentos de este mundo, pues se volverían claros y brillantes. Las tinieblas serían cambiadas en luz, cosa que haría enorme diferencia en nuestras vidas. ¿Nos alegramos realmente frente al pronto regreso del Señor y la realidad de una morada celestial? ¿Arden de gozo nuestros corazones al pensar que un día estaremos para siempre jamás con el Maestro? ¿O estamos tan ocupados con las cuestiones del mundo que ni siquiera pensamos en eso? Si ésta es nuestra situación, entonces es bien triste.

Pablo dio a entender esto, al escribir a los corintios:«Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres». Es un hecho real que aquella persona – que como hijo de Dios- no ha aprendido a orientarse en función de lo que un día vendrá, vive en una gran pobreza interior. Tenemos todas las razones para alegrarnos con el cielo, pues el mismo Señor declara en Juan 14:1 al 3:«No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis».¡Cuán grande es el mensaje de consolación que recibimos aquí del Señor! Con esto, Él pretende orientar nuestros corazones hacia aquello que aún está por venir, y lograr que el cielo se vuelva un lugar deseable y querido para nosotros. ¡Él quiere que esta verdad nos haga felices! Es el deseo del Señor que, por medio de estas palabras, dejemos atrás todo temor o angustia y nos sintamos consolados y animados.

En 1 Tesalonicenses 4:16-18, Pablo llama nuestra atención hacia el cielo, con las conmovedoras palabras:«Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras». Nunca será suficiente el énfasis que se pueda hacer con respecto a que el único camino para ser personas victoriosas en estos tiempos finales, es ocuparnos de aquello que aún está por venir, es decir, con lo más glorioso y afable que nos espera: Las mansiones celestiales en presencia del Señor.

Formulémonos una pregunta: ¿Por qué razón nos falta alegría cuando pensamos en el cielo? La respuesta es sencilla: Porque nosotros -como ya lo dijimos-no nos preocupamos de este tema. Un hobby, o cualquier asunto al que le brindamos atención permanente, nos renueva el interés y hasta la alegría. Es una urgente e impostergable necesidad que usted enfoque su vida e intereses con una renovada visión. Con relación al cielo sucede exactamente lo mismo. Nuestras expectativas serían mucho mayores si atendiéramos con más preocupación el tema. El Señor Jesús dice:«Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón»(Lucas 12:34). Con eso el Señor quiso decir que a ambas cosas -tesoro y corazón- no se les puede separar. Allí donde se encuentren las cosas que más nos atraen, también se encontrará nuestro corazón; y donde esté nuestro corazón, también estarán las cosas que amamos más.

Lo único que debemos preguntarnos es: ¿Qué amamos más? David, el hombre según el corazón de Dios, se ocupaba de manera especial y profunda con la Ley, con la palabra del Señor. Por eso, no deben extrañarnos sus palabras del Salmo 119:47:«Y me regocijaré en tus mandamientos, los cuales he amado». Y en el versículo 162, exclama con entusiasmo:«Me regocijo en tu palabra como el que halla muchos despojos». Llegar a tener grandes despojos proporcionaba un sentimiento de máxima alegría a un hombre de guerra como lo era David, y la misma alegría él también la sentía por la Palabra, por la Ley del Señor. ¿Por qué? Porque él ocupaba su tiempo en la Palabra. En el Salmo 119, vers. 44 y 112 dice:«Guardaré tu ley siempre, para siempre y eternamente… Mi corazón incliné a cumplir tus estatutos, de continuo, hasta el fin». ¡Del mismo modo, también, nosotros deberíamos ocuparnos del cielo! Sólo así se volverá un tesoro que nos llenará de alegría y expectativa, lo cual es de suma importancia y consuelo para nuestras vidas.

Para que podamos comprender mejor lo que significa ocuparse intensamente con algo, examinaremos el comportamiento de María, la madre de nuestro Señor. Cuando los pastores dieron a conocer lo que el ángel había dicho sobre el niño de Belén, la Biblia afirma en Lucas 2:19 que:«María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón». Meditar palabras en el corazón quiere decir reflexionar sobre ellas, ocuparse con ellas, moverlas dentro de nosotros mismos. Deuteronomio 6:6-9 nos habla de eso:«Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas». Dentro de este contexto, podríamos también mencionar Deuteronomio 11:18-20:«Por tanto, pondréis estas mis palabras en vuestro corazón y en vuestra alma, y las ataréis como señal en vuestra mano, y serán por frontales entre vuestros ojos. Y las enseñaréis a vuestros hijos, hablando de ellas cuando te sientes en tu casa, cuando andes por el camino, cuando te acuestes, y cuando te levantes, y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas». Si permitimos que la Palabra se mueva dentro de nosotros y, además, meditamos en ella, ésta permanecerá viva. Así lo hizo María con las palabras de aquellos pastores.

