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Titulo: “El Poder de la Sustitución”  1/5
 

Autor: WimMalgo 
Nº: PE1052

¿Sabe usted qué es lo que impide la presencia del Señor en medio de  nosotros?

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«El Poder de la Sustitución»  1/5

Estimado amigo, para empezar a hablar de este tema leamos los versículos 2 y 3 del capítulo 33 del libro de Éxodo.

Dice así: 

«Yo enviaré un ángel delante de vosotros y arrojaré a los cananeos, amorreos, heteos, ferezeos, heveos y jebuseos. Sube a la tierra que fluye leche y miel, pero yo no subiré en medio de ti, no sea que te consuma en el camino, porque eres un pueblo de dura cerviz».

En Éxodo 32, el Señor se interrumpe a Sí mismo hablando con Moisés. Le dice: «Anda, desciende, porque tu pueblo que sacaste de la tierra de Egipto se ha corrompido». ¿Qué ha ocurrido? Mientras Moisés persevera en la santa presencia de Dios y recibe Sus mandamientos para el pueblo, el pueblo se pone a adorar al becerro de oro. Entonces los hiere un terrible juicio: la ira de Dios, que quiere aniquilar al pueblo entero. Pero Moisés se pone como sustituto entre el pueblo y el Dios airado y obtiene el perdón para estos hombres.

A pesar de esto, estimado amigo el capítulo 33 comienza con una tragedia: la tragedia de la promesa restringida. Bien es verdad que ahora como antes, Dios quiere darles todas las cosas. Les promete como dice la palabra: «…la tierra acerca de la cual juré a Abraham, a Isaac y a Jacob…». También les promete la victoria: «Yo enviaré un ángel delante de vosotros y arrojaré a los cananeos…». Todos estos pueblos enemigos serán vencidos. Además, les promete la bendición: «Sube a la tierra que fluye leche y miel… . Pero en el versículo 4 leemos: «Al oír el pueblo esta mala noticia, ellos hicieron duelo. Ninguno se atavió con sus joyas.» ¿Por qué, pues? ¿Cuál es aquí la tragedia? A pesar de la plenitud de las promesas, el Señor hace una restricción esencial: El mismo ya no quiere subir con Su pueblo. Solamente envía a un ángel con ellos. Y el pueblo, a pesar de sus pecados, discierne que la bendición prometida por Dios no puede reemplazar al que bendice, y que la victoria que Dios promete, nunca podrá reemplazar al mismo Vencedor. Por eso hacen duelo y se arrepienten.

Queridos amigos, es exactamente lo mismo hoy en día: Tenemos muchísimas cosas buenas y bendecidas, tenemos nuestra tradición cristiana – ¿qué más queremos? Tenemos iglesias, hacemos evangelizaciones, tenemos escuelas bíblicas y obras misioneras. ¿Qué más nos falta? La respuesta es: Muchas veces, todas estas actividades religiosas están muertas porque el Señor no está presente. El Señor ya no participa en ellas. Bien es verdad que tenemos la bendición, pero ¿dónde está el que bendice? Bien es verdad que hablamos de victoria, pero ¿dónde está el Vencedor? La razón por la cual Dios ya no quiere acompañar a Su pueblo, es indicada incluso dos veces en la Escritura: 

– «Yo no subiré en medio de ti, no sea que te consuma en el camino, porque eres un pueblo de dura cerviz».

– «Vosotros sois un pueblo de dura cerviz; si yo estuviese un solo instante en medio de vosotros, os consumiría» .

Dios quiere, pues, decir: En virtud de Mi santidad y justicia, no puedo estar con vosotros, pues Mis juicios os herirían mortalmente a causa de vuestros pecados. ¡Ya no quiero subir en medio de ti!

Esta es nuestra situación actual: Tenemos iglesias, música, dogmas, sistemas bien organizados en nuestras iglesias, obras misioneras, y a pesar de esto: ¿Dónde está el Señor, el Dios de Elías? ¿No es que El muchas veces tiene que decir con tristeza también de las actuales actividades cristianas: «Si yo estuviese un solo instante en medio de vosotros, os consumiría»?

Pero, ¿tenemos una prueba de que el Señor hoy en día ya no está con nosotros? Sí, la tenemos. En la iglesia primitiva, el Señor mismo estaba presente, y esto significaba que el pecado no podía permanecer oculto. No se toleraba ningún pecado. Ananías y Safira fueron desenmascarados en presencia de toda la iglesia como mentirosos y cayeron muertos. Un gran temor vino sobre la Iglesia del Señor. ¿Por qué? Porque el mismo Señor estaba presente. Tan pronto como pecaban irrumpía el juicio.

¿Y hoy? Lamentablemente esta es la explicación de la horrible conformidad con el mundo y tibieza en la Iglesia. Hoy puedes ser cristiano y al mismo tiempo un hijo del mundo; puedes decir sí a Jesucristo, pero también sí a pecados ocultos, nadie lo nota. Puedes cantar en la iglesia con corazón tibio: «Te amo, fortaleza mía», y a pesar de esto no caerás muerto. Puedes escuchar la predicación del domingo con ojos soñolientos y pensar: «Si solamente ya estuviera afuera», pero el juicio de Dios no te herirá a causa de esto. ¿Por qué no? Porque El mismo ya no está presente.

