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Autor: William MacDonald

Ya que Dios es Espíritu, es invisible a los ojos mortales. La pregunta inevitable es: ¿Le veremos en el cielo? Dios es amor. Esto es una descripción, no una definición. No adoramos al amor


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PE2257 – Estudio Bíblico
Dios es Espíritu, Dios es Amor (1ª parte)



¿Cómo están amigos? En este mensaje de William MacDonald, comenzamos a hablar hoy de los: Atributos Intransferibles de Dios.

Una versión de Efesios 5:1 dice así: “Como los hijos imitan a sus padres, así vosotros, como hijos de Dios, debéis imitarle”.

Dios Es Espíritu

Así nos dice Juan 4:24: “Dios es Espíritu; y los que le adoran,
en espíritu y en verdad es necesario que adoren”.

Cuando decimos que Dios es Espíritu, queremos decir que Él es un Ser espiritual que no mora en un cuerpo material. Estamos tan acostumbrados a pensar en las personas en relación con los cuerpos, que se nos hace difícil el imaginar a alguien viviendo sin cuerpo. Pero, los ángeles no tienen cuerpo físico, excepto en las raras ocasiones cuando aparecen en forma humana. Y nosotros viviremos sin cuerpo después de morir (como vemos en 2 Co. 5:8) –por lo menos hasta la resurrección de los justos.

El hecho de que Dios es Espíritu no niega Su personalidad. Él es una Persona con intelecto, emociones y voluntad –los componentes de la personalidad.

Ya que Dios es Espíritu, es invisible a los ojos mortales (como dice 1 Ti. 6:16). Aun así, en los tiempos del Antiguo Testamento, Él manifestó Su presencia en la nube de gloria o shekinah. También se hizo visible como el Ángel de Jehová, el cual generalmente se cree que es el Señor Jesús, en apariencia preencarnada.

En el Nuevo Testamento Dios se hizo visible en la persona del Señor Jesucristo. Es así que en Jn. 1:18 leemos: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer”. Y más tarde, en Jn. 14:9 vemos que Jesús dijo: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”.

La gloria de Dios es velada siempre que Él se aparece a los humanos. Sería imposible que la humanidad no redimida mirase a la gloria de Dios y viviese. Jacob estaba sorprendido de sobrevivir después de haber visto a Dios (según leemos en Gn. 32:30). Y el Salvador prometió que los de limpio corazón verán a Dios (en Mt. 5:8).

Todo esto nos lleva a la inevitable pregunta: Si Dios es Espíritu y, por lo tanto, invisible, ¿Lo veremos en el cielo? La respuesta más sencilla es que Jesús es Dios, y ciertamente veremos a Jesús en el cielo.

Pero, quizás hay más. En el cielo no padeceremos las limitaciones de este cuerpo terrenal. Tendremos poderes que ahora no podemos imaginar. Aunque no podemos ver a Dios con estos ojos mortales, ¿no es posible, como un joven sugirió, que en el cielo tengamos ojos más grandes? No podemos errar al confiar en la promesa absoluta del Señor Jesús: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios”.

El hecho de que Dios es Espíritu tiene lecciones prácticas para nosotros. Hablando a la mujer samaritana, en Jn. 4:24, el Señor Jesús dijo: “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren”. Los pensamientos de la mujer en cuanto a la adoración estaban centrados en un templo tangible, sobre un monte visible (Gerizim), con ayudas materiales para la adoración. Jesús le dijo: “La hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren”.

La verdadera adoración no está confinada a ningún lugar o edificio en la tierra. No tiene nada que ver con vitrales, indumentaria eclesiástica, velas, liturgias o incienso. Más bien, con la adoración genuina; pasamos de la tierra al cielo por fe, y allí, en la presencia de Dios, derramamos nuestra alma en acción de gracias, alabanza y homenaje al Señor por todo lo que Él es y por todo lo que Él ha hecho por nosotros.

Emerge otro deber del hecho de que Dios es Espíritu y, por lo tanto, invisible. Lo encontramos al comparar Juan 1:18 y 1 Juan 4:12. En Juan 1:18, leemos: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer”. En otras palabras, cuando Cristo estaba sobre la tierra, Él mostró al mundo cómo es Dios. Entonces en 1 Juan 4:12, leemos: “Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros”. El pensamiento aquí revelado es que ahora nuestra responsabilidad es mostrar al mundo cómo es Dios. El Salvador ya no está presente corporalmente en el mundo. Pero cuando nos amamos unos a otros, Dios mora en nosotros, y el mundo recibe una demostración práctica del Dios invisible. Nuestra responsabilidad es impresionante.

Alguien escribió estas palabras:

Tú eres Espíritu, glorioso y majestuoso Dios,
Te amamos, Señor, aunque verte no podemos.

Ante Tu trono real, de Tu gracia ahora trofeos,
En espíritu y verdad, nos postramos y adoramos.

Veamos ahora algo de Su Maravilloso Amor

“Dios es amor”, así dice 1 Juan 4:16.

El amor de Dios es Su afecto tierno y Su profunda preocupación por el bien de los demás. Esto implica una fuerte ligadura emocional y una entrega que se manifiesta dando. Así, en Jn. 3:16, leemos que: “de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito”, y en Ef. 5:25: “Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella”. Cuando leemos que “Dios es amor”, estamos leyendo una descripción, no una definición. No adoramos al amor, como algunos hacen, sino que adoramos al Dios que es amor.

J. I. Packer define el amor de Dios como “un ejercicio de Su bondad para con los pecadores individuales, por el cual, habiéndose identificado con el bienestar de los mismos, ha dado a Su Hijo para que fuese su Salvador, y ahora los induce a conocerlo y a gozarse en Él en una relación basada en un pacto”.

Pero, mientras más intentemos definirlo, necesitamos un vocabulario mejor, más amplio. Nuestro diccionario presente no es adecuado. No hay suficientes adjetivos –simples, comparativos y superlativos. Nuestro lenguaje queda totalmente empobrecido. Las palabras individuales quedan avergonzadas. Tan sólo podemos llegar hasta allí, y entonces no podemos decir más que: “Aún no se ha dicho ni la mitad”. El tema deja exhausto a todo lenguaje humano. Comencemos, entonces, en el próximo programa, porque el tiempo se ha acabado, a hablar de un tema que nunca se acabará.

Porque el amor de Dios es eterno; es el único amor que no tiene principio. Además, es constante y duradero. Y nuestra mente lucha cuando intenta comprender este inagotable amor divino.

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