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Autor: Esteban Beitze

Allí había un varón de Dios que se ponía en la brecha a favor de su pueblo, uno que se dejó usar para el bien de los suyos. ¿Somos como Eliseo, que podemos ser usados para la protección, firmeza y avance del pueblo de Dios?


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PE2977 – Estudio Bíblico
El llamado de Eliseo (74ª parte)



FLECHA DE SALVACIÓN

A. Un padre espiritual

Después que el profeta Eliseo se enfermara con una enfermedad terminal, en 2ª Reyes 13:14 leemos: “Y descendió a él Joás rey de Israel, y llorando delante de él, dijo: ¡Padre mío, padre mío, carro de Israel y su gente de a caballo!”

Frente a la noticia de la enfermedad de Eliseo, el rey Joás, lo fue a ver. Allí se pone a llorar, probablemente recordando lo que él y su familia le debían a este hombre y cómo el pueblo entero experimentó una y otra vez la intervención divina frente a los enemigos por medio de este siervo de Dios. Se estaba yendo uno de los mayores benefactores del pueblo. El rey llora lamentando la pérdida de este gran hombre de Dios. Allí utiliza las mismas palabras que justamente Eliseo había utilizado cuando Elías fue arrebatado: “¡Padre mío, padre mío, carro de Israel y su gente de a caballo!” (comp.2:12). Realmente es un testimonio estupendo que reciben estos dos siervos de Dios. Sobre la vida ambos se encuentra el testimonio de que fueron como padres espirituales para su pueblo. Eliseo había tenido el ejemplo de Elías, y no sólo lo imitó, sino que hasta lo duplicó en cuanto a eventos registrados se refiere.

Al recordar los diferentes hechos hacia personas necesitadas en forma particular o al pueblo en general, observamos una actitud de cuidado, interés, provisión e intercesión paternal como de pocos otros personajes bíblicos. Eliseo había estado donde había necesidad, consolaba donde había dolor, sufría con los que sufrían, advertía donde veía peligro, velaba por la santidad y gloria de Dios, buscaba que la gente se aferrara o se volviera a Dios. Pero también era muy serio con el pecado. Y en todo ello, no hacía nada por interés personal o buscando recompensas. Lo hacía todo para la gloria de Dios y la bendición del pueblo.

El rey Joás llama a Eliseo, “padre mío”. Por las Escrituras sabemos que este rey “…hizo lo malo ante los ojos de Jehová, y siguió en los pecados de Jeroboam hijo de Nabat, el que hizo pecar a Israel; y no se apartó de ellos” (2R.13:2). O sea, no les habrá hecho mucho caso a las advertencias del profeta. Pero de alguna forma, Eliseo había influenciado al rey, de manera que éste lo fuera a visitar en su lecho de muerte. Aunque su consejo no fuera aceptado, el rey se dio cuenta que allí había alguien que oraba y tenía interés genuino en él y buscaba el bien del pueblo. Muchas veces, frente a la muerte propia o de otro, las personas se vuelvan más sensibles.

Quizás fuera este el caso. Puede que también fuera impactado por el interés que Eliseo siempre demostró por él y el pueblo. Aunque al final no le hizo caso, al menos reconoció la obra hecha por el profeta. Había hechos o palabras que le habían marcado. Además, ahora ya no tendría la protección del profeta a favor de su pueblo que era como un “carro de Israel y su gente de a caballo”, lo más poderoso en la batalla. Evidentemente, aunque solo fuera con un sentir egoísta, el rey ya no podría contar con el mayor protector que tuvieron él y sus antecesores.

Si meditamos en la actitud de este rey impío frente al testimonio del profeta, surge la pregunta, ¿qué impacto dejamos nosotros? ¿Hay alguna influencia a nuestro alrededor, en otras personas, sean estas inconversas o creyentes? Si llegara la cercanía de nuestra hora de partir, ¿qué testimonio habremos dejado? ¿Qué dirían de nosotros?

Así como en aquél entonces, también hoy son necesarias este tipo de personas que son como padres y madres espirituales para con los demás. En un mundo cada vez más egocéntrico, donde falta cada vez más este amor, incluso entre los lazos de sangre, ¡qué bendición es poder contar con padres y madres espirituales que están dispuestos a escuchar las necesidades, acompañar con consejo, consuelo y corrección, la vida de las personas.

Otro ejemplo digno de este tipo de cualidad la encontramos en el apóstol Pablo. Entre varios pasajes donde podemos observar esta actitud, se destaca lo escrito en 1ª Tesalonicenses 2:7-12: “…fuimos tiernos entre vosotros, como la nodriza que cuida con ternura a sus propios hijos. Tan grande es nuestro afecto por vosotros, que hubiéramos querido entregaros no sólo el evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas; porque habéis llegado a sernos muy queridos. Porque os acordáis, hermanos, de nuestro trabajo y fatiga; cómo trabajando de noche y de día, para no ser gravosos a ninguno de vosotros, os predicamos el evangelio de Dios. Vosotros sois testigos, y Dios también, de cuán santa, justa e irreprensiblemente nos comportamos con vosotros los creyentes; así como también sabéis de qué modo, como el padre a sus hijos, exhortábamos y consolábamos a cada uno de vosotros, y os encargábamos que anduvieseis como es digno de Dios, que os llamó a su reino y gloria”.

