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Autor: Esteban Beitze

¿Qué tenía Eliseo en sus manos? Sólo un manto gastado y una vasija de barro con sal. Pero con estos sencillos instrumentos puestos a disposición del Señor, el nombre de Dios fue glorificado. Consagremos lo que somos y tenemos en las manos del Maestro.


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PE2913 – Estudio Bíblico
El llamado de Eliseo (10ª parte)



Dios había elegido a Eliseo a que ocupara el lugar del profeta Elías. Después del traspaso del ministerio al ser arrebatado Elías, Eliseo había hecho una señal al cruzar el río Jordán en seco. Dios lo estaba confirmando por medio de señales. Después de ello, leemos en 2ª Reyes 2:19-22 que sucedió que: “… los hombres de la ciudad (de Jericó) dijeron a Eliseo: He aquí, el lugar en donde está colocada esta ciudad es bueno, como mi señor ve; mas las aguas son malas, y la tierra es estéril. 20 Entonces él dijo: Traedme una vasija nueva, y poned en ella sal. Y se la trajeron. Y saliendo él a los manantiales de las aguas, echó dentro la sal, y dijo: Así ha dicho Jehová: Yo sané estas aguas, y no habrá más en ellas muerte ni enfermedad. Y fueron sanas las aguas hasta hoy, conforme a la palabra que habló Eliseo”.

La segunda señal hecha por el profeta fue la sanidad del agua. Los moradores, al ver el poder del hombre de Dios, le comentan su necesidad. Quisiera analizar este pasaje y ver tres cosas:

1) La maldición:

Bien sabemos lo imprescindible que es el agua para la gente, y más aún, si esta no sale de la canilla o el grifo en la casa. Tenemos que tener en cuenta, que Jericó había estado bajo la maldición de Dios desde su conquista por el pueblo de Israel con Josué (Jos.6:26). Ahora había gente viviendo allí. Pero el río Jordán estaba a más de 11 km. Era muy complicado el acceso al vital líquido. Y para colmo, la única fuente cercana era mala y producía enfermedad y muerte. Esto también producía esterilidad en las tierras.

Si trazamos un paralelo a la humanidad, al hombre en general y aun a nosotros mismos, vemos estas mismas características. También nosotros estábamos bajo maldición que vino como consecuencia del pecado. Todo lo que hacíamos estaba marcado por la esterilidad, enfermedad y muerte, al punto que estábamos “muertos en nuestros delitos y pecados”. Y a cualquier fuente que acudiéramos, sólo encontrábamos más enfermedad, maldad y muerte. Esto es lo que ofrece el mundo. La realidad de la humanidad en líneas generales es la que caracterizaba al pueblo de Israel según las palabras del profeta Jeremías: “Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua” (Jer.2:13). El hombre busca en soluciones desérticas o en fuentes de agua mala y mortal una satisfacción que nunca obtendrán.

Frente a todo esto, ¿dónde habríamos de encontrar la solución?

2) La intervención

Los pobladores de la ciudad entonces acuden al “varón de Dios”. Así se lo llama 29 veces entre los capítulos 4 y 13. Se había probado que allí había alguien que estaba cerca de Dios y Dios cerca de él.

Por otro lado, el nombre de Eliseo significa “mi Dios es salvación”.

¡Qué poderoso mensaje ya estaba escondido en este nombre y en el portador de este nombre! Los moradores de la ciudad maldita acudieron al único que los podría librar de este estigma y sanar su calamidad.

¿A quién acudimos nosotros para ser sanados de nuestra enfermedad y muerte espiritual?

En Isaías se llama a Jesús: “varón de dolores” (Is.53:3) que habría de ser enviado por Dios. ¿A quién podrá acudir el hombre por salvación sino a Dios? ¿Dónde podrá calmar su sed sino junto al Salvador? Jesús le dijo a la mujer samaritana: “el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (Jn.4:14). Y en Juan 6:35 “Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás”. Sólo junto a Jesús, se puede calmar la sed del alma. En la persona de Jesús tenemos el “varón de Dios” por excelencia.

Eliseo se encontraba en la ciudad de la maldición. Por esto la gente lo pudo buscar por ayuda. Jesús fue el que descendió al mundo de pecado. Él es el “Emanuel, Dios con nosotros” (Is.7:14). Este nombre ilustra a la perfección que Dios en la persona de Jesús, se acercó a la humanidad perdida. Podemos exclamar admirados con el salmista: “… ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites?” (Sl.8:4). “Dios con nosotros” era la esperanza de Israel y ahora se convirtió en nuestra realidad.

