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Autor: Esteban Beitze

Quizás esto nos suene familiar a algunos de nosotros. Quizás digamos, “ya no puede ser peor” o “ahora vamos a empezar a levantar cabeza” y justo allí viene otro golpe más. Dios siempre siguen en control. No hay detalle de nuestras vidas que se escape. Sigamos confiando en Él.


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PE2937 – Estudio Bíblico
El llamado de Eliseo (34ª parte)



El potaje envenenado y la multiplicación del pan

Es fascinante observar como Dios confirma a su siervo Eliseo por señales extraordinarias. Cuando su predecesor iba ser arrebatado, le concedió una petición a Eliseo. Éste le pidió una doble porción del Espíritu de su maestro. Y esto fue lo que Eliseo recibió. Ya vimos que en la Biblia quedaron registrados exactamente el doble de milagros de Eliseo en relación con los realizados por el profeta Elías. Y en este pasaje encontramos un par más, ambos relacionados con la comida.

1. EL POTAJE ENVENENADO

La primera de estas señales relacionadas con la comida la encontramos en 2ª Reyes 4:38-41. Allí dice: “Eliseo volvió a Gilgal cuando había una grande hambre en la tierra. Y los hijos de los profetas estaban con él, por lo que dijo a su criado: Pon una olla grande, y haz potaje para los hijos de los profetas. Y salió uno al campo a recoger hierbas, y halló una como parra montés, y de ella llenó su falda de calabazas silvestres; y volvió, y las cortó en la olla del potaje, pues no sabía lo que era. Después sirvió para que comieran los hombres; pero sucedió que comiendo ellos de aquel guisado, gritaron diciendo: ¡Varón de Dios, hay muerte en esa olla! Y no lo pudieron comer. El entonces dijo: Traed harina. Y la esparció en la olla, y dijo: Da de comer a la gente. Y no hubo más mal en la olla”.

A. Una gran necesidad

¿Nunca les ha pasado que las cosas iban mal y en lugar de mejorar se pusieron peores? Y uno se pregunta, porqué tiene que pasar. Justamente al escribir estas líneas me llegó un devocional sobre Éxodo 5:13-23 donde habla acerca de lo que le sucedió al pueblo de Israel en la cautividad de Egipto cuando llegó Moisés y se presentó al Faraón con la exigencia de dejar ir al pueblo. Unos versículos antes (4:31), se relata que el pueblo había recibido a Moisés con los brazos abiertos y había creído en la promesa que Dios los iba a librar de los egipcios, y luego, llenos de gozo adoraron a Dios.

Pero en lugar de que esto se diera inmediatamente, sucedió justamente lo opuesto. El Faraón se enojó con Moisés y su exigencia, y aumentó el problema. No sólo tenían que trabajar como esclavos, sino que ahora tenían que recoger ellos la paja que necesitaban para hacer los ladrillos que les exigían que antes era provista por los egipcios. Esto les insumía mucho tiempo y esfuerzo extra, pero aun así no podían disminuir la producción. Como no llegaban a la cantidad exigida, para colmo eran castigados. Entonces, en lugar que se mejorara algo, todavía se agravó su situación.

Volviendo a la historia de Eliseo, aquí encontramos algo similar.

El ministerio de Eliseo se desarrolló en el tiempo de los reyes Acab y Joram. Todavía vivía la perversa Jezabel que perseguía a muerte los profetas de Dios. Por lo que nos podemos imaginar que la situación de “los hijos de los profetas”, o también los podíamos llamar estudiantes de este oficio, no la estaban pasando bien.

Tengamos presente también, que todo este tiempo, y especialmente en el reino del Norte, o sea el lugar donde se desarrollaba el ministerio de Eliseo, el pueblo vivía en apostasía a Dios y adoración de los ídolos, con toda la inmoralidad, maldad e injusticia social que esto conllevaba.

Ahora bien, los profetas o los alumnos para ello, generalmente vivían de la ayuda que pudieran recibir del pueblo, por lo que ya la estarían pasando mal económicamente. Esto también se observa al principio del capítulo, en la historia de la viuda.

