Cuando Dios llama dos veces: Primero la devoción (29ª parte)

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Autor: Eduardo Cartea Millos

Hay muchos creyentes como Marta: “Atareados, pero no bendecidos”. Esto es porque no ponen a Dios en primer lugar, porque han perdido el primer amor.


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PE2874- Estudio Bíblico
Cuando Dios llama dos veces (29ª parte)



Primero la devoción

Hola, cómo está. Estamos considerando con usted el tema de “las prioridades en la vida cristiana”, en el marco de la vida de Marta de Betania, y la tensión que se produjo al quejarse de que su hermana María, que estaba oyendo las palabras de Jesús, sentada a sus pies, no le ayudaba en las labores domésticas, preparando un agasajo para el Señor y sus discípulos.

¿Qué es una prioridad? Es aquello que consideramos debe ocupar un lugar principal, tal vez, incluso el primer lugar.

Este tema, además, tiene que ver con un concepto que desarrolla el Nuevo Testamento para los cristianos y es “la mayordomía de la vida”. La mayordomía en la vida cristiana no solo abarca –como muchos piensan- el aspecto financiero, el dinero. La mayordomía, o administración de la vida incluye “todo”: tiempo, familia, hijos, bienes, dones espirituales, dinero, ofrendas, el cuidado de la mente y del cuerpo, el testimonio, la Palabra de Dios. Y podríamos seguir enumerando. Son todas cosas que Dios nos ha “prestado” para administrar y es nuestra responsabilidad hacerlo, porque un día daremos cuenta de ello ante El mismo. 

En Marcos 12 leemos: Acercándose uno de los escribas … le preguntó: ¿Cuál es el primer mandamiento (o el mandamiento principal) de todos? El Señor le respondió: … Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento”.

Amarle con todo el corazón (los sentimientos), y con toda el alma, o la mente (el entendimiento), y con todas las fuerzas (la voluntad). 

Qué importante que nuestra prioridad número uno sea amar al Señor y desear agradarle en todo. Cuando el Señor envió la carta a la iglesia de Efeso, en Apocalipsis 2, comenzó con aquellas conocidas palabras: “Yo conozco tus obras”. En otras palabras, “Yo te conozco”. Y agrega: “Has trabajado arduamente por amor de mi nombre y no has desmayado”.  El Señor está reconociendo y también destacando sus cualidades: su fidelidad, su trabajo, su constancia. Pero el Señor también tuvo una palabra de reproche, dicha con cariñosa ternura y con un deje de nostalgia, como de un esposo a una esposa: “Tengo contra ti que has dejado tu primer amor”. ¿Qué quería decir con aquella expresión? En principio, a esa devoción que caracteriza a los recién convertidos. Como el amor de los recién casados que podemos ver en Jeremías 2: Vino a mí palabra de Jehová, diciendo: Anda y clama a los oídos de Jerusalén, diciendo: Así dice Jehová: Me he acordado de ti, de la fidelidad de tu juventud, del amor de tu desposorio, cuando andabas en pos de mí en el desierto, en tierra no sembrada. Santo era Israel a Jehová, primicias de sus nuevos frutos”.

Pero, probablemente, más allá de ese amor lleno de ilusión y entusiasmo, el Señor se refería al amor principal, a la prioridad en la vida de esa iglesia, por encima de todo. El amor número uno en orden de prioridades: El amor al Señor. Y ese amor no dura solo un poco de tiempo, sino que, como en el matrimonio, crece y se hace más profundo.

 Pablo había comprendido bien esto de las prioridades en la vida. Por eso decía a los Filipenses: “Cuántas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aún estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo y lo tengo por basura, para ganar a Cristo”.

El tiempo es una mayordomía que nos da Dios, y del cual tendremos un día que dar cuenta. “Si progresamos en la economía del tiempo, estamos aprendiendo a vivir. Si fracasamos en esto, fracasaremos en todo”.

Pensemos que seremos lo que resulte de nuestra administración del tiempo. La diferencia entre una persona y otra, es como emplea su tiempo. Somos responsables de cómo administramos el tiempo que Él nos da.       

Una vez me dijo un joven hermano: “No tengo tiempo para mi vida devocional diaria”. Le dije: Toma un lápiz y un papel. Haz una lista de las actividades de cada día, aseo, trabajo, comidas, descanso, distracción, etc. etc. Llenó el papel con una larga lista. ¡Claro, no tenía tiempo para leer la Biblia y orar, a menos que no durmiera las razonables horas de descanso! Entonces le dije: tu problema no es que no tienes tiempo. Tu problema es que no estás fijando las prioridades correctamente. Pon al comienzo del día al menos veinte minutos para hacer tu devocional. Te aseguro que el resto se acomoda solo y no te va a faltar tiempo. Volvió a los pocos días y me dijo: “Es así”.

