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Título: El mensaje del gallo

Autor: Erich Fischer
  PE1343

En el campo, el canto del gallo en la madrugada anuncia el comienzo de un nuevo día. Es un despertador muy especial. El Señor Jesús usó a un gallo para despertar del sueño espiritual a un hombre que había fracasado y Lo había negado. Este despertador sigue sonando hasta en nuestro tiempo. ¿Lo escuchamos?


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 El Mensaje del Gallo 

Estimado amigo, en el programa pasado hemos leído en el evangelio según San Mateo, en el capítulo 26, de la terrible caída de Pedro. Nos parece muy trágico cuando consideramos que Pedro estuvo con Jesús por largo tiempo. Pero lejos tenemos que estar de juzgarlo, más vale que nos preguntamos si quizás no hubiéramos fracasado por las mismas razones. Hemos mencionado tres razones de esta terrible caída: 

1. Presunción

Una actitud presuntuosa y demasiado segura de uno mismo es sumamente peligrosa. Pues a la más mínima tentación sucumbimos.

2. Falta de vigilancia

El que cree en sí mismo, en su propia firmeza, pronto cabecea y se

duerme. Solamente con un espíritu despierto podemos orar realmente.

3. Cobardía

La cobardía siempre es la consecuencia de una actitud presuntuosa y segura de sí misma. Y ¿que dijo Pedro? «No conozco al hombre».

Ahora, el primer «interruptor» que quiero mencionar hoy es: 

La Palabra de Dios.

La Palabra de Dios quiere despertar al hombre en su pensamientos, dichos, planes y acciones. Lo quiere asustar cuando corre por un camino auto-elegido con la cabeza erguida, cuando la voluntad propia domina y no ve el peligro. El peligro se llama pecado, y el fin del pecado es la muerte. Esto Dios no lo puede evitar, a pesar de Su amor. Él tiene que intervenir. Entonces el gallo, en forma de Su Palabra, tiene que cantar fuertemente. Tiene que asustarlo, para imponer un alto a ese curso y exhortarlo a regresar. Pues lo que está amenazando no es solamente una pérdida temporal, sino una eternal. Dios dice en Su Palabra: «Yo deshice como una nube tus rebeliones, y como niebla tus pecados; vuélvete a mí, porque yo te redimí» (Is. 44:22). La invitación «vuélvete a mí» tiene que ser oída por todos los que se encuentran en el camino ancho de la vida. Tiene que entrar a los oídos de todos los que duermen, tiene que despertarlos de su sueño pecaminoso, tiene que salvarlos del juicio eterno y de la muerte. Este canto invita a todos los que lo oyen a que se vuelvan a Cristo, pues Jesucristo dijo: «Nadie viene al Padre, sino por mí» (Jn. 14:6). Solamente por la sangre de Cristo alcanzamos la paz con Dios, solamente por la sangre de Cristo recibimos parte en Su santidad y justicia, parte en el Reino de Dios. Sí, Dios quiere intervenir con Su Palabra: «Vuélvete a mí, porque yo te redimí». El quiere que esto se anuncie fuertemente en este tiempo de gracia, y que en Su nombre se ofrezca el perdón de pecados a todas las naciones, comenzando por nosotros mismos.

El segundo «interruptor»: 

La creación

En realidad, toda la creación está llena de gallos que cantan. Sin embargo, el problema es que muchas veces nos pasa lo que dice el Salmo 115:6: «Orejas tienen, mas no oyen», y muchas veces Dios tiene que decir de nosotros: «Y no oyeron ni inclinaron su oído; antes caminaron en sus propios consejos, en la dureza de su corazón malvado, y fueron hacia atrás y no hacia delante» (Jer. 7:24). No tenemos excusa, pues desde todos lados nos canta y nos exhorta el gallo de la creación.

Así, por ejemplo, podemos escuchar el canto del gallo en la tempestad: «Porque habló, e hizo levantar un viento tempestuoso, que encrespa sus ondas… tiemblan y titubean como ebrios, y toda su ciencia es inútil» (Sal. 107:25,27).

