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Titulo: “Enoc”5/6 primera parte
  

Autor: EstebanBeitze 
Nº: PE1216

Es fácil entusiasmarse por algo, dar buen comienzo pero no finalizar lo que se ha emprendido. Esta actitud, en cuando al «caminar con Dios» es trágico. Escúchelo en este programa.


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«Enoc» 5/6 primera parte

Estimado amigo, en esta oportunidad le invito a estudiar otro aspecto del caminar con Dios, el cual podemos observar claramente en la vida de Enoc.

El caminar con Dios, significa también seguir sin desmayar hasta llegar al final. Muchos empiezan gozosos el camino con Dios, mientras la senda los lleva por prados llenos de flores y es refrescado por una suave brisa. Por este tipo de camino van con entusiasmo y cantando alegres. Pero cuando el sendero se torna pedregoso, si la cuesta es muy empinada y el calor del mediodía los hace desfallecer; cuando la travesía se hace desértica, y se encuentran solos; cuando toca pasar por los valles de la sombra del dolor, de la enfermedad o de la muerte de algún ser querido; muchos dejan de seguir al Señor. ¿Qué pasó? ¿Dios cambió? ¿Dios le abandonó? ¡Claro que no! Si alguien abandona el camino del Señor, es porque tenía el punto de vista equivocado, dejó de mirar al Señor.

Se cuenta la historia de un muchacho uruguayo que trabajaba en el campo. Él quería aprender a arar el campo. En aquél entonces todavía no existían los tractores, por lo cual esta tarea se hacía con un caballo o buey. Al enterarse del deseo del joven, el capataz lo llevó al campo para enseñarle esa tarea. Le dijo que la clave para hacer un trabajo eficaz era que el primer surco quedara bien derecho. Luego los demás simplemente se hacían paralelos al primero. El muchacho preguntó: «¿Y cómo se hace para que el primer surco quede derecho?» El capataz le contestó: «Es sencillo. Tomas el caballo y el arado, pones tus ojos en un punto fijo en la lejanía, y comienzas a arar en esta dirección sin mirar para los costados y mucho menos para atrás». El muchacho dijo: «Esto es pan comido». Y con toda las ganas de la juventud empezó la tarea. Al poco tiempo el capataz volvió para ver como le estaba saliendo el trabajo al joven. Pero ya de lejos le grita: «¡Eh muchacho, ¿en dónde pusiste tus ojos? ¡Este surco tiene más curvas que la ruta que sube a las sierras! ¿En qué fijaste tu mirada? El muchacho asombrado mira su surco torcido y luego mira para adelante y señala un punto blanco y negro en la lejanía. Era una vaca, y a medida que iba pastando de un lado para el otro, así le iba quedando el surco al muchacho.

Quizás sea chistoso, pero por otro lado es la triste realidad de muchos que empezaron a caminar con Dios. En vez de tener fijos los ojos en el Señor y sólo en el Señor, ponen sus ojos en otras cosas. A veces pueden ser cosas que de por sí no son malas como lo era la vaca, pero la consecuencia fue que en definitiva hizo que el surco del muchacho le quedara torcido. A veces pones los ojos en una persona, en un líder, pero por más espirituales que sean, tienen sus errores y pueden caer. Si esto sucede, muchas veces arrastran a otros consigo. Por lo tanto, nuestro ejemplo y nuestra meta siempre debe ser el Señor.

Por otro lado, a veces quedamos jugando con el pecado. Nos quedamos con recuerdos de cosas que hicimos o vimos, cosas que anhelamos en lo secreto, cosas que todavía no las hemos llevado a la cruz. Estas cosas harán que nuestro andar con Dios no sea el adecuado. El surco quedará torcido y muchas veces termina en tragedia.

Bien conocido es el caso de la mujer de Lot. Los ángeles estaban sacando a Lot, su esposa y sus dos hijas de Sodoma, para luego destruirla por su inmensa maldad. La orden había sido que ellos no se detuvieran ni miraran para atrás. Pero la mujer de Lot siguió pensando en lo que tuvo que dejar: su renombre o su orgullo, sus posesiones, sus joyas, su comodidad y quién sabe si también algún pecado oculto. El tema es que miró para atrás y al momento se convirtió en estatua de sal (Gn.19).

Es imposible querer caminar con Dios y al mismo tiempo mirar para atrás. El que no es apto para arar tampoco lo es para sembrar. Jesús habló acerca del mismo principio: «Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios» (Lc.9:62). Le podemos añadir lo que el escritor de la carta a los Hebreos decía: «…despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe…» (He.12:1,2).

Al pueblo de Israel Dios le dijo por boca de Jeremías: «Escuchad mi voz, y seré a vosotros por Dios, y vosotros me seréis por pueblo; y andad en todo camino que o mande, para que os vaya bien». Pero lamentablemente la reacción fue otra: «Y no oyeron ni inclinaron su oído; antes caminaron en sus propios consejos, en la dureza de su corazón malvado, y fueron hacia atrás y no hacia adelante» (Jer.7:23,24). A raíz de este ir hacia atrás, alejarse de los caminos del Señor, vino el juicio sobre ellos.

¿Hay algo en tu vida que está impidiendo un ministerio fructífero? Si el Espíritu Santo te recuerda algo, ¿qué piensas hacer? ¿No es hora de sacar este pecado oculto a la luz? Quizá un rencor oculto contra un hermano, un resentimiento; quizá envidia o celos por lo que tiene o hace otro, quizá es tu orgullo que te hace producir surcos torcidos en vez de rectos. Quizás es un recuerdo, la imagen de algún pecado que sigue en tu mente, quizás una actitud o costumbre pecaminosa que constantemente le estás dando lugar en tu vida. ¿Seguirás así? Dios te exhorta: : «…despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe…»

Jesús mismo es el ejemplo supremo para la carrera. Es nuestro ejemplo en la entrega, amor, perdón y santidad. No le importó perder todo para lograr nuestra salvación, y esto estuvo marcado por su amor y perdón (Fil.2:5-8).

Es nuestro ejemplo en el sufrimiento. No le importó ser humillado y sufrir lo indecible para salvarnos (1P.2:21-24). Por esto fue exaltado. Con esto se volvió ejemplo de nuestra exaltación.

Colosenses 1:10 nos dice: «para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo…»

Frente a cada circunstancia o decisión nos tenemos que preguntar: ¿cómo actuaría Cristo? ¿Qué diría Cristo? ¿Escogería estar en este lugar o hacer tal cosa? ¿Qué haría Jesús si estuviera en mi lugar?

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