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Autor: Wilfried Plock

En este programa aprendemos cómo estar cerca de Dios en actitudes y acciones no significa conocerlo como Padre, y veremos cuatro pasos para lograr un auténtico acercamiento a Dios y el gozo que él nos da.


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PE2599 – Estudio Bíblico
Jesús es el camino (15ª parte)



Dos hijos sin alegría

En el programa anterior reflexionábamos sobre la parábola de Jesús que encontramos en Lucas 15, a partir del versículo 11. Vimos mayoritariamente la historia del hijo menor. También comenzamos a detenernos en la figura del hijo mayor, que aparece casi al final del relato, reclamándole a su padre por haber organizado una fiesta para su hermano que había regresado. Si lee el capítulo fijándose en que es una persona sin gozo que aparentemente lleva una vida honesta, entonces se dará cuenta de que la causa de su tristeza es claramente su vanidad. En apariencia no se apartó de su padre, pero aun así estaba alejado de él. Amigo, Dios no puede vivir en corazones presuntuosos o vanidosos. Dios dice en Isaías 57:15: «Yo habito en un lugar santo y sublime, pero también con el contrito y humilde de espíritu, para reanimar el espíritu de los humildes y alentar el corazón de los quebrantados». Jesucristo puede estar entre miles de personas, pero cuando un pecador le pide ayuda entonces se detiene y se dirige a esa alma.

El hijo mayor le hace un gran reproche a su padre: «¡Ni un cabrito me has dado para celebrar una fiesta con mis amigos!». Parece ser que pensaba que tenían que comer y beber para poder disfrutar. Y hay una última cosa que también nos muestra que el mayor estaba perdido: «Se enojó y no quiso entrar». Eso es ser vanidoso. No quiere entrar en el reino de Dios, porque el reino de Dios es un reino de gracia. Allí entran solo pecadores perdonados y él no puede alegrarse de que otros sean perdonados. Estaba tan alejado de Dios como su hermano, que estaba cuidando cerdos. He observado en los últimos años que esta verdad se escucha y se acepta de mala gana. No nos convence, sin embargo, que a los ojos de Dios sea igual un cristiano religioso que no falta a ningún culto que un drogadicto tirado en una plaza. Saulo, el piadoso, estaba igual de lejos de Dios que Zaqueo, el usurero. Da lo mismo que una flor esté pisada y llena de barro en medio de la carretera o bien puesta en un florero, al fin y al cabo, las dos están muertas porque las han arrancado de su raíz. El que no conoce a Cristo como su Salvador y Señor, a los ojos de Dios está perdido. Usted, amigo ¿se parece al hermano mayor? ¿Todavía no reconoce que es pecador? ¿No quiere entrar?

Espero que esto haya quedado claro: tanto una vida con pecado evidente como una vida con vanidad es una vida sin alegría. En el mejor de los casos puede haber algo de alegría pasajera, pero nunca alegría genuina. Una vez una mujer acudió al fundador de una misión y le preguntó si era salva. Después de una larga charla, el pastor Enrique Coerper le preguntó: –Dime, ¿alguna vez has estado perdida?, –¿Perdida?, –respondió la mujer–, no que yo sepa. Así que Coerper le dijo: –Entonces, todavía no eres salva. Amigo, ¿está usted aún perdido? ¿Es usted un hijo perdido? Ahora, en el camino hacia el encuentro con Dios muchos distinguen cuatro pasos: El primer paso es recapacitar. Hasta que no lo haga, Dios no le puede ayudar. Por favor, no diga “la culpa es de mis padres, la culpa es de mi marido, la culpable es de mi mujer, mi jefe es el culpable, la culpa es de mi vecino…”. Al revés, reconozca que en algo está fallando.

El segundo paso es girar. El hijo mejor en su interior pensó: “me estoy muriendo de hambre”. Reconoció su estado de forma objetiva y realista. Quería dejar de cuidar cerdos. Usted también está muerto si sigue ignorando a Dios. Él quiere entrar en su vida y ocupar el lugar que solamente le pertenece a Él, ¡el trono de su corazón! El tercer paso es volver. «Tengo que volver a mi padre…». Esto fue una determinación real, no meramente una intención. Si su vida hasta ahora no ha tenido ningún sentido, decídase a tener fe en Cristo. La Biblia dice en Apocalipsis 22:17 que “el que tenga sed, venga; y el que quiera, tome gratuitamente del agua de la vida”.

