Jabes, un hombre que oró (6ª parte)

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Autor: Esteban Beitze

Con una corta pero profunda oración, Jabes dejó atrás un pasado marcado por el dolor y fue llevado a una vida de excelencia espiritual.


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PE2410 – Estudio Bíblico
Jabes, un hombre que oró (6 parte)



¿Qué tal, amigo? Continuando con el tema de la emisión anterior comenzaré explicándole que el grado en el que nos apropiemos de las promesas de Dios depende de nuestra fe. Según el relato de 2º Reyes capítulo 13, después de prometer al rey Joás que obtendría la victoria sobre los sirios, el profeta Eliseo le dijo que golpeara la tierra con sus flechas. Joás lo hizo, pero solo tres veces. Ahí el profeta se enoja, porque solo vencería a los sirios tres veces. Si hubiera golpeado más, los hubiera vencido definitivamente. La medida de su victoria dependió de su fe en la Palabra de Dios.
Así vemos que la incredulidad es uno de los mayores peligros para que nuestra heredad se pueda extender hasta donde el Señor tenía planeado hacerlo. En el contexto del relato acerca de la pérdida de la heredad por la generación de israelitas mayores de veinte años cuando salieron de Egipto, el escritor a los hebreos advierte de este serio pecado, en Hebreos 3:11,12, de la siguiente manera: “Juré en mi ira: No entrarán en mi reposo. Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad.”. ¿Por qué es tan serio el pecado de incredulidad? El hermano Waren W. Wiersbe lo describe en forma excelente:

“Debemos tener cuidado de ‘que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo’, es decir, un corazón que desafía o hace caso omiso a su Palabra. Mientras el corazón codicioso y el corazón despierto a las sensaciones mundanas son pecaminosos, Dios dice que un corazón incrédulo es malo y es el semillero de muchos pecados y de la duda. La incredulidad es tan peligrosa porque hace a Dios mentiroso y nos roba el poder espiritual que necesitamos para vencer al enemigo”.

¿Estamos dispuestos a ir por un territorio mayor o nos conformamos con lo mínimo indispensable? Muchas veces Dios no puede darnos más, simplemente porque dudamos, no queremos o porque no pedimos. ¿Todavía tiene expectativas mayores? Por medio del apóstol Pablo, Dios nos da la promesa que leemos en Romanos 8: “¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?”. “Todas las cosas” en este contexto obviamente se refiere a la plenitud de la obra salvadora y las obras que Él se propuso realizar por medio de nosotros y en nuestra vida. Pero esto incluye el plan excelente que Dios ya de antemano tenía propuesto para nuestra vida; porque como dice Efesios 3:10 “somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas”. ¡Este es un versículo extraordinario! Dios tiene un propósito amplio y maravilloso con la vida de cada hijo suyo. No nos conformemos con las migajas de debajo de la mesa. ¡Sentémonos a la mesa y disfrutemos del banquete que Dios tiene preparado para nosotros! ¿No quisiéramos la plenitud del plan y propósito que Dios tenía determinado realizar en y con nuestra vida? ¡Esto sí que será ampliar el territorio!
Las palabras de Efesios 3:10 fueron escritas por el apóstol Pablo. Él sabía lo que estaba escribiendo. Aún antes de que el fanático religioso Saulo se convirtiera en el siervo de Jesucristo llamado Pablo, Dios ya lo había elegido para una tarea. Dios tenía en mente una serie de obras que quería realizar por su intermedio. Y el apóstol, una vez que entregó su vida a Jesucristo, se esmeró en gran manera para cumplir aquel propósito. ¿Por qué pudo llevar a cabo la gran tarea de evangelización que realizó? ¿Por qué consiguió esta enorme heredad? Porque sabía que ese era el plan que Dios tenía definido para su vida, estuvo dispuesto a obedecerlo y por lo tanto también podía contar con su provisión en todo sentido y la dirección Suya para cumplirlo. ¡Permanezcamos en el Señor, amigo! Él obrará el fruto que tenía planeado producir en y por medio de nuestra vida.

