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Autor: Esteban Beitze

Como vemos, una de las cosas más destructivas en las relaciones interpersonales e iglesias es el mal uso de la lengua. ¿Quién no ha sido lastimado alguna vez por estos dardos venenosos? ¿Quién no habrá mentido alguna vez?


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PE2922 – Estudio Bíblico
El llamado de Eliseo (19ª parte)



3) Sensibilidad a lo espiritual

Empezamos a estudiar la actitud de la mujer sunamita respecto al profeta Eliseo. En 2ª Reyes 4:8,9 leemos de ella: “Aconteció también que un día pasaba Eliseo por Sunem; y había allí una mujer importante, que le invitaba insistentemente a que comiese; y cuando él pasaba por allí, venía a la casa de ella a comer. Y ella dijo a su marido: He aquí ahora, yo entiendo que éste que siempre pasa por nuestra casa, es varón santo de Dios”. Aparte de ser una mujer sensible a la necesidad ajena, también lo era en relación con lo espiritual.

Por un lado, vemos esto ya en el hecho de tener un corazón lleno de amor para los siervos de Dios en general. Pero luego de haberlo invitado un par de veces a comer llega a la siguiente conclusión: “yo entiendo que éste que siempre pasa por nuestra casa, es varón santo de Dios”.

¡Qué bendición habrá sido para este matrimonio tener a un “varón santo de Dios” en su casa! Recordemos, además, que Eliseo era lleno del Espíritu. ¡La influencia que uno puede recibir de una persona llena del Espíritu es maravillosa!

Me preguntaba, cómo se habrá hecho visible esta realidad.

Aparte de la influencia llena del Espíritu que podrían haber sentido, el hecho que llegara a esta conclusión, probablemente se notaría por las conversaciones las cuales girarían alrededor de temas espirituales. Me imagino que serían conversaciones acerca de Dios, Su Palabra, Su actuar y el servicio que Eliseo pudiera estar realizando. Si pienso en las preciosas historias de las cuales Eliseo fue parte, seguramente habrán llenado el corazón de esta mujer. Quizás se hablaría de la necesidad de dar a conocer a Dios en este pueblo idólatra. Me puedo imaginar que el corazón de este matrimonio se dolería con la idolatría de la sociedad y empezarían a compartir la pasión por la santidad de Dios que trasmitiría el profeta.

No sabemos cuáles fueron los temas de conversación, pero sin lugar a duda, serían temas edificantes.

Cuando meditaba en esto me preguntaba, ¿cómo son nuestras conversaciones cuando nos juntamos a comer con otras personas? ¿De qué, quiénes y cómo hablamos cuando nos juntamos con hermanos de la iglesia?

A veces suele darse que nuestras charlas sólo giran alrededor de la política, el deporte, la economía, muchas veces sólo para criticar o lamentarnos o incluso pelearnos sobre estos temas. Y cuando hablamos de la iglesia y hermanos de allí, ¿no será que muchas veces, los temas que surgen se dirigen a lo negativo, de hablar mal de hermanos? ¡Cuántas veces se habla mal del liderazgo no presente! Suele darse que cuando creyentes de una iglesia se juntan fuera de la misma, por lo que se habla se hace “pastor de la iglesia a la parrilla y la esposa del mismo a la paella”.

La murmuración es un mal endémico que ha destruido muchas familias, ministerios e iglesias. Cuando pensamos en una de las causas que más daño ha hecho entre hermanos e iglesias, tenemos que nombrar la murmuración. Cuando Juan nombra las características negativas del líder Diótrefes dice: “Yo he escrito a la iglesia; pero Diótrefes, al cual le gusta tener el primer lugar entre ellos, no nos recibe. Por esta causa, si yo fuere, recordaré las obras que hace parloteando con palabras malignas contra nosotros…” (3Jn.9,10a).

La expresión “parloteando” (gr. Fluaréo) significa ser palabrero o hablar por hablar, i.e. (por implicación) regañar excesiva o maliciosamente, parlotear en contra, denigrar, burlarse, criticar, hablar necedades.

Diótrefes no controlaba lo que decía; y sus comentarios ácidos y malignos se convertían en acciones perversas. Era un líder de iglesia, pero que con sus murmuraciones dividía a los hermanos, destruía el testimonio de la iglesia y que habría de caer bajo la disciplina divina.

Podemos tomar también un ejemplo del AT para darnos cuenta del efecto pernicioso que conlleva la murmuración. Cuando Israel estaba en el límite de la tierra prometida, enviaron a doce espías para investigar la fertilidad de la tierra y los peligros que tendrían que enfrentar. En realidad, Dios ya había prometido que les entregaría una tierra fértil y también les ayudaría a vencer a los enemigos. Pero frente a lo observado, diez de los espías influenciaron negativamente al pueblo, resaltando en forma maligna todos los inconvenientes que existían.