La segunda respuesta a la pregunta acerca de la falta de alegría con respecto al cielo, es ésta: Porque conocemos muy poco a quien es el más glorioso allí: El propio Señor Jesús, a quien los cielos de los cielos no lo pueden contener y quien todo lo llena. En el cielo no hay necesidad de luz, pues el Cordero lo alumbra, pero muchas veces no somos concientes de esta verdad. Tal vez usted argumente: ¡Yo conozco a Jesús! Sí, evidentemente usted conoce al Señor, pero hay muchas maneras de conocerle. Veamos lo que Pablo nos dice respecto de sí mismo, en Filipenses 3:10:«A fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte». Sin duda alguna, Pablo fue uno de los que mejor conoció al Señor, y aun así él dijo: «A fin de conocerle…» Busquemos comprender mejor el anhelo del apóstol, leyendo la traducción de la Biblia Viva: «Ahora he renunciado a todas las demás cosas, he descubierto que éste era el único camino real para en verdad conocer a Cristo y experimentar el inmenso poder que lo trajo de nuevo a la vida, conociendo el significado de sufrir y morir con Él, con el propósito de que sea yo uno de aquellos que viven en esa intensa novedad de vida, como vivo entre los muertos». Pablo nos testifica, de manera muy clara, que conocía aún muy poco sobre el Señor y Su divino poder, y por esa razón deseaba conocerle mejor. ¡Ésta también debería ser nuestra preocupación diaria! Nunca podremos decir que conocemos profundamente a Jesús, que, de hecho, comprendemos totalmente cómo es Él. Una afirmación de esta naturaleza sería pedante de nuestra parte, pues el mismísimo Salomón, cuando se dispuso a edificar una casa para el Señor, reconoció lo que leemos en 2 Crónicas 2:6:«… los cielos y los cielos de los cielos no pueden contenerlo». En otras palabras: El Señor es tan grande, tan poderoso y tan glorioso, que ni siquiera el cielo es suficiente para contener Su magnificencia. ¡Cuán lejos estamos nosotros de poder afirmar que conocemos profundamente al Señor! Esto debe impulsarnos a que nos preocupemos en conocerle más a fondo cada día, tal como Pablo lo hizo.

A medida que aprendamos a conocer mejor a Cristo, conoceremos algo más del cielo y comprenderemos un poco mejor la vida eterna. Dicho de otra manera: Cuánto más conocemos a Jesús, mejores condiciones tenemos de entender el significado del cielo y de la vida eterna. Nadie, a no ser el propio Señor, vinculó la vida eterna con el Padre celestial, a través del conocimiento de Su propia persona, así lo leemos en Juan 17:3:«Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado». ¡Vida eterna significa conocer a Jesús! Si usted anhela entender algo del cielo, de la eternidad, de la vida eterna, y quiere regocijarse con ello, entonces debe conocer a Cristo. Eso implica saber quién es Él, implica tener un vínculo vital con Él y estar arraigado en Su persona. Entonces, la expectativa del cielo y la futura vida en la eternidad, alegrarán permanentemente su corazón y, aún estando en esta tierra, usted vivirá con un pie en el cielo. ¡Busque conocer más a Jesús cada día, para que, desde ahora, el cielo se vuelva una fuente de alegría para usted!

¡Hola amigos, qué placer es estar nuevamente junto a ustedes! Vamos a comenzar leyendo las palabras de 1 Corintios 15:19:«Si en esta vida, solamente, esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres».

