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Autor: Eduardo Cartea Millos

En la Biblia hay siete oportunidades en las que Dios se comunicó con hombres y mujeres llamándolos dos veces por su nombre. Este doble llamado de Dios significó un verdadero desafío para las vidas y ministerios de esos hombres y mujeres. Cada uno de ellos presenta una faceta distinta.


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PE2846- Estudio Bíblico
Cuando Dios llama dos veces (1ª parte)



Dios siempre llama

Hola, ¿cómo está? Un gusto compartir con usted los próximos días para ver un tema muy interesante en la Biblia: los dobles llamados de Dios. ¿Qué es esto? Bueno, en la Biblia hay siete oportunidades en las que Dios se comunicó con hombres y mujeres llamándolos dos veces por su nombre.

Este doble llamado de Dios significó un verdadero desafío para las vidas y ministerios de esos hombres y mujeres. Cada uno de ellos presenta una faceta distinta que apela a nuestras vidas como creyentes, y tiene para nosotros hoy un mensaje de exhortación, de estímulo y de compromiso. Estos dobles llamados fueron:

  •  A Abraham, el padre de la fe: Un llamado a la obediencia.
  •  A Jacob, el patriarca: Un llamado a conocer la voluntad de Dios.
  •  A Moisés, el legislador de Israel: Un llamado al servicio.
  •  A Samuel, el gran profeta: Un llamado a la consagración.
  •  A Marta de Betania: Un llamado a la devoción personal.
  •  A Pedro, el discípulo de Jesús: Un llamado a la lucha.
  •  A Pablo, el apóstol: Un llamado a una vida transformada.

Pero, antes de ver este tema sobre los dobles llamados de Dios a través de la Biblia, permítame preguntarme con usted, ¿qué significa el llamado de Dios? ¿Qué significa que Dios llame a los hombres? ¿Cómo lo hace, para qué lo hace?

El llamado de Dios tiene algunas características importantes:

1. Su llamado es personal. A través de la historia, Dios ha llamado a hombres y mujeres a Él. Les ha llamado por nombre. Individualmente. Personalmente. Inequívocamente. Pero, a cada uno de nosotros, de aquellos que somos de Cristo, salvados por su gracia, redimidos por su sangre, nos ha llamado, y aun nos sigue llamando así.Dice el Ev. de Juan, cap. 10: “A sus ovejas llama por nombre, y las saca… y sus ovejas le siguen, porque conocen su voz”.  Unos antes, otros después. Unos, en la tierna infancia; otros en la madurez. Unos desde una fe prestada por los padres, otros desde la ignorancia de una vida sin Dios. Por lejos que hubiéramos estado, por lejos que hubiéramos llegado, su llamado nos alcanzó. Aunque no buscamos a Dios, Él nos buscó a cada uno de nosotros. Su tierna voz resonó en nuestras almas sumidas en la oscuridad del pecado y nos atrajo a él.

Alguien dijo: “Dios tiene un plan que lleva tu nombre”. Su llamado es personal. Veamos como lo expresa el apóstol Pablo: “Cuando agradó a Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por su gracia revelar a su Hijo en mí”. Cuando Dios nos llama es porque tiene algo que cumplir en nuestra vida y a través de nuestra vida, nuestro servicio, nuestro ministerio. Por eso,

2. Su llamado responde a un plan eterno.

“A los que antes conoció, también los predestinó para ser hechos conformes a la imagen de su Hijo… y a los que predestinó, a estos también llamó…”, dice la Biblia en Romanos 8. Desde la eternidad, Dios diseñó un proyecto para nuestras vidas. Y cuando el tiempo se cumplió en su plan perfecto, su llamamiento se hizo oír. Y, misteriosamente, pero no menos realmente, se cumplieron los pasos siguientes del proceso divino que el apóstol Pablo menciona en este precioso versículo de la Escritura: “a los que llamó, a estos también justificó; y a los que justificó, –como si ya fuera, como que es una ciertísima realidad futura– a estos también glorificó”.

Ese proyecto comenzó con el nuevo nacimiento, pero se extiende a través de nuestra vida y se completará en la eternidad. Es un proyecto trascendente. Efesios 4 nos dice: “fuisteis llamados en una misma esperanza de vuestra vocación (es decir, de vuestro llamamiento).

Charles Stanley dice que el llamamiento de Dios es “un momento de tiempo en que Dios decide enviar a una persona un mensaje específico, personal, que demanda una decisión o acción que concuerde con el propósito y plan de Dios para su vida”. 

