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Autor: Norbert Lieth/René Malgo

¿Existe el infierno? Pareciera que la clásica doctrina del infierno estuviera más lejos de la realidad que nunca antes. El infierno no fue pensado para los humanos – y los humanos no fueron hechos para el infierno. De ningún modo nos produce una profunda y sádica alegría hablar sobre el infierno. Pero, lamentablemente es necesario.


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PE2325 – Estudio Bíblico
El infierno de Dante (1ª parte)



¿Cómo están amigos? Les saludo en el amor de Jesucristo! Un clasico tema de la literatura, es: El infierno de Dante. Pero, ¿Existe el infierno?

750 años después del nacimiento de Dante Alighieri, pareciera que la clásica doctrina del infierno estuviera más lejos de la realidad que nunca antes.

El infierno es terrible y sí existe, pero no necesariamente como lo describe Dante en su Divina Comedia. Escuche al respecto “Lo que Dante no sabía”, y vea cómo la condenación eterna, el amor de Dios, y la justicia, son compatibles. En caso de quedarle preguntas, pueden comunicarse con nosotros, y serán contestadas desde una perspectiva bíblica no adulterada.

Veamos: Lo que Dante no sabía

El infierno no es necesariamente como se lo imaginan los poetas, pintores, filósofos, o aun algunas instituciones eclesiásticas.

En mayo o junio de 1265 vio la luz de este mundo Dante Alighieri, quien fue conocido como uno de los más grandes poetas y filósofos de la Edad Media. Él fue para la lengua italiana lo que Martín Lutero, unos cien años después, sería para la lengua germánica.

Pero, así como Lutero tradujo una Biblia y, casi de pasada, introdujo una lengua alemana unificada, Dante compuso algo muy diferente, para hacer del italiano un lenguaje literario reconocido: la así llamada Divina Comedia. En la misma, Dante describe su viaje (ficticio), con el poeta romano Virgilio, a través de los tres reinos del más allá: infierno, purgatorio y paraíso. Por un lado, Dante se dejó inspirar por las ideas sobre infierno y cielo de su tiempo, por otro lado, su propia obra, más tarde, caracterizaría fuertemente los conceptos de la condenación eterna.

El mundo denominó a la Divina Comedia, en diciembre de 2014, como “La vuelta por el infierno más famosa del mundo”. En círculos de expertos, hasta el día de hoy es considerada como una de las obras más grandes de la literatura mundial. Y contendría prácticamente todo “lo que Hollywood hoy separa en diversos sub géneros de películas relevantes, terror, zombis y catástrofes”, según escribe Marc Reichwein en welt.de.

Lo que llegó a ser más famoso es la frase del Tercer Canto de la comedia, que está escrita sobre el portón del infierno: “Abandonad, los que aquí entráis, toda esperanza.” Y éstas son palabras verídicas, a pesar de todas las “libertades artísticas” que el poeta italiano se toma en otras partes.

Hay cristianos honorables que rechazan la doctrina del infierno, o al menos la restringen (ellos argumentan que la condenación no dura eternamente, o que sencillamente contiene la extinción del ser). Ellos ven lo terrible que es estar perdidos por siempre, sin esperanza, y les es imposible equiparar eso con un Dios que es amor. Pero, existe un gran problema, como escribe el profesor de Biblia Randy Alcorn: “Puede que nos vanagloriemos de ser muy llenos de amor, como para creer en el infierno. Pero cuando decimos eso, blasfemamos a Dios, porque estamos afirmando ser más llenos de amor que Jesús – más llenos de amor que Aquél que, en Su increíble amor, tomó sobre Sí el castigo más completo por nuestro pecado.”

Éste es el problema ante el cual se encuentra cada cristiano. Si se denomina cristiano, según su Redentor, obligadamente también debe creer lo que Cristo creyó. Porque es un hecho indiscutible – a pesar de todos los clichés sobre el infierno – que nadie ha hablado más sobre la condenación eterna que Jesucristo mismo, quien vino para salvarnos de ella.

De ningún modo nos produce una profunda y sádica alegría hablar sobre el infierno. Pero, lamentablemente es necesario. Justamente en nuestros días, en que el razonamiento político correcto ha sido elevado a virtud, pareciera que la doctrina de la condenación eterna ya es imposible de equiparar con valores básicos como amor y misericordia. Y aún así: en la Biblia, y para Jesús mismo, éstos no eran campos de tensión.

Ya el Antiguo Testamento testifica de la gran diferencia entre la redención eterna y la perdición eterna. Un gran ángel, enviado por Dios, explicó a Daniel el futuro de su pueblo, y dijo entre otras cosas, en el capítulo 12, versículo 2, de su libro: “Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua”.

