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Titulo: “El Mesías, esperanza para el futuro” (parte 10).

Autor: Hal Lindsey
  Nº: PE890
Locutor: Gerardo Rodríguez

Hace 2700 años atrás, el elocuente profeta Isaías, nos hizo un hermoso retrato hablado de lo que sería un verdadero hombre lleno del Espíritu Santo, cuando predijo el carácter del Mesías al venir el Espíritu del Señor a descansar en él.

También había predicho que el fenómeno de los milagros sería reavivado y alcanzaría una nueva altura cuando el Mesías viniera. El no sólo dijo que el prometido traería sanidad física al afligido, sino que sanaría la tierra árida también.

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«El Mesías, esperanza para el futuro» (parte 10).

Estimado amigo, hace 2700 años atrás, el elocuente profeta Isaías, nos hizo un hermoso retrato hablado de lo que sería un verdadero hombre lleno del Espíritu Santo, cuando predijo el carácter del Mesías al venir el Espíritu del Señor a descansar en él.

«Y reposará sobre él el Espíritu de Jehová; espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor de Jehová. Y le hará entender diligente en el temor de Jehová. No juzgará según la vista de sus ojos, ni argüirá por lo que oigan sus oídos; sino que juzgará con justicia a los pobres, y argüirá con equidad por los mansos de la tierra; y herirá la tierra con la vara de su boca, y con el espíritu de sus labios matará al impío. Y será la justicia cinto de sus lomos, y la fidelidad ceñidor de su cintura.»»

(Isaías 11:2-5)

Un poco más adelante, en las profecías de Isaías, el Señor habla una vez más de esta amorosa persona al decir a través del profeta: 

«He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre él mi Espíritu; él traerá justicia a las naciones.»»

La Unción de Jesús

Al comienzo de su ministerio público, Jesús fue al río Jordán, donde Juan estaba bautizando hombres y mujeres. Al presentarse a sí mismo para ser bautizado, se estaba presentando en realidad al Padre, demostrando estar disponible y listo para comenzar el ministerio que el Padre quería que realizase. Al caminar dentro del agua, se estaba sumergiendo a sí mismo en una sumisión total a la voluntad del Padre, una voluntad que Jesús sabía lo llevaría a la cruz, soportando los pecados de la humanidad.

El Padre, inmediatamente, respondió a este espíritu sumiso enviando sobre él al Espíritu Santo, visiblemente, en forma de paloma. Dios también dio una aceptación verbal para que todos escucharan: «Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia» (Lucas 3:22). Estas palabras de encomendación son los mismos pensamientos que se encuentran en Isaías 42:1: «mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento».

Jesús era consciente del hecho de que él era el siervo ungido que Isaías había profetizado. Esto se hace evidente debido a un incidente ocurrido en la sinagoga. «Y se le dio el libro del profeta Isaías; y habiendo abierto el libro, halló el lugar donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor. Y enrollando el libro, lo dio al ministro, y se sentó; y los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en él. Y comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros» (Lucas 4:17-21).

¡Y se hubiesen podido oír las pisadas de una hormiga!

Entonces, de aquí en adelante empezó el Señor Jesús a demostrar los milagros de sanidad y empezó a enseñar en su camino a la cruz para morir por el pecado del mundo.

MILAGROS DE SANIDAD

En Isaías 35:4- 6 leemos otra profecía acerca de la identificación del Mesías: 

«Decid a los de corazón apocado; Esforzaos, no temáis; he aquí que vuestro Dios viene con retribución, con pago; Dios mismo vendrá, y os salvará. Entonces los ojos de los ciegos serán abiertos, y los oídos de los sordos se abrirán. Entonces el cojo saltará como un ciervo, y cantará la lengua del mudo; porque aguas serán cavadas en el desierto, y torrentes en la soledad.»»

A lo largo de la historia, la persona que podía realizar milagros genuinos era un fenómeno. Durante su larga historia, la nación de Israel vio muchos obradores de milagros, a pesar de que no todos provinieron de Dios. Sin embargo, durante los 400 años en los que los profetas cesaron de hablar a la nación, los milagros habían desaparecido y los, así llamados, obradores de milagros estaban en tiempos difíciles.