Primero Dios habla, pero luego sigue la acción. Hace levantar una tempestad. Él quiere asustar y despertar a la gente de su sueño. Y, sin embargo, luego todos preguntan por qué Dios no intervino, por qué no le puso un alto al temporal destructor, ya que es un Dios de amor. Los que hablan así, son las personas que normalmente son indiferentes frente a Dios y no quieren tener nada que ver con Él. Y, de repente, en la aflicción, se acuerdan de Él y buscan un apoyo. Y les parece que Dios no interviene. Pero, ¿no es justamente por la tormenta, con sus enormes devastaciones, que El ha hecho sentir a las personas su impotencia, su futilidad y su desamparo? ¿No ha sido la tormenta una intervención poderosa en la vida de todas esas personas que descansaban en la generalizada falsa seguridad de que nada nos puede suceder, de que tenemos las cosas bajo control? En una fracción de segundo tenemos que comprender que el hombre no tiene nada, absolutamente nada, bajo su control. Si Dios retira Su mano un poquito del curso de este mundo, el hombre queda totalmente desamparado. ¿Se reconoce la mano de Dios en la tormenta? No, en absoluto.

El canto del gallo de Dios se escucha cada vez con más frecuencia sobre esta tierra, en forma de catástrofes de la naturaleza. Ya Isaías profetizó: «Por Jehová de los ejércitos serás visitada con truenos, con terremotos y con gran ruido, con torbellino y tempestad, y llama de fuego consumidor» (Is. 29:6). ¿Ya hemos olvidado el canto del gallo en los terribles huracanes a los que le han puesto el nombre de «Rita», «Wilma», «Kathrina» etc.? ¿O las inundaciones en Rumania, Bulgaria, América Central, Bolivia, Bangladesh, y los incendios en Portugal, México y España? ¿El tsunami con sus miles de muertos, los terremotos en Irán, en el Kashmir, los movimientos de tierra en Indonesia? ¿Realmente ya olvidamos todo eso? Todo eso es el canto del gallo de Dios en este tiempo. Esas y todas las demás catástrofes tienen que llamar al hombre a volver de su mal camino, tienen que recordarle su propia futilidad y mostrarle el gran poder de Dios. Lea al respecto el capítulo 24 de Mateo.

También el trueno es un canto del gallo de Dios, pues en la Biblia siempre es un juicio de Dios, una demostración del gran poder de Su majestad. Y el rayo, que de repente ilumina todo y tiene una gran fuerza destructora, nos recuerda que el regreso de nuestro Señor puede acontecer de repente, desde la altura: «Porque como el relámpago que sale del oriente y se muestra hasta el occidente, así será también la venida del Hijo del Hombre.» Incluso las estrellas que se mueven lentamente en el firmamento, tienen que recordarnos que vamos al encuentro del día a través de la noche: a través de la noche de la muerte hacia la resurrección. Y Pablo nos hace recordar que habrá diferencias en la gloria, así como una estrella difiere de la otra por su brillo: «Así también es la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción. Se siembra en deshonra, resucitará en gloria; se siembra en debilidad, resucitará en poder. Se siembra cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual. Hay cuerpo animal, y hay cuerpo espiritual» (1 Co. 15:42-44).

¡Y cómo nos hace recordar el lucero de la mañana a Jesucristo, quien dice de sí mismo: «Yo Jesús he enviado a mi ángel para daros testimonio de estas cosas en las iglesias. Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana» (Ap. 22:16)! Él promete: «He aquí yo vengo pronto» (Ap. 22:12).

Toda intervención, dura o suave, de parte de Dios en nuestras vidas, tiene que hacernos pensar.

Otra grande verdad es que en la vida de muchas personas, primero se necesita un canto del gallo para el corazón, una así llamada prueba, antes que siquiera se den cuenta de la voz de Dios y se abran al mensaje del Evangelio. Las lápidas en nuestros cementerios son un fuerte canto, que grita: «¡transitoriedad! ¡transitoriedad!» «Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio» (He. 9:27). Hasta el momento del arrebatamiento, la muerte es segura para cada uno de nosotros. Pero ya sea que seamos llevados súbitamente, o que muramos inesperadamente, en los dos casos tienes que saber dónde pasarás tu eternidad. Que nadie piense que es muy joven y que la muerte todavía está muy lejos. Sabemos, lamentablemente, de suficientes catástrofes en las cuales la muerte alcanzó inesperadamente también a niños y jóvenes.

Por eso, estimado oyente, «si oyeres hoy Su voz, no endurezcas tu corazón».

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