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Autor: Ger de Koning

¿Qué tiene que ver un cristiano en su vida diaria con la Ley? Acerca de esto existen dos conceptos. Hay cristianos que opinan que la Ley nos fue dada para que, en agradecimiento por nuestra salvación, la cumplamos. Otros cristianos opinan que la Ley no tiene validez para los cristianos. Estos últimos quieren vivir sólo en base a la gracia. Como entre los cristianos sinceros se encuentra tanto una como otra opinión, y se trata, con sinceridad, de vivir según lo que se cree, es bueno investigar lo que la Palabra de Dios dice acerca de la Ley.


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PE2319 – Estudio Bíblico
El cristiano y la ley (1ª parte)



Amigos, un gusto estar nuevamente con ustedes. Que uno no puede ganarse la salvación cumpliendo los mandamientos es algo que, en general, lo reconocen todos los cristianos ortodoxos. Sólo pueden ser salvos aquellos que – con sincero arrepentimiento de sus pecados – aceptan al Señor Jesucristo por la fe. En este punto difícilmente se pueden tener opiniones diferentes, al menos no, si uno quiere escuchar lo que dicen las Escrituras, ya que en ellas dice, repetidamente, que por las obras de la Ley ninguna carne es justificada delante de Dios (por ejemplo, en Romanos 3:20 y 28; en Gálatas 2:16; y 3:11; y en Efesios 2:8 y 9).

Otra cosa es cuando se trata de la pregunta: ¿Qué tiene que ver un cristiano en su vida diaria con la Ley? Acerca de esto existen dos conceptos. Hay cristianos que opinan que la Ley nos fue dada para que, en agradecimiento por nuestra salvación, la cumplamos. Otros cristianos opinan que la Ley no tiene validez para los cristianos. Estos últimos quieren vivir sólo en base a la gracia. Como entre los cristianos sinceros se encuentra tanto una como otra opinión, y se trata, con sinceridad, de vivir según lo que se cree, es bueno investigar lo que la Palabra de Dios dice acerca de la Ley.

Sabemos (por Éxodo 9 y 20) que la Ley fue dada al pueblo de Israel en el Sinaí, después que el mismo fue liberado de la esclavitud en Egipto (como vemos en Éxodo 12 al 14). Antes de ese tiempo no existía la Ley. Esto lo deja en claro Pablo, al decir en Romanos 5:13 y 14: “Pues antes de la Ley, había pecado en el mundo… No obstante, reinó la muerte desde Adán hasta Moisés”. De modo que existió un tiempo antes de la Ley, tiempo en que reinaba la muerte. Que la Ley es válida desde Moisés está claro, porqué fue dada a través de él (como leemos en Juan 1:17). Que la Ley, supuestamente, tenga efecto retroactivo a partir de Adán, es algo que no está fundamentado por las Escrituras.

Ahora, surge la pregunta de por qué fue dada la Ley. Justamente, esta pregunta es la que planteó Pablo en su carta a los gálatas, capítulo 3, versículo 19: “¿Para qué sirve la Ley?” Él mismo inmediatamente da la respuesta: “Fue añadida a causa de las transgresiones.” Esto significa que los pecados, que ya siempre existieron, ahora pesan más porque la persona que peca transgrede una Ley explícita. Ya no nos podemos acoger a la falta de conocimiento, porque la Ley ha determinado claramente lo que es pecado.

Toda persona, por lo tanto, sabe lo que tiene que hacer y lo que no tiene que hacer, para poder vivir. El propósito de la Ley es, en forma resumida: la persona que la cumple, vivirá: “Yo Jehová” (dice en Levítico 18:5). La añadidura “Yo Jehová”, enfatiza que, para poder tener una relación con el Dios vivo, uno tiene que cumplir la Ley. ¿Alguien, alguna vez, habrá tenido una relación con Dios a través del cumplimiento de la Ley? ¿Alguien, alguna vez, habrá recibido vida a través del cumplimiento de la Ley? El testimonio de las Sagradas Escrituras es claro: nadie es justo, y nadie puede alcanzar la gloria de Dios, o sea, llegar a entrar allá (según Romanos 3:10 y 23).

Sólo existió una persona que mereció la vida: Jesucristo, el justo. Él cumplió totalmente la Ley. Pero, ¿qué vemos en Él? Él permitió ser convertido en maldición, la maldición que afecta a todo aquel que no cumple “todas las cosas escritas en el libro de la Ley, para cumplirlas” (como vemos en Gálatas 3:10 al 13). Quien reconoce que no puede cumplir la Ley, y por la fe se entrega a Cristo como garante por sus pecados delante de Dios, para esa persona Cristo es el fin de la Ley (como lo asegura Romanos 10:4).

