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De manera que, si en tu vida encuentras fracasos, pérdidas, equivocaciones, dolor, o lo que fuera que te impida una vida de servicio efectivo, ven a Cristo, reconoce tu problema y entrega tu vida Él y confía en la promesa: “estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo”


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PE2956 – Estudio Bíblico
El llamado de Eliseo (53ª parte)



En 2ª Reyes 6:1-7 encontramos una de estas historias bíblicas de las cuales uno a veces se pregunta por qué están. Pero si la analizamos más detenidamente, Dios nos quiere mostrar valiosas lecciones. Allí dice: “Los hijos de los profetas dijeron a Eliseo: He aquí, el lugar en que moramos contigo nos es estrecho. Vamos ahora al Jordán, y tomemos de allí cada uno una viga, y hagamos allí lugar en que habitemos. Y él dijo: Andad. Y dijo uno: Te rogamos que vengas con tus siervos. Y él respondió: Yo iré. Se fue, pues, con ellos; y cuando llegaron al Jordán, cortaron la madera. Y aconteció que mientras uno derribaba un árbol, se le cayó el hacha en el agua; y gritó diciendo: ¡Ah, señor mío, era prestada! El varón de Dios preguntó: ¿Dónde cayó? Y él le mostró el lugar. Entonces cortó él un palo, y lo echó allí; e hizo flotar el hierro. Y dijo: Tómalo. Y él extendió la mano, y lo tomó”.

UN HIERRO QUE FLOTA

A. El accidente

Mientras estaban cortando árboles para ampliar su lugar de morada, a uno de los obreros el hacha se le cayó al río. Es probable que haya sido la parte de hierro que se soltó por no estar suficientemente afirmada. El grito de angustia del obrero denota la situación de necesidad que vivían estos hombres: “¡Ah, señor mío, era prestada!” Al no tener hacha propia, la habían pedido prestada. La escasez de estos hombres era grande. Ya se observa este hecho en los pasajes anteriores donde había una viuda cuyo esposo, hijo de profeta, la había dejado con grandes deudas (2R.4:1-6) o la necesidad de comida de este grupo (2R.4:38-44). La situación no había mejorado. Hasta para construirse algo, recurrían al préstamo de herramientas. Y ahora, para colmo, habían perdido una de ellas. Obviamente, no estaban en condiciones de pagarla. El hierro era muy caro, por lo que este pobre hombre estaba frente a una situación muy complicada. Si no la podía reponer, estaba en juego su testimonio y el de todo el grupo.

Vemos también el valor que se da a lo prestado. El hombre podría haberse excusado diciendo, que se le salió volando y que no tenía culpa de nada. Tengamos también en alto valor todo lo que nos pueden haber prestado devolviéndolo lo antes posible en las mejores condiciones.

B. La ayuda divina

Eliseo le pregunta por el lugar donde había caído el hacha, tira un palo y hace flotar el hierro. Por medio de un doble milagro, Dios vino en socorro de aquellos que habían dedicado sus vidas a servirle.

Dios utiliza medios sorprendentes para llevar a cabo sus planes. Para cruzar el río Jordán, Eliseo usó un manto (2:14). Para recuperar el agua dañina de Jericó utilizó sal (2:21). La comida envenenada por una planta, la recuperó poniendo harina (4:41). Y ahora, hace flotar un hierro por medio de una madera lanzada al agua. De hecho, vemos aquí dos eventos extraordinarios. La madera que flota va al fondo, y el hierro que se hundió sube a la superficie. Es evidente, que Dios no está sujeto a las leyes físicas que Él mismo inventó, ni atado a moldes en Su actuar. Para Él no hay imposibles.

Siempre que estudiamos una historia bíblica, nuestros ojos serán dirigidos a alguna de las perfecciones divinas. Alguno de los atributos de Dios se nos hará más grande. En este caso es Su omnipotencia. Si Él creó el mundo, las leyes físicas, el valor específico de los materiales, también puede anular estos parámetros si así lo desea. Para el que puede secar un mar y levantar un muerto, no hay impedimento para que empiece a flotar el hierro.

