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Autor: William MacDonald

La asamblea en el Nuevo Testamento, un tema que está muy en el corazón de Dios y ciertamente es de suma importancia para el Señor Jesucristo. Deberíamos preocuparnos por aquello que es lo que Dios más ama en este mundo. La asamblea más pequeña en la tierra significa más para Dios que el imperio más grande. Cristo es la Cabeza de la Iglesia, y también el mismo Cuerpo.


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PE2299 – Estudio Bíblico
El Plan de Cristo para la Iglesia – II (2ª parte)



Estimados amigos y hermanos!! Queremos ver hoy algunas de las grandes verdades de la Iglesia. Cristo es la cabeza de la Iglesia. Así dice Efesios 5:23: “porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador”. Cristo es la cabeza de la Iglesia. Cada declaración en la Escritura conlleva un imperativo. ¿Qué significa esto? Significa que cada declaración en la Biblia implica una obligación. En otras palabras, Dios no sólo quiere informarnos que “Cristo es la cabeza de la Iglesia”, como si fuera un hecho meramente. Él nos lo dice para que lo podamos hacer real en nuestras vidas y en nuestra comunión.

Ser cabeza se refiere a la administración y control. Cristo es el Administrador de la Iglesia. Él es quien controla la Iglesia. Cuando usted dice que Cristo es la cabeza de la Iglesia, automáticamente está excluyendo a los hombres de dicha posición. Esto excluye a cualquier Papa, arzobispo, o presidente. Excluye a cualquier pastor único, o ministro. Incluso excluye a los ancianos. Los ancianos no son la cabeza de la Iglesia. Cristo es la cabeza de la Iglesia, y los ancianos son pastores por debajo de la misma.

Quizás nos preguntemos: ¿Cómo aplicamos esto en nuestra vida eclesiástica?

La respuesta es: viviendo en una comunión tal con el Señor, que Él nos pueda comunicar lo que quiere hacer. Logramos eso cuando nos sumergimos en la Palabra de Dios. Esto se refiere particularmente a los ancianos. Su obra debería implicar sumergirse en la Palabra de Dios, en la cual tenemos los propósitos generales de Dios para nosotros y para la Iglesia.

Debemos sumergirnos en oración, buscando la mente de Dios. Y entonces, debemos buscar la guía del Espíritu Santo. ¿Revelará Dios Su voluntad? Por supuesto que sí. Y Él le dirá exactamente lo que quiere que suceda en la Iglesia.

Rad Stedman escribió muy bien sobre este tema en el artículo “¿Debería el pastor actuar como el Papa?”

“Hace mucho tiempo, la Iglesia actuaba como si Jesús estuviera
muy lejos, permitiendo que los líderes eclesiásticos tomaran sus propias decisiones y se encargaran de sus asuntos. Pero Jesús dijo en la Gran Comisión: “He aquí estoy con ustedes hasta el fin
del mundo”.
Él está presente, no sólo en la Iglesia como un todo, sino en cada iglesia local también. Jesús mismo es la autoridad máxima dentro de cualquier cuerpo de creyentes. Y Él está bien preparado para ejercer Su autoridad a través de los ancianos.
La tarea de los ancianos no es la de gobernar la iglesia por sí solos, sino determinar cómo es que el Señor desea que gobiernen la iglesia. Gran parte de esto nos lo ha hecho saber ya por las Escrituras. En las decisiones cotidianas, los ancianos deben buscar la mente del Señor a través de una unanimidad sin coerción. En otras palabras, los ancianos se reúnen. Buscan la mente del Señor, y el Señor forma sus intelectos, emociones, y voluntades para entender Su voluntad para la iglesia.
Por consiguiente, la autoridad final, incluso en los aspectos prácticos, está volcada en el Señor y no en alguien más. El punto es que ningún hombre es la única expresión de la mente del Señor. Ningún individuo tiene autoridad dada por Dios para dirigir la iglesia.”