Claro, probablemente a algunas actividades menos importantes debió restarle esos veinte minutos, pero lo esencial –aunque fuera solo pocos minutos– estaba cumplido. A veces –como oímos tantas veces– “lo urgente le quita el tiempo a lo importante”.

 “La clave es tener las prioridades en su lugar. Jesucristo primero, luego otros y después nosotros. Es de vital importancia que pasemos tiempo “a los pies de Jesús” todos los días, permitiéndole que nos diga sus palabras. Lo más importante en la vida cristiana es la parte que sólo Dios ve.  A menos que nos encontremos con Cristo todos los días personalmente y en privado, pronto acabaremos como Marta: Atareados, pero no bendecidos”.

Recuerdo una vez alguien me dijo estas palabras: “Primero la obligación y después la devoción”. Produjeron en mí, por la gracia de Dios y para gloria suya una saludable reacción. Permítanme contar algo personal. Tenía dieciocho años y trabajaba de administrativo en la primera empresa que me empleó. Un día, la secretaria del contador me dijo: “Eduardo, ¿no le gustaría “probar suerte” en una empresa de aviación (cuyo nombre, obviamente no puedo mencionar)? Se me abrió el cielo, como solemos decir. Me consiguió la entrevista con el presidente, conocido suyo, de esa empresa de primera línea y con recomendación mediante fui en el día que me citaron. Entré en una sala que me pareció inmensa y allí detrás de un enorme escritorio… el presidente. Después de presentarme, me comentó que tenía en sus manos una recomendación de una amiga personal y comenzó a comentarme su oferta laboral.

– “El sueldo –me dijo– sería … (¡y era más del doble del que ganaba!). Tendrá que usar el uniforme de la empresa. Le recogerán en su casa para llevarle al aeropuerto internacional. Tendrá la posibilidad cada cuatro años de un viaje a España (¡mi país!) para usted y otra persona. Y… trabajará cuatro días a la semana”.

Usted se imagina mi corazón era una orquesta en finale maestosso, a toda orquesta. Yo no podía creer lo que oía. Ya me veía vestido con uniforme azul, ¡con una gorra como la de los comandantes de vuelo! trabajando para una de las aerolíneas más importantes del mundo. 

– “¿Cuatro días por semana?”, –le pregunté– Pero ¿qué días?

– “Ah, me dijo, cualquiera: de lunes a domingo. El que trabaja en esta empresa debe vivir consagrado a ella”.

Fue como si una piedra se estrellara sobre el cristal de mis ilusiones.“

– ¿Sábado y domingo también?, le pregunté.

– “Por supuesto”.

Una nube negra cubrió mi cielo azul. Quedé pensando un momento y finalmente le dije:

– “Entonces, discúlpeme usted, pero no puedo aceptar su ofrecimiento”.

– “¿Por qué?”, me dijo extrañado.

– “Porque soy cristiano y los sábados y domingos los tengo dedicados a Dios y a las actividades de la iglesia”.

Me miró como si yo fuera un marciano, y me dijo:

– ¿Usted sabe que habría una fila de chicos de su edad deseando entrar en este puesto? Y le digo más (y esto fue la estocada final, definitoria): Dicen en mi tierra: “Primero está la obligación y después la devoción”.

No sé de dónde saqué fuerzas (bueno, realmente, sí sé: esto vino del Señor) y le dije:

– “Le agradezco mucho lo que está haciendo por mí, pero para un cristiano está primero la devoción y después la obligación”.

Le extendí mi mano agradecida y viendo en él una mueca de extrañeza, o tal vez, de lástima (y, humanamente lo entiendo), dejé la sala.

Cuando llegué a la calle, una avenida importante de la ciudad de Buenos Aires me puse a llorar. No de pena, sino de emoción. Había sido una batalla. Corta. Fulminante. Y lloraba porque recuerdo que pensé que había cometido “la locura más sensata de mi vida”.

Ahora, ¿hice algo que merezca un aplauso? ¿Tiene esto algún mérito especial? ¡En ninguna manera! Hice lo que cualquier creyente debería hacer.

Pero me quedó grabada en la mente aquella frase, dicha, seguramente, con la mejor intención, pero desde el razonamiento de un inconverso: “Primero la obligación y después la devoción”. ¡No es así para un cristiano! Es exactamente al revés.

¿No es acaso fijar prioridades correctas el dar a Dios el primer lugar? ¿No es la devoción antes que la obligación? 

El Señor ha sido bueno conmigo a lo largo de mi vida. Él nunca olvida. Siempre suple más de lo que merecemos. Y lo mismo puede hacer con vos, con usted. Cuando le damos al Señor el primer lugar (y no siempre lo he hecho, como debería), el Señor se encarga del resto. 

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