La Escritura nos dice -en este pasaje- cuán miserable sería nuestra fe si la limitáramos solamente a nuestra existencia en el mundo actual. Es obvio que necesitamos al Señor hoy y siempre. Sabemos que Él desea darnos Su ayuda en esta vida. Pero, esto no invalida la necesidad que tenemos -como creyentes- de preocuparnos de los temas relacionados al futuro, a la eternidad. Debemos ocuparnos del futuro en el sentido correcto, pues nuestra existencia, por más preciada y larga que pueda ser, solamente constituye una preparación para la vida venidera, para la vida eterna. Vivimos en este mundo como si estuviéramos en una antesala, a la espera de lo que vendrá después. Luego de la vida presente aquí en la tierra, el vestíbulo, viene la sala de bodas. ¡La vida eterna será algo tan glorioso, que nuestra actual existencia terrenal no puede ni siquiera ser comparada con aquella! Si la eternidad y la realidad del cielo fueran más reales en nuestra vida, mente, alma y corazón; pensaríamos, reaccionaríamos y viviríamos de una forma muy distinta. Estaríamos inundados de una feliz esperanza y gran expectativa por aquello que nos espera más adelante. De esta manera, podríamos superar aquellos oscuros momentos de este mundo, pues se volverían claros y brillantes. Las tinieblas serían cambiadas en luz, cosa que haría enorme diferencia en nuestras vidas. ¿Nos alegramos realmente frente al pronto regreso del Señor y la realidad de una morada celestial? ¿Arden de gozo nuestros corazones al pensar que un día estaremos para siempre jamás con el Maestro? ¿O estamos tan ocupados con las cuestiones del mundo que ni siquiera pensamos en eso? Si ésta es nuestra situación, entonces es bien triste. Pablo dio a entender esto, al escribir a los corintios:«Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres». Es un hecho real que aquella persona – que como hijo de Dios- no ha aprendido a orientarse en función de lo que un día vendrá, vive en una gran pobreza interior. Tenemos todas las razones para alegrarnos con el cielo, pues el mismo Señor declara en Juan 14:1 al 3:«No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis».¡Cuán grande es el mensaje de consolación que recibimos aquí del Señor! Con esto, Él pretende orientar nuestros corazones hacia aquello que aún está por venir, y lograr que el cielo se vuelva un lugar deseable y querido para nosotros. ¡Él quiere que esta verdad nos haga felices! Es el deseo del Señor que, por medio de estas palabras, dejemos atrás todo temor o angustia y nos sintamos consolados y animados.

En 1 Tesalonicenses 4:16-18, Pablo llama nuestra atención hacia el cielo, con las conmovedoras palabras:«Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras». Nunca será suficiente el énfasis que se pueda hacer con respecto a que el único camino para ser personas victoriosas en estos tiempos finales, es ocuparnos de aquello que aún está por venir, es decir, con lo más glorioso y afable que nos espera: Las mansiones celestiales en presencia del Señor.

Formulémonos una pregunta: ¿Por qué razón nos falta alegría cuando pensamos en el cielo? La respuesta es sencilla: Porque nosotros -como ya lo dijimos-no nos preocupamos de este tema. Un hobby, o cualquier asunto al que le brindamos atención permanente, nos renueva el interés y hasta la alegría. Es una urgente e impostergable necesidad que usted enfoque su vida e intereses con una renovada visión. Con relación al cielo sucede exactamente lo mismo. Nuestras expectativas serían mucho mayores si atendiéramos con más preocupación el tema. El Señor Jesús dice:«Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón»(Lucas 12:34). Con eso el Señor quiso decir que a ambas cosas -tesoro y corazón- no se les puede separar. Allí donde se encuentren las cosas que más nos atraen, también se encontrará nuestro corazón; y donde esté nuestro corazón, también estarán las cosas que amamos más. Lo único que debemos preguntarnos es: ¿Qué amamos más? David, el hombre según el corazón de Dios, se ocupaba de manera especial y profunda con la Ley, con la palabra del Señor. Por eso, no deben extrañarnos sus palabras del Salmo 119:47:«Y me regocijaré en tus mandamientos, los cuales he amado». Y en el versículo 162, exclama con entusiasmo:«Me regocijo en tu palabra como el que halla muchos despojos». Llegar a tener grandes despojos proporcionaba un sentimiento de máxima alegría a un hombre de guerra como lo era David, y la misma alegría él también la sentía por la Palabra, por la Ley del Señor. ¿Por qué? Porque él ocupaba su tiempo en la Palabra. En el Salmo 119, vers. 44 y 112 dice:«Guardaré tu ley siempre, para siempre y eternamente… Mi corazón incliné a cumplir tus estatutos, de continuo, hasta el fin». ¡Del mismo modo, también, nosotros deberíamos ocuparnos del cielo! Sólo así se volverá un tesoro que nos llenará de alegría y expectativa, lo cual es de suma importancia y consuelo para nuestras vidas.

