Él dijo: Renuncien a Todo (2ª parte)

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16 febrero, 2012

Él dijo: Renuncien a Todo

(2ª parte)

Autor: William MacDonald

La palabra discípulo ha sido por demás utilizada, y cada usuario le ha dado el significado de su conveniencia. El autor de este mensaje nos lleva a examinar la descripción de discipulado que presentó Jesús en sus enseñanzas, la cual se halla también en los escritos de los apóstoles, para que aprendamos y descubramos más acerca de este concepto.



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PE1800 – Estudio Bíblico
Él dijo: Renuncien a Todo (2ª parte)



¿Cómo están amigos? En el programa anterior vimos que este tema está basado en Lucas 14:25 al 35, y que éste debe ser uno de los pasajes menos populares de la Biblia. Destacamos que allí se habla del servicio, y que el Señor quiere discípulos y no sólo decisiones, calidad y no cantidad. Cristo debe estar en el primer lugar en nuestras vidas y eso significa, en comparación, odiar todas las demás cosas. Después de algunos ejemplos, llegamos al de Charles Spurgeon, el cual retomamos ahora, para después seguir adelante.

Cuando Spurgeon era joven, tuvo que ir de lugar en lugar para encontrar un edificio lo suficientemente grande para recibir a las multitudes que venían a escucharle. Tenía poco más de veinte años cuando predicó en el Exeter Hall. El lugar estaba repleto. Él estaba comprometido y a punto de casarse con una joven llamada Susan Thompson. Esa noche, él estaba en casa de ella y, luego, se dirigieron juntos al Exeter Hall para la reunión. Cuando llegaron allí, él se apresuró a salir del vehículo. Había una enorme multitud de gente. La policía trataba de regular el fluir del tránsito, pero le resultaba extremadamente difícil. Spurgeon tuvo que abrirse camino entre la multitud para llegar al salón. Estaba tan impresionado con la enorme cantidad de gente a la que debía predicarle el evangelio, que olvidó prácticamente todo, excepto su sentido de responsabilidad. Así que se abrió camino entre la multitud para, finalmente, llegar a la plataforma y dirigir la reunión.

Cuando todo había terminado recordó que había llegado al salón en compañía de alguien más, pero la había perdido por completo entre la multitud. Trató de pensar si la había visto entre la congregación. Luego, recordó que no la había visto. Temió que estaba en problemas, así que después de la reunión se dirigió muy aprisa a la casa de la Srta. Thompson. Al llegar allí le dijeron que no quería verlo. Ella estaba arriba, sollozando. Se había imaginado que ella era mucho más importante que toda la multitud. Él insistió en verla, y finalmente ella bajó.

Él le explicó su posición: “Estoy muy apenado, pero debemos entendernos en esto. Yo, en primer lugar, soy siervo de mi Maestro. Él siempre debe estar en primer lugar. Creo que viviremos muy felices si tú estás dispuesta a tomar el segundo lugar, pero siempre debe ser el segundo lugar con respecto a Él. Mi obligación en primer lugar es para con Él.”

Años más tarde, cuando aquel gran ministerio había culminado, la Sra. Spurgeon dijo que aquel día había aprendido una lección inolvidable. Aprendió que había Alguien que tenía el primer lugar en la vida de su esposo. Ella tendría el segundo. Esa es una exigencia muy alta, ¿no es cierto? Pero, es la exigencia de la Biblia. Cristo demanda el primer lugar.


Éste parece ser el significado de la bendición de Moisésa Leví, que encontramos en Dt. 33:9:“Quien dijo de su padre y de su madre: Nunca los he visto; y no reconoció a sus hermanos, ni a sus hijos conoció”. Cuando los Israelitas adoraron el becerro de oro, los hijos de Leví se pusieron del lado de Dios al destruir a sus propios parientes (así leemos en Ex. 32: 26 al 29). En realidad, el hombre que coloca a Cristo primero, es la mejor clase de esposo y padre con la que se puede vivir.

Veamos ahora que el versículo 26, de Lucas 14, termina con las palabras:“Sí, y su propia vida también”.Para mí, ésta es la parte más difícil del pasaje. Debemos poner a Cristo, también, por encima de nosotros mismos. Pablo hizo exactamente eso. Vemos en Hechos 20:24, que él pudo decir:“Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del evangelio de la gracia de Dios”.


Con respecto a la tribulación de los santos, en Apocalipsis 12:11 se dice:“y menospreciaron sus vidas hasta la muerte”.Y, en Juan 12:24 y 25, nuestro Señor deja esto bien en claro:“… si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere lleva mucho fruto. El que ama su vida, la perderá, y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará.”

T. G. Ragland, uno de los misioneros pioneros, fue quien dijo: Si rehusamos ser granos de trigo que caen al suelo y mueren; si no sacrificamos nuestros proyectos ni arriesgamos nuestro carácter, ni dejamos a un lado nuestras propiedades y riquezas; y si al ser llamados no dejamos a un lado el hogar y rompemos los lazos familiares por amor a Cristo, entonces, permaneceremos solos. Pero, si queremos dar fruto, debemos seguir a nuestro bendito Señor convirtiéndonos en un grano de trigo que muere, para, entonces, dar mucho fruto.

El versículo 27, de Lucas 14, dice así:“Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo”.La cruz, no se refiere a cosas como la artritis o a un esposo quejoso. Significa elegir deliberadamente la senda del rechazo, la vergüenza, el sufrimiento, la pobreza, la soledad, la traición, la negación, el odio, los insultos, la persecución, la agonía mental e, incluso, la muerte por amor a Cristo. Un hombre le advirtió a su amigo misionero cuando salía al extranjero: “No vayas, puede que mueras”. La respuesta fue: “Ya he muerto”.

Un clásico de los anales de la Guardia Costera de Estados Unidos, es la historia del Capitán Pat Etheridge, de la Estación Cape Batterne. Una cierta noche en que les azotaba un huracán, el vigía vio la señal desesperada de un barco que había encallado en el peligroso Diamond Shoals, diez millas mar adentro. El capitán ordenó que alistaran los botes salvavidas. Fue entonces que una persona protestó: “Capitán Pat, podemos salir, pero, puede que nunca volvamos”. “Muchachos”, fue la respuesta que ha trascendido: “no tenemos que volver”.


El Señor Jesús nos ha dado una orden de marcha. Él ha ordenado que el evangelio debe ser predicado en todo el mundo. No les ha prometido a los mensajeros momentos fáciles. No nos ha dado la seguridad de un viaje seguro de regreso a nuestro cuartel, pero sí dijo: “Id”.

El patriota italiano Garibaldi, puesto en pie sobre las huellas de San Pedro, en Roma, dijo a los hombres que estaban reunidos a su alrededor: No les ofrezco ni paga ni provisiones; les ofrezco hambre, sed, marchas forzadas, batallas y muerte; únicamente aquel que ame a este país con todo su corazón, y no con sus labios, debe seguirme.

Sir Ernest Shackleton, un explorador de la Antártida, puso un aviso en un periódico de Londres: “Se buscan hombres para viaje intrépido. Poca paga, mucho frío, largos meses de completa oscuridad, peligro constante, regreso a salvo poco probable. Honor y reconocimiento en caso de éxito”. Todos volvieron vivos y recibieron honor y reconocimiento.


Cuando, voluntariamente, aceptamos las circunstancias adversasde la vida como instrumentos de muerte para el egoísmo y la existencia egocéntrica, entonces estamos cargando nuestra cruz.


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