Observamos la intervención divina, pero también tenemos que tener en cuenta la fe del hombre de Dios. Sin trámite ni ritual especial, simplemente preguntó por el lugar donde había caído el hierro y echó el palo que había cortado previamente. Este se “enganchó” milagrosamente del hierro, quedando a mano para la búsqueda por parte del asombrado trabajador. Eliseo le ordena: “Tómalo. Y él extendió la mano, y lo tomó” (v.7). Como suele darse en muchos milagros, Dios hace lo imposible, pero no hace aquello que el hombre puede hacer. Él hizo flotar el hacha, pero el hijo de profeta tenía que meterse al agua, tomarla y sacarla de allí.

C. La aplicación

Es llamativo que esta historia entrara a los registros bíblicos. En el capítulo anterior se registró la historia de un general extranjero que es curado de la lepra. Podríamos decir que ¡esto sí que es un evento que vale la pena registrar! Pero aquí tenemos el relato de cómo se volvió a conseguir un hacha que se había perdido. ¿Por qué Dios le dedicó un espacio en el texto inspirado, para algo, que quizás veamos como absolutamente secundario?

Aparte de las lecciones que ya hemos comentado, creo, que igual podemos aprender algunas enseñanzas muy valiosas.

1) Una lección de sensibilidad

Aunque para nosotros un hacha perdida quizás no sea de gran relevancia, para el hombre de nuestra historia, era una calamidad. Él no tenía como recuperarla, devolverla o comprar otra. Para él, era una tragedia. Muchas veces minimizamos las penurias, dificultades, pérdidas de otras personas. Pero no estamos en su lugar, no sentimos lo que les sucede. Quizás sea el momento de ver con mayor misericordia y empatía el dolor, la necesidad y las angustias de otros. Cuando nosotros pasamos por un problema, aunque sea menor, lo percibimos como una calamidad y esperamos la comprensión de los demás. Entonces también debemos actuar de la misma forma. La Biblia nos exhorta: “Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos…” (Mt.7:12). ¡Seamos sensibles a la necesidad de los demás!

2) Una lección de provisión divina

Por otro lado, esta historia nos puede llenar de gozo, porque vemos que Dios también tiene interés en los detalles, las cosas cotidianas de la vida. ¿Nunca nos sucedió que no encontramos unas llaves? Esto no es la muerte de nadie, pero cuántas complicaciones nos puede traer. ¿No podremos orar para volver a encontrarlas? ¡Claro que sí! Esto vale también para la guía de la compra de una vestimenta, el poder llegar a tiempo al trabajo o la aprobación de un examen. El contador puede acudir a Dios para encontrar el error cuando no cierra algún número. El mecánico le puede pedir por sabiduría para encontrar la falla en el motor y el ama de casa para ordenar sus quehaceres y saber preparar algo rico para su familia.

No hay cosas chicas para Dios. No hay detalle de nuestra vida que no le interese. Al contrario, Él desea que vivamos en absoluta dependencia de Él en cualquier momento, y respecto a cualquier área de nuestra vida. Si Él se encarga de la comida de los gorriones, entonces con más razón estará pendiente de lo que necesitan sus hijos.

3) Una lección de salvación

Si pensamos en el hacha perdida y hundida, también podemos trazar un paralelo a la vida humana. Por nuestro actuar erróneo, estábamos apartados y hundidos en el fango del pecado, separados de Dios y en la oscuridad de la muerte espiritual. No había esfuerzo humano que nos podría sacar de allí. Pero allí intervino el “el varón de Dios”. La salvación vino por medio del descenso del Hijo de Dios a nuestro encuentro. Por medio de la fe en la obra y persona clavada en un madero, nuestro ser salió a la vida, a la luz y a la utilidad. Así como con la oveja perdida, el Señor salió a buscarnos, nos encontró y trajo a Su redil.

4) Una lección de servicio

En esta historia también encontramos una lección de servicio. No sabemos el por qué el hacha se cayó al Jordán. Quizás el leñador hizo alarde de su fuerza o por descuido, el hierro se deslizó del mango. Pero luego se le fue restituida la herramienta para poder seguir con la labor.

Me gustaría trazar un paralelo al servicio. Cada creyente, tiene al Espíritu Santo desde el momento que ha creído en Cristo (Ef.1:13). Este mismo Espíritu le ha dado al menos un don espiritual para aplicarlo para la edificación de la iglesia y la gloria de Dios (1Co.12:7,11). Pero, así como el hacha puede perder su efectividad, así también sucede con el don del creyente.

