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Autor: Wilhem Busch

Debemos dejar de vivir un cristianismo raquítico y empezar a conocer la Biblia en profundidad para vivir con la seguridad de ser hijos de Dios. ¡Su Palabra está llena de esta certeza que nos falta!


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PE2376 – Estudio Bíblico
¿Hay certidumbre en las cosas religiosas? (2ª parte)



¡Hola nuevamente, amigo! En el programa anterior hablábamos sobre la certidumbre que encontramos en el Señor Jesús y en las escrituras del Nuevo Testamento. En esta oportunidad me gustaría responder a una pregunta que quizá muchos oyentes se están haciendo en este momento: ¿Cómo puedo obtener esta certidumbre? Habría mucho que decir al respecto, pero ¡pídesela a Dios!

Spurgeon, el gran predicador inglés de avivamiento lo expresó de esta manera: “La fe es el sexto sentido.” Ya sabe usted que tenemos 5 sentidos para comprender y conocer este mundo: vista, olfato, gusto, tacto y audición. Estos son los cinco sentidos con los que podemos conocer este mundo tridimensional. Una persona que vive solamente con estos cinco sentidos pregunta: “¿Y dónde está Dios? No lo veo. Y a Jesús tampoco Lo veo. Yo no creo en todo eso.” Pero, cuando Dios por Su Espíritu Santo nos da luz, entonces recibimos un sexto sentido. Entonces, aparte de ver, oír, sentir, gustar y oler, podemos reconocer, además, el otro mundo. La Biblia dice: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.”
Por eso debes entender algo muy importante: esta seguridad en el Señor, este sexto sentido, no lo recibimos usando nuestra razón, sino a través de la conciencia. Mira: cuando hablo sobre el cristianismo algunas personas comienzan a decirme cosas como estas: “Ah, pastor, me cuesta creer. En la Biblia hay tantas contradicciones…” – “¿Contradicciones?” – “Sí, por ejemplo nos dice que Adán y Eva tuvieron dos hijos, Caín y Abel. Caín mató a Abel. Así que quedó él solo. Y entonces se fue a un país lejano y se buscó una mujer. Pero, si eran los únicos seres humanos en la tierra ¿cómo pudo ir a buscar una mujer para sí? ¡Pastor! Eso no lo puedo comprender.” Seguro que habrá oído alguna vez esta objeción. Con esta historia los hombres aquí quieren escaparse de Dios. Yo siempre suelo contestar así: “¡Qué interesante! Tenga aquí una Biblia y muéstreme dónde dice eso de que Caín se fue a un país lejano para buscar allí una mujer para sí.” Entonces se ponen colorados como un tomate. Y yo continúo diciendo: “Si usted rechaza toda la Biblia, por la cual miles de personas inteligentes han creído y se han convertido, es decir, si usted quiere ser más listo que ellos, entonces me imagino que habrá estudiado a fondo la Biblia, ¿no? ¿Dónde dice eso?” Y sale a relucir que no lo saben. Entonces abro yo la Biblia, porque allí no dice eso, sino: “Y salió Caín de delante del Señor y habitó en tierra de Nod, al oriente de Edén. Y conoció Caín a su mujer… (Génesis 4:16). Su mujer la había llevado consigo. ¿Quién era la mujer? Antes de esto leemos que Adán y Eva tuvieron muchos hijos e hijas. Fue, pues, su hermana. La Biblia lo dice explícitamente que de una familia descenderían todas las familias de los hombres. Entonces al principio tuvieron que casarse hermanos con hermanas. Más tarde Dios prohibió el matrimonio entre hermanos. ¿Ha quedado claro? – Sí, todo claro. “¿No ve usted que todas estas sandeces se vienen abajo?” Pero mi interlocutor no creyó por eso, ¡no! Al momento me planteó otra pregunta: “Pero, Señor pastor, dígame…” y así sigue. Yo podría contestarle cien mil preguntas a este hombre, pero seguiría igual de entenebrecido que antes. La fe no viene a través de la razón, sino a través de la conciencia.

Julius Dammann fue durante un tiempo pastor en la ciudad alemana de Essen. A él vino un joven con la misma pregunta sobre la mujer de Caín y otras más. Entonces Dammann las solucionó todas de una vez diciendo: “¡Joven, Jesucristo no ha venido a responder preguntas sutiles, sino a salvar a los pecadores! Ven otra vez, cuando seas un pobre pecador.” La gente con una consciencia intranquila, la gente que sabe y dice: “Algo va mal con mi vida. No puedo conmigo mismo,” esta puede aprender a creer en el Salvador.

