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Autor: Esteban Beitze

Pero para aquél que encontró esta verdad, que recibió la plenitud de la salvación y las bendiciones de Su Señor, existe algo que no debe dejar de hacer: contar esta verdad también a los demás. El mensaje de salvación para la gente hambrienta nos tiene que quemar en el corazón y en la lengua.


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PE2971 – Estudio Bíblico
El llamado de Eliseo (68ª parte)



IMPACTO PERSONAL

Estamos estudiando la vida del profeta Eliseo. Entre las historias donde lo encontramos involucrado, también está la historia del sitio de Samaria por parte de los sirios. Este sitio dejó a los moradores al borde de la muerte. Fue allí donde el profeta anticipó la salvación de los enemigos y comida en abundancia para el día siguiente. Pero fue por medio de las personas menos esperadas, que esta noticia llegó a los moradores encerrados en la ciudad.

En 2ª Reyes 7:3-8 leemos: “Había a la entrada de la puerta cuatro hombres leprosos, los cuales dijeron el uno al otro: ¿Para qué nos estamos aquí hasta que muramos? Si tratáremos de entrar en la ciudad, por el hambre que hay en la ciudad moriremos en ella; y si nos quedamos aquí, también moriremos. Vamos, pues, ahora, y pasemos al campamento de los sirios; si ellos nos dieren la vida, viviremos; y si nos dieren la muerte, moriremos. Se levantaron, pues, al anochecer, para ir al campamento de los sirios; y llegando a la entrada del campamento de los sirios, no había allí nadie. Porque Jehová había hecho que en el campamento de los sirios se oyese estruendo de carros, ruido de caballos, y estrépito de gran ejército; y se dijeron unos a otros: He aquí, el rey de Israel ha tomado a sueldo contra nosotros a los reyes de los heteos y a los reyes de los egipcios, para que vengan contra nosotros. Y así se levantaron y huyeron al anochecer, abandonando sus tiendas, sus caballos, sus asnos, y el campamento como estaba; y habían huido para salvar sus vidas. Cuando los leprosos llegaron a la entrada del campamento, entraron en una tienda y comieron y bebieron, y tomaron de allí plata y oro y vestidos, y fueron y lo escondieron; y vueltos, entraron en otra tienda, y de allí también tomaron, y fueron y lo escondieron.”

Después de un frenesí de avaricia y satisfacción de deseos, de repente les tocó la voz de la conciencia porque en el versículo 9 sigue diciendo: “Luego se dijeron el uno al otro: No estamos haciendo bien. Hoy es día de buena nueva, y nosotros callamos; y si esperamos hasta el amanecer, nos alcanzará nuestra maldad.”. Hasta hace un momento, sólo pensaban en sí, pero de repente se dieron cuenta de su “maldad”.

Esta historia se repite una y otra vez en la actualidad en la humanidad. Mientras se creen autosuficientes, buenas personas, capaces inteligentes o ricas, generalmente no reconocen su triste necesidad interior. Sólo los que llegaron a la bancarrota espiritual, reconocen la realidad: “No estamos haciendo bien. …nos alcanzará nuestra maldad”. Muchas veces se requiere tocar fondo para poder reconocer el estado perdido y la necesidad de ayuda. Es allí donde se llega a Dios para lo que fuera, juicio o gracia. Pero en el caso del pecador arrepentido, junto a Dios siempre hallará gracia. Allí descubrirá que Dios ya ha logrado la victoria, y le dejará sentar a la mesa de la comunión y bendición con Él. Allí descubre todo lo que Dios ha hecho y seguirá haciendo por él. Allí hay perdón de pecados, gozo, paz, esperanza, victoria y seguridad plena. El creyente puede hacer como los leprosos, sentarse y tomar de la plenitud de Su gracia.

Pero para aquél que encontró esta verdad, que recibió la plenitud de la salvación y las bendiciones de Su Señor, existe algo que no debe dejar de hacer – contar esta verdad también a los demás. El mensaje de salvación para la gente hambrienta nos tiene que quemar en el corazón y en la lengua.

Estos hombres de repente reconocieron lo mal que estaban haciendo en no avisar esta realidad al pueblo que se estaba muriendo en la ciudad. Esta noticia la llamaron sugestivamente “buena nueva”. Invariablemente lo asociamos con la palabra “evangelio” que justamente significa lo mismo. Estas buenas nuevas no pueden quedar guardadas egoístamente. Tienen que llegar a las personas. Ellas necesitan escuchar de Cristo.

