El milagro de las palabras de la cruz 4/4
21 febrero, 2008Señor ¿Cuánto tiempo aún? 1/4
21 febrero, 2008Titulo: ¿Cuáles el enemigo más grande de una vida victoriosa?
Autor: ErnstModersohn
Nº: PE1082
Nuestro propio » yo » es realmente un gran obstáculo para poder tener una vida victoriosa. ¿Sabe el porqué de esto? Le invitamos a que no se pierda este programa!
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¿Cuál es el enemigo más grande de una vida victoriosa?
¿Conoce usted, querido amigo, al enemigo más grande de una vida victoriosa? ¿Sabe quién nos hace tener la mayor cantidad de fracasos? Muchos hijos de Dios aun no lo saben. No han llegado aún a conocer toda la peligrosidad de este enemigo. El enemigo más grande es –nuestro propio Yo.
Trate de recordar las veces que hubo un fracaso en su vida espiritual, ¿no fue causado por su propio Yo?
Cuando el Yo comienza a instigar, uno comienza a disgustarse. Uno se pone de mal humor, se siente herido, ofendido, irritado. Entonces, uno toma las cosas a mal, se irrita o se altera.
¡Cuánto dominio ejerce el Yo sobre los seres humanos, también sobre los hijos de Dios!
¿Por qué hay tan pocos hijos de Dios victoriosos? ¡Porque hay demasiado dominio del Yo en ellos!
Veamos querido amigo, el enojo, la vehemencia y la irritabilidad.
Cuando uno se enoja, ya no ve las cosas con claridad. Uno ve las cosas mucho más fuertes y oscuras de lo que realmente son. Y es ahí donde uno dice palabras que después llega a lamentar profundamente. O uno escribe cosas en las cartas, que ya no puede hacer volver atrás. O toma decisiones que, quizás, tengan consecuencias graves y funestas para toda la vida.
Cuando no es el enojo, entonces es la vehemencia. Una pequeñez, muchas veces, ya alcanza para excitarla. Alguna cosa no salió a nuestro gusto, y uno ya se encoleriza. Y es ahí que se pronuncian palabras duras y ásperas. ¡Cuántas mujeres sufren la vehemencia de sus maridos creyentes!
O si no, es la irritabilidad la que toma todo a mal, que toma todo en forma personal, que también toma comentarios insignificantes como algo dirigido a su persona. Y – uno cambia de humor y queda herido.
Es triste la servidumbre bajo la cual el Yo mantiene a tantos hijos de Dios.
¡Cuánto detiene y obstaculiza esto la vida del individuo! ¡Y cuánto sufre la vida en comunidad debido a eso! Cuantas discordias y fricciones existen en las comunidades o iglesias, porque – lo que preside es el Yo. Alguien no puede aceptar que le digan nada, alguien no se puede retirar porque tiene que imponer su opinión – y se provoca la discusión.
Si el Yo es un enemigo tan grande de la vida victoriosa, ¿cómo podemos librarnos de su tiranía?
La mayoría de las personas tratan de librarse de esa tiranía, proponiéndose no dejarse tiranizar más por él. Ellos se proponen: ¡No me voy a encolerizar más! ¡Ya no quiero irritarme! ¡No me voy a molestar más! ¡Ya no tomaré las cosas a mal!
¿Qué resultado tienen tales buenas intenciones, tales intentos de esforzarse? ¡Nada más que fracasos! En este intento de dominar nuestro propio Yo, se llega a la dolorosa conclusión: «¡Con mi poder no puedo hacer nada!»
Nos proponemos no alterarnos más, – y nos volvemos a alterar. Nos proponemos no enojarnos, — y nos volvemos a enojar. Y del mismo modo sucede con la irritabilidad, con el tomar las cosas a mal, y con todo lo demás. Es para volverse loco. ¡Queremos tanto tener la victoria! Luchamos y oramos por victoria, pero igual tenemos un fracaso tras otro. Experimentamos la triste verdad de Romanos 7:19:«… no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago.»
Y finalmente, después de habernos cansado luchando y orando sin lograr una victoria, nos entregamos. Nos desanimamos y desesperamos. ¡No tiene sentido seguir! ¡Igual no cambian las cosas!»
Cuántos hijos de Dios hay, que han desistido con tristeza! Ellos se encuentran tirados al lado del camino angosto, cansados y abatidos. Abandonaron toda esperanza de poder cambiar.
Y hay otros, que no lo admiten delante de sí mismos que están vencidos y derrotados. Actúan como si su vida estuviera bien así, como si no hubiera otra cosa.
No existe una vida victoriosa mientras el Yo tenga el dominio. ¡Eso es totalmente imposible! Pero entonces, ¿cómo podemos ser liberados?
Más allá de que es una imposibilidad crucificarse a uno mismo – ¡después de todo se necesitan las manos para crucificar, y éstas están siendo clavadas en la cruz! – esto, nuevamente, depende de nuestras propias acciones.
No, nosotros no podemos crucificar nuestro Yo. Y — ¡gracias a Dios! – tampoco necesitamos hacerlo. ¡Ya fue crucificado! Romanos 6:6 dice:«Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado.»