Para que podamos comprender mejor lo que significa ocuparse intensamente con algo, examinaremos el comportamiento de María, la madre de nuestro Señor. Cuando los pastores dieron a conocer lo que el ángel había dicho sobre el niño de Belén, la Biblia afirma en Lucas 2:19 que:«María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón». Meditar palabras en el corazón quiere decir reflexionar sobre ellas, ocuparse con ellas, moverlas dentro de nosotros mismos. Deuteronomio 6:6-9 nos habla de eso:«Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas». Dentro de este contexto, podríamos también mencionar Deuteronomio 11:18-20:«Por tanto, pondréis estas mis palabras en vuestro corazón y en vuestra alma, y las ataréis como señal en vuestra mano, y serán por frontales entre vuestros ojos. Y las enseñaréis a vuestros hijos, hablando de ellas cuando te sientes en tu casa, cuando andes por el camino, cuando te acuestes, y cuando te levantes, y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas». Si permitimos que la Palabra se mueva dentro de nosotros y, además, meditamos en ella, ésta permanecerá viva. Así lo hizo María con las palabras de aquellos pastores.

La segunda respuesta a la pregunta acerca de la falta de alegría con respecto al cielo, es ésta: Porque conocemos muy poco a quien es el más glorioso allí: El propio Señor Jesús, a quien los cielos de los cielos no lo pueden contener y quien todo lo llena. En el cielo no hay necesidad de luz, pues el Cordero lo alumbra, pero muchas veces no somos concientes de esta verdad. Tal vez usted argumente: ¡Yo conozco a Jesús! Sí, evidentemente usted conoce al Señor, pero hay muchas maneras de conocerle. Veamos lo que Pablo nos dice respecto de sí mismo, en Filipenses 3:10:«A fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte». Sin duda alguna, Pablo fue uno de los que mejor conoció al Señor, y aun así él dijo: «A fin de conocerle…» Busquemos comprender mejor el anhelo del apóstol, leyendo la traducción de la Biblia Viva: «Ahora he renunciado a todas las demás cosas, he descubierto que éste era el único camino real para en verdad conocer a Cristo y experimentar el inmenso poder que lo trajo de nuevo a la vida, conociendo el significado de sufrir y morir con Él, con el propósito de que sea yo uno de aquellos que viven en esa intensa novedad de vida, como vivo entre los muertos». Pablo nos testifica, de manera muy clara, que conocía aún muy poco sobre el Señor y Su divino poder, y por esa razón deseaba conocerle mejor. ¡Ésta también debería ser nuestra preocupación diaria! Nunca podremos decir que conocemos profundamente a Jesús, que, de hecho, comprendemos totalmente cómo es Él. Una afirmación de esta naturaleza sería pedante de nuestra parte, pues el mismísimo Salomón, cuando se dispuso a edificar una casa para el Señor, reconoció lo que leemos en 2 Crónicas 2:6:«… los cielos y los cielos de los cielos no pueden contenerlo». En otras palabras: El Señor es tan grande, tan poderoso y tan glorioso, que ni siquiera el cielo es suficiente para contener Su magnificencia. ¡Cuán lejos estamos nosotros de poder afirmar que conocemos profundamente al Señor! Esto debe impulsarnos a que nos preocupemos en conocerle más a fondo cada día, tal como Pablo lo hizo.

A medida que aprendamos a conocer mejor a Cristo, conoceremos algo más del cielo y comprenderemos un poco mejor la vida eterna. Dicho de otra manera: Cuánto más conocemos a Jesús, mejores condiciones tenemos de entender el significado del cielo y de la vida eterna. Nadie, a no ser el propio Señor, vinculó la vida eterna con el Padre celestial, a través del conocimiento de Su propia persona, así lo leemos en Juan 17:3:«Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado». ¡Vida eterna significa conocer a Jesús! Si usted anhela entender algo del cielo, de la eternidad, de la vida eterna, y quiere regocijarse con ello, entonces debe conocer a Cristo. Eso implica saber quién es Él, implica tener un vínculo vital con Él y estar arraigado en Su persona. Entonces, la expectativa del cielo y la futura vida en la eternidad, alegrarán permanentemente su corazón y, aún estando en esta tierra, usted vivirá con un pie en el cielo. ¡Busque conocer más a Jesús cada día, para que, desde ahora, el cielo se vuelva una fuente de alegría para usted!

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