Lo estremecedor en la historia de Exodo 33 es que Dios incluso Se distancia de Su obra de salvación que ha hecho en Israel. Pues sabemos que salvó a Israel sacándolo de Egipto con Su mano poderosa. Pero ahora El dice a Moisés: «Vé, sube de aquí, tú con el pueblo que sacaste de la tierra de Egipto…» (v. 1). – Muchas veces es así que Jesucristo Se retira de Su obra de salvación, y aunque se predica la salvación en la Iglesia de Jesús, el mismo Salvador ya no está obrando. – ¿Cuáles eran, pues, las causas de esto con Israel allí en el desierto? La mezcla de lo santo y de lo profano; la idolatría era encubierta con fe ortodoxa. Cuando leemos Éxodo 32:4: «El los recibió de sus manos e hizo un becerro de fundición, modelado a buril. Entonces dijeron: ¡Israel, éste es tu dios que te sacó de la tierra de Egipto!», entonces no nos sorprende que el Señor se distanció de Su obra.

¿Cuántas cosas se hacen y toleran hoy en día bajo el lema de la cruz, de la salvación? ¿Cuánto se encubre y se vela, cuánto se peca y al mismo tiempo se canta en público: «Hay poder de victoria en la sangre del Salvador»? Esta es la abominación de nuestro tiempo, exactamente como en aquel entonces. Y lo más terrible es que esto se ignora. En muchas iglesias no se dan cuenta que el Señor Se ha retirado. Siguen en el rumbo de la tradición y no comprenden que el aparato bien organizado de la iglesia funciona solamente gracias a las capacidades humanas.

Israel se dio cuenta de esto e hizo duelo. También Moisés lo reconoció: El Señor ya no quiere andar con nosotros. Ya no se interesa por la tierra, la bendición y la victoria. Escuchemos su clamor ante Dios: «Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí» . ¡Oh, si este fuera el grito de tu corazón: «¡Señor, Tú tienes que estar otra vez en nuestro medio, tienes que regresar a nuestra iglesia, a mi familia, a mi corazón!» La fe cristiana no te hace feliz, sino sólo y únicamente Jesucristo.

¿Qué debemos hacer para que Jesucristo, o sea, Dios mismo en Su santa majestad, gloria y amor pueda estar otra vez entre nosotros?

Querido amigo aquí viene la respuesta! ¡Quítese las joyas!

Esto es dicho tres veces en Éxodo 33:4-6: «Ninguno se atavió con sus joyas». En el versículo 5b, el Señor dice: «Ahora pues, quitaos vuestras joyas, y yo sabré qué he de hacer con vosotros», y en el versículo 6 leemos: «Y los hijos de Israel se desprendieron de sus joyas a partir del monte Horeb.» ¿Qué eran, pues, estas joyas de Israel? Eran los mismos objetos con los cuales habían pecado contra Dios e hicieron construir su ídolo: «Aarón les respondió: Quitad los aretes de oro que están en las orejas de vuestras mujeres, de vuestros hijos y de vuestras hijas, y traédmelos. Entonces todos los del pueblo se quitaron los aretes de oro que tenían en sus orejas, y los trajeron a Aarón». De ellos hicieron entonces al falso dios, el becerro de oro. Ahora, pues, el Señor está delante de ellos en santa majestad y les dice: «Quitaos vuestras joyas…» Sí, Dios mismo se niega a tomar alguna decisión sobre qué va a hacer con el pueblo antes que se hayan quitado sus joyas. El Señor hace depender Su actuar de esta condición: «Ahora pues, quitaos vuestras joyas, y yo sabré qué he de hacer con vosotros» (Ex. 33:5). Y el pueblo obedece: «Y los hijos de Israel se desprendieron de sus joyas a partir del monte Horeb». Este fue el primer paso en la obediencia renovada.

Querido amigo, ¿Estás dispuesto a dar este primer paso de obediencia, es decir, a desprenderte de tus joyas? ¿Cuáles, pues, son tus joyas? Ciertamente no son los broches o aretes, sino lo que está entre Dios y tu alma, es decir, el pecado o los pecados que El te ha mostrado y de los cuales hasta hoy no te has desprendido. En el Nuevo Testamento somos exhortados aproximadamente siete veces a desprendernos de estas joyas de pecado. 1 Pedro 2:1 nos exhorta: «Habiendo pues dejado toda maldad, todo engaño, hipocresía, envidia y toda maledicencia…» (1 Pe. 2:1). También Santiago dice lo mismo: «Por lo tanto, desechando toda suciedad y la maldad…» (Stg. 1:21). Somos exhortados a no solamente orar para que el Señor quite nuestros pecados, sino, con base en la redención consumada, a decir «no» al pecado y a desecharlo en la obediencia de la fe. Es notable que Pablo dice exactamente lo mismo en Colosenses 3:8: «Pero ahora, dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia y palabras groseras de vuestra boca.» Mientras tú como creyente no estés dispuesto a dar este primer paso de obediencia, el Señor se distanciará de ti; mientras tanto El no reinará en tu corazón, mientras tanto El no estará en tu familia y mientras tanto El no estará presente en tu congregación. ¿Estás dispuesto a desprenderte ahora de estas joyas de pecado en la obediencia de la fe? Deseo que así sea en tu vida estimado amigo!

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