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Título: El mensaje del gallo

Autor: Erich Fischer
PE1342

En el campo, el canto del gallo en la madrugada anuncia el comienzo de un nuevo día. Es un despertador muy especial. El Señor Jesús usó a un gallo para despertar del sueño espiritual a un hombre que había fracasado y Lo había negado. Este despertador sigue sonando hasta en nuestro tiempo. ¿Lo escuchamos?


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El Mensaje del Gallo

Estimado amigo, en el campo, el canto del gallo en la madrugada anuncia el comienzo de un nuevo día. Es un despertador muy especial. El Señor Jesús usó a un gallo para despertar del sueño espiritual a un hombre que había fracasado y Lo había negado. Este despertador sigue sonando hasta en nuestro tiempo. ¿Lo escuchamos?

Le voy a leer algunos versículos del capítulo 26 del Evangelio de San Mateo: 

«Los que prendieron a Jesús le llevaron al sumo sacerdote Caifás, adonde estaban reunidos los escribas y los ancianos. Mas Pedro le seguía de lejos hasta el patio del sumo sacerdote; y entrando, se sentó con los alguaciles, para ver el fin… Pedro estaba sentado fuera en el patio; y se le acercó una criada, diciendo: Tú también estabas con Jesús el galileo. Mas él negó delante de todos, diciendo: No sé lo que dices». Después de la tercera negación, el gallo cantó.«Entonces Pedro se acordó de las palabras de Jesús, que le había dicho: antes que cante el gallo, me negarás tres veces. Y saliendo fuera, lloró amargamente».

Pedro, gran héroe, ¿qué hiciste? ¿Realmente no conoces a Jesús? ¡Incluso bajo maldición y juramento negaste al Señor! Hace poco todavía decías:«Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna».). Y cuando el Señor anunció:«Todos vosotros os escandalizaréis de mí esta noche», tú Le aseguraste solemnemente:«Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré».¿Y ahora? ¡Ahora respondes a esta mujer con un cobarde: «No lo conozco»!

Sin embargo, no nos corresponde a nosotros enaltecernos ni juzgar a Pedro, pues así somos los seres humanos, no importa si nos llamamos Pedro, o de cualquier otra forma. Así es el ser humano cuando está bajo su propio gobierno. Podemos mencionar tres razones de la terrible caída de Pedro, más trágica aún cuando consideramos que estuvo con Jesús por largo tiempo. No vamos a juzgarlo, pero sí queremos preguntarnos si quizás nosotros no hubiéramos fracasado por las mismas razones.

Primera razón: presunción

Pedro estaba firmemente convencido de que tenía dominada la situación:«Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré»(Mt. 26:33). Abierta o quizás secretamente, cada uno de nosotros se considera capaz de lograr su propósito, de mantener el control sobre sí mismo aun en las tentaciones. Una actitud presuntuosa y demasiado segura de uno mismo es sumamente peligrosa. Pues a la más mínima tentación sucumbimos. La experiencia nos hace comprender con el tiempo, como a Pedro, que solos no podemos nada. Pedro quizás pensaba que como amaba tanto a su Señor y estaba tan estrechamente unido a Él, permanecería fiel en todas las circunstancias. Pero no pensaba lo mismo de los otros discípulos, porque no dijo: «Nosotros nunca nos escandalizaremos de ti», sino: «Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca». El creía que se mantendría fiel, pero fracasó. Esta primera razón de la caída de Pedro, nos enseña que solamente la fe inquebrantable en el poder de victoria de Cristo y en su fidelidad, nos hace fuertes para poder vencer las acechanzas del diablo. La fe en nuestra propia fuerza nunca nos ayudará, pues:«el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil»(Mt. 26:41).

Para los que confían demasiado en sus propias capacidades, es sólo una cuestión de tiempo el que caigan en una trampa puesta por Satanás.

