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Autor: Esteban Beitze

Jesucristo se acerca al hombre, pero él no puede ver, no distingue y no valora que Él viene para darle lo mejor. Muchos no comprenden o no quieren ver la verdad. Recién mucho tiempo después, cuando se nos abren los ojos para las verdades espirituales, descubrimos que Él ya había estado al lado de nosotros, nos había tomado de la mano, pero no nos habíamos percatado de esto.


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PE2962 – Estudio Bíblico
El llamado de Eliseo (59ª parte)



Dios hace ver

Estamos estudiando la historia de cómo el rey de Siria quería atrapar al profeta Eliseo rodeando completamente la ciudad. Luego que el criado del profeta tuviera la impresionante revelación de la presencia de los ángeles de Dios a favor de él y su amo, fue testigo de una obra extraordinaria de Dios cuando leemos en 2ª Reyes 6: “Y luego que los sirios descendieron a él, oró Eliseo a Jehová, y dijo: Te ruego que hieras con ceguera a esta gente. Y los hirió con ceguera, conforme a la petición de Eliseo. Después les dijo Eliseo: No es este el camino, ni es esta la ciudad; seguidme, y yo os guiaré al hombre que buscáis. Y los guió a Samaria. Y cuando llegaron a Samaria, dijo Eliseo: Jehová, abre los ojos de éstos, para que vean. Y Jehová abrió sus ojos, y miraron, y se hallaban en medio de Samaria Cuando el rey de Israel los hubo visto, dijo a Eliseo: ¿Los mataré, padre mío? El le respondió: No los mates. ¿Matarías tú a los que tomaste cautivos con tu espada y con tu arco? Pon delante de ellos pan y agua, para que coman y beban, y vuelvan a sus señores. Entonces se les preparó una gran comida; y cuando habían comido y bebido, los envió, y ellos se volvieron a su señor. Y nunca más vinieron bandas armadas de Siria a la tierra de Israel.”

Cuando leemos este tipo de historias, a veces nos preguntamos, qué nos podrán enseñar a nosotros hoy en día.

Pero Jesús dijo: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (Jn.5:39), por lo tanto, también esta historia nos va a mostrar algo del Señor. Acá podemos ver como el Señor puede transformar ciegos en personas que ven y perdidos en salvos.

Cuando Eliseo salió al campamento de los sirios, todos estaban ciegos. Lo mismo lo podemos observar cuando Jesús vino al mundo. En líneas generales, la gente estaba ciega para Su persona, Sus palabras y la revelación de la salvación que quería dar. Los religiosos, los “ciegos guías de ciegos” (Mt.15:14) como los llamaba el Señor, estaban siempre al asecho, para ver si lo podían atrapar en algo. Y no sólo esto, sino que hasta lo quisieron matar de la misma manera que estos sirios al varón de Dios.

Y esto no cambió mucho en la actualidad, porque: “el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1Co.2:14). El hombre natural, se encuentra cegado para las cosas espirituales. Generalmente se debe al desconocimiento, la incredulidad o la oposición constante al hablar de Dios. Por eso existe tanta burla, desprecio o apatía respecto a Jesús y la salvación. Es que “…el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios” (2Co.4:4).

Jesucristo se acerca al hombre, pero él no puede ver, no distingue y no valora que Él viene para darle lo mejor. Muchos no comprenden o no quieren ver la verdad. Recién mucho tiempo después, cuando se nos abren los ojos para las verdades espirituales, descubrimos que Él ya había estado al lado de nosotros, nos había tomado de la mano, pero no nos habíamos percatado de esto.

Creo que todos los que hemos creído en el Señor, podemos testificar, que quizás hubo eventos, personas, enfermedades, accidentes o mensajes en los cuales Jesucristo se nos había acercado, quizás guardado de algún mal mayor y nos había tomado de la mano para llevarnos a la luz.

