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Autor: William MacDonald

Comenzando una nueva serie hablaremos de la Gracia de Dios que hizo posible el Plan de Salvación para todas las personas gracias al sacrificio de Jesús. Pero ¿Por qué un sacrificio, si Dios es amor? y ¿por qué justamente de Jesús? La respuesta no es otra cosa que la Gracia.


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PE2498- Estudio Bíblico
Esto sí es Sublime Gracia (1ª parte)


 

El problema estupendo y la solución divina

Después de haber tenido una infancia y juventud problemáticas, Juan Newton se unió al barco de su padre en el comercio del Mediterráneo. Cayó en las fosas de la inmoralidad, libertinaje y la infidelidad. Alguien dijo que podía maldecir y jurar durante dos horas y sin repetirse. Después de ser despedido por su propio padre, sirvió en barcos esclavistas, en los que él mismo se convirtió en esclavo. Cuando estuvo al borde de la muerte en una violenta tormenta en el mar, se volvió al Señor, y más tarde, se convirtió en ministro del evangelio que él tanto había despreciado.

Su experiencia personal de salvación está consagrada en un himno muy conocido. Por una curiosa providencia, esta canción ha llegado a estar varias veces en las listas principales de música popular entre personas que probablemente son ajenas a la sublime gracia de Dios.

¡Gracia sublime! ¡Cuán dulce es el sonido,
Que salvó a un miserable como yo!
¡Una vez estuve perdido, pero ahora he sido encontrado,
Estaba ciego, pero ahora puedo ver!

Son algunas de las líneas de ésta melodía inconfundible. Preguntémonos ahora acerca de la posición de Dios en cuanto a la caída del hombre y el pecado. Hablemos del estupendo problema. ¿Tuvo Dios un problema? Bueno, no exactamente. El gran Dios es demasiado poderoso y sabio como para tener problemas. Él solo los resuelve. Pero a veces parece que pensamos que Él tuvo problemas para idear un plan de salvación para el ser humano. Simplemente estamos usando el lenguaje de la apariencia humana cuando decimos que Él tuvo un problema.

Ahora que hemos aclarado este asunto, ¿cuál es el problema? De hecho surge de un aparente conflicto entre dos grandes atributos de Dios Su amor y Su justicia. Por un lado, Dios es un Dios de amor. Él ama a las personas con pasión. Son el broche de oro de su obra. De entre todas las maravillas de la creación, Él se deleita de manera especial con la humanidad. Él desea la compañía, la camaradería, de cada hombre y mujer, niño y niña para toda la eternidad.

Pero el problema surge del hecho de que todos somos pecadores y Dios es justo. Él no puede aprobar el pecado. No puede guiñarle el ojo, pasarlo por alto o ser condescendiente. El pecado debe ser castigado y la paga del pecado es muerte. Si los pecadores piensan habitar con Dios en el cielo, sus pecados tienen que ser quitados de alguna manera. La pena debe pagarse. Las personas deben ser limpias y puras para vivir con Dios.

Así que ahí tenemos nuestro estupendo problema. Por un lado, Dios es amor, y en Su amor, no quiere que nadie perezca. Él no desea la destrucción eterna de nadie. Él quiere que todos disfruten los esplendores y deleites del cielo por siempre y para siempre. Pero Dios es luz. Su justicia demanda que los pecados del pecador sean expiados. Él requiere compensación plena por cada pensamiento, palabra o hecho de maldad. Ningún pecador sin perdón puede entrar en el cielo jamás.

Ahora, ¿cómo puede Dios elaborar un plan de salvación que satisfaga Su amor y a la vez no comprometa Su justicia? ¿Cómo puede ser un Dios justo y un Salvador a la misma vez? ¿Cómo podría ser un Dios justo y perdonar pecadores impíos? Ese sí es el dilema.