Aquí ya vemos que tanto los redimidos como también los perdidos despertarán para la eternidad. En Mateo 25:46, Jesús contrasta el “castigo eterno” con la “vida eterna”. Según esto, el castigo dura tanto como la vida eterna. Esto también lo enfatiza Pablo en Romanos 2:6 al 11, donde compara la “vida eterna” con la “ira y el enojo”. O sea, “ira y enojo” o “vida eterna„. Si el infierno tiene un final – como a algunos les gustaría creer – entonces también el cielo tendría un final – y eso a nadie le gusta creerlo.

Apocalipsis 21 al 22 confirma esta verdad aterradora. Después del último juicio, después de la conclusión, cuando Dios sea todo en todos (según 1 Corintios 15:28), durante el nuevo cielo y la nueva tierra, aun continuará existiendo “la segunda muerte”, un “afuera”, un “lago que arde con fuego y azufre”, donde estarán los “incrédulos”, como Juan lo enfatiza tres veces (en Apocalipsis 21:8 y 27; y 22:15).

Lo importante es, en este contexto, sin embargo, la indicación de que en la Biblia, a menudo, la “vida eterna” es mencionada primero. La vida es la meta de Dios con el ser humano, no la condenación. El ser humano fue creado para el “paraíso” y la eterna comunión con Dios (como vemos en Génesis 1 y 2; y en Apocalipsis 21 y 22), no para la perdición eterna, que según nuestro Señor Jesús, en realidad, es la prisión futura para el diablo y sus ángeles (como dice Mateo 25:41). Eso, entre otras cosas, también constituye el horror del infierno: es un lugar que no fue pensado para los humanos – y los humanos no fueron hechos para el infierno.

Como ya se ha mencionado, fue nada menos que Jesús quien habló mucho del “infierno” y advirtió del mismo. Aquí citamos sólo un pasaje más de entre muchos, el de Mateo 19:28: “Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno“.

En la Biblia existen diversos términos para el estado del ser humano en el más allá. Entre otros, por ejemplo, habla del reino de los muertos, que en el Antiguo Testamento es denominado “seol” y en el Nuevo Testamento “Hades”. A este lugar no lo deberíamos confundir con el infierno. El reino de los muertos es el lugar de estadía de las almas de aquellos que no conocen a Dios como su Padre, y que allí esperan el juicio final. Los términos “paraíso” (en Lucas 23:43), “seno de Abraham” (en Lucas 16:22), o “debajo del altar” (en Apocalipsis 6:9), no obstante, designan el lugar de las personas convertidas, creyentes en Jesucristo, antes de su resurrección física. El término “infierno” (en la lengua bíblica “gehena”), sin embargo, se refiere al lugar a donde los incrédulos – o sea las personas no convertidas – irán, recién después del juicio final (como leemos en Apocalipsis 20:12 y 13). De modo que el infierno – contrariamente a los conceptos populares –aún no está ocupado actualmente.

Queda abierto, según pensamos, el tema de si el infierno verdaderamente es un “lago de fuego” literal, según nuestro pensamiento limitado. Lo seguro es que no tiene nada que ver con el purgatorio. Pero, lo que sí es cierto, sin embargo – y no podemos decirlo de otra manera – es que es un lugar de sumamente miserable (según Apocalipsis 20:10). Y justamente Jesucristo, el Salvador del mundo, llamó la atención repetidamente a este infierno, con gran seriedad, y también Él es Aquél que tiene el poder de enviar a una persona a ese lugar.

No solamente Jesucristo, el Hijo de Dios mismo, sino también el apóstol Pablo advirtió claramente de la perdición eterna. Él escribió, en 2 Tesalonisenses 1:8 y 9, que Jesucristo regresará “en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo; los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder”.

Lo atemorizante es que, según Pablo, Dios dará a los que Le rechazaron exactamente aquello que siempre quisieron: impiedad. Para decirlo en forma exacta, Dios quita a los condenados “de la presencia del Señor y de la gloria de su poder”. Es por eso que muchos intérpretes creen que términos tales como “oscuridad extrema” o “lago de fuego” son imágenes de esa realidad de estar lejos de Dios. Esto podría hacer que muchos suspiraran con alivio, o sea aquellos que no desean otra cosa sino estar alejados del “Dios de los cristianos”. Esto es una reacción fatal. Porque si las palabras utilizadas en la Biblia realmente son simbólicas, igual señalan algo que es, por lo menos, tan terrible como la imagen misma.

Hoy, aquí en la tierra, cada ser humano vive ante la presencia del Señor y gracias a la gloria de Su poder. “Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos” (nos dice Hechos 17:28). Ése ya no será el caso en el infierno. Y esto también significa que en esa perdición eterna ya nadie podrá convertirse a Dios. Porque, para eso, las personas necesitan la obra de convicción del Espíritu Santo (Juan 16:8), para atraerlo al Padre (Juan 6:44), y a la búsqueda del Hijo (Lucas 19:10).

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