Eliseo llevó a los cegados hasta Samaria. Les dijo que allí verían al hombre a quien buscaban, y así sucedió. Fue allí que oró, y de repente la ceguera se fue y vieron a su supuesto enemigo, pero comprendieron aterrados, que estaban en medio de la capital enemiga. ¡Estaban encerrados, estaban perdidos!

Esta es la realidad de cualquier persona que todavía no encontró la luz en la salvación en Cristo. Están perdidos, encerrados, esclavos del pecado y expuestos al juicio eterno.

En nuestra historia, para colmo, aparece el rey Joram y pregunta si les da muerte. Allí interviene Eliseo, y los salva de este propósito. Así también, el enemigo de las almas, lo único que quiere, es destruirlas en el infierno. De hecho, esta es la terrible realidad de cada persona sin Cristo como dice Juan 3:18: “…el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios”. Pero ahí aparece en acción nuestro bendito “siervo de Dios” por excelencia. Jesús dijo al respecto: “El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Jn.10:10). Él vino para traernos luz, salvación y vida eterna.

Estos soldados seguramente presentían que su última hora había llegado. Su cobarde acción contra un hombre indefenso sería castigada. Se habían pasado de la raya, y ahora recibirían lo que sus hechos merecían. No había posibilidad de gracia para ellos. Pero allí aparece un hombre, que intercede por ellos, que les salva la vida, y hasta les provee de un banquete antes de darles la libertad. Ellos no darían crédito a lo que veían y oían, pero era realidad. Estaban salvos de la muerte y libres. La misma realidad la tiene el que se acerca a Cristo. Jesús dijo: “…al que a mí viene, no le echo fuera.” (Jn.6:37). Y también se hace realidad: “…Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás” (Jn.6.35). En el Señor nuestra profunda necesidad es satisfecha. Como en la parábola de la fiesta de bodas, Dios invita a cada pecador a acercarse al banquete: “He aquí, he preparado mi comida; mis toros y animales engordados han sido muertos, y todo está dispuesto; venid a las bodas” (Mt.22:4). Pero hubo una triste reacción en muchos: “Mas ellos, sin hacer caso, se fueron, uno a su labranza, y otro a sus negocios” (Mt.22:5). Pero luego volvió a invitar a otros, y ellos llenaron su banquete. Pero los que rechazaron les vino el juicio. En cambio, a los que la aceptaron, les tocó la fiesta.

Esta historia es un paralelo para todas las vidas que han conocido a Cristo, y puede ser también para aquellos que todavía no lo tienen. ¡Si esta fuera tu situación, toma esta decisión ya! Jesús le dijo a un religioso que pensaba ser salvo por sus buenas obras: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”. No tendrás luz, no verás realmente, hasta que tomes esta decisión. ¡No lo dejes para mañana!

¡Realmente es único, es extraordinario, cuando después de toda la angustia que provoca el pecado, el pecador salvado de repente comprende: ¡Mis pecados están borrados, mi alma está libre, soy salvo y tengo la plenitud en Cristo! ¡Esto llena el alma de paz, de gozo y el disfrute eterno de la presencia del Señor!

Eliseo ordena que los alimenten. Pero no fue solo un poco de pan y agua, sino que “se les preparó una gran comida”. Por un lado, nos habla de la plenitud en la presencia de Dios. El buen Pastor nos adereza una mesa en presencia de nuestros angustiadores y nuestra copa está rebosando (Sl.23:5). Por otro lado, esta comida nos hace recordar el pan y la copa, esta profunda, gozosa y agradecida comunión recordando la obra del Señor a nuestro favor. Él nos invita a participar. No lo merecíamos en absoluto, pero como somos salvos y libres, nos invita a regocijarnos en Su salvación. La próxima vez que participemos de ella, de la Santa Cena nos podríamos recordar de esta historia, y lo que habrá sido este banquete para estos soldados. Recordemos la obra del Señor. Vivamos una vida de victoria. Adoremos al Señor. Amén.

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