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22 julio, 2014Privilegios y Responsabilidades de la Asamblea Local
22 julio, 2014Evite la Publicidad
Autor: William MacDonald
La palabra discípulo ha sido por demás utilizada, y cada usuario le ha dado el significado de su conveniencia. El autor de este mensaje nos lleva a examinar la descripción de discipulado que presentó Jesús en sus enseñanzas, la cual se halla también en los escritos de los apóstoles, para que aprendamos y descubramos más acerca de este concepto.
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PE2008 – Estudio Bíblico – Evite la Publicidad
Estimados amigos oyentes, generalmente la publicidad es algo malo en la obra del Señor.“¿Y tú buscas para ti grandezas? No las busques”(nos dice Jer. 45:5). Cristo no buscó tal cosa.
¿Por qué será que el Hijo de Dios pasó tanto tiempo en una carpintería? ¿Por qué no visitó Roma, Atenas, o Alejandría, para poder disertar en los grandes centros del mundo? ¿Y por qué habrá pasado la gran mayoría de su vida terrenal siendo sólo un carpintero? En realidad, en esta excesivamente publicista era de medios masivos, no nos sorprende que la gente haga todo lo posible bajo el sol para salir en la página principal de cierta publicación, o en la televisión…
De haber seguido esa tendencia, el Señor hubiese venido a esta tierra ya crecido, siendo un hombre de viajes, o un letrado universitario. ¡Piense en todo lo que podrían haber hecho por Él los medios noticiosos! Pero en lugar de eso, cada vez que Él hacía un milagro, decía: “No se lo digan a nadie.” Sus hermanos insistían en que saliera de su bosque privado para mostrarse en las avenidas, ¡definitivamente necesitaba un buen agente de prensa! Pero, Jesucristo siempre realizó milagros sin anunciarlos públicamente. Hoy en día, nosotros los anunciamos, pero no conseguimos realizarlos (dice Vance Havner).
Puesto que el poder es visto como una “buena oferta”, queremos atraer la atención hacia lo que hacemos. Levantamos pancartas y llevamos adelante nuestras propias campañas de publicidad, en un frenético esfuerzo por demostrar que somos importantes. A lo único que no podemos atenernos, en esta gran obra de Dios (y nuestra), es a pasar inadvertidos (afirma Richard Foster).
En su libro “Cristo y los Medios”, Malcolm Muggeridge sugiere que si Cristo tuviera que atravesar la tentación en el desierto hoy en día, Satanás agregaría una cuarta tentación, a saber, poder aparecer en la televisión nacional. En “Jesús, el Hombre que Vive”, escribió: Supongamos que Jesús se lanzara de uno de los pináculos más altos del templo, con la certeza de que Dios enviaría a sus ángeles para asegurarse que no le sobreviniera nada malo. ¡Qué sensación hubiese causado! Sería titular de todos los periódicos, la historia principal de todos los programas de televisión, todos se dirigirían a Jerusalén para entrevistar al Hombre que se lanzó de la cima del Templo sin hacerse daño. Habría una gran demanda por todos lados; una premeditada audiencia internacional esperando sus palabras; habría captado el interés de Herodes, también de Pilato y, quizá, del mismo Emperador Tiberio. Todo esto no sería para exaltar a Jesús – para nada, más bien sería para asegurarse de que Sus palabras se oyeran en todo el gran Imperio Romano, y alcanzar más que a unos pocos en Galilea.
C. A. Coates nos advierte respecto a los peligros de la publicidad en la obra del Señor: En el mismo momento en que intentamos ponernos en evidencia, nos estamos equivocando, y no coincidimos con el verdadero carácter del servicio. El Señor evitó la publicidad; fue mucho más conmovedor, porque fue opuesto a lo que somos naturalmente. Normalmente nos agrada la publicidad, pero en cambio el Señor, en cinco o seis ocasiones en el Evangelio de Marcos, claramente encarga a los sanados que no hablen de lo ocurrido. Deberíamos extendernos complacidos a tomar las pequeñas oportunidades de servicio que se nos han asignado, y no desear ni siquiera un poco de publicidad. La publicidad es la cosa más dañina que existe; necesita mucha gracia, la cual el Señor otorga a unos pocos.
Cuanto mayor es la medida de la publicidad, mayor es la necesidad del siervo de mantener el deseo de reserva, de hacer que el pequeño barco no esté en el centro de la atención, de hacer su tarea y no hablar de la misma, o no procurar que otros hablen. El verdadero siervo hace su trabajo y no quiere que se hable de él; quiere continuar haciéndolo así.
Es interesante destacar que en la lápida de Darby, se leen estas palabras“Desconocido, pero bien conocido.”Fue el mismo que también dijo: “Ésta es la obra de Dios. El hombre debería ocultarse para que Dios sea glorificado. La publicidad en las cosas del Señor no es algo bueno.”
Juan el Bautista tampoco buscaba publicidad. Él negaba cualquier engrandecimiento, diciendo que no era merecedor ni siquiera de atar la correa de las sandalias del Mesías. Él tan sólo era una voz clamando en el desierto.
Los apóstoles no lo hicieron tampoco. En presencia de su Señor, se veían a sí mismos como un puñado de aprendices, nerviosos e inseguros.
Pablo dijo:“Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo ha sido crucificado para mí y yo para el mundo.”
La publicidad enfoca las luces en la persona equivocada. El mandato de Dios es que el Salvador tenga la preeminencia en todas las cosas, pues sólo Él es digno del reflector. Sólo ante Él se inclinará toda rodilla y toda lengua confesará que es Señor.
La publicidad provoca celos entre otros obreros. Inicia la competencia para ver quién supera al otro en número de almas salvadas, auditorios llenos, y cantidad de dinero recaudado.
Dios no compartirá su gloria con nadie (Is. 42:8), más bien empañará el orgullo de la gloria humana (Is. 23:9). Cualquier discípulo que ambicione los titulares, se coloca a sí mismo en un camino de vergüenza y humillación.
La publicidad expone a la persona al ataque satánico. Siempre existe un gran peligro cuando un hombre, o su obra, se vuelven notables. Puede estar seguro que Satanás está consiguiendo su objetivo cuando la atención es dirigida hacia algo, o alguien, fuera del Señor Jesús. Una obra puede comenzar en la mayor de las simplezas posibles, pero, a causa de la carencia de vigilancia y de espiritualidad por parte del obrero, él mismo, o los resultados de su trabajo, pueden atraer una atención general, y puede, además, caer en la trampa del diablo. El grande e incesante objetivo de Satanás es deshonrar al Señor Jesús, y si puede lograrlo mediante lo que parece ser un servicio cristiano, entonces ha conseguido su mayor victoria por un tiempo (así dice C. H. Macintosh).
La publicidad tienta a las personas a dilatar la verdad y a hacer reclamos exagerados.
Recordamos aquí una oración anónima, que dice:
“Permíteme servir en un ámbito humilde; No te pido nada más, Me contento con ocupar un pequeño lugar Si así Dios se ha de glorificar”.
Y, también, esta oración de Charles Wesley, que deberíamos hacer nuestra: “No permitas nunca que el mundo prorrumpa; Coloca un inmenso abismo en medio. Mantenme pequeño y desconocido, Valorado y amado sólo por Dios”.