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Título: El Llamado al disipulado

Autor: Dave Hunt
PE1445

El evangelio es simple y preciso, no dando margen a interpretaciones erróneas ni concesiones. No puede ser negociado, ni cambiado a gusto de los tiempos y las culturas. No existe otra esperanza para la humanidad, ni ninguna otra manera de ser perdonados y llevados de nuevo a la presencia de Dios, excepto por esta puerta estrecha, y por este camino angosto. Pues el mismo Señor Jesús nos dice que cualquier camino más largo lleva a la destrucción.


 

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Qué placer poder saludarlos otra vez queridos amigos ! Comenzamos con el tema: El Llamado al Discipulado, leyendo en Mateo 28:19 y 20: «Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo».

Vemos en la Palabra de Dios que a los pecadores perdidos se les ofrece el perdón de todos sus pecados (pasados, presentes y futuros) y vida eterna como un don gratuito de la gracia de Dios, por virtud de la obra completa de redención que Cristo llevó a cabo en la cruz y en la resurrección de su cuerpo. Para recibir estos regalos, cuyo valor no se puede calcular, uno necesita creer el evangelio: Que se es pecador y por consiguiente merecedor del juicio de Dios, y que se es incapaz por el esfuerzo propio, los ritos religiosos, o cualquier otro medio, de ganar o merecer, incluso en parte, la salvación; y que Cristo pagó toda la deuda que demanda la justicia de Dios por los pecados del hombre. Por supuesto, uno debe creer el evangelio no meramente como un hecho histórico, sino al punto de colocar la fe completamente en el Señor Jesucristo como Salvador personal por toda la eternidad.

Cristo envió a sus discípulos a predicar las buenas noticias del evangelio, a todos, en todas partes. Este mandamiento a sus primeros seguidores se ha llegado a conocer como la «»Gran Comisión.’ Está presentada en dos formas: En Marcos 16:15 dice: «»Id por todo el mundo y predicad el evangelio’; y en Mateo 28:19 y 20: «»haced discípulos’. Aquellos que predican el evangelio deben discipular a aquellos que lo creen. El nacer de nuevo por el Espíritu de Dios en Su familia (como se menciona en Juan 3:3 al 5; y en 1 Juan 3:2), hace que los convertidos comiencen una nueva vida como seguidores de Cristo, deseosos de aprender de Él y obedecer a Aquél con quien ahora tienen una deuda tan infinita de gratitud.

Cristo advirtió que algunos aparentemente recibirían el evangelio con gran entusiasmo sólo para enredarse en el mundo después, desanimarse y desilusionarse. A la larga se volverían atrás de lo que es seguirlo a Él. Muchos mantendrían una fachada de Cristianismo sin tener una realidad interna, engañándose quizás hasta a ellos mismos. Nunca están convencidos del todo en sus corazones, no obstante no están dispuestos a admitir su incredulidad. Como dijo Pablo en 2 Corintios 13:5: «»Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe’.

Para aquellos que son genuinos seguidores, son demasiado pocos los que pueden presentar una razón de la fe que hay en ellos (de lo cual se habla en 1 Pedro 3:15). ¿Cuántos cristianos son capaces de persuadir convincentemente a un ateo, a un budista, un hindú, un musulmán, o a un seguidor de la Nueva Era, con abrumadoras evidencias y sanas razones provenientes de las Escrituras? La Palabra de Dios es la espada del Espíritu, pero pocos la conocen lo suficientemente bien como para quitar sus propias dudas, mucho menos para convencer a otros.

Una de las mayores necesidades de la actualidad es una enseñanza bíblica sólida que produzca discípulos que sean capaces de contender «»ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos’ (como dice Judas 3). La fe por la cual debemos contender fue dada por Cristo a los primeros doce discípulos, los cuales debían enseñar a aquellos a los cuales evangelizaban para que «»guarden todas las cosas’ que Cristo les había ordenado.

A través de las sucesivas generaciones de aquellos que han sido ganados para Él, y que en obediencia al Señor han discipulado a otros, esta ininterrumpida cadena de mando llega hasta nuestros días. No es algo para una clase clerical o un sacerdocio especial, sino que cada cristiano hoy en día, así como aquellos que le precedieron, es un sucesor de los apóstoles. ¡Piense por un momento lo que eso significa!

