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Autor: Esteban Beitze

El hogar de la sunamita es un ejemplo y un desafío para nuestros hogares. Si esto se hace realidad en nuestros matrimonios y en nuestras familias, veremos la vida de Cristo en ellos. Podrá ser un pedacito de cielo aquí en la tierra. Que así sea.


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PE2928 – Estudio Bíblico
El llamado de Eliseo (25ª parte)



Una pregunta personal

Después de que Eliseo recibiera tan buena acogida en el hogar de la sunamita, el hombre de Dios le preguntó: “¿qué quieres que haga por ti?” (2ª Reyes 4:13). Cuando meditaba en esta pregunta me vinieron a la mente otras oportunidades donde el Señor hizo preguntas similares:

Al ciego Bartimeo en Jericó Jesús le pregunta: “¿Qué quieres que te haga?” (Mr.10:51). En realidad, era superfluo preguntar por lo que quería el ciego. Cualquiera se daría cuenta de su mayor necesidad. Pero el Señor lo quería escuchar de la propia boca del ciego. Tenía que confesar su necesidad. Ahí el hombre se lo dice: “Maestro, que recobre la vista”. En el original es “raboni” o sea, “mi maestro”. Era un título de estima y honra dado por los judíos a maestros respetados. Frente a este pedido tan lleno de expectativa, fe y respeto, el Señor le dio la vista.

Jesús también le preguntó a un paralítico que hacía 38 años que buscaba la sanidad en las aguas del estanque de Bethesda: “¿Quieres ser sano?” (Jn.5:6). Y ahí el paralítico le cuenta su vida de miseria, de expectativas frustradas y la falta de misericordia de parte de otros. En sus palabras se nota toda la angustia, frustración y desánimo. Evidentemente para él no había solución. No la había hasta que apareció Jesús y le preguntó por su necesidad. Al exponerla frente a Jesús, experimentó el poder y la sanidad del Señor en su vida.

Y así le sucedió a varias personas más, que, aunque avergonzadas, las puso en el medio para que hablaran y reconocieran su necesidad. Por ejemplo: el hombre de la mano seca, la mujer con flujo de sangre, el padre del chico endemoniado, etc.

Quizás también el Señor nos está preguntando lo que queremos que nos haga. Analicemos bien nuestra necesidad, formulémosla con respeto y el Señor la tendrá en cuenta. Como dice Santiago, muchas veces no recibimos, simplemente porque no pedimos. Pero también muchas veces pedimos con fines propios, egoístas o carnales (Stg.4:2,3). Entonces, pidamos aquello que sea para la gloria de Dios.

Obviamente debemos tener en cuenta que Dios sigue siendo soberano y nos puede dar o no lo que pedimos, o darlo en el momento que Él ve como conveniente. Pero que esto no nos frustre. Sabemos que Dios lo escuchó. Él es un Padre amoroso que sabe dar lo que Sus hijos realmente necesitan y lo que será para su bien.

Pero también podemos invertir la pregunta. Saulo, el perseguidor de la iglesia, al ser confrontado por el Señor, pregunta: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” (Hch.9:6). Quizás sea la pregunta que más tenemos que hacer. Tenemos necesidad cada día de buscar, reconocer y hacer la voluntad del Señor. Ahí nos va a dar también aquello que realmente precisamos.

Dos preguntas importantes que podemos tener en cuenta hoy: El Señor nos pregunta: “¿qué quieres que haga por ti?”

Y nosotros podemos preguntar: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?”

Un paralelismo matrimonial

En un casamiento, un querido consiervo utilizó el pasaje que estamos analizando, trazando un paralelismo espiritual a lo que debería ser el hogar de un matrimonio creyente. Con su permiso he usado algunos de sus conceptos. Repitamos el proyecto que la sunamita plantea a su esposo: “Yo te ruego que hagamos un pequeño aposento de paredes, y pongamos allí cama, mesa, silla y candelero, para que cuando él viniere a nosotros, se quede en él. Y aconteció que un día vino él por allí, y se quedó en aquel aposento, y allí durmió”.

En esta historia encontramos que:

  • Hay un proyecto en común:

Esto nos señala la palabra “hagamos” y “pongamos”. Era una mujer influyente, que le ruega al marido edificar algo los dos juntos. Si pensamos en el hogar, es fundamental que éste se construya de a dos. Los verbos “hagamos” y “pongamos” nos indican una tarea hecha de a dos con un objetivo común. Un hogar donde cada uno solo se dedica a sus cosas y solo demuestra interés en lo suyo propio, a la larga, no va a funcionar. Pero cuando bajo la guía del Señor se encara un proyecto en común, no sólo se lo logra mejor, sino que el trabajo en equipo afirma la relación, y la satisfacción por el desafío logrado, llena a ambos.

Existen muchos matrimonios que viven cada uno en su mundo, no interesándose demasiado por lo del otro. Lógicamente se puede dar que las tareas de ambos sean diferentes, pero deben tener el mismo proyecto de hogar, el mismo en las diferentes áreas como trabajo, quizás alguna capacitación, de educación y cercanía con los hijos, las finanzas y, sobre todo, el mismo proyecto espiritual.