Esto último significa que, con la venida de Cristo a la tierra, vino el fin de la Ley: ésta ya no es el medio para la justificación. Ahora, Dios sólo puede justificar a una persona si la misma, por la fe, reconoce que necesita a Cristo. Para tal persona, la Ley ya no es más el medio para la justificación, porque la Ley ha cumplido su propósito cuando uno se da cuenta que es imposible ser justificado por la misma. Quien deja de lado su propio esfuerzo y mira a lo que Cristo hizo, y lo cree, ése se somete a la justicia de Dios.

La Ley: ¿es para Israel y las naciones? Hemos visto hasta ahora que la base sobre la cual Dios justifica a una persona no es la Ley, sino sólo la fe en Cristo. Entender esto es estar de acuerdo con las Escrituras, que dicen en Gálatas 2:16: “… el hombre no es justificado por las obras de la Ley, sino por la fe de Jesucristo”.

No obstante, se pueden plantear algunas preguntas importantes con respecto a la Ley: ¿A quién fue dada la Ley? En realidad, ¿para quién la había destinado Dios? En el Monte Sinaí, Moisés dio la Ley al pueblo de Israel. Ese acontecimiento histórico es la respuesta. La Ley fue dada a Israel. Pero, podríamos preguntar: Aquello que era válido para el pueblo de Dios del Antiguo Testamento, ¿no es igualmente válido para aquellos que hoy forman el pueblo de Dios? Para esta pregunta, encontramos una clara respuesta en Hechos 15. (Es bueno tomarse el tiempo para leer el pasaje.)

Hechos 15 se trata de la constatación de que nadie puede alcanzar la salvación a no ser por la fe en Jesucristo, y esto sin condiciones adicionales. En el versículo 1, leemos que judíos creyentes (cristianos judíos) fueron de Judea a Antioquía. Ellos habían oído de la obra de Dios entre las naciones. Estos judíos, que todavía vivían según las exigencias de la Ley, habían ido para imponer a los creyentes de entre las naciones esas mismas exigencias. Declaraban, enérgicamente, que los creyentes de entre los gentiles no podrían ser salvos si no cumplían las exigencias de la Ley.

Los cristianos judíos eran fanáticos de la Ley. Para ellos, el cristianismo era la continuación del judaísmo, sólo que ahora se le agregaba la fe en el Mesías Jesucristo. Para ellos las congregaciones entre las naciones, eran congregaciones de prosélitos (gentiles que se habían convertido al judaísmo). Ellos consideraban a estos creyentes de entre las naciones, como personas que se habían pasado al judaísmo. Para ellos no existía ninguna otra cosa más que el judaísmo. Pero estaban equivocados, ya que el cristianismo es algo totalmente nuevo que no tiene nada en común con el judaísmo.

La falsa doctrina de los cristianos judíos trajo confusión y muchas discusiones. Pablo y Bernabé vieron que su trabajo entre las naciones estaba en peligro, y protestaron enérgicamente contra esta falsa doctrina. Afortunadamente, los hermanos en Antioquía tenían tanta confianza en Pablo y en Bernabé, que decidieron que los dos debían ir, juntamente con algunos otros hermanos, a Jerusalén, para allí presentar el asunto a los apóstoles y ancianos.

También en Jerusalén hubo mucho intercambio de opiniones. Después que hablaron Pedro, Bernabé y Pablo, fue Jacobo quien tomó la palabra (como vemos en los versículos 13 al 20). Él era el líder de la iglesia en Jerusalén, y tenía, por eso, una posición especial. Sus palabras eran decisivas en esta discusión sobre la importancia de la Ley para las naciones. Todos sabían de su gran fervor por la Ley. Si él decía que las naciones no necesitaban cumplir la Ley, esto haría callar a todos los fanáticos de la misma.

Jacobo se refirió primeramente al informe de Pedro, y mencionó “cómo Dios visitó por primera vez a los gentiles para tomar de ellos pueblo para su nombre”, confirmando este actuar de Dios con una cita del profeta Amós. Luego, llegó a la sentencia: “que no se inquiete a los gentiles que se convierten a Dios”. Con “no se inquiete”, quería decir que no se les podía imponer el yugo de la Ley. Las naciones tienen su propio lugar en los caminos de Dios, ellos están libres del compromiso de hacerse judíos y de cumplir la Ley.

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