3. Su llamado es por pura gracia.

No responde a nuestros méritos, ni a nuestra propia y nula dignidad. Es el “Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna”. Así también se lo recuerda Pablo a los corintios: “Mirad, hermanos vuestra vocación –vuestro llamamiento–, que no sois muchos sabios según la carne; ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios para avergonzar a los sabios, y lo débil del mundo escogió Dios para avergonzar a lo fuerte, y lo vil del mundo, y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia”.

¿Cómo lo hace Dios? El medio de su llamado es el evangelio. El mensaje de buenas nuevas llegó a nuestros oídos revelando nuestra miserable condición y la fuente de vida eterna que manaba de Aquel que moría por nosotros en la cruz. Pablo se lo declara a los tesalonicenses en estas palabras: “Nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad, a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio, para alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo”.

4. Su llamado es ineludible.

No podemos obviarlo. Nos compromete. Aunque cerremos nuestros oídos, Dios seguirá llamándonos. Su interés por nosotros no cesa. Su amor no mengua. Su propósito no caduca. Su llamamiento es permanente e ineludible.  

¿Cómo nos llama Dios?  Él tiene muchas formas de hacerlo. Nos llama por la conciencia. Nos llama por su providencia, mediante circunstancias, pruebas, pérdidas, accidentes, sufrimientos, etc. Nos llama por su Palabra. ¡Cuántas veces un pasaje de la Escritura ha llegado a nuestro corazón como un toque de clarín, como un llamado de atención, como un grito desde el cielo que nos despierta del letargo, y nos hace alzar nuestra vista y tener una nueva visión del Señor! ¡Cuántas, un mensaje fue como una estocada en el alma que nos sacudió profundamente y nos arrastró humillados a los pies del Salvador!

Su voz, su llamado nos invita a oírle. Por eso la Palabra nos exhorta: “Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón”.

Watchman Nee, dice:

“Es personal porque se lo recibe de Dios mismo, y no es posible eludirlo porque, como está directamente relacionado con el propósito de Dios, ese mismo propósito demanda que se cumpla”.

Personal, conforme a un propósito eterno, por gracia, ineludible…

5. Su llamado también es permanente.

El llamamiento de Dios es el punto de partida de nuestra vida. Pero este llamamiento no se agota con la conversión. Dios sigue llamándonos. Como tantas veces lo recuerda a Israel por su siervo Jeremías: “desde temprano –continuamente– y sin cesar”.

Si estamos en bonanza o atravesando horas de tristeza, luchas o frustración, su llamado es la forma con la cual el Señor viene a nuestro encuentro. Y, además es constante. El Señor no se cansa de llamarnos. Como a aquella iglesia de Apocalipsis, Laodicea, aunque esté fuera de la puerta, es decir, de habitar entre ellos con toda plenitud, él amorosamente estará llamando. Es él mismo que está  queriendo entrar en su propia iglesia. ¡Sorprendente y maravilloso! Su mano taladrada en la cruz golpea insistentemente, queriendo entrar y restaurar aquellas vidas. Oigamos sus tiernas palabras: “Yo estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo”.

Es la voz del amado del Cantar de los Cantares: “Ábreme, hermana mía, amiga mía… Porque mi cabeza está llena de rocío…”. Y muchas veces oye las displicentes palabras de aquella mujer: “Me he desvestido de mi ropa; ¿cómo me he de vestir? He lavado mis pies; ¿cómo los he de ensuciar?”.

Este llamado del Señor no sucedió solo cuando le conocimos por la fe. Es un llamado constante, permanente. Dios sigue llamando a aquellos que son suyos.

Decía un eximio predicador: “Dios nos llama cerca de él, y muchas veces nos halla muy lejos”.

No sé dónde está usted, hermana, hermano. Si está cerca del Señor o lejos de él. Déjeme decirle que él le sigue llamando. Como en el Evangelio, “El Maestro está aquí, y te llama”. Le llama para que confíe en él. Para que no viva en su soledad, en su independencia.

Tal vez esté como el pródigo, en la provincia apartada. Lejos de la casa del Padre, de su comunión, de su presencia. Su voz le llama para que vuelva en sí, abra sus ojos y diga como él: “en la casa de mi Padre hay abundancia de pan, y yo aquí me muero de hambre; me levantaré e iré a mi Padre…”. Amable oyente, Dios nos llama hoy a que salgamos de la comodidad, de una vida de rutina, de aquello que nos traba, confunde o distrae, y salgamos al encuentro del Señor, a una comunión real y verdadera, a una vida de obediencia confiada en su poder y en sus promesas. Como nos exhorta la Palabra: “Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando la deshonra que él llevó”.        Hasta un nuevo encuentro, y que Dios le bendiga. 

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