En el corazón mismo del llamado al discipulado hecho por Cristo, está la aplicación diaria de Su cruz en cada vida. Pese a eso, rara vez se escucha en los círculos evangélicos la declaración definida de Cristo, que encontramos en Lucas 14:27 y 33: «»Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí… y no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo’. El llamado al discipulado debe ser enfrentado con honestidad. A través de la cruz morimos a nosotros mismos y comenzamos a vivir para nuestro Señor en el poder de la resurrección (de lo cual habla Gálatas 2:20). Ciertamente, la muerte de Cristo en la cruz hubiera sido un acto vacío si no hubiera traído nueva vida, para ahora y para la eternidad.

La vida de resurrección reconoce que la vieja vida está muerta, y no provee para la carne (así lo leemos en Romanos cap. 6 vers. 4 y 11; y cap. 13 vers. 14). En lugar de promover la famosa autoestima, Dios nos llama a negarnos a nosotros mismos, a amar la verdad y a odiar las necedades, a complacerlo a Él en vez de a otros o nosotros mismos, independientemente del costo que pueda tener en esta vida. A esta vida no le importan las presiones sociales de lo que otros piensen, digan o hagan. Debemos estar completamente persuadidos que lo único que importará cuando estemos delante de él, será la forma en la que Dios piense y lo que Él nos dirá.

Como dijo Jim Elliot, uno de los cinco mártires asesinado en Ecuador en 1956, cuando siendo joven eligió el campo misionero por sobre otras carreras populares: «»No es tonto el que da lo que no puede guardar, para obtener lo que no puede perder.’ Esa elección sólo es lógica para aquel que cree que el tiempo es corto y que la eternidad es infinita. Ese compromiso nos trae un gozo, paz y plenitud celestial que hace que nada terrenal pueda entrar en competición.

A aquellos a los que llamó a una relación salvadora consigo mismo, Cristo les dijo: «»Venid en pos de mí’ (así leemos en Mateo 4:19; 8:22; 9:9; y 16:24). Este sencillo mandamiento, el cual nuestro Señor repitió después de su resurrección (como está escrito en Juan 21:19 y 22) es tan aplicable a los cristianos de hoy día como lo era cuando llamó a sus primeros discípulos.

¿Qué significa seguir a Cristo? ¿Acaso Él prometió que sus seguidores serían exitosos, ricos y de estima en este mundo?

Dios puede otorgarle el éxito terrenal a unos pocos para Sus propósitos. Pero para la generalidad, el Señor declaró que aquellos que fueran fieles a él seguirían Su camino de rechazo y sufrimiento. Así lo dice en Juan 15:18 al 21: «»Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros… El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán…por causa de mi nombre…’.

Ésa fue la suerte de la iglesia primitiva. Con todo, hoy en día el cristianismo se ha popularizado como la llave a «»la buena vida.’ Procuramos atraer a los jóvenes a Cristo diciéndoles que es «»buena onda’ ser un cristiano. La idea de sufrir por Cristo no encaja en la iglesia mundana. Para muchos cristianos en Estados Unidos, versículos como el siguiente de Filipenses 1:29 parecen muy extraños: «»Porque a vosotros os es concedido a causa de Cristo, no sólo que creáis en él, sino también que padezcáis por él’. ¿El sufrimiento nos es concedido? Pablo habla como si fuera un precioso privilegio sufrir por amor de Él. Después de haber sido encarcelados y golpeados, los primeros cristianos estaban «»gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre’ (como leemos en Hechos 5:41). Tal es, en realidad, el compromiso al cual el evangelio nos llama.

Una vez más, Cristo le dijo a Sus discípulos después de Su resurrección: «»Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío’ (así está escrito en Juan 20:21). El Padre envió al Hijo como un cordero al matadero, a un mundo que lo odiaría y lo crucificaría. Y así como el Padre lo envió, así Cristo nos envía a un mundo que según Su promesa, tratará a Sus seguidores como lo trataron a Él. ¿Estamos dispuestos? ¿Es éste su concepto del cristianismo? Si no lo es, entonces piénselo nuevamente y chequéelo con las Escrituras. El «»cristianismo’ popular de hoy en día está más alejado de Él y de Su verdad de lo que nos damos cuenta.

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