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Título: El sistema de alarma precoz de Dios

Autor: Norbert Lieth PE Nº: 1237

Estimado amigo, al comienzo de este programa quiero volver a recordarle que Dios, hace mucho tiempo atrás, ya nos dio el mejor sistema de alarma precoz existente: Su Palabra, la Biblia.

Allí todo está escrito. Dios nos advierte con bastante anticipación del pecado, y también del infierno. También nos advierte que no escuchemos a consejeros falsos ni andemos por el camino equivocado (Salmos 1:1). En Su amor, nos insta a aceptar a Jesucristo y a andar por el camino de la vida con Él. La Biblia también dice que hacemos «bien en estar atentos» a «la palabra profética» (2 P. 1:19). En ella está descrito todo el camino de salvación y todo lo que aun sobrevendrá a este mundo. Contra los juicios apocalípticos de Dios, ningún sistema de alarma precoz es suficientemente bueno. ¡Nuestro refugio es solamente Jesucristo!


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Es importante tomar en cuenta que las personas que perdieron su vida en el maremoto no eran peores pecadores que los que se salvaron. Pero esta desgracia golpeó a todo el mundo y por eso es un mensaje para el mundo entero, porque todos somos pecadores. Se está haciendo duelo por los muertos de 46 países. Si alguien dice que eso tenía que ocurrir porque en ese «paraíso» vacacional se pecaba muy intensamente – entonces ¿qué podemos decir de París, de Hamburgo con la «Milla Roja», de Berlín, Londres y Las Vegas? ¡Estas ciudades, entonces, ya deberían haber sucumbido cientos de veces! Pero todavía están ahí.

No es que esas personas hayan sido más pecadoras, sino que Dios allí, delante de Sumatra, simplemente puso una señal para trasmitir un mensaje al mundo entero y decir: «¡Escúchenme por fin a Mí, a Mi palabra, a la Biblia!»

En vista de las alrededor de 300.000 víctimas fatales, los miles de heridos y los millones que quedaron sin hogar, muchas veces también se pregunta: 

¿Y dónde estaba Dios?

Un diario sensacionalista alemán, después de la catástrofe del maremoto, puso sobre dos páginas la pregunta: «¿Dónde estaba Dios?» El Pastor Thomas Wipf, presidente de la Alianza de Iglesias Evangélicas Suizas, dijo durante la ceremonia fúnebre ecuménica para las víctimas: «¿Qué más nos queda que preguntar: Dónde estabas Dios, cuando llegaron las olas?» Y el obispo católico romano A. Graf, incluso, se atrevió a preguntar: «¿Por qué duermes Señor Dios? ¿Por qué escondes tu cara, porqué olvidas nuestra desgracia?» Se cuestiona a Dios. ¿Es ésta la única respuesta que pueden dar nuestros representantes religiosos: Dónde estaba Dios?

Más bien deberíamos preguntar así: ¿Y dónde no estaba Él? Después de todo, ¡Dios llamó la atención! ¡Él advirtió! Él nos mostró que Su Palabra es verdad y que Él está cerca de nosotros. Él nos indicó la dirección.

Eso es lo que, justamente, nos debería sacudir, que después de todo el Señor no duerme, sino que está totalmente despierto y vive. Él tampoco aparta Su rostro, sino que mira lo que sucede. Él no se esconde y Él no olvida nunca. Solamente olvida los pecados que han sido lavados con la sangre de Jesús (cp. 1 Co. 6:9-11) Y los olvida de tal manera, como si nunca hubieran sucedido. De Dios, dice en Salmos 104:32: «Él mira a la tierra, y ella tiembla.» Y en Nahum 1:5 leemos: «Los montes tiemblan delante de él, y los collados se derriten; la tierra se conmueve a su presencia, y el mundo, y todos los que en él habitan.» El autor C.S.Lewis dijo: «En nuestras alegrías Dios nos habla al oído, Él habla a nuestra conciencia; en nuestros dolores, sin embargo, Él clama en alta voz. Los mismos son Su megáfono para despertar a un mundo sordo.»

