¿Cuáles son los puntos esenciales del Apocalipsis? (1ª parte)
14 diciembre, 2020¿Cuáles son los puntos esenciales del Apocalipsis? (3ª parte)
14 diciembre, 2020Autor: Norbert Lieth
Apocalipsis, además de ser tener la particularidad de ser el último de la Biblia, contiene mensajes esenciales para la vida de la Iglesia y los creyentes, pero: ¿cómo comenzar a estudiarlo?, ¿Cuáles son los puntos esenciales? Esta parte del estudio tratará los temas de a quiénes llama Dios siervo, la inminencia de la Segunda venida, el papel de los ángeles en llevar mensaje y el juicio y preeminencia de Cristo.
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PE2641 – Estudio Bíblico
¿Cuáles son los puntos esenciales del Apocalipsis? (2ª parte)
Amigos, ¡bienvenidos! Comenzaremos el programa de hoy viendo algunas de las figuras o referencias a lo que se entiende como “Siervo”, dadas bajo el antiguo pacto, que tienen una fuerte presencia en Apocalipsis. En primer lugar, podemos ver que Israel es llamado “siervo” en Deuteronomio 32:43 donde leemos: “Alabad, naciones, a su pueblo, porque Él vengará la sangre de sus siervos, y tomará venganza de sus enemigos, y hará expiación por la tierra de su pueblo«. Vemos, además, que, los profetas sobre todo, y también aquellos en el pueblo judío que servían a Dios con dedicación, recibían el título de “siervos”. Por otro lado, los apóstoles también se denominaban a sí mismos “siervos” del Señor. En los discursos sobre los últimos tiempos del Señor Jesús, aparece a menudo el término “siervo”, refiriéndose a Israel. Y el Apocalipsis 7:3 llama a los 144,000 israelitas de las doce tribus “siervos de nuestro Dios”. También, en Apocalipsis 6:11, los mártires en el cielo reciben este título. Por lo que podemos ver, todo el libro de Apocalipsis se dirige una y otra vez a los siervos de Dios.
Volviendo a Apocalipsis 1:1 que nos ocupó en el programa pasado, vemos que nos traslada a los libros del Antiguo Testamento, por la manera en que fue formulado; por ejemplo, recordamos las palabras del profeta Amós, en el capítulo 3 verso 7 donde dice: “Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas”. Justamente de eso se trata en el Apocalipsis. El libro muestra “las cosas que deben suceder pronto”. Dios tiene que juzgar a este mundo, y lo hará a través de Jesucristo. Nuestro Señor castigará a este mundo en un corto tiempo y rápidamente, para entonces establecer una bendición larga y duradera. Los dolores de parto vienen repentinamente; son muy fuertes y, una vez comenzados, son cada vez más rápidos. No obstante, en relación con una vida humana son cortos. Así también se dice sobre el sufrimiento que los cristianos atraviesan en 2 Corintios 4:17: “Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria”.
Fue un ángel quien le “declaró” a Juan el Apocalipsis. Este ángel es el mensajero personal del Señor, quien está al lado de Juan en el transcurso de las visiones, quien una y otra vez le da instrucciones y a quien Juan más adelante quiere adorar, algo que el ángel rechaza. Eso significa: Dios el Padre ha encomendado el Apocalipsis a Su Hijo. Jesucristo se lo entrega a Su ángel. Este ángel se lo muestra a Juan. Y Juan lo escribe para nosotros. Por eso él dice de sí mismo que ha dado testimonio en Apocalipsis 1:2 leemos: “de la palabra de Dios, -es decir el Padre-, y del testimonio de Jesucristo, -el Hijo- y de todas las cosas que ha visto”. Puede ser que Juan haya escrito la introducción al Apocalipsis en último lugar, ya que está en el pasado. Es decir: primero Juan anotó las visiones que el ángel le trasmitió, y después redactó la introducción para el texto y la puso por delante.