  • Hay un programa en común:

Iban a hacer “un aposento…” el cual habría de contener determinados objetos. El proyecto era uno en común, pero también lo fue el programa. Iban a hacer algo juntos. Los dos estaban enfocados a lo mismo. Para que un matrimonio perdure, tanto el proyecto como el programa tiene que ser de los dos. Ya el hecho de encarar la reforma de un cuarto para los niños, el comprar unos muebles o incluso edificar una casa, puede ser una preciosa fuente de cercanía para la pareja. Mucho más todavía, si este es el enfoque a algún aspecto espiritual o servicio. ¡El beneficio está asegurado!

Es interesante los detalles que este relato nos da de lo que iba a tener el aposento. Planificaron poner allí: “cama, mesa, silla y candelero”. El programa estaba bien definido. Pero también estos objetos tan corrientes y necesarios nos hablan de lo que cada hogar debería ser y tener:

La cama nos habla de descanso. Más allá del descanso físico que uno tiene al llegar a casa, ¡qué precioso es cuando el hogar se vuelve el lugar de descanso de todo lo que nos puede suceder en el día a día! Uno anhela llegar a casa y poder descansar de los eventos, de personas, de problemas o cargas que nos estuvieron afectando durante el día. Un hogar sano tiene esta característica. Se convierte en el oasis para el que camina en el desierto, la meta del que corre una maratón, el puerto para el marinero. Un indicio de un buen hogar se demuestra en el hecho de estar deseoso de volver y permanecer en él.

La mesa nos habla de provisión. Es el lugar donde pedimos y damos gracias a Dios por el pan nuestro de casa día. Es allí donde somos más conscientes de la provisión divina. Por lo que también debería ser un lugar de gratitud al Señor. Es el lugar ideal del altar familiar. ¡En cuán pocas familias éste todavía está! En muchos hogares, en las comidas, todos están pendientes de lo que sucede en la televisión, de los celulares u otras distracciones, en lugar de hablar y, sobre todo, escuchar a Dios hablar.

En el Antiguo Israel la orden de Dios había sido: “Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes” (Dt.6:7). O sea, en todo momento estaba presente la Palabra de Dios. Pero se realizaba tres veces específicamente en la casa. Uno de los mejores momentos de tener a todos reunidos es en la mesa y meditar en la Palabra es, justamente, en las comidas. Habría que apagar un tiempito las pantallas, para dejar hablar a Dios. Nuestros hogares lo reflejarán.

La silla nos habla de comunión. No hay cosa más linda que un matrimonio sentado juntos, compartiendo sus penas y alegrías, sus cargas, sus victorias y derrotas, sus sueños y frustraciones.

El candelero nos habla de orientación. La luz ya de por sí es un símbolo de la Palabra. La mayoría de nosotros conoce de memoria el versículo: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” (Sl.119:105). Pero ¿en cuántos hogares esta lámpara se encuentra prendida todos los días? ¿La tenemos prendida con toda potencia en nuestro hogar? ¿Tomamos nuestras decisiones en base a esta luz? ¿Iluminan sus principios nuestras actitudes cotidianas? ¿Le damos el lugar para que nos pueda “enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia”, con el “…fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”? (2Ti.3:16,17). ¡Ojalá así sea!

  • Pero también hay una persona en común:

Era el “varón de Dios”. Eliseo es una figura del Señor. Es el que realmente completa el hogar; es el tercero en el cordón de tres dobleces (Ecl.4:12). Cristo está en la casa porque está en la vida. Pero no alcanza con que el matrimonio sea creyente. Incluso matrimonios de creyentes se han separado. Es fundamental que para casarse ambos sean creyentes, pero luego, todo lo que se haga, tiene que ser llevado a cabo con Cristo en el centro. El Señor tiene que ocupar un lugar prioritario, central en la vida matrimonial de ambos. Cuando el matrimonio se encuentra centrado en Cristo, también se notará Su santa influencia en el mismo en el día a día, en las actitudes, acciones, amor y perdón. Recién veíamos que el candelero era un símil de la Palabra. ¡Cuánto más lo es Cristo! Si lo comparamos con el candelero del tabernáculo o del templo, vemos un símbolo de Cristo, que llenaba de gloria todo el recinto. Cuanto Cristo puede iluminar nuestro matrimonio, cuándo Él es el varón de Dios en nuestro hogar, entonces podemos estar tranquilos respecto a la estabilidad de este.

  • Y una bendición en común:

Nuestro texto dice de Eliseo que “se quedó en aquel lugar”. Necesitamos hogares donde Jesús el Señor, se quede, no donde sea un visitante esporádico poco frecuente. Se requiere experimentar la presencia de Dios primeramente en la vida personal, para que después sea una realidad en el hogar.

El hogar de la sunamita es un ejemplo y un desafío para nuestros hogares. Si esto es real, veremos la vida de Cristo en nuestros matrimonios y nuestras familias. Podrá ser un pedacito de cielo aquí en la tierra. Que así sea.

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