Pero ahora se sumó otro problema: “había una grande hambre en la tierra” (v.38). Cuando hay hambre, aun los que pudieran ser misericordiosos y ofrendaban, lo dejan de hacer porque tienen que velar por su propia vida y familia. Tengamos presente también que no eran sólo un par de personas con necesidad, sino que, como se observa más adelante, eran unos “cien hombres” (v.43).

O sea, resumiendo, tenemos apostasía, persecución, carencia, hambre y una gran cantidad de personas necesitadas.

Pero ahora pareciera que llega la solución. Allí viene Eliseo, para estos hombres como un padre, un hombre lleno de la presencia de Dios y por medio del cual ya se habían hecho varias señales. Seguramente mirarían llenos de expectativa lo que haría Dios por medio de su siervo. Probablemente les brillarían los ojos, y se les haría agua en la boca, cuando escuchan que Eliseo le dice a su siervo que ponga una olla grande para hacer comida. Probablemente eran unas ollas de barro muy grandes con patas, bajo la cual se prendía fuego para cocinar. Estas aparecen en representaciones egipcias. Quizás, alguno pensaría que el profeta traería comida que alguien le hubiera ofrendado. ¡Hoy sí comían!

B. Una gran calamidad

Como vimos, a veces las cosas en lugar de mejorar, incluso pueden empeorar. Esto también lo vemos aquí.

Resulta que Eliseo no traía comida consigo, por lo que uno de ellos tuvo que salir a juntar lo que encontrara de comestible en la vegetación que rodeaba al Río Jordán. Juntó lo que a él le parecía como unas calabazas silvestres. Las cortó en pedazos y las preparó para un guiso.

Imagínense algo así como un instituto bíblico o un campamento con unos cien jóvenes. Nunca hay que insistir a que lleguen puntualmente al almuerzo. Es uno de los momentos más esperados. ¡Cuántas veces he vivido, que como la comida no aparecía enseguida, este grupo de “fieras hambrientas” empezaba a golpear las mesas con los cubiertos y vasos!

Pero en el caso de nuestra historia, la expectativa se vio repentinamente trunca. No había milanesa napolitana con papas fritas. No había un asado de cordero. Era sólo un guiso de calabaza. Pero para colmo, cuando los primeros probaron hicieron muecas y lo escupían. Hombres, acostumbrados a vivir en el campo y de la naturaleza, inmediatamente se dieron cuenta que lo que tenían allí los podía matar. Por desconocimiento, el compañero había recogido alguna planta venenosa. El grito generalizado fue: “hay muerte en esa olla!”. Según un comentario bíblico, las hierbas silvestres son muy usadas por la gente del Oriente, aun por los que tienen huertas de verduras. Diariamente se buscan en los campos malvas, espárragos y otras plantas silvestres. En el caso de la parra montés—lit. “parra del campo”, se supone que es la coloquíntida, especie de cohombro, o pepino que, en sus hojas, tijeretas y fruto, tiene semejanza a la vid silvestre. Su fruto es del color y tamaño de la naranja y muy amargo; produce cólicos y excita los nervios; comidos en cantidad ocasionarían tal desarreglo del estómago que podría ocasionar la muerte.

A pesar de que eran hombres que se habían consagrado al servicio de Dios, a pesar de que con ellos se encontraba nada menos que el profeta Eliseo, e incluso fuera él mismo quién mandara cocinar un guiso, y a pesar de que Dios conociera la necesidad de este gran grupo de fieles, igual estuvieron expuestos a las pruebas, y éstas, en lugar de mermar, hasta los llevaron al borde de la muerte.

Quizás esto nos suene familiar a algunos de nosotros. Quizás digamos, “ya no puede ser peor” o “ahora vamos a empezar a levantar cabeza” y justo allí viene otro golpe más.

Justo en el momento que escribo estas líneas, con mi familia estamos viviendo una situación similar. Todos los días oramos a Dios y le decimos que no entendemos por qué tiene que suceder todo esto y que, en lugar de solucionar, se suma problema tras problema. Pareciera que no hubiera solución a la vista. Pero en audiciones futuras vamos a ver como sigue nuestra historia. Pero de antemano podemos decir, que Dios siempre siguen en control. No hay detalle de nuestras vidas que se escape. Sigamos confiando en Él.

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