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Fidelidad en el manejo de las posesiones
(2ª parte)

Autor: Wolfgang Bühne

Ezequías dio claras órdenes al pueblo para que dieran lo prescrito para el servicio en el templo
y también para el sustento de los pobres y necesitados. Él mismo había dado buen ejemplo y por ello tenía la autoridad moral
para dar claras instrucciones a sus súbditos.

 


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PE2063 – Estudio Bíblico
Fidelidad en el manejo de las posesiones (2ª parte)



Veamos cuáles son: Las características de un avivamiento auténtico

El obedecer los mandatos del libro de Números y Deuteronomio en cuanto a las ofrendas era un buen indicador para ver en qué condición estaba el corazón del pueblo. Ahí se mostraba su obediencia, gratitud y amor para con su Creador, Salvador y Dios.
El “diezmo” de todo ganado y del “fruto de la tierra” debía ser llevado al templo de Jerusalén y mostrarles a los israelitas que no eran propietarios, sino sólo administradores de los bienes materiales que Dios les había encomendado. Además de esto, el diezmo servía para asegurar el mantenimiento de los levitas, que servían en el tabernáculo y, después, en el templo (de esto leemos en Núm. 18:21 y24).

Todo israelita debía llevar al templo las “primicias” de todo ganado y del fruto de la tierra y ponerlo delante de Dios, recordando de qué esclavitud fue liberado el pueblo de Dios, y que Dios los había llevado a una tierra donde “fluía leche y miel”. Las “primicias” debían repartirse entre los levitas y los extranjeros, y comerse con gratitud y alegría en la presencia de Dios (según se relata en Dt. 26:1 al 11).

Cada tercer año, además, debía darse el diezmo de toda la cosecha al levita, al extranjero, al huérfano y a la viuda, que se hallaban en sus cercanías. Este diezmo, por lo tanto, no debía llevarse al templo, sino que servía para el mantenimiento de los levitas y necesitados en sus proximidades (así dice el vers. 12).

Añadido a esto, todo israelita podía dar “ofrendas voluntarias”, cuantas quisiera, en señal de gratitud y alegría. Dios había prometido su bendición especial a los que obedecieran a estos mandamientos para ofrendar. El israelita fiel y obediente no iba a empobrecer por dar estas ofrendas, sino todo lo contrario (como leemos en el vers. 15).

Malaquías 3:8 al 10 deja en claro que la negligencia en dar el diezmo y las ofrendas de Dios era equivalente a “robar a Dios.”

¿Misericordia antes que legalismo?

Es interesante ver que antes de existir la ley, el diezmo era algo usual en hombres temerosos de Dios. Abraham dio a Melquisedec el diezmo (Gn. 14:20) y Jacob prometió a Dios: “de todo lo que me dieres, el diezmo apartaré para ti”.

El diezmo es señal de que no somos poseedores de los bienes recibidos, sino sólo administradores. El diezmo, por lo tanto, no tiene nada que ver con legalismo, sino con la actitud de nuestro corazón. Aquel que haya reconocido y experimentado en su vida la riqueza de la gracia de Dios, y tenga el deseo de seguir las pisadas del Señor (aunque a distancia, por nuestra debilidad), no preguntará mezquinamente: “¿Cuánto tengo que dar de mis ingresos?”, sino agradecido considerará: “¿Cuánto puedo guardar para mí de mis ingresos, sin defraudar el dinero del Señor?”

Rany Alcorn escribe al respecto:

“‘Misericordia antes que legalismo’ – con esta afirmación intentamos justificar que lo normal para los creyentes ricos es dar menos que el israelita más pobre. Con ese barniz teológico lo que dicen, en realidad, es que Dios ha rebajado sus normas en cuanto a las ofrendas y que la gracia del Nuevo Testamento es más débil que la de la ley. Esta manera de ver las cosas es un insulto para la obra de Cristo que salva y capacita. […]

Tenemos que probar nuestro corazón para ver si al decir que ‘el diezmo hoy ya no está en vigor’, usamos la gracia meramente como salvoconducto para aferrarnos tanto más a las riquezas materiales. El Nuevo Testamento muestra claramente que los creyentes son llamados a estar más dispuestos a sacrificarse y a ser más generosos y no lo contrario de esto.”