Amigo, te contaré algo que me ocurrió una vez cuando fui a hacer un visita a un hospital. Entré en una habitación donde yacían seis enfermos. Cuando me vieron en seguida me recibieron con alegría: “Ah, pastor, que bueno que viene a visitarnos. Tenemos una pregunta”. Pronto me di cuenta de que me habían preparado una trampa. Todos estaban curiosos y en tensión cuando uno de ellos me hizo la pregunta: “Usted cree que Dios es todopoderoso ¿verdad?” – “Sí, creo que es así.” – “¿Puede entonces el Dios de usted crear una piedra tan pesada que él mismo no pueda levantarla?”. ¿Comprende el chiste? Si hubiese dicho que sí, entonces Dios no es todopoderoso; si digo que no, entonces tampoco es todopoderoso. Reflexioné un momento: ¿merece la pena explicárselo? Pero me di cuenta de que no tenía sentido, entonces le hice a él una pregunta: “Muchacho, ahora quiero hacerte yo una pregunta: “¿Has pasado la noche sin dormir por causa de esta pregunta? ¿Te ha quitado el sueño este problema?”. Entonces le expliqué: “Mira, tengo que economizar mis esfuerzos; no puedo gastar mis fuerzas en vano, por eso solo puedo contestar aquellas preguntas que hayan provocado noches de insomnio en la gente. Dime, ¿qué te quita a ti el sueño?” A lo cual me contestó de inmediato: “Ah, lo de mi chica. Espera un bebé, pero ¿cómo vamos a casarnos ahora?” – “Mira, pues. Así que eso te roba el sueño, ¡entonces hablemos de eso precisamente!” Con asombro me respondió: “¿Pero tiene eso algo que ver con el cristianismo?” – “Eso de la piedra nada tiene que ver con el cristianismo, pero lo de tu chica tiene mucho que ver con el cristianismo. Mira: tú eres el culpable. Has traspasado un mandamiento de Dios, has seducido a la chica. Y ahora estás pensando en cómo salir del apuro y estás a punto de cometer un pecado aun mayor. Mira, estás metido hasta los codos en tu propia culpa y pecado, solo puedes hallar ayuda si te vuelves al Dios vivo y te arrepientes, si le dices: ‘¡He pecado!’ Para aquellos que le dicen eso, hay un Salvador que puede socorrerlos.” Y el chico escuchó. ¡De repente comprendió que Jesús se interesaba por su conciencia cargada! Comprendió que Él podía ayudarlo y que era la salvación para su vida desbaratada.

Esto ilustra bien lo que estoy tratando de explicar: el chico quería usar su inteligencia para llegar a Dios, y solo fueron bobadas. Pero cuando fue tocada su conciencia, entonces se hizo la luz en él. Está bien claro. La certidumbre de la salvación no la obtenemos recibiendo respuestas a preguntas sofisticadas, sino dando la razón a nuestra conciencia y diciendo: ‘He pecado’. Entonces nos amanece que hay un Salvador clavado en la cruz. Y entonces podremos experimentar: “¡Tus pecados te son perdonados!” y “¡Me ha recibido!” El camino va por la conciencia – y no por la razón.
Pero hay otro aspecto que es necesario que entiendas, amigo, y te explicaré a través de un relato que se registra en el libro de Juan 6:68-69: Una vez el Señor Jesús estaba predicando y miles le escuchaban. De pronto dijo algo terrible: ‘Así como estáis no podéis entrar en el reino de Dios. ¡Tenéis que nacer de nuevo! Vuestra naturaleza, aun la mejor, no sirve para entrar en el reino de Dios.’ Entonces atrás se levantaron un par de hombres diciendo: ‘¡Ven, vámonos! ¡Es escandaloso lo que está diciendo!’ Y se fueron. Lo vieron seis mujeres y se dijeron: ‘Los hombres se van. Vengan, vámonos nosotros también.’ Los oyentes fueron menguando.¡Es triste! De pronto Jesús estaba solo. Miles se habían ido mientras hablaba. No querían oírlo más. Solo se quedaron sus doce discípulos. Y ¿sabes lo que les dijo Jesús? “Podéis iros vosotros también, si queréis”. En el reino de Dios no hay coacción. El reino de Dios es el único reino donde no hay policía. El reino de Dios es lo más voluntario que existe. Y los discípulos estaban indecisos. Él les abrió las puertas de par en par: “¡Podéis iros vosotros también! ¡Podéis iros a la perdición! ¡Podéis iros y ser impíos! ¡Podéis iros y terminaréis en el infierno! ¡Haced como queráis”. Entonces Pedro se puso a reflexionar por un momento: “¿A dónde iremos? ¿A dónde? ¿Una vida repleta de trabajo y esfuerzo como una mula, o una vida en la suciedad del pecado? Y al final de todo está la muerte y el infierno. ¿Qué valor tiene todo eso? ¡Nada!”. Entonces pone su mirada en Jesús y una cosa sabe ciertísimamente: la vida solo merece la pena vivirse con Jesús. Y dice: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. ¿Ves la certidumbre aquí?

Amigo, así es que se llega a la certidumbre: mirando los caminos de la vida y reconociendo que Jesús es nuestra única oportunidad. Deseo de corazón que usted también reciba esa certidumbre radiante: “Hemos creído y conocemos que Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.”

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