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Autor: William MacDonald

No hay forma de medir o calcular la grandeza de Dios, es inconcebible! Él está sobre todo, y puede hacer lo que quiera sin pedir permiso, sin dar explicaciones y sin disculparse. Él es soberano!!


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PE2254 – Estudio Bíblico
Infinito y Soberano (2ª parte)



Queridos amigos oyentes, hacemos un breve repaso de algunas cosas que ya dijimos y continuamos con el tema. Leemos acerca de Su soberanía en Efesios 1:11: “En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad”. Esta última oración es crucial– “el que hace todas las cosas según el designio de su voluntad”. Dice que Dios hace lo que Le place.

Isaías 46:10, presenta al Señor así:
Que anuncio lo por venir desde el principio,
y desde la antigüedad lo que aún no era hecho;
que digo: Mi consejo permanecerá,
y haré todo lo que quiero.

Aquí Dios no está más que demandando la autoridad suprema.

La soberanía absoluta no estaría a salvo en las manos de nadie, excepto de Dios. Mientras sea Él quien la ejercite, no hay peligro de tiranía o despotismo.

Para los creyentes, es maravilloso saber que Dios está sobre todo. Es una fuente de gran consuelo el saber que no somos víctimas de fuerzas cósmicas, a merced del azar, sino que estamos bajo Su control. Si el Gobernador Supremo está de nuestra parte, nadie puede oponerse a nosotros con éxito (así nos dice Ro. 8:31).

El sensible poeta inglés, William Cowper, nos enseña a recobrar confianza en la verdad de la supremacía de Dios, cuando dice:
En sendas misteriosas,
Dios se mueve y Su poder
Se muestra en la oscuridad
Do brilla Su saber.
Medrosos santos, recobrad
Confianza y valor;
Las nubes que tanto teméis
Traerán bendición.

La soberanía de Dios es un tema apropiado de adoración. A nosotros no nos queda más que postrarnos ante Él, en homenaje, alabanza y acción de gracias por este atributo maravilloso. Sidlow Baxter, pastor y teólogo, nos deja una meditación llena de adoración acerca de la soberanía del Hijo de Dios:
La maravilla que asombró a Isaías fue que el despreciado, desechado, humillado, golpeado, herido, molido, que no se resistía, manso, humilde y sufriente, que él vio que cargaba con los pecados, y fue “llevado como cordero al matadero”, ¡era el mismísimo que hacía poco había visto rodeado de un celestial e irresistible resplandor, sentado en el relampagueante trono de gloria, reinando en toda soberanía sobre todas las naciones y siglos! Su soberanía omnipotente que podría aplastar un millón de estrellas alfa bajo Sus pies sin ni siquiera sentirlo. Esa soberanía que con Su ardor de santidad consume el pecado, y que podría quemar a toda la raza de pecadores humanos extinguiéndolos instantáneamente; esa soberanía eterna que gobierna todos los mundos y todos los seres; ¡esa soberanía se encarna en la persona de Jesús, quien desciende de aquel trono inefable de gloria, y cuelga de aquella sangrienta cruz de criminales, como el Cordero que quita el pecado del mundo!

Y si el Señor es la Autoridad Suprema, se da por supuesto que debemos someternos a Su control. Él es el Alfarero y nosotros somos el barro. Sería ridículo que el barro dudara del Alfarero o que se resistiese a la presión de Su mano. La única respuesta razonable es: “Moldéame y hazme según Tu voluntad, mientras espero, rendido y quieto”.
Hay personas que tienen problemas con la elección soberana de Dios; esto es, con el hecho de que Él ha escogido a ciertos individuos en Cristo antes de la fundación del mundo (según Ef. 1:4). Encuentran difícil de compaginar esto con las muchas Escrituras que enseñan que todo el que quiera puede ir a Él. El hecho es que la Biblia enseña la elección soberana y la responsabilidad humana. La verdad no se encuentra entre los dos, sino en ambos extremos. Son verdades paralelas que sólo se juntan en el infinito. La mente humana no puede compaginar la elección y la voluntad libre del hombre, pero creemos en ambas porque la Biblia enseña las dos. Los problemas no están en la mente de Dios, sino en la nuestra.

El hecho de que Dios haya escogido a algunos para que se salven no quiere decir que haya escogido al resto para que se pierdan. El mundo ya está perdido y muerto en el pecado. Si fuera dejado en nuestras manos, todos seríamos eternamente condenados. La pregunta es: ¿Tiene Dios el derecho de agacharse, coger un puñado de barro condenado, y sacar de él una bella vasija? Por supuesto que sí. C. R. Erdman dijo, en correcta perspectiva: “La soberanía de Dios nunca se ejercita en condenar hombres que debieran ser salvos, sino más bien ha resultado en la salvación de hombres que debieran perderse”.

La única manera en la que podemos saber que estamos entre los escogidos es confiando en Jesucristo como Señor y Salvador (de lo que se habla en 1 Ts. 1:4 al 7). Dios tiene a las personas por responsables de aceptar al Salvador por un acto de la voluntad. Al reprobar a los judíos que no creían, en Jn. 5:40 vemos que Jesús culpó la voluntad de ellos. Él no dijo: “No podéis venir a mí porque nos sois escogidos”. No; sino dijo: “No queréis venir a mí para que tengáis vida”.

La verdadera pregunta del creyente no es:“¿Tiene el Dios soberano el derecho de escoger personas para que sean salvas?” Sino que más bien es: “¿Por qué me escogió Él a mí?” Esto debería hacernos adoradores por toda la eternidad.

Hay otra pregunta que surge a veces en cuanto a la soberanía de Dios:“¿Por qué permitió el pecado?” Si Él es la Autoridad Suprema, por qué permitió todos los estragos que han venido como resultado de la criminalidad de Sus criaturas?”

Quizás lo que sigue sea por lo menos parte de la respuesta:
Cuando Dios decidió crear a los ángeles y a los seres humanos con libertad de elección, necesariamente afrontó la posibilidad de que ellos podrían rebelarse contra Él. Por supuesto, podría haberlos creado sin libre albedrío. Podría haberles hecho como robots, que estuviesen inclinándose ante Él a cada momento. Pero, a Dios Le da más gloria que Sus criaturas Lo amen y Lo adoren porque quieren hacerlo.

Como sabemos, Satanás decidió rebelarse contra Dios en el cielo, y después Lo desobedeció en la tierra, trayendo una inundación de enfermedad, dolor, tragedia y muerte. Pero, Dios no es derrotado ni burlado. Puso en movimiento todo el maravilloso plan de redención. Como resultado de la obra de Cristo consumada en la cruz, Dios tiene más gloria y los creyentes más bendición, que si Adán nunca hubiese pecado. Estamos mucho mejor en Cristo que como hubiésemos podido estar en un Adán que no hubiese caído. Como alguien dijo: “En Cristo, los hijos de Adán ostentan más bendiciones que las que su padre perdió”. De esta manera, Dios siempre tiene la última palabra. Si el pecado entra en Su perfecta creación, Él no es frustrado, sino que sobreabunda por encima de ello.

La soberanía es un hermoso atributo de Dios. Nunca lo temas. Descansa en él. Disfrútalo. Adora a Dios por ello. Y déjalo ser Dios, diciendo con el poeta anónimo:
Reinas, guías, mandas en todo,
Millones de mundos de luz gobiernas;
Ya exaltado, ya humillado,
¡No hay quien Tu poderosa mano resista!
Tu sabiduría y poder veo
Unirse en Tu gracia soberana.

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