“Y ¿cómo lograr esto?”, quizá se esté preguntando. Bueno, en la vida de David encontramos la clave. Bien sabemos que era el menor de ocho hermanos, despreciado y tenido en menos, el cual apenas era útil para cuidar las ovejas. Pero no solo mató al gigante al cual todo el pueblo temía, sino que también se convirtió en yerno del rey, y amigo del príncipe heredero. Más tarde hasta se convirtió en el rey, con el territorio más extendido que Israel jamás tuvo. Sin embargo, destacó ante todo por el título de ser un “hombre de acuerdo al corazón de Dios”. En el Salmo 16:5-8 leemos un testimonio del obrar de Dios en su vida, de cómo logró una heredad extraordinaria, lo encontramos en unos versos escritos por él mismo: “Jehová es la porción de mi herencia y de mi copa; Tú sustentas mi suerte. Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos, Y es hermosa la heredad que me ha tocado. Bendeciré a Jehová que me aconseja; Aun en las noches me enseña mi conciencia”. Y luego sigue la clave, para tal aumento de heredad y la bendición de Dios en su vida: “A Jehová he puesto siempre delante de mí; Porque está a mi diestra, no seré conmovido”. Este era el secreto del éxito de David.

Cuando leemos los salmos escritos por David, nos asombra la profundidad del conocimiento de Dios que él tenía. Resalta Sus atributos, describe Su carácter y Su actuar y demuestra que confiaba plenamente en Él. David buscaba a Dios, pensaba en Dios, confiaba en Dios y vivía de acuerdo a la voluntad de Dios. Esto no significa que fuera un superhombre o resultara infalible. Conocemos su gran culpa, el gran pecado que cometió. David era completamente hombre, como cualquiera de nosotros. Pero era uno que tenía una relación muy cercana con Dios. ¿Cómo llegó a ir por la vida con tanta cercanía con Dios? No es algo que no conozcamos. Él simplemente meditaba en Dios, oraba a Dios, estudiaba la Palabra de Dios, cantaba a Dios, adoraba a Dios y obedecía a Dios. Es sencillo: su prioridad era Dios, y como el deportista se enfoca a la meta, así David se enfocaba en Dios. Salmo 16:8 en la Nueva Versión Internacional señala: “Siempre tengo presente al Señor”. Ahí está la clave, amigo, de cómo se convirtió en “un hombre de acuerdo al corazón de Dios”. Ahí se encuentra la respuesta de cómo su heredad pudo ser ampliada y resultó preciosa para él. David simplemente tenía presente al Señor en cada instante, y se preguntaba continuamente: ¿qué quiere Dios que yo haga?

Y este principio también lo puede aplicar a su vida, usted, querido amigo. Tener al Señor siempre delante de los ojos significa quedarse quieto, concentrarse en Él, preguntarle, esperar en Él y al escucharle, obedecer. Tener siempre presente a Dios, es dejarse moldear y ser guiado por Él. Si pone al Señor “delante”, o sea, en primer lugar y como objetivo a imitar y seguir, meditando continuamente en Él, obedeciendo Su consejo (es decir Su Palabra escrita), entonces llegará el día en que como David podrá exclamar: ¡“es hermosa la heredad que me ha tocado”!

Para ir terminando por hoy, quisiera añadir otro concepto relacionado con la heredad. ¿Recuerdas que Jabes oraba por un aumento de su heredad? Si tenemos al Señor en la vida, también tendremos acceso a una heredad gloriosa. Jesús dijo en Juan 14:1-3: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis”. Al tener presente esta realidad, nuestra vida no va estar dirigida en función de lo material, sino de lo espiritual, dado que “nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo”, como dice Filipenses 3:20. Y al vivir concientemente como ciudadanos celestiales ya no viviremos en función de lo material y terrenal, y con esto, pasajero, sino que buscaremos que se aumente nuestra heredad y premio celestial con una vida desarrollada en función de la eternidad y el galardón a recibir. Pronto volverá nuestro Señor Jesús para buscar a Su amada Iglesia. Ella no solo se convertirá en Su esposa, sino que, como explica el libro de Apocalipsis, también será vestida con vestiduras gloriosas que son las obras de ella, será recompensada y coronada en el tribunal de Cristo y luego volverá, junto al Señor, para tomar posesión del reino en el cual reinará con Él. A continuación disfrutaremos de Su presencia en un lugar extraordinario, al cual las palabras humanas no alcanzan a describir, la Jerusalén celestial. ¿Existirá heredad más gloriosa, abundante, perfecta, y por cierto, inmerecida? De esta manera solo podemos unirnos a las palabras del apóstol Juan en Apocalipsis 1:5-6: “Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén”.

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