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Autor: Esteban Beitze

Por eso, basándonos en esta promesa, frente a cada decisión podemos preguntar: Señor, ¿voy o me quedo? ¿Es allí o acá? ¿Es con esta persona o con otra? ¿Tengo que decir por sí o por no? Toda decisión la podemos dejar en las manos del Señor. Él no va a fallar.


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PE2934 – Estudio Bíblico
El llamado de Eliseo (31ª parte)



El camino de Dios

En 2ª Reyes 8:1,2 leemos: “Habló Eliseo a aquella mujer a cuyo hijo él había hecho vivir, diciendo: Levántate, vete tú y toda tu casa a vivir donde puedas; porque Jehová ha llamado el hambre, la cual vendrá sobre la tierra por siete años. Entonces la mujer se levantó, e hizo como el varón de Dios le dijo; y se fue ella con su familia, y vivió en tierra de los filisteos siete años”. Acá vemos el camino de Dios.

Ernst Modersohn, por el 1910, escribió algunas enseñanzas sobre este pasaje de las cuales tomo algún concepto.

A la mujer que se había demostrado tan atenta con él, Eliseo le indica que se fuera de la tierra por la gran hambruna que se acercaba. Ella obedeció inmediatamente y se quedó en la tierra de los filisteos durante 7 años. De esto podemos aprender:

1) No ir un camino sin la guía del Señor

Al leer esta historia, inmediatamente viene a nuestro recuerdo una hambruna similar y también una actitud similar. En este caso se trata de Abraham. Él vivía en la tierra de Canaán, la tierra que Dios le había prometido y de la cual le había dicho que quedara en ella y la habitara. Cada vez que este gran hombre de Dios se movía de un lugar al otro, edificaba un altar. En otras palabras, tenía profunda comunión con el Señor y se dejaba guiar por Él. Pero llegó el momento de una hambruna, donde sin guía del Señor, sin levantar un altar, decidió por iniciativa propia abandonar el lugar que Dios le había indicado: “Hubo entonces hambre en la tierra, y descendió Abram a Egipto para morar allá; porque era grande el hambre en la tierra” (Gn.12:10). Fue allí donde, por miedo, prácticamente regala su esposa al Faraón de Egipto. Y si no hubiera sido por la intervención de Dios, la hubiera perdido. Fue probablemente desde allí que también se llevó la sierva Agar, que luego tanto dolor de cabeza le trajo en su familia, y aún hoy tiene consecuencias, si pensamos en que los descendientes de Ismael son los pueblos árabes, en general, profundamente enemistados con los descendientes de Isaac, el hijo de la promesa. En otras palabras, aunque la situación es casi idéntica con nuestra historia, las consecuencias fueron completamente diferentes.

¿A qué se debe esto? Es muy sencillo. Abram se fue de la tierra en contra de la voluntad de Dios, siguiendo la lógica humana. La sunamita en cambio, lo hizo siguiendo la orden de Dios. Exteriormente pueden parecerse estos dos caminos, pero en uno es un camino de desobediencia y en el otro de obediencia, con sus respectivas consecuencias.

Acá aprendemos, que no debemos dar ni un paso sin la clara guía del Señor. Aun cuando nuestra razón lo indica, nunca debemos ir por un camino que Dios no nos ha señalado. Bien decía Salomón: “Fíate de Jehová de todo tu corazón, Y no te apoyes en tu propia prudencia” (Pr.3:5,7).

En cada camino surgirán dificultades. Si nos encontramos en un camino guiado por Dios, entonces los problemas que encontremos sólo son pruebas para la fe, que se transforman en posibilidades para honrar a Dios y crecer espiritualmente. Se podrá pasar por medio de ellas con gozo y gratitud.

En cambio, si las dificultades que surgen se deben a la elección de caminos propios, éstas producirán amargura. Uno se cuestiona: “¿Por qué me metí en este camino? ¡Ojalá pudiera dar marcha atrás y tomar el camino correcto!” Esto muchas veces viene acompañado de consecuencias irreversibles.

Por lo tanto, si se sabe que el camino es el elegido por Dios, el lugar donde estamos es el indicado por el Señor, la tarea que estamos haciendo es la que es confirmada por la Palabra, entonces tenemos un fundamento firme bajo nuestros pies.

¡Cuántas acusaciones y recriminaciones propias nos podríamos ahorrar, si antes de emprender un nuevo camino, antes de tomar una decisión, siempre preguntamos, si realmente es la voluntad de Dios! Seguramente todos tenemos estas etapas en nuestra vida, donde nos equivocamos en alguna decisión y llegamos a la conclusión que, si tuviéramos la posibilidad de decidir de nuevo, lo haríamos de otra manera. Entonces, que esto nos sirva de lección. Nunca debemos emprender un camino sin tener en claro si es el indicado por Dios. Él prometió claramente: “Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; Sobre ti fijaré mis ojos” (Sl.32:8). Por eso, basándonos en esta promesa, frente a cada decisión podemos preguntar: Señor, ¿voy o me quedo? ¿Es allí o acá? ¿Es con esta persona o con otra? ¿Tengo que decir por sí o por no? Toda la decisión y la responsabilidad del éxito de esta, la podemos dejar en las manos del Señor. Él no va a fallar. De esta manera ya no emprenderemos caminos equivocados, y no daremos paso en falso. ¡No demos un paso sin su orden!