Existen creyentes que ignoran el don que han recibido (1Co.12:1). Directamente no lo conocen o deciden no usarlo. Con ello están apagando el Espíritu. Están impidiendo lo que hubiera querido hacer por medio de ellos. Si el hombre de nuestra historia no hubiera utilizado el hacha que ahora tenía de vuelta, la obra se hubiera frenado y hubiera sido una carga para los demás.

Cuando el hacha se deja de usar por mucho tiempo, empieza a oxidarse. Pablo exhorta a Timoteo que no descuide su don y avive el fuego del mismo (1Ti.4:14; 2Ti.1:6). Hay creyentes que descuidan el don que Dios les ha dado.

Un hacha también se puede quedar sin filo, y esto es un freno para el avance la obra. El trabajo se hace con mucho más esfuerzo y menos efectividad e incluso se vuelve peligroso. De la misma forma, cualquier don que involucremos en la obra, si no lo hacemos “afilados” por la oración, el estudio de la Palabra y la dependencia del Señor, resulta en una carga para nosotros, falta de efectividad e incluso un peligro para la obra del Señor y los que nos acompañan, porque es hecho “en la carne”.

Aunque un hacha se puede perder, no sucede lo mismo con los dones. Ellos son permanentes (Ro.11:29). Pero lo que sí puede suceder, es que se puede perder absolutamente su utilidad. Los historiales de las iglesias se encuentran repletos de recuerdos de hermanos muy capaces, que, por soberbia, inmoralidad, deficiencias de carácter, atracción del mundo o la razón que fuera, han dejado la “caja de herramientas” de utilidad en la iglesia.

El hacha de este hombre seguramente fue usada luego con mucho cuidado para la construcción del lugar de reunión de los fieles a Dios. De la misma forma, nuestra vida tiene que estar a disposición de la obra del Señor. Y recordemos, que, así como esta hacha, así también nuestra vida la tenemos prestada, y un día la tendremos que devolver y dar cuentas de lo que hemos hecho con ella y todo lo que el Señor nos ha encomendado. Esto será en el Tribunal de Cristo (2Co.5:10). Cuando esto suceda, que sea encontrada habiendo sido involucrada con fidelidad para Su causa. Por lo tanto, “Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios” (1P.4:10).

5) Una lección de consejería

Después del grito de desesperación del trabajador, “el varón de Dios” le pregunta por el lugar exacto de la pérdida. Antes que el Señor sanara a alguien, muchas veces les preguntaba que querían que le hiciera o los llevó a que señalaran su problema, como el paralítico en Bethesda, el leproso, el ciego Bartimeo, la mujer con flujo de sangre, el hombre de la mano seca o al padre del hijo endemoniado. A la mujer samaritana la enfrenta con su pecado. Después de la negación, Jesús le pregunta a Pedro si lo amaba.

Vemos, que el buen consejero lleva al aconsejado a reconocer y nombrar su problema. Este es el primer paso para su solución.

El siguiente es la aplicación del remedio. El remedio siempre está asociado con la obra de Cristo realizada en el madero del Calvario. Jesús “vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lc.19:10). Con la medicina de la Palabra de Dios, encontramos la cura para todos nuestros males. Como dice el salmista: “Ella (la Palabra) es mi consuelo en mi aflicción, Porque tu dicho me ha vivificado” (Sl.119:50).

La última orden de Eliseo al hombre que había perdido el hacha fue: “Tómalo” (v.7). Él pudo reiniciar su tarea.

Dios es especialista en restaurar lo que se deterioró, perdió o quebró. Es el Dios de las nuevas oportunidades. Él empieza de nuevo con aquél que reconoce su falta y está dispuesto a ser limpiado y luego usado por Él.

De manera que, si en tu vida encuentras fracasos, pérdidas, equivocaciones, dolor, o lo que fuera que te impida una vida de servicio efectivo, ven a Cristo, reconoce tu problema y entrega tu vida Él y confía en la promesa: “estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Fil.1:6). El Señor te dice: “Tómalo”. Dios te bendiga.

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