Pablo decía: “Pues si anuncio el evangelio, no tengo por qué gloriarme; porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciare el evangelio!” (1Co.9:16). Las buenas nuevas, las bendiciones de Dios no deben ser únicamente para beneficio propio. ¡Están para ser compartidos! Y lo increíble de ello es que, cuanto más compartamos, ¡más ricos vamos a ser! Pero si lo guardamos para nosotros, empobrecemos, y nos llenamos de “maldad”. Jesucristo fue muy claro en ordenar predicar el evangelio. “Y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado.” (Stg.4:17).

Estuvo bien que los leprosos se alimentaran bien. Recién ahí tenían la fuerza necesaria para hacer algo útil. Pero el problema empezó cuando empezaron atesorar para sí sin pensar en los que se morían de hambre. Ahí su actitud se volvió “maldad”.

Muchas veces los creyentes nos llenamos de la Palabra en nuestras iglesias, pero no salimos a trasmitirla al mundo moribundo. Meditemos un poco en todo lo que tenemos en el Señor, y como en la “Samaria” de este mundo, hostigada por el enemigo de las almas, la gente se está muriendo y yendo a una eternidad de separación de Dios. ¡Millones de personas van a terminar en el infierno! ¿Nos dejamos conmover?

Por lo tanto, nos deberíamos preguntar, ¿dónde se encuentra el hambriento, el necesitado en nuestro entorno? ¿A quién le podríamos contar de Jesús, el pan de vida? ¿A quién le podríamos calmar la sed espiritual? Jesús dijo: “Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás” (Jn.6:35).

Los leprosos podrían tener la excusa muy válida “No nos van a dejar entrar a la ciudad por el peligro que conllevaba abrir la puerta con los enemigos tan cerca, pero también el peligro de contagio con la lepra”. Quizás hasta podrían haber usado el argumento: “Esta gente no se lo merece. ¡Cuántas veces nos trataron con desprecio!”

Excusas puede haber muchas para no evangelizar, pero cuando se observa la necesidad y se da cuenta del valor de la salvación personal, no existe ninguna que tenga validez. Hay que anunciar la “buena nueva”.

Oremos para que Dios nos dé un corazón sensible, ojos abiertos, manos extendidas y una lengua dispuesta a dar a conocer la “buena nueva” de la salvación en el Señor. Dios nos dice, ¡“Hoy es día de buena nueva”! ¿Quién podría ser hoy el receptor de nuestro anuncio? Quizás el “mañana” para alguno ya llegará tarde.

IDENTIFICACIÓN CON LOS DEMÁS

Al fin se dieron cuenta de su gran responsabilidad y actúan en función de ello. Dijeron: “Vamos pues, ahora, entremos y demos la nueva en casa del rey. Vinieron, pues, y gritaron a los guardas de la puerta de la ciudad, y les declararon, diciendo: Nosotros fuimos al campamento de los sirios, y he aquí que no había allí nadie, ni voz de hombre, sino caballos atados, asnos también atados, y el campamento intacto.” (vs.9b,10).

Nos podemos imaginar la emoción con la cual se acercan a la ciudad. Allí no los dejan entrar. Entonces les gritan las buenas nuevas a los guardias en la puerta. Estos escuchan este anuncio.

Me imagino la expectativa que tenían de ver la cara de sus compatriotas marcados por el hambre, asomarse sobre el muro. ¡Cómo les intentarían convencer de esta maravillosa noticia! ¿Serían caras de incredulidad o de esperanza?

¿No es esto lo que pasa cuando uno le habla a alguien de la salvación en Jesucristo, y observa con expectativa la reacción en su rostro? ¿Demostrará interés, arrepentimiento y fe o más bien incredulidad y apatía? Nuestro corazón anhela que entiendan y que puedan ser parte de las mismas bendiciones que nosotros hemos recibido. ¡Y cómo estalla nuestro corazón de gozo cuando esto se hace realidad! ¡Qué apropiadas son las palabras de Isaías en este contexto! “¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien, del que publica salvación, del que dice a Sion: ¡Tu Dios reina!” (Is.52:7). ¡Ojalá nos dejemos usar por el Señor para ser estos instrumentos de trasmisión de las buenas nuevas de salvación!

¡Gritemos al mundo necesitado, que Jesús salva, en Él hay victoria y esperanza! Los leprosos dijeron: “Vamos pues, ahora, entremos y demos la nueva en casa del rey”. Pero podríamos decirlo nosotros: “Vamos pues, ahora, entremos y demos la nueva en casa…” del que Dios ponga sobre nuestro corazón. ¿Quién será?

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