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Autor: Eduardo Cartea Millos

La vida del patriarca Jacob ocupa la mitad del libro génesis, Dios lo llamó, se reveló a él a pesar de sus errores y frecuentes yerros. Es un vivo ejemplo para nosotros que fuimos llamados a conocer Su voluntad.


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PE2854- Estudio Bíblico
Cuando Dios llama dos veces (9ª parte)



Llamado a conocer Su voluntad

Hola. Un gusto estar con usted hoy.

Seguramente en su vida se ha encontrado con personas desconcertantes. Esas personas que tienen una personalidad tal que sorprenden. Pueden ser muy inteligentes, apasionadas, intrigantes, carismáticas, pero su modo de pensar, su carácter, sus reacciones son inesperados. Cuesta entenderlos. Cuesta interpretar su mente. Son especiales.    

Algunos personajes con este perfil surcan las páginas de la Biblia. Uno de ellos es Jacob, un hombre verdaderamente singular. Un personaje a quien vemos pendular entre el engaño y la espiritualidad; entre la ventaja y la fe. Jacob, a quien nuestro pasaje llama por el nombre que Dios le dio: Israel, y que es el padre de la nación, de quién ella toma nombre.

Es el personaje que ocupa la mayor cantidad de capítulos en Génesis. Nada menos que el cincuenta por ciento del libro –veinticinco de los cincuenta capítulos– está destinado a narrar la vida de este hombre tan particular. Sin duda, algo tiene que decirnos…

Por un lado, Jacob era el hombre templado, hogareño, obediente a sus padres, en contraste con su hermano Esaú, díscolo, desaprensivo, y hasta vulgar, a quien la Biblia llama “inmoral y profano”, diciendo que “por una sola comida vendió su primogenitura”.

Por una parte, el hombre de visión espiritual, que ansiaba la primogenitura, no solo por lo que ella significaba materialmente, pero también por lo que representaba en términos espirituales, la preciada bendición del hijo mayor. Por otro, el hombre aprovechador, ventajista, engañador, que no vacila en urdir un plan mentiroso para lograr sus propósitos.

Por un lado, el hombre de fe, del que la Biblia dice: “Por la fe Jacob, al morir bendijo a cada uno de los hijos de José, y adoró apoyado en el extremo de su cayado”. Una persona a quien Dios bendijo grandemente. Pero por el otro, el hombre astuto que vive una vida azarosa, compleja y dice, próximo a su partida: “Pocos y malos han sido los días de los años de mi vida…”.

Jacob no era esencialmente malo, pero tenía una tremenda debilidad. Parecía fuerte, pero era débil. Cedía siempre ante las sugerencias que eran ventajosas para él. Es quien negocia la primogenitura; que engaña a su padre anciano y ciego; que huye de su hermano por temor a morir en sus manos; que lucha con Dios y persiste, aunque le cueste quedar cojo para el resto de su existencia; que vive en el exilio la mayor parte de su vida; que encuentra a su esposa Raquel, aunque deberá pagar por ella catorce años de servicio a su suegro Labán; que vuelve a Canaán para reconciliarse con Esaú; que recibe la promesa que Dios había dado a Abraham, su abuelo y a Isaac, su padre.

Es aquel a quien Dios pone un nuevo nombre, de Jacob (que significa “suplantador”, “engañador”) a Israel (que significa: “soldado de Dios”, o “el que lucha con Dios”); que padece el engaño de sus hijos respecto a José, como él había hecho con su padre años atrás, porque la ley de Dios es inexorable: “todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”. Pero, al fin es el hombre a quien Dios, en su misericordia le concede el bien de ver a su hijo, ya transformado en autoridad en Egipto, y ver a su familia completa, recibiendo la bendición de Dios.

Y aquí está Jacob, como podemos verlo en el capítulo 46 del Génesis, ya entrado en años, viniendo a la ciudad de Beerseba a ofrecer sacrificios a Dios. ¿Por qué lo hace? ¿Para qué levanta aquel altar y adora a Dios?

Sus hijos habían descendido a Egipto, por causa de la hambruna en la tierra de Canaán, sin sospechar que quien les iba a recibir era aquel muchacho que años antes desaprensivamente, maliciosamente, habían vendido a los mercaderes ismaelitas. Aquel indefenso muchacho ahora era el segundo en el imperio más grande de aquel entonces. Y cuando se da a conocer a sus hermanos en aquel emotivo encuentro que narra el capítulo 45 del Génesis, les pide que vayan a buscar a su padre para que habite en tierra de Gosén, en Egipto. La noticia llega a Jacob y, en medio de una intensa emoción, desea ir para verlo. 