¿Qué es lo que leemos allí? Nuestro viejo hombre está crucificado, fue crucificado con Cristo.«… nuestro viejo hombre …», es nuestro Yo, nuestro carácter hereditario, pecaminoso, así como lo hemos recibido de Adán.«… nuestro viejo hombre…»no es igual en todos los casos.Suviejo hombre puede que sea muy diferente amiviejo hombre. Pero aun así, es la forma de ser heredada y pecaminosa la que está tomando forma en nosotros. Querido amigo, el viejo hombre ha recibido una forma diferente en cada uno de nosotros. De este modo, él es nuestra vieja manera de ser con la cual luchamos – y la que una y otra vez nos vence.
Pero, estimado amigo, permítame darle una buena noticia: «¡Nuestro viejo hombre está crucificado con Cristo!»
Usted sacude la cabeza. «¡El mensaje lo escucho, sí, pero me falta la fe!» ¿Usted dice que mi viejo hombre está crucificado con Cristo? ¡Entonces, él ya no me podría tiranizar! ¡Pero, el hecho, es que todos los días me da pruebas de que está vivo!
Si usted habla así, comete un error que muchos cometen. Usted quiere primeroexperimentarque su viejo hombre es del pasado, y despuéscreerlo. ¡Pero así no funciona! La fe viene primero y, luego, la experiencia.
Querido amigo, querida amiga, no existe otro camino por el cual podamos llegar a poseer las bendiciones divinas, sino sólo éste:
Por medio de la fe.
Vea usted: Este hecho, del cual Pablo da testimonio, debe creerlo sencillamente porque está escrito. Ya sea que lo comprenda o no – lo tiene que creer. Dígale al Señor: «Señor, Tu Palabra me dice que mi viejo hombre está crucificado contigo. Comprender, no puedo comprenderlo. Pero quiero creerlo. Señor, te doy gracias que mi viejo hombre está crucificado contigo, de modo que de aquí en más ya no servirá más al pecado. ¡Señor, Te doy gracias por eso de todo corazón!»
Cuando haya dado este paso de fe, cuando, creyendo, haya tomado posesión de este hecho: ¡Mi viejo hombre está crucificado! – entonces, le aseguro, también vendrá la experiencia. Pero – ¡primero hay que creerlo, para luego experimentarlo!
Solamente debe cuidarse de un error que muchos cometen. No debe pensar que ya todo estará solucionado, y que ya no habrán más tentaciones y pruebas. ¡Naturalmente que las habrá y que no se van a terminar!
No alcanza conunpaso de fe. Al primer paso de fe deben seguirle muchos otros pasos de fe. Tiene que seguirle todo un camino de fe, todo un andar por la fe. Se trata de hacerlodesdela feenfe. Vamos de una prueba a la otra. Pero en todas las pruebas, podemos contar con esto: Mi viejo hombre está crucificado, ya no tiene más el derecho ni el poder de tiranizarme.
El apóstol Pablo lo expresa de la siguiente manera:«Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro». De modo que si vienen tentaciones de enojarse, de irritarse, o de lo que sea – por la fe, podemos contar con lo siguiente: Yo ahora ya no necesito dar pie a la tentación, porque Jesús me liberó de mi viejo hombre. Ya no necesito vivir para mi Yo, puedo vivir para Jesús, quien murió y resucitó por mí.
Si en las pruebas y tentaciones dirigimos nuestra mirada a la cruz y al crucificado, en la manera antes descrita, obtendremos la victoria. De esta forma, lo podrá experimentar.
Querido amigo, necesita ser liberado de su Yo. Mientras ése no sea el caso, no es realmente salvo en todo el sentido de la palabra.
Uno puede pensar que es «redimido», pero si la redención no nos lleva a que seamos «liberados» de nosotros mismos, entonces aun no estamos «redimidos» en todo el sentido de la palabra.
¿Es usted una persona redimida? ¿Liberado de su Yo? Mientras ése no sea el caso, será totalmente imposible, que lleve una vida de victoria. Debe ser redimido y liberado. Y eso lo logrará, sicreyendoacepta el sacrificio que Jesús realizó en la cruz. Nosotros ya no necesitamos ser redimidos.Somosredimidos. Solamente tenemos quecreer.
Quien trata de luchar contra su Yo con buenas intenciones y con disciplina propia, profana y desvaloriza la cruz y la palabra de la cruz, que dice:«¡Consumado es!». ¡Gracias a Dios, ya no necesitamos ser redimidos!
Nosotrossomosredimidos. También de nuestro viejo hombre, de nuestro Yo. Juntamente con el poeta, podemos decir:
Dije a la ira, al orgullo, y a la avaricia:
«Cuando vienen los malos deseos,
doy gracias a Dios que ya no los tengo que seguir.
¡Para eso mi Señor murió en la cruz!»
De este modo, somos libres de la tiranía de nuestro peor enemigo: Nuestro Yo. De este modo, llegamos a tener una vida victoriosa: Sobre la base victoriosa de la redención realizada por Jesús, con la mirada puesta en la cruz y en el crucificado.
¡A Dios sean las gracias, eternamente, por la cruz del Gólgota, y por la salvación completa, gratuita y eterna, que Jesús nos ha regalado!