Nosotros somos los que duermen, y Él nos quiere despertar. Nosotros somos quienes se esconden. Ya los primeros seres humanos, Adán y Eva, se escondieron de Dios después que transgredieron Su orden (cp. Gn. 3:8). Nosotros somos quienes Lo olvidamos a Él. Nosotros ya hemos llegado a tal punto, que ya no reconocemos las realidades; lo distorsionamos todo, inspirados por el diablo, quien siempre transforma la verdad en mentira.

A los creyentes les fue dicho: «Y esto, conociendo el tiempo, que es ya hora de levantarnos del sueño; porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación (= arrebatamiento, cuando Jesús venga a buscar a Su iglesia) que cuando creímos. La noche está avanzada, y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz. Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia, sino vestíos del Señor Jesucristo …» (Ro. 13:11-14).

Dios vela sobre un mundo que se aleja más y más de Él. Él ha sacudido al mundo entero en el sureste de Asia, en un lugar sumamente vulnerable, en un paraíso de fabricación propia, como advertencia para los que quedan.

¿Es justo el obrar de Dios?

Esta pregunta fue presentada, entre otras, en un diario del sur de Alemania: «¿Dónde está la justicia de Dios en vista de los males en este mundo?»

Echarle la culpa a otro, es algo que siempre le ha gustado hacer al ser humano. Eso ya sucedió después del primer pecado, cuando Dios pidió explicaciones a Adán por su desobediencia (Gn. 3:11) y éste le dijo: «La mujer que (tú) me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí» (v. 12). Aun cuando Adán era claramente conciente de su propia culpa, acusó a Dios de que ese percance solamente había sucedido porque Él puso a Eva a su lado. Cuando los seres humanos acusan a Dios, quieren encubrir que en realidad son ellos los que están equivocados. Más bien deberíamos señalarnos con el dedo a nosotros mismos y darle la razón a Dios. Deberíamos darle gracias de que las cosas no han ido más allá del sacudimiento de la tierra y que Él todavía no ha perdido la esperanza con nosotros.

A la pregunta: «¿Dónde estaba Dios?», una revista judía contestó: «¿Dónde estaba el ser humano?»

Podemos rebelarnos contra el Señor, cuestionarlo y maldecirlo. O también puede ser que no lo comprendemos. Pero aun así, Él continúa siendo totalmente justo. La única justicia la encontramos en Él; Él no hace nada injusto. Romanos 3:4 lo deja bien claro: «De ninguna manera; antes bien sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso; como está escrito: Para que seas justificado en tus palabras, y venzas cuando fueres juzgado.» También en el juicio Dios será totalmente justo: «Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios» (Ro. 2:5). Aun en vista de los juicios de las copas de ira durante la gran tribulación, con sus consecuencias mundiales, los seres celestiales cantan en adoración: «Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos. ¿Quién no te temerá, oh Señor, y glorificará tu nombre? pues sólo tú eres santo; por lo cual todas las naciones vendrán y te adorarán, porque tus juicios se han manifestado» (Ap. 15:3-4).

¿Por qué es que durante el maremoto en las costas de Sumatra murieron personas inocentes, y por qué muchas veces los culpables son salvados? De todos modos, las víctimas no eran más culpables que otras personas. Pero, justamente ahí está la advertencia. A algunos que pensaban que la Torre de Siloé había caído sobre personas especialmente pecadoras, el Señor Jesús les dijo: «… si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente» (Lc. 13:5). Y ellos no se arrepintieron, por lo cual alrededor del 70 d.C. cayó sobre ellos la catástrofe por medio de los romanos, haciendo que en Jerusalén prácticamente todos perecieran.

También es muy importante notar que en el maremoto en las costas de Sumatra, el Señor no hizo ninguna diferencia entre judíos y gentiles. En proporción, no perecieron allí menos judíos que gente de entre las naciones.10 Y eso es también lo que la Biblia dice: «… pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia; tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo, el judío primeramente y también el griego, pero gloria y honra y paz a todo el que hace lo bueno, al judío primeramente y también al griego; porque no hay acepción de personas para con Dios» (Ro. 2:8-11). Llegará el día en que toda rodilla se doblará delante de Jesús y tendrán que darle la razón (Fil. 2:10).


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