Así que ésa es una gran verdad. Cristo es la cabeza de la Iglesia. Pablo lo presenta con gran firmeza en la carta a los Colosenses. Lo presenta en la forma más contundente.

Una segunda gran verdad de la Iglesia es que todos los creyentes son miembros.

Así leemos en Efesios 2:11 al 22: “Por tanto, acordaos de que en otro tiempo vosotros, los gentiles en cuanto a la carne, erais llamados incircuncisos por la llamada circuncisión hecha con mano en la carne. En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades. Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca; porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre. Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu.”

Pablo dice aquí en una forma maravillosa que, por medio de la obra del Señor Jesús en la cruz, Él une a judíos y gentiles creyentes, los cuales estaban en enemistad entre sí. Muchos judíos creían que Dios había hecho a los gentiles para que fueran el combustible del infierno. ¡A eso lo llamo enemistad! Y eso creó un tremendo abismo en la humanidad, el abismo entre judíos y gentiles. De hecho, estaba establecido por la ley. Fue la ley de Dios que separó a Israel como el pueblo terrenal escogido por Dios.

Pero ahora, en la obra del Señor Jesús, los judíos y gentiles creyentes son hechos uno en Cristo. Y Pablo está explicando cómo es que esto sucedió, en este maravilloso pasaje de la Escritura.

¿Qué significa esto para nosotros? Debemos reconocer todo indicativo como un imperativo. Debemos reconocer la unidad del cuerpo de Cristo. Todos los creyentes verdaderos son uno en Cristo Jesús. Esto tiene que ver con la política de recepción de nuestra asamblea local. Debemos recibir en nuestra comunión a todos aquéllos que tienen la marca de la redención sobre ellos, independientemente de su color, raza, nacionalidad, o cultura. Por supuesto, existen una o dos excepciones para eso. No debemos recibir a alguien que está bajo disciplina por parte de otra asamblea cristiana. Ese asunto debería tratarse en su propia asamblea. Deberíamos recibir a cualquier creyente que tiene una sana doctrina, un caminar santo, y no a alguien que esté disciplinado por otra iglesia local.

La verdad de la unidad en Cristo significa que deberíamos amar a todos los creyentes. Todo aquel que haya estado en las fuerzas armadas conoce que ésta es una realidad. ¡Qué gozo es conocer a alguien que se identifica con el mismo Cristo! Quizás usted esté lejos de su hogar. Quizás esté en la guerra, y repentinamente alguien le da testimonio del Salvador, y usted se da cuenta de que hay un gran vínculo allí, un vínculo en Cristo, y que es muy real. Deberíamos amar a todos los creyentes.

Y recuerde que en el sentido del Nuevo Testamento, el amor es más un asunto de la voluntad que de las emociones. En nuestro país, hoy en día, pensamos en el amor como algo que nos sobreviene, una idea romántica que le llega a uno al igual que un resfrío o una gripe, y uno no puede controlarlo. Pero ése no es el caso, en absoluto. El amor es un mandamiento. Quizás se pregunte: “¿Cómo puedo amar?” Puede amar dando. “De tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. Cristo también amó a la Iglesia, ¿y qué hizo? Se entregó a Sí mismo por ella. Podemos mostrar nuestro amor hacia las personas al darnos a nosotros mismos por ellos; entregando nuestras vidas, de ser necesario, por los hermanos.

Necesitamos a todos los creyentes. Es por eso que se nos da ese pasaje en 1 Corintios 12. Necesitamos a los miembros del cuerpo para poder funcionar adecuadamente. Y esto es cierto en el cuerpo universal de Cristo. Nos necesitamos unos a otros.

Podemos aprender de otros creyentes, aunque no estemos de acuerdo con ellos doctrinalmente. Todos los creyentes están de acuerdo con las doctrinas fundamentales de la fe cristiana. Ahora, queremos preguntarnos: ¿Cuáles son esas doctrinas fundamentales? Y lo responderemos. Pero, en el próximo programa. Porque se nos ha acabado el tiempo. ¡Hasta entonces, y qué Dios los bendiga!

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