Jabes, un hombre que oró (2ª parte)
13 marzo, 2020Jabes, un hombre que oró (4ª parte)
13 abril, 2020Autor: Esteban Beitze
Con una corta pero profunda oración, Jabes dejó atrás un pasado marcado por el dolor y fue llevado a una vida de excelencia espiritual.
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PE2407 – Estudio Bíblico
Jabes, un hombre que oró (3ª parte)
En el programa anterior, amigo, hablamos sobre cuál es el concepto de bendición en el Antiguo Testamento de la Biblia e introdujimos la idea de bendición en el contexto del Nuevo Testamento, es decir luego del nacimiento del Señor Jesús. Hoy quisiera continuar en ese sentido y profundizar un poco más. Para eso, es necesario que usted sepa que en el Nuevo Testamento para la palabra bendición se utiliza el término “eulogia”, similar al verbo “eulogeo”, que significa literalmente “hablar bien de”. Se traduce variadamente como alabanza, bendición, lisonja, etc. Por lo tanto, también se puede bendecir a Dios. La “bendición” dirigida a Dios es una expresión de alabanza y gratitud, como en el caso de Efesios 1:3 que ya citamos: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo”.
Pero tenemos que añadir otro concepto a la definición de bendición en el Nuevo Testamento. Pedro dice en su primera carta 3:9: “no devolviendo mal por mal, ni maldición por maldición, sino por el contrario, bendiciendo, sabiendo que fuisteis llamados para que heredaseis bendición”. Está hablando de una bendición que se obtiene en la eternidad, pero que está asociada a hostigamiento, persecución e injusticias aquí. En Mateo 5:10 el Señor dice: “Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos”. La palabra “bienaventurados” significa “supremamente bendecidos”. Podemos añadir el pasaje de Santiago 5:11: “He aquí, tenemos por bienaventurados a los que sufren. Habéis oído de la paciencia de Job, y habéis visto el fin del Señor, que el Señor es muy misericordioso y compasivo”. Entonces, aún el hecho de pasar persecuciones, tremendas pruebas, y pérdidas, puede significar bendición.
Por lo tanto, aparte del concepto de bendecir a Dios, que sería hablar bien de y a Él, las bendiciones son todo aquello que el Señor es para nosotros y nos da, lo que permite en la vida, para hacer Su obra en nosotros y por medio de nosotros. En ello también se encuentran incluidas las pruebas. Entonces las bendiciones son aquello que servirá para que tengamos más oportunidades de reconocer Su obrar en nuestra vida y más medios y oportunidades para ayudar a otros desde lo material hasta lo espiritual.
Sin lugar a dudas, como ya dijimos, la bendición más grande es obtener la salvación. No existe bendición mayor que la de una relación personal con el Señor y que ésta vaya continuamente en aumento. Desde que el hombre cometió el primer pecado se encuentra marcado por el sufrimiento y la maldición. En Génesis 3:16 se registra que Dios le dijo a Eva: “Multiplicaré en gran manera los dolores en tus preñeces; con dolor darás a luz los hijos”; en el 3:19 le dice a Adán: “Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás”; y con esto se está refiriendo a la muerte. Desde este entonces el dolor y la muerte forman parte ineludible de la experiencia humana. Esto fue lo que también experimentó la familia de Jabes y específicamente su madre. Pero así como con Jabes, existe una posibilidad de revertir este panorama sombrío. Hay una posibilidad de librarse de la maldición del pecado. Esto sucede cuando uno acepta por fe que Jesucristo vino a quitar la barrera levantada por nuestro pecado frente a Dios. Por su sangre derramada podemos ser limpios de todos nuestros pecados. Él cargó con nuestra maldición y castigo en la cruz del Calvario. Si lo aceptamos por fe tenemos una nueva vida en Cristo. Es una vida que tiene sentido y objetivo. Es una vida en plenitud, paz, gozo y esperanza. Y aunque haya dolor y sufrimiento momentáneo y tuviéramos que pasar por la experiencia de la muerte, podemos contar siempre con Su presencia y consuelo. Y Apocalipsis 21:4 anuncia que habrá un momento en cual “enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron”.