En 2ª Corintios 11:29 dice: “¿Quién enferma, y yo no enfermo? ¿A quién se le hace tropezar, y yo no me indigno?” (comp.1Co.4:14-16; 2Co.6:11-13; Hb.12:17; 3Jn.1:4). Si tenemos este tipo de padres espirituales, reconozcámoslo dando gracias a Dios por ellos, pero también en forma práctica (1Ti.5:17).

Ahora bien, seguramente Dios también nos quiere usar para que seamos padres espirituales para otros. En Hebreos 13:7 se nos exhorta: “Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios; considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe”.

¿Somos agradecidos, y nos dejamos usar?

Las palabras del rey a Eliseo también incluyen el testimonio de protección para Israel. El profeta había sido como un ejército a favor de su pueblo. Había sido un siervo fiel, buscando siempre el bien y la protección del pueblo, sobre todo, cuando habían sido hostigados por los enemigos. Allí había un varón de Dios que se ponía en la brecha a favor de su pueblo, uno que se dejó usar para el bien de los suyos.

¿Somos como Eliseo, que podemos ser usados para la protección, firmeza y avance del pueblo de Dios?

B. Una acción espiritual

A pesar de que el rey reconociera al profeta de una forma tan especial, Eliseo no perdió una palabra al respecto, sino que demostró una última vez, cuál era su mayor preocupación e interés: “Y le dijo Eliseo: Toma un arco y unas saetas. Tomó él entonces un arco y unas saetas. Luego dijo Eliseo al rey de Israel: Pon tu mano sobre el arco. Y puso él su mano sobre el arco. Entonces puso Eliseo sus manos sobre las manos del rey, y dijo: Abre la ventana que da al oriente. Y cuando él la abrió, dijo Eliseo: Tira. Y tirando él, dijo Eliseo: Saeta de salvación de Jehová, y saeta de salvación contra Siria; porque herirás a los sirios en Afec hasta consumirlos.”

Una vez más, así como con Naamán, Eliseo no buscó el reconocimiento, los honores y mucho menos recompensas. Él vivía para lo eterno, lo que no perece, lo que queda acreditado en el cielo. El profeta veía como se ceñía la amenaza siria sobre su pueblo. Una última vez habría de intervenir a favor de los suyos, aunque ellos en líneas generales no buscaban a Dios.

En cierta forma nos choca saber, que un varón de Dios como Eliseo, estuviera enfermo y habría de morir de dicha enfermedad. Sin embargo, esto no es impedimento para conservar su visión espiritual.

Eliseo le ordena al rey que abra la ventana, tense su arco y lance una flecha. De mientras apoyaba sus propias manos sobre las del rey. Cuando salía disparada la flecha dio a conocer el significado de esta acción simbólica. Era “saeta de salvación de Jehová, y saeta de salvación contra Siria”. Era una intervención de Dios a favor de Israel para darles la victoria sobre Siria. Dejó muy en claro, que la salvación venía de parte de Dios y no del ejército o la capacidad del rey.

La victoria solamente se puede obtener por medio del Señor.

Para empezar, sólo existe salvación por medio de Cristo (comp. Hch.4:12). A su vez, para que pueda salir una “saeta de salvación”, para que pueda haber un mensaje que impacte para salvación en la vida de los inconversos, primero tiene que haber un tiempo de quietud en el aposento, tiempos de oración mano a mano con el “varón de Dios”, nuestro Señor. Si queremos lograr algo afuera, si queremos que nuestras palabras tengan efecto, tenemos que tensar el arco en el silencio. Muchas veces no se tiene eficacia en la predicación o cualquier área de servicio, porque no tensamos nuestra relación con el Señor. Para que un violín de una nota agradable, tanto la cuerda como el arco tienen que estar tensados en forma apropiada. Así también es con cualquier área de nuestra vida.

Pero aparte de la salvación, así como con Joás, sólo puede haber victoria en nuestras vidas con la presencia del Señor en ella, cuando nuestras manos, toda nuestra vida, es dirigida por Sus manos. Eliseo, en su enfermedad, sabe que de Dios es la victoria. No es saeta de hombre, ni habilidad del guerrero. Únicamente en Dios está la victoria. Por medio del profeta Zacarías Dios dijo: “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zac.4:6). La persona que piensa que para mostrarse importante se debe atribuir logros, triunfos y proezas, delante de Dios, no sirve. Pronto caerá en fracasos, por el simple hecho de descansar en sí mismo. La clave se encuentra en la unidad absoluta con Cristo.

En 2ª Corintios 2:14, Pablo escribe: “Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento”. No está en nosotros el poder para vencer al enemigo y las tentaciones. No podemos tener victoria sobre nuestra carne, las influencias del mundo, no reconoceremos la guía para un avance victorioso sin que las manos horadadas del Señor estén sobre nuestras vidas. No en vano el Señor había dicho: “Separados de mí nada podéis hacer” (Jn.15:5). No podemos tener éxito pleno y con valor eterno, sin el Señor.

Estas manos del profeta sobre las de Joás, también nos ilustran que tenemos que esperar y actuar en el tiempo del Señor. A veces somos demasiado rápidos en actuar, otras veces en cambio, somos muy lerdos en obedecer. También la dirección de nuestra acción, el lugar, el ministerio donde involucrarnos y muchas áreas más, deben estar en absoluta sincronización con la mano del Señor. Tenemos que abrir “la ventana” en la dirección que Él lo indique. Para eso tenemos que estar bien cerca de Él. Que esto se haga realidad en tu vida, querido oyente.

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