Segunda razón: falta de vigilancia

La segunda razón de la caída de Pedro, es consecuencia de la primera. Pues el que cree en sí mismo, en su propia firmeza, pronto cabecea y se duerme. Cree que ya no necesita estar alerta. Piensa que se dará cuenta cuando el viento cambie de dirección. Pero recordemos las palabras de Jesús a Sus discípulos en el huerto de Getsemaní:«¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora?». Esto se lo dijo también a Pedro. Jesús instó varias veces a Su discípulos a que estuvieran alertas:«Velad y orad, para que no entréis en tentación», les dijo. Y también podríamos decirlo así: «Velad y orad, para que no caigáis cuando venga la tentación.» Solamente con un espíritu despierto podemos orar realmente. Pues es muy fácil que nos cansemos de orar y nos venza el sueño.«El espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil.»Pedro nunca estuvo alerta, no estaba despierto. No se dio cuenta que Satanás lo quería engañar. No estuvo alerta ni en el huerto de Getsemaní, ni en el patio del sumo sacerdote. No lo estaba porque pensaba que podía confiar en sí mismo. Prefirió calentar sus manos cerca del fuego y ver lo que iba a pasar, en lugar de juntar sus manos en oración en esa hora de aflicción.

Tercera razón: cobardía

Si somos sinceros con nosotros mismos, probablemente todos tengamos que reconocer que tampoco en este punto nos distinguimos mucho de Pedro.

Probablemente se avergonzaba de dar testimonio de Jesús delante de esa mujer. ¿Hay quizás también entre mis oyentes hermanos jóvenes, o ya mayores, que se avergonzarían de dar testimonio de Jesús en presencia de una mujer incrédula? ¿Te da vergüenza contar públicamente lo que Él hizo por ti? Quizás te dices: «¿Qué creerá de mí si empiezo a hablar sobre Jesús? Pensará que soy un religioso fanático…» Es más fácil decir rápidamente: «No conozco al hombre».

En realidad, Pedro tendría que haber respondido: «Sí, por supuesto que Lo conozco. Mucho tiempo estuve con Él.» Pero en lugar de confesar esto, lo escuchamos asegurar nerviosamente:«Hombre, no sé lo que dices».

La cobardía siempre es la consecuencia de una actitud presuntuosa y segura de sí misma. Fue así en la vida de Pedro y es así actualmente. El que cree que tiene suficiente coraje y firmeza en sí mismo para luchar contra el mundo – y si es necesario también contra todo el infierno -, será el primero en negar miserablemente al Señor. Por eso, tomemos a pecho las palabras de Pablo:«Pero tú por la fe estás en pie. No te ensoberbezcas, sino teme.» «Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo.»

La intervención de Dios

Aquí tenemos, pues, a nuestro héroe caído. El diablo triunfa, el infierno aplaude. ¡Qué victoria para los poderes de las tinieblas! Considéralo bien: Pedro pasó un tiempo maravilloso con el Señor, escuchó mensajes poderosos, presenció grandes milagros, y prometió grandes cosas a Jesús. Sin embargo, después de todo eso dijo:«Hombre, no sé lo que dices.»Entonces, Dios intervino:«Y en seguida cantó el gallo».

Quizás Pedro hubiera seguido hablando y negando a su Señor si el gallo no hubiera cantado. Pues muchas veces era él el que tomaba la palabra en el grupo de los discípulos. Pero, en ese momento, cantó el gallo y los ojos de Pedro se encontraron con los de Jesús. Y todo cambió. Tanto es así, que más tarde, después de Pentecostés, Pedro llegó a escribir cosas grandiosas. Sus cartas, en el Nuevo Testamento, son una fuente de riquezas.

Pero allí en el patio, Pedro habló hasta que el gallo le hizo callar abruptamente. Normalmente no es cortés interrumpir a alguien sin dejarlo terminar lo que está diciendo. Con un poco de auto-crítica nos damos cuenta que eso también nos pasa a nosotros. Sin embargo, hay situaciones en las cuales es necesario interrumpir a alguien. Por ejemplo, cuando una persona va hablando mucho mientras camina y no se percata que hay un pozo abierto en la vereda, seguramente no la dejaremos caer en él, sino que la interrumpiremos con un fuerte: «¡cuidado!».

En una situación así, la interrupción es absolutamente necesaria para proteger a la persona de una desgracia. O también – como en el caso de Pedro – para despertarla de su pecaminoso sueño espiritual.«Mientras él todavía hablaba, el gallo cantó».En ese momento el gallo fue un instrumento escogido por Dios. No siempre son personas las que funcionan como despertadores. El amor insondable de Dios por el hombre, dispone también de medios y caminos completamente diferentes. Es solamente Su gracia la que nos interrumpe. Y de vez en cuando canta un gallo para cada uno de nosotros, para interrumpirnos

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