Por lo tanto, conocer a Jesús como Salvador, es la bendición más grande que puede existir. ¿Ya la tiene? Si no es así, no espere un instante más. Ore como Jabes pidiendo por la bendición de Dios. Diga: “Señor te pido que me bendigas con tu presencia permanente. Sé que el pecado lo impide, por esto me arrepiento de todo ello y te pido perdón. Creo que Jesús murió en mi lugar en la cruz pagando el precio por mi culpa. Él derramó Su sangre para limpiarme de todo pecado. Entra en mi vida y hazme una nueva criatura”. Dios quitará el dolor y el estigma del pecado, porque nos dice en 2ª Corintios 5:17: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”.
Entonces volviendo a Jabes, este hombre pedía que Dios lo llenara de todo aquello que Dios creía necesario para que él pudiera reconocerlo más, amarlo más y servirlo más. Es una vida en plenitud, en verdadera felicidad, porque radica en una relación cercana con Dios. Ésta solo se encuentra a la medida que uno prevalece y camina con Dios. A veces la bendición de Dios incluye cosas que a nuestro parecer son tristes, pero a los ojos de Dios resultan en un “cada vez más excelente y eterno peso de gloria”, como dice 2 Corintios 4:17. Jabes dejaba al criterio de Dios que Éste le diera lo que creyera provechoso para su vida.
¿Por qué muchas veces nuestra vida se vuelve tan monótona, insatisfecha y mediocre? Esto es porque no esperamos más de Dios. No buscamos más de Él, más de Su presencia, más de Su obrar, más de sus bendiciones. Oremos para que el Señor nos bendiga, bendiga nuestro cónyuge, nuestros hijos, nuestra iglesia, a cada hermano, porque en la medida que esto suceda, el círculo de la bendición de Dios se va ampliando y muchos más serán influenciados. Oremos para que las aflicciones, los dolores y pruebas del pasado, se conviertan en grandes bendiciones en nuestra vida. Busquemos que Dios obre en nuestra vida. Estemos abiertos a recibir todas las bendiciones que Él tiene preparados para nosotros. Esto sí, no nos olvidemos que algunas cosas que nosotros no las consideramos como bendiciones, el Señor las utiliza para que sí lo sean. En lo personal, las pruebas y momentos de grandes ataques, a la larga siempre demostraron ser fuente de gran bendición. Fueron momentos que me hicieron buscar más al Señor, esperar todo de Él y siempre ayudó para bien. Obviamente en el momento no fue para nada agradable, pero luego se convirtió en un “excelente y eterno peso de gloria”. Infinidad de creyentes, a lo largo de los siglos, hicieron la misma experiencia. Y todos refugiándose en las palabras del apóstol Pablo en 2ª Corintios 1:3-4: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios”. De esta manera vemos claramente cómo también las pruebas son transformadas en bendición por Dios.
Jabes quiso cambiar una vida opaca, estigmatizada, su dolor, su angustia y necesidad, por una vida transformada en una gran bendición por la intervención de Dios. Y Dios escuchó su oración. ¿No quisiéramos esto para nuestra vida? ¡Entonces oremos que el Señor nos bendiga! Él lo hará a Su manera, con los medios que Él considere convenientes, pero podemos estar seguros que nuestra vida ya no será igual. Sabremos con certeza: “¡Aquí se encuentra una vida bendecida por Dios!”
Querido amigo: al cierre de este programa oro para que la bendición que Dios ordenó que Aarón pronunciara sobre el pueblo de Israel en Números 6, también esté sobre tu vida: “Jehová te bendiga, y te guarde; Jehová haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia; Jehová alce sobre ti su rostro, y ponga en ti paz”.