3) La bendición

Eliseo se acercó a esta fuente con una vasija nueva con sal. Esta fue echada en la fuente y se convirtió en agua saludable.

Si pensamos en una vasija nueva, lo podemos asociar con el cuerpo santo del Señor que por nosotros fue entregado. De Él dice David en el Salmo 22:15 “Como un tiesto (pieza de alfarería) se secó mi vigor”.

Si pensamos en la sal, recordamos el elemento que era añadido a todas las ofrendas en el Antiguo Testamento. Todas las ofrendas que ofrecía el pueblo de Israel tenían que ir acompañadas por sal. Así lo exigía la ley en Levítico 2:13: “Y sazonarás con sal toda ofrenda que presentes, y no harás que falte jamás de tu ofrenda la sal del pacto de tu Dios; en toda ofrenda tuya ofrecerás sal”.

A su vez, la sal se usaba para conservar y evitar los efectos de la descomposición. La sal también era usada para establecer pactos.

Justamente es esto lo que hizo Jesús también con nosotros. Al venir a este mundo fue en contra del poder descomponedor del pecado, este poder que llevaba a la muerte. Él vino para establecer un pacto con el ser humano. De hecho, vino a establecer un “nuevo pacto”. Así lo dijo Él mismo al instituir la cena, el recordatorio de Su sacrificio en Mateo 26:28 “porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados”.

Pero el precio para llevarse nuestro dolor, la enfermedad del pecado y salvarnos de la muerte eterna consistió en soportar el dolor y pasar por la muerte en nuestro lugar. La “vasija” tuvo que ser quebrada, la “sal” derramada. Como sigue diciendo acerca del “varón de dolores experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Is.53:3-6).

La gente de Jericó creyó en un hombre llamado “mi Dios es salvación” (Eliseo). Nosotros hemos creído en Uno cuyo nombre ya indicaba su objetivo, actuar y logro que es “Salvador”, o sea, como lo anticipa Dios a José: “JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt.1:21). ¿Qué efecto tuvo? Quitó la fuente de maldad y de la muerte, para darnos la vida. Jesús mismo dijo de sí en Juan.7:38: “El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva”. Y también: “… yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Jn.10:10). La entrega y sacrificio del Señor nos trajo la vida en plenitud.

Y de la actividad futura del Señor leemos en Apocalipsis 7:17: “porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará, y los guiará a fuentes de aguas de vida; y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos”. Todo lo marcado por lo malo, la enfermedad y la muerte, al acudir a la Fuente de salvación, al Salvador, será cambiado en bendición, vida y plenitud.

Las señales que acompañaron el ministerio de Eliseo eran una confirmación de parte de Dios, para que el pueblo recibiera al siervo como también su mensaje. Esto lo vemos una y otra vez a lo largo de toda la Biblia. Personajes como por ejemplo Moisés, Josué, varios de los profetas, los discípulos, incluyendo al Señor Jesús mismo se les permitió hacer grandes señales para que ellos y su mensaje fuera reconocido por el pueblo. De Jesús Nicodemo dice: “Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él” (Jn.3:2). Eliseo fue confirmado por Dios al poder realizar maravillosas señales.

Pero, lo mismo le sucede al hijo o a la hija de Dios cuando ocupa el lugar que Dios tiene en Su obra. Cuando empezamos a realizar las obras que Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas (Ef.2:10), podemos contar con la capacitación y confirmación necesaria por parte de Él. Dios empezará obrar cosas increíbles, abre puertas donde sólo hay un muro, abre un camino en seco por en medio del río de las imposibilidades y, sobre todo, produce fruto. Fuentes, o sea vidas, marcadas por lo malo, enfermas y muertas espirituales, son sanadas, vivificadas y se convierten en fuentes de vida eterna para otros. Esto sucede cuando un siervo y una sierva se ponen en las manos de Dios y se dejan usar como y donde Él quiere.

¿Qué tenía Eliseo en sus manos? Sólo un manto gastado y una vasija de barro con sal. Pero con estos sencillos instrumentos puestos a disposición del Señor, el nombre de Dios fue glorificado. Consagremos lo que somos y tenemos en las manos del Maestro, y él se encargará de alimentar las multitudes con un par de “panes y pescados”. Que Dios nos utilice. Amén.

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