Supongamos algunos requisitos para cualquier plan de salvación propuesto por el Dios que es amor, santo y justo. Cuando Dios decidió rescatar a la humanidad caída fue un acto de gracia indescriptible. Pero una vez que tomó esa decisión, tuvo que elaborar un plan que satisficiera plenamente tanto Su amor como Su santidad. Puesto que ama a todos, Su salvación debe ser:

Ofrecida a todos. Ya que Él no quiere que nadie quede excluido.
•Debe ser suficiente para todos. Y satisfacer las necesidades de cada persona sin excepciones.
•También debe ser algo para lo cual todos sean aplicables. Ninguna cantidad de maldad sería capaz de impedir que alguien participara.
• No tiene sentido ofrecer algo incomprensible. Por lo que éste plan tiene que ser suficientemente simple como para que cualquiera lo entienda. Y que cualquiera pudiera recibir. Ya que la verdadera religión no debiera tener condiciones que algunos no pudieran alcanzar.
•Por otro lado no debe ofrecer posibilidad para el enorgullecimiento humano. El orgullo es padre de los pecados, y no habrá cabida para él en el cielo. Para excluir el orgullo, todos deben tener las mismas posibilidades de entrar al cielo.
•Sin embargo, el plan no debe forzar a la persona a hacer algo contra su voluntad.

Existe entonces una única solución concebible al dilema divino. Y yace en la palabra sustitución. De alguna manera, debe encontrarse un sustituto adecuado que pague la pena por los pecados de las personas. La mayoría de nosotros estamos familiarizados con la idea de la sustitución. En algunos eventos atléticos, el entrenador envía jugadores al campo a sustituir a otros. El hebreo creyente promedio en tiempos del Antiguo Testamento entendía bien el concepto de sustitución. Cuando traía un animal al altar del sacrificio y ponía sus manos en la cabeza del mismo, visualizaba la transferencia de sus pecados a un sustituto que moriría en su lugar.

Sí, la solución al dilema divino era que un sustituto muriera en lugar de la pecaminosa humanidad. Pero también existían algunas condiciones que el sustituto debía satisfacer. El sustituto debe pasar cinco pruebas:

•El sustituto debe ser humano. De otra manera el intercambio no sería justo o equitativo.
Debe también ser una persona sin pecado. De otra forma, tendría que morir por sus propios pecados.
Solo una persona infinita podría expiar los innumerables pecados de innumerables personas. El valor del sustituto debe ser lo suficientemente alto como para cubrir todos los pecados de la humanidad pasados, presentes, y futuros. Por lo tanto el sustituto debe ser Dios.
Debe derramar su sangre, porque la ley divina ha decretado que sin derramamiento de sangre no hay perdón de pecados. La vida está en la sangre y debe pagarse vida por vida.
Debe estar dispuesto a hacerlo. De otra manera, Satanás podría acusar a Dios por forzar injustamente a una víctima involuntaria a que muriera en lugar de pecadores impíos.

Amigo, si ha seguido las cinco pruebas que debería pasar el sustituto coincidirá conmigo en que Jesús califica para todos los puntos. La única Persona en el universo que satisface todas estas condiciones es Jesucristo.

•Él se hizo hombre en Belén. Nacido de la virgen María, Él es hombre perfecto. Como lo expresara el gran compositor de himnos cristiano, Charles Wesley: “Nuestro Dios, tan solo por un lapso, incomprensiblemente hecho hombre”.
Él es Dios. Tiene los atributos de Dios, los títulos de Dios y es igual a Dios el Padre.
No tiene pecado. Los registros no pueden negarse. Él no conoció pecado. Él no cometió pecado alguno, y no hay pecado en Él.
• Como Sustituto, derramó Su sangre por los pecadores en la Cruz del Calvario. Multitudes han se han acogido de la sangre de Jesucristo, el Hijo de Dios, que limpia de todo pecado. Y lo hizo voluntariamente para que los pecadores pudieran salvarse. No hubo reticencia, no hubo reservas. Por el contrario, hubo una gozosa sumisión a la voluntad de Dios.

La verdad de Cristo como nuestro Sustituto se encuentra en toda la Biblia. Isaías proclamó valientemente en el capítulo 53 versículos 4 al 6: “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores… herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados…mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros”.

Leemos en Juan 1:29 que Juan el Bautista exclamó: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo«. Maravillado, el apóstol Pablo dijo en Gálatas 2:20, «El Hijo de Dios… me amó y se entregó a sí mismo por mí«. Pedro agregó su testimonio de su primera carta 2:24 que: «Llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero» . Y para no quedar afuera, también el apóstol del amor en 1 Juan 2:2 afirmó: «Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo«.


Si desea puede adquirir el libro sobre el que está basada esta serie de programas.


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