Dijeron: “…No podremos subir contra aquel pueblo, porque es más fuerte que nosotros. Y hablaron mal entre los hijos de Israel, de la tierra que habían reconocido, diciendo: La tierra por donde pasamos para reconocerla, es tierra que traga a sus moradores; y todo el pueblo que vimos en medio de ella son hombres de grande estatura. También vimos allí gigantes, hijos de Anac, raza de los gigantes, y éramos nosotros, a nuestro parecer, como langostas; y así les parecíamos a ellos” (Nm.13:31-33). Es evidente que expresiones tales como: “no podemos”, “más fuerte que nosotros”, “hablaron mal”, “tierra que se traga a sus moradores” (o sea, los mata), “gigantes” y la percepción final de: “y éramos nosotros, a nuestro parecer, como langostas”, son de lo más contraproducentes para enfrentar una tarea, un conflicto o dificultad.

Si frente a un desafío nos vienen a decir de entrada que no lo podremos hacer o que es demasiado difícil, serán muy pocos los que no se dejarán acobardar. Lo que quiero destacar acá es la expresión: “hablaron mal de la tierra”. Estaban hablando mal de aquello que Dios les quería dar y con ello denigraban a Dios y a sus siervos. El efecto de estas palabras fue terrible: “Entonces toda la congregación gritó, y dio voces; y el pueblo lloró aquella noche. Y se quejaron contra Moisés y contra Aarón todos los hijos de Israel; y les dijo toda la multitud: ¡Ojalá muriéramos en la tierra de Egipto; o en este desierto ojalá muriéramos! ¿Y por qué nos trae Jehová a esta tierra para caer a espada, y que nuestras mujeres y nuestros niños sean por presa? ¿No nos sería mejor volvernos a Egipto? Y decían el uno al otro: Designemos un capitán, y volvámonos a Egipto” (Nm.14:1-4).

Influenciados negativamente por estos diez hombres, el pueblo prefería volver a Egipto. Ellos ya no tenían presente todo lo que habían sufrido en ese lugar, su esclavitud, el hecho que sus hijos varones recién nacidos tenían que ser tirados al Nilo. Ya no tenían en cuenta los latigazos de los capataces egipcios, y cuántos de los suyos seguramente hubieron muerto por ese trato.

Llegaron al punto que cuando Caleb y Josué enfrentaron al pueblo demostrando la confianza en Dios y Su promesa, el pueblo los quiso linchar. Frente a ello, Dios se manifestó en Su gloria apoyando a sus fieles castigó con la muerte a los espías este mismo día y al resto de esta generación en los años que siguieron. En lugar de conquistar la tierra, quedaron 38 años más en el desierto. La murmuración frenó el avance, la victoria y el fruto que Dios quería dar. En su lugar sólo quedó el desierto y la muerte.

Como vemos, una de las cosas más destructivas en las relaciones interpersonales e iglesias es el mal uso de la lengua. ¿Quién no ha sido lastimado alguna vez por estos dardos venenosos? ¿Quién no habrá mentido alguna vez? ¿Quién no habrá frenado la obra que Dios hubiera querido hacer en alguien por su forma precipitada o dañina de hablar? Si hablamos mal a espaldas de otros, esto tarde o temprano volverá a nosotros. Aparte, estamos prestando nuestra lengua para acusar y esto es la esencia del diablo. Su nombre significa “acusador”. La terrible influencia de la lengua negativa la vemos ejemplificada por Santiago con un fuego arrasador en medio de un bosque (Sgo.3:5). Esto puede tener su excepción cuando tenemos que tratar problemas de hermanos en nuestra iglesia. Pero el fin tiene que ser absolutamente la corrección, cuidado y edificación, pero nunca el chisme. En Números 13, los 10 espías hablaron mal de la tierra prometida por Dios al pueblo y todos ellos se acobardaron de conquistarla (Nm.13:32).

En Proverbios 6 encontramos una de las más serias advertencias acerca de cómo ve Dios el hecho de hablar mal de otros. Allí Salomón inspirado por el Espíritu Santo nombra seis pecados que Dios aborrece. Entre ellos encontramos dos relacionados con la lengua: “la lengua mentirosa (…) El testigo falso que habla mentiras” (Pr.6:17,19). Pero la séptima Dios directamente la abomina, y ésta es: “…Y el que siembra discordia entre hermanos”. (Pr.6.19b). No en vano, Dios castigó tan duramente a personas que hablaron mal de otros como ser: la rebelión de María contra Moisés, la rebelión de Coré y sus secuaces y la historia de los 10 espías. Absalón murió de una forma terrible porque robaba el corazón de los de Israel al hablarles mal de su padre David. La terrible Jezabel hizo dar muerte al justo Nabod por medio de las calumnias de dos hombres perversos. El castigo divino fue que la comieran los perros. Y así podríamos seguir con más ejemplos. Pero podemos recordar sólo lo que originó la calumnia en el injusto juicio contra nuestro Señor. El castigo divino fue la caída de Jerusalén y el exilio de los judíos por 19 siglos.

Creo que tenemos que reconocer que lamentablemente, nuestras conversaciones muchas veces no son precisamente edificantes. Cuando se trata del tema de nuestra lengua muchas veces no nos destacamos por ser varones o mujeres santas. Pidamos perdón a Dios, y que nos ayude a controlar lo que hablemos para que sea siempre para Su gloria y edificación de los demás.

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