Ezequías era muy consciente de que se necesita: Un estímulo eficaz.

Él fundamenta con un argumento interesante su exhortación a dar para el sustento de los sacerdotes y levitas: “… para que ellos se dedicasen a la ley de Jehová” (leemos en el v. 4 de 2 Cr. 31). Sería lógico pensar que aquellos que sirven en el templo son lo suficientemente espirituales como para cumplir este servicio aun sin el apoyo material suficiente. Pero, se ve que Ezequías conocía la astucia y los abismos de su propio corazón y, de ahí, que conocía también los corazones de los sacerdotes y levitas. Cualquier siervo de Dios que sirve al Señor “a tiempo completo” – con la confianza de que Dios garantizará su abastecimiento – conoce la tentación de hacer compromisos en situaciones de crisis. O también de echar por la borda las convicciones espirituales, cuando aparentemente no entran ingresos para poder sufragar los gastos necesarios y urgentes. Recuerdo la visita de un evangelista de Siberia – padre de ocho hijos – que estuvo hace unas semanas aquí con nosotros. Bastante abatido nos contó que, si bien bastantes iglesias lo apoyaban con donativos para la misión social dentro de su ministerio, casi nadie, sin embargo, pensaba en el hecho de que, como evangelista, también tenía una familia numerosa …

Abraham, el “padre de los creyentes”, se fue a Egipto cuando hubo hambre en la tierra de Canaán, y lo hizo a pesar de todas las promesas de Dios que tenía. Allí negó tanto a su mujer, como a las promesas de Dios (lo podemos leer en Gn. 12:9 al 20).

En Nehemías 13 leemos que, en ese tiempo, los levitas no recibieron el diezmo. La consecuencia: Huyeron cada uno “a su heredad” (nos dice el v. 10). Desatendieron sus tareas en el templo, porque se sintieron obligados a trabajar por su sustento.

En nuestros días, también es frecuente que hermanas y hermanos dotados y comisionados por Dios en su vida cotidiana, pierdan su fe práctica por hallar poco o ningún apoyo material de sus hermanos en la fe. Ezequías fue lo suficientemente sobrio como para prevenir este peligro, y nosotros haremos bien si seguimos su ejemplo.

En aquel tiempo, todo israelita pudo decir gozoso y agradecido: “Jehová ha bendecido a su pueblo; y ha quedado esta abundancia de provisiones.”

La alegría a la hora de dar es siempre el resultado de un avivamiento personal y común. De esto tenemos la prueba en la Biblia, en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, y también en la historia de la Iglesia en el correr de los siglos.

Ahora, vamos a ver que en esto de los diezmos y las ofrendas: Se requiere fidelidad…

En conexión con la administración de las ofrendas generosas del pueblo, se menciona (en los vs. 11 al 20) tres veces la palabra “fidelidad”:

“…depositaron las primicias y los diezmos y las cosas consagradas, fielmente…” (v. 12).

“Y a su servicio estaban Edén … y Secanías, en las ciudades de los sacerdotes, para dar con fidelidad a sus hermanos sus porciones conforme a sus grupos, así al mayor como al menor…” (v. 15).

“… porque con fidelidad se consagraban a las cosas santas” (v. 18).

Es necesaria la fidelidad para emplear espiritualmente los propios ingresos como buen administrador. También se requiere la fidelidad para administrar lealmente los donativos que hermanos en la fe nos han encomendado. Es triste que el desfalco de dineros no se limita al ámbito de la economía secular. Es un problema actual y escandaloso que también encontramos en misiones e iglesias cristianas.

Dinero encomendado es “dinero santo” entregado a “manos santas” y tiene que ser administrado con temor de Dios y fidelidad.
Aquí también se aplica lo dicho en 1 Cor. 4:2: “Se requiere de los administradores, que cada uno sea hallado fiel.”

De modo que este importante capítulo desafiante de la vida y del servicio de Ezequías, cierra con el testimonio conmovedor de Dios del vers. 21: “En todo cuanto emprendió en el servicio de la casa de Dios, de acuerdo con la ley y los mandamientos, buscó a su Dios, lo hizo de todo corazón, y fue prosperado”.

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