Pero el profeta Isaías había predicho que el fenómeno de los milagros sería reavivado y alcanzaría una nueva altura cuando el Mesías viniera. El no sólo dijo que el prometido traería sanidad física al afligido, sino que sanaría la tierra árida también.El ciego vería, el sordo oiría, el cojo y el paralítico saltarían como ciervos, el mudo cantaría cantos de alabanza y saldrían corrientes del desierto.

Estos milagros de sanidad servirían como credenciales a través de las cuales el Mesías pudiese autentificarse a sí mismo como genuino. Los milagros probarían que «el Espíritu del Señor estaba sobre él», y que estaba ungido «para vendar a los quebrantados de corazón, (y) publicar libertad a los cautivos» (Isaías 42:1; 61:1-2).

Jesús Quita las Dudas de Juan

Mientras Juan el Bautista estaba recostado en el calabozo de Herodes, por haber condenado el matrimonio de éste con la esposa de su hermano, comenzó a pensar acerca de todas las profecías que tenían que ser cumplidas por el Mesías cuando viniera. El sabía que el Mesías, supuestamente, purificaría a su gente y destruiría a aquellos que oprimieron y persiguieron al pueblo de Dios. Pero él también sabía que el Mesías debía sufrir por la redención de Israel así como por toda la humanidad, porque Juan mismo había dicho de Jesús: «He aquí el cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Juan 1:29).

Pero mientras Juan estaba allí en prisión tratando de ver cómo un hombre podría cumplir ambos roles, decidió enviar a alguien a preguntarle a Jesús mismo acerca de su verdadera identidad. Así que, algunos de sus discípulos, fueron a Jesús y le preguntaron: «¿Eres tú aquel que había de venir, o esperaremos a otro? Respondiendo Jesús, les dijo: Id y haced saber a Juan las cosas que oís y veis. Los CIEGOS VEN, los COJOS ANDAN, los LEPROSOS SON LIMPIADOS, los SORDOS OYEN, los MUERTOS SON RESUCITADOS y a los POBRES ES ANUNCIADO EL EVANGELIO; y bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí» (Mateo 11:2-6).

Jesús daba por descontado que Juan conocía estas predicciones acerca de los poderes milagrosos del Mesías y sabía que tan sólo mencionar estas profecías a Juan le confirmarían el hecho de quien era en realidad. El no intentó explicar el aparente problema paradójico de cómo iba a cumplir ambos retratos del Mesías, el sufridor y el reinante. El, sencillamente, puso por delante sus milagros como credenciales, totalmente suficientes, para demostrar que él era el Mesías que había de venir, el cual Juan había estado esperando.

Vamos a ver un aspecto más aún: El Pecado Imperdonable

La ceguera espiritual que Jesús enfrentó fue, en algunas oportunidades, asombrosa. Un día, un hombre endemoniado que había sido ciego y mudo fue sanado por Jesús y las personas que presenciaron ese hecho comenzaron a decir entre ellos: «¡Vaya! Tal vez este sea el hijo de David, el Mesías que hemos estado esperando, porque ha hecho este milagro increíble». Pero cuando los fariseos oyeron acerca de esto, dijeron que Jesús expulsaba demonios en el poder de Satanás.

En respuesta a esto, Jesús pronunció la advertencia más solemne de todo su ministerio. La leemos en Mateo 12:31-32: «…Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada. A cualquiera que dijere alguna palabra contra el Hijo del Hombre, le será perdonado; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no le será perdonado, ni en este siglo ni en el venidero».

Estos fanáticos religiosos conocían las profecías de que el Mesías sería ungido con el Espíritu y le sería dado el poder de realizar milagros a través de él. Con todo, cuando vieron a un hombre que proclamaba ser el Mesías y estaba autentificándolo con estas mismas señales ya anunciadas, atribuyeron la fuente de esos milagros a Satanás. No había perdón para ese tipo de incredulidad.

Hoy día, el único pecado imperdonable es rechazar el testimonio del Espíritu Santo acerca del regalo gratuito del perdón que Jesús nos consiguió. Se dice claramente en Juan 3:18: «El que en él cree no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios.»

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