2) No imitar el camino de otros

Aunque en la Biblia se nos exhorta reiteradamente imitar el ejemplo de aquellos que siguen fielmente al Señor, esto no se refiere a las guías personales de los mismos. Esta historia nos muestra esta realidad.

Muchas veces somos influenciados a seguir el camino que otros emprenden. Quizás porque son famosos, reconocidos, exitosos y quizás hasta porque son espirituales. Pero no necesariamente son los caminos que Dios tiene para nosotros.

Eliseo le indica a la mujer que se fuera al exterior junto a su familia. En cambio, él mismo siguió en Israel. Dios tenía otro plan con Su siervo. Ahí, ella podría haber pensado que, dado que Eliseo permanecería en la tierra, el hecho que se fuera demostraría una tremenda falta de fe. Podría haber pensado: “Si el varón de Dios queda, yo también”.

Pero esto no hubiera sido lo correcto.

Para cada hijo de Dios, Él tiene un camino individual, personal y único. No demos copiar a otros, sino buscar lo que Dios quiere para nosotros.

Por ejemplo, alguien oró por la sanidad de una enfermedad sin acudir a un médico y fue sanado. Otro lo quiere imitar, le recomiendan acudir a los médicos, pero se niega pensando imitar al que fue sanado sin ir. No se quiere mostrar como falto de fe. Piensa que esta actitud corresponde a un creyente comprometido. Pero luego se muere de una enfermedad que con un determinado remedio o intervención se podría haber curado. No tenemos que imitar lo que hace otro hermano o hermana. Lo realmente relevante es lo que Dios indica hacer. Para otro simplemente significa acudir a un médico.

Nos tenemos que preguntar: “Señor, ¿Qué quieres que yo haga?” Y allí simplemente habrá que obedecer a lo que Dios indique.

La sunamita podría haberse basado en el ejemplo del patriarca Abram para salir de la tierra. Total, él también lo hizo en circunstancias similares. Pero el camino de Abram fue equivocado y el de la sunamita el correcto, simplemente porque había sido indicado por Dios.

Por lo tanto, nunca nos dejemos influenciar por personas a emprender determinado camino. No imitemos las decisiones de otros en temas personales, incluso si fuera un hermano de referencia. Tenemos que buscar y seguir el camino que nos indique el Señor.

3) No criticar el camino que emprenden otros

Otra lección que podemos aprender de esta historia es no criticar las decisiones que tomaron otros en dependencia del Señor.

Alguien que no tenía conocimiento que Dios le había ordenado a salir de la tierra, podría criticar la actitud de la sunamita con palabras como: “Esta sunamita. Ahí va al extranjero, siguiendo el camino torcido de Abraham en aquél entonces. ¿Dónde queda su fe? ¿Por qué no imita un poco el ejemplo del profeta que siempre posa en su casa? Seguramente tiene miedo al sufrimiento”. Fácilmente alguien podría haber cuestionado y juzgado esta decisión. Pero ¡qué equivocado estaría y con qué injusticia actuaría!

Tenemos que ser muy cuidadosos en criticar o juzgar el camino emprendido por otro hermano. Sobre todo, si no tenemos conocimiento de las motivaciones que lo llevaron a ello.

Recuerdo muy bien, la cantidad de críticas que recibimos de parte de muchos hermanos, cuando el Señor nos había mostrado claramente a mi esposa y a mí que nuestro lugar de servicio sería la Argentina. Ya de por sí, nos era muy difícil obedecer esta guía. Pero para colmo, muchos hermanos nos criticaban y juzgaban sin conocer los pormenores. Esto nos produjo mucho dolor. Llorábamos todos los días por las injusticias y calumnias. Pero también nos ayudó a doblar nuestras rodillas delante de nuestra cama y poner una y otra vez la situación en la presencia del Señor. Tuvimos la experiencia que, aunque el mundo entero parecía ir en nuestra contra, Dios nos llenaba de profunda paz. Pero esto fue una gran lección para nuestra vida.

Cuando alguien emprende un camino humanamente no muy lógico, si este no es abiertamente pecaminoso, procuro preguntar cómo fue que el Señor lo guio a emprenderlo. Si tiene una clara respuesta a ello, tengo que alabar al Señor, aunque no siempre me guste. Me tengo que callar y encomendarlo a Dios.

Claro, si nos damos cuenta de que el camino es erróneo, debemos orar para que Dios lo revele, y si podemos, preguntarle cómo sabe que es el correcto. Pero la crítica superficial no le ayuda ni a él ni a nosotros.

Para Eliseo, el camino de Dios consistía en quedarse; para la sunamita y su familia, el irse.

En lugar de criticar a otros, miremos que nuestros caminos, siempre sigan la voluntad de Dios. Debemos estar dependientes del Señor, y la guía de Su Palabra por medio del Espíritu Santo. ¡Éste será el camino correcto!

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