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Autor: Wilfried Plock

¿Acaso cualquier cosa buena que podamos hacer es suficiente para agradar a Dios y conseguir su perdón? ¿Qué le faltaba a al joven rico para alcanzar la vida eterna? ¿Cómo podemos librarnos de la culpa que nos producen los errores que cometemos? Responderemos estas preguntas basándonos en el encuentro entre Jesús y un joven rico.


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PE2603 – Estudio Bíblico
Jesús es el camino (19ª parte)



¿Para qué vivir?

Amigos, terminamos el programa anterior preguntándonos cómo hizo el Señor Jesús para ayudar al joven rico mostrándole que su vida estaba llena de culpa para que él se arrepintiera y aprendiera verdadera dependencia de Dios. Existe para esto una radiografía que no deja lugar a dudas, que nos muestra, a todos los que tendemos a ser orgullosos, nuestra situación ante Dios: los mandamientos de Dios revelan el parámetro de lo que Él dice que es santo. Por eso Cristo nos muestra un espejo para que nos analicemos a la luz de los mandamientos. ¿Quiere usted mirarse en este espejo conmigo?

El sexto mandamiento indica “no matar”. Muchos responden inmediatamente: “¡Pero si yo no he matado a nadie!”. Déjeme que le pregunte: ¿está usted seguro? La Biblia dice en 1 Juan 3:15 que “todo el que odia a su hermano es un asesino…”. ¿Ha sentido odio alguna vez por alguien? Esto ya le coloca a usted en la categoría del asesinato. El séptimo mandamiento dice: “No cometas adulterio”. No se refiere solo a adulterar literalmente, sino a que, para Dios, el pecado del adulterio ya empieza en el corazón. En el Sermón del Monte Jesús dijo: “Pero yo les digo que cualquiera que mira a una mujer y la codicia ya ha cometido adulterio con ella en el corazón” (Mateo 5:28). Este mandamiento hace culpables a casi todos los hombres y a muchas mujeres. Pero aún hay más. Dios incluye aquí como pecado el consumo de material pornográfico: fotos, libros, películas, las relaciones prematrimoniales o paralelas al matrimonio. Este espejo no deja a nadie libre de pecado.

El octavo mandamiento dice “