Los ángeles son espíritus ministradores como señala Hebreos 1:14, para los escogidos y para la Iglesia. Pero con especial frecuencia se los llama siervos y trasmisores de mensajes a Israel. La Iglesia en la actualidad, en la era de la gracia, no es instruida por ángeles, sino por el Espíritu Santo. Incluso ocurre lo contrario: no es la Iglesia la que aprende de los ángeles, sino que son los ángeles los que aprenden de la Iglesia. Como leemos en Efesios 3:10: “Para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales”. El Apóstol Pablo incluso advierte a la Iglesia contra el ocuparse de los ángeles diciendo en Colosenses 2:18: “Nadie os prive de vuestro premio, afectando humildad y culto a los ángeles, entremetiéndose en lo que no ha visto, vanamente hinchado por su propia mente carnal”. Hasta el día de hoy, una y otra vez encontramos personas que dicen que se les han aparecido ángeles, y estos les han trasmitido mensajes o visiones. A menudo, se vanaglorian diciendo que fue Dios quien les envió el ángel. Eso sin dudas, es muy peligroso, ya que 2 Corintios 11:14 dice: “porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz”.
Quien ahora presta atención al Apocalipsis es elogiado por Dios como “bienaventurado” en Apocalipsis 1:3: “Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas; porque el tiempo está cerca”. Hacia el final del Apocalipsis, en el capítulo 22:7, nuevamente se menciona este mismo mensaje: “¡He aquí, vengo pronto! Bienaventurado el que guarda las palabras de la profecía de este libro”. No son pocos los cristianos y las iglesias que desechan esta promesa valiosa, al no tratar con el Apocalipsis. Se podría pensar que muchos creyentes no saben leer correctamente, y por eso entienden las palabras del Señor como estuvieran diciendo: “Bienaventurado el que no lee, los que no oyen las palabras de esta profecía, porque el tiempo está lejano”.
La doctrina de la segunda venida de Jesucristo y del establecimiento de Su reino es un tema fundamental en la Biblia. La Palabra de Dios habla aproximadamente tres veces más de Su segunda venida que de Su primera llegada. Los apóstoles contaban con el regreso del Señor Jesús en el tiempo de sus propias vidas. Por esta razón, el profesor de Biblia, William McDonald, nos exhorta diciendo: “No es suficiente que nos sujetemos a la verdad de Su segunda venida; esta verdad debe sujetarnos a nosotros”. ¡Deberíamos dirigir toda nuestra atención hacia este evento, llenos de esperanza!
El Apocalipsis describe el fin y el objetivo de Dios con Su creación. Es el punto culminante de la voluntad de Dios para el mundo a través de Jesucristo. El Apocalipsis es el triunfo final de las consecuencias de la primera venida de Jesús, de Su muerte y Su resurrección. Por eso habla de que Él es el primogénito de entre los muertos, que Él ha dado Su sangre para salvación, que es El que es, El que era y El que ha de venir, que estuvo muerto y vive, y que tiene las llaves de la muerte. Leamos juntos los versos 4 al 6 de Apocalipsis capítulo 1 “Juan, a las siete iglesias que están en Asia: gracia y paz a vosotros, del que es y que era y que ha de venir, y de los siete espíritus que están delante de su trono; y de Jesucristo el testigo fiel, el primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén”.
Desde su primer capítulo el Apocalipsis deja clara la preeminencia y unicidad del Señor Jesús: Él es aquel que es, que fue y que viene. Él es Dios desde la eternidad. Estuvo en este mundo y regresa otra vez. Cuando se autodenomina en Apocalipsis 22:13 como “alfa y omega, principio y fin, el primero y el último”, se declara Dios, ya que este es un título divino. Isaías 44:6 lo ilustra de esta manera “Yo soy el primero, y yo soy el postrero, y fuera de mí no hay Dios”. Dios se ha revelado en Cristo Jesús. Jesús es el testigo fiel, quien como ser humano sirvió con fidelidad a Dios el Padre. Como tal es el primogénito de entre los muertos, quien nunca más morirá. Él es el príncipe sobre los reyes de la tierra, el futuro soberano de la tierra. Por medio de Él recibimos “gracia”, un favor divino sin intervención nuestra. A través de esta gracia, recibimos “paz” con Dios. De este modo, Él nos obsequia Su amor, ya que se entregó por nosotros y derramó Su sangre para nuestro perdón.