El cuarto y último paso es llegar a casa: “Así que emprendió el viaje y se fue a su padre”, dice el relato bíblico. En ese momento pasa algo increíble: ¡el padre lo acepta como está! ¿Qué hubiera sido lo lógico? “Cuando consigas reunir todo el dinero que has despilfarrado… Cuando limpies mi reputación… Cuando tengas ropa decente… entonces sí te recibo”. Muchos padres les ponen condiciones a sus hijos. Sin embargo, el amor del Padre Celestial es diferente. Él estaba buscando a su hijo perdido y, en cuanto lo vio venir, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. Le dio sus mejores ropas, un anillo y sandalias. Sacrificó el ternero más gordo y empezaron a celebrar (Lucas 15:20-24). La verdadera alegría había vuelto.

Es posible, amigo, que alguien ponga como excusa que “soy demasiado malo, el padre ya no me puede admitir”. El diablo tiene muchas caras. En primer lugar, nos trata de convencer: “tú estás bien, no eres pecador, no necesitas convertirte”. Sin embargo, cuando el espíritu de Dios entra en nuestra vida y nos damos cuenta de nuestra culpa, y entonces lo intenta de otra forma: “eres tan malo que Dios ya no te puede aceptar”. Déjeme que le cuente una historia. Había una vez un hijo de una buena familia que se descarriló y acabó en la cárcel. Allí recobró el juicio y se arrepintió sinceramente de su estilo de vida. Cuando se acercó el día de su excarcelación, les escribió una carta a sus padres que vivían junto a las vías del tren: “Les he hecho mucho daño. Lo lamento mucho, de verdad. No sé si puedo mirarlos a los ojos. Voy a salir el 30 de junio, si quieren que vuelva cuelguen un pañuelo blanco en el árbol que está en la plataforma de las vías. Si piensan que no merezco volver a verlos, me quedaré en el tren, seguiré el viaje y no los volveré a ver”. Cuando salió en libertad, subió al vagón. Tenía las manos húmedas, casi no se atrevía a levantar la vista. Cuando lo hizo, se encontró con el árbol totalmente lleno de sábanas blancas. Sus padres habían pensado que un pañuelo podría pasar desapercibido. Querían a toda costa que el hijo viera la señal y que viera cuánto lo amaban y deseaban verlo.

¿No nos recuerda esta historia al amor del Padre Celestial? Usted puede volver, Dios le está esperando y está dispuesto a perdonar sus errores. Quiere hacer las paces y recibirte en su familia. ¿Volverá? ¿Quiere descubrir la alegría de estar con Él? ¡No lo dude más!

Stanley Jones dijo: “Un cristiano está más feliz con un centímetro cuadrado que otros con un kilómetro cuadrado”. ¿Cómo es esto? Porque un cristiano se alegra con su Biblia, la Palabra de Dios. El salmista dice: “Yo me regocijo en tu promesa como quien halla un gran botín” (Salmo 119:162). Un cristiano se alegra en la oración, en hablar entrañablemente con su Señor. Se alegra también al servir al Señor. Los cristianos le sirven por amor y por agradecimiento por su muerte en la cruz. Este tipo de servicio da alegría, porque no se hace por algo pasajero, sino eterno. Al mismo tiempo, se alegra también por su seguridad, se siente arropado aun estando en un quirófano, o sufriendo persecución. Y un Hijo de Dios se alegra también en Jesús. Ese es el núcleo de la vida de un cristiano: una relación de amor y alegría. Hermann Bezzel, el último presidente de la iglesia en Baviera, Alemania, afirmó una vez: “El cristianismo consiste en estar alegres”.

Quizás usted se pregunte, “¿los cristianos nunca sufren?” No, amigo; los cristianos padecen enfermedades, aflicciones, dolores y muerte igual que todas las personas. Además, sufren a menudo espiritualmente por el ateísmo de otros. Sin embargo, los hijos de Dios ya comienzan a vivir su nueva vida en esta Tierra. Todas las dificultades que enfrentan no pueden apagar la alegría de sus corazones. Por eso, el relato dice en Lucas 15:24 que “empezaron a hacer fiesta”.

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