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Autor: Norbert Lieth

Las últimas palabras de Jesús, tanto en el Evangelio con sus distintos autores y en Apocalipsis, están llenos de esperanza y promesas. Nada como repasar estos pasajes para alentar a los corazones cansados por las pruebas.


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PE2711- Estudio Bíblico
Desde el Huerto a la Ciudad Eterna (3ª parte)



Apocalipsis 22:5 dice: “No habrá allí más noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará; y reinarán por los siglos de los siglos”. La mayoría de los niños quieren tener una pequeña lamparita encendida durante la noche, porque la oscuridad les da miedo. Dios y el Cordero son la luz y con ellos no habrá noche. Dios mismo será la fuente de todo descanso y de toda luz. Por lo tanto, ya no habrá miedo a la noche o a la oscuridad, todo será puro e iluminado. El hombre redimido descansará en el Dios eterno.

Apocalipsis 21:25 y 26 dice: “Sus puertas nunca serán cerradas de día, pues allí no habrá noche. Y llevarán la gloria y la honra de las naciones a ella”. De acuerdo con Apocalipsis 21:3 y Mateo 25:31 habrá en la nueva tierra naciones y pueblos provenientes del anterior Reino milenario, quizá con autoridad terrenal, pero bajo el gobierno de Dios y del Cordero. Estas naciones llevarán sus glorias y honras desde la tierra a la Jerusalén celestial. No morarán allí, pues la nueva Jerusalén será la morada de Dios Padre, de Dios Hijo, de innumerables ángeles, de los israelitas redimidos y de la Iglesia de Cristo. Pero ella descenderá del cielo y estará conectada a la tierra, flotará sobre ella.

Apocalipsis 7:15 dice: “Por esto están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo, Y el que está sentado sobre el trono extenderá su tabernáculo sobre ellos”. El templo ya no será un edificio, sino que Dios mismo será el templo. En Hebreos 12:22-24 leemos: “Os habéis acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos, a Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel”.

Sion o Jerusalén celestial es un sinónimo de cielo. Es la ciudad de Dios, la esposa del Cordero. Es habitada por muchos millares de ángeles y por la congregación de los primogénitos, es decir, todos los creyentes renacidos en Cristo desde el Pentecostés hasta el arrebatamiento. Es la residencia de Dios y de los espíritus de los justos hechos perfectos, es decir, los creyentes del Antiguo Pacto. Allí está Jesús. Las demás naciones, que son los redimidos en el Milenio, vivirán en la tierra y participarán de los beneficios de la Jerusalén celestial de manera indirecta. Ella estará abierta para ellos y les brindará un libre acceso.

La Jerusalén celestial también es descrita en Apocalipsis 21:2, como una esposa ataviada para su marido. Leemos en Apocalipsis 22:3: “Y no habrá maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán”. El mundo sería tan lindo si no estuviera bajo maldición. Copacabana, Foz do Iguaçu, la Selva Negra, los Alpes, la fauna, los lagos, los parques naturales, el propio hombre…, ¡todo sería tan hermoso y perfecto! Pero la maldición es la consecuencia del pecado. Todo el mundo está bajo maldición, y esta condición destruye lo hermoso. Sin embargo, como dice Gálatas 3:13, Jesús quitó la maldición, haciéndose a sí mismo maldición en la cruz. En el nuevo mundo de Dios no habrá más pecado ni maldición.

No habrá nada impuro. De acuerdo con Apocalipsis 21:7 y 8: “El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo. Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda”. Apocalipsis 21:27 dice: “No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero”. El libro del Cordero tiene registrado a todos aquellos que recibieron a Jesús por la fe, pero Apocalipsis 22:15 dice: “Mas los perros estarán fuera, y los hechiceros, los fornicarios, los homicidas, los idólatras, y todo aquel que ama y hace mentira”. En estos versículos se hace un nuevo resumen sobre el hecho de que nadie que no tenga el perdón de Dios recibirá entrada a su mundo glorioso, ni en la nueva tierra y, ciertamente, no en el nuevo cielo. Para los pecadores que no se han convertido al Señor, solo queda el lago de fuego.

Dios volverá a habitar entre los hombres, como al principio de la creación, y tendrá la más estrecha comunión con ellos. El cielo y la tierra volverán a estar entrelazados de forma visible. Así como el árbol de la vida fue negado al hombre como resultado de su caída, según ahora según Apocalipsis 22:2 se le da el acceso a él. Y así como un querubín, parado delante del paraíso, bloqueaba la entrada a la humanidad caída, ahora se la invita a pasar. Apocalipsis 22:16-17 dice: “Yo Jesús he enviado mi ángel para daros testimonio de estas cosas en las iglesias. Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana. Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente”.

Y la Biblia concluye, en Apocalipsis 22:20-21, con la perspectiva de un nuevo encuentro: “El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús. La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros. Amén”. Jesús mismo nos garantiza que vendrá de nuevo. Es un tremendo consuelo que debería acompañarnos a lo largo de nuestras vidas. Es la última palabra directa de nuestro Señor. El versículo 21 es una bendición de Juan, inspirada por el Espíritu Santo. A todo esto, solo podemos responder: “Amén; sí, ven, Señor Jesús”.

Al mismo tiempo, estas últimas palabras de la Biblia expresan la expectativa con la que deberíamos vivir: ocuparnos del regreso del Señor Jesucristo, de la profecía bíblica, estudiarla, ajustar nuestras vidas a ella, amarla y vivir en obediencia a ella. El Señor dice en Apocalipsis 22:7: “¡He aquí, vengo pronto! Bienaventurado el que guarda las palabras de la profecía de este libro”. No se trata de comprenderlo todo, a todos nos falta comprender muchas cosas. Se trata de guardar las palabras en el corazón, de meditarlas y de aferrarnos a ellas. Sabemos que hasta que lleguemos a ver a nuestro Señor, su gracia estará con nosotros.

Repasemos algo de lo que hemos visto en estos programas. Toda la Biblia, sus revelaciones pasadas, presentes y futuras, narra la historia de la entrega divina a nuestro favor. Por el primer árbol, el paraíso fue cerrado, por el segundo “árbol”, es decir, la cruz, fue abierto otra vez para nosotros. La humanidad sueña con ir a Marte y ya se busca gente interesada en vivir allí. Por otra parte, quieren establecer campamentos en la Luna y ofrecer vuelos turísticos hacia ese destino. Los hombres buscan planetas donde sea posible vivir. Pero es un salto a lo incierto y, al fin y al cabo, una búsqueda en vano. Jesús es el hombre de Dios, es la garantía de que el paraíso volverá, el fundamento de este nuevo mundo, la llave y la puerta que conduce a este.

¿Cuántas lágrimas ha derramado nuestro mundo en el correr de su historia?: lágrimas de tristeza, de horror, de sufrimiento, de dolor, por injusticias, guerras, enfermedades, celos, enojo e ira. Pero en el cielo y tierra nueva no existirá el llanto. El mundo sería tan lindo si no estuviera bajo maldición. La fauna, los lagos, los parques naturales, el propio hombre, ¡todo sería tan hermoso y perfecto! Dios volverá a habitar entre los hombres, como al principio de la creación, y tendrá la más estrecha comunión con ellos. Según Apocalipsis 21:3 el cielo y la tierra volverán a estar entrelazados de forma visible.

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