Pero, antes, deberá pasar por Beerseba. Vivía en Canaán, en Hebrón, y temía descender a Egipto. Sus sentimientos oscilan entre el deseo de ver a José, su hijo amado, y el recuerdo de las desgracias que habían ocurrido a sus antepasados por descender a Egipto. Por eso Jacob siente la necesidad de consultar a Dios para asegurarse si debía o no emprender el viaje y si Dios iría con él.

Beerseba, era un lugar especial. En ese mismo sitio habían adorado Abraham e Isaac. Beerseba era el lugar de encuentro. El lugar de la decisión.  El lugar donde el humilde ruego se elevaba a Dios: ¿Qué haré, Señor? ¿Cuál es tu voluntad? Señor, ¿vas a venir conmigo?

Y Dios le mostró su voluntad. Notemos que dice la Biblia: “habló Dios a Israel en visiones de noche, y dijo: “Jacob, Jacob”.  Era la octava y última vez que Dios llamaba a Jacob. Pero esta vez le llamó dos veces. Tenía algo importante para decirle.

Esta historia nos deja un puñado de verdades que son dignas de analizar.   

1. Dios sigue siendo Dios, y nos ama, a pesar de lo que somos: Dijo Dios: “Yo soy Dios, el Dios de tu padre…”.

La Biblia dice en la profecía de Isaías: “No temas, gusano de Jacob”. Dios le llama “gusano”. ¿Hay algo más insignificante, por no decir, repugnante y despreciable que un gusano? Pues así le llamó Dios a Jacob y al pueblo que él representa. Toda su inteligencia, sagacidad, orgullo sumidos en una expresión de algo desagradable: un gusano.

Y sin embargo, a pesar de esa triste realidad, Jacob es un hombre a quien Dios llama, bendice e incluye entre los héroes de la fe. Así es Dios. Así es Aquel que “conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo”.

¿Cuál es el secreto? ¿Es por alguna virtud especial que Jacob tenía? No. El secreto está en otro versículo de la Biblia: “Yo, Jehová soy tu Salvador y tu Redentor, el Fuerte de Jacob”.  ¿Notamos la diferencia?

Por un lado, el “gusano de Jacob”, por el otro, “el Fuerte de Jacob”. ¿Qué cosa es más débil que un gusano? Pero, ¿qué o quién es más poderoso que Dios, el Fuerte de Jacob, el Dios todopoderoso, infinito, soberano?

Así que “Dios eligió a este hombre a fin de demostrar que no hay clase humana tan desgraciada que no esté dentro del alcance de la gracia soberana. En realidad, Dios ama a estas personas también, porque “donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia”.

Si hay algo que no podemos negar es que Dios amó a Jacob. El podía ser un gusano. Pero Dios era su Fuerte. Y Dios lo eligió para mostrar que no hay clase humana tan desgraciada que no esté alcanzada por su gracia.

¿No es acaso lo que somos?  ¿No somos débiles? ¿No tenemos fallas innumerables, y muchas veces decimos: ¿cómo me soporta Dios? ¿Cómo sigue perdonándome a pesar de lo que soy, lo que hago, lo que pienso?

Jeremías 17.9 dice: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿Quién lo conocerá?” (o, de otro modo, ¿quién lo sanará?). La palabra “engañoso” en el hebreo es… curiosamente,  Jacob.  Y así somos todos. Así es nuestro corazón, engañoso como Jacob. Nos engaña a nosotros mismos y tiende siempre a engañar a otros. Así somos: simples gusanos. Pero Dios eligió un gusano para hacerlo un príncipe. Así con nosotros.

 “Sus fracasos nos recuerdan los nuestros… nadie está libre de los gérmenes de esta cosecha en su propio corazón. ´También yo pertenezco a ese grupo, pero me hallo bajo la gracia de Dios´, podríamos decir con verdad”.

Notemos lo que dice 1 Corintios en el cap. 1: “lo necio del mundo escogió Dios para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, a fin de que nadie se jacte en su presencia”. Necio es alguien tonto, ignorante, indigno. Débil, enfermo, frágil moralmente y miserable espiritualmente. Vil y menospreciado, significa alguien insignificante, despreciable, sucio, no tenido en cuenta. Lo que no es, es decir que es “nada”; que no existe para los demás.… ¡Pero sí para Dios!

Por eso el versículo 30 dice: “Mas por él –por Dios el Padre estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención”. Para los necios, su sabiduría; para los débiles, su justificación; para los viles, sucios, su santificación; para los menospreciados, su redención. El Dios suficiente que suple toda nuestra necesidad espiritual.

       Como a Jacob, Dios nos amó. Romanos 9.13 lo expresa: “A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí”, que puede interpretarse como: “Amé a Jacob más que a Esaú”. Alguien dijo: “Lo extraño no es que Dios amara menos a Esaú, sino que Dios amara a Jacob”. El Dios de Jacob es su Dios, hermano, hermana. Y es mi Dios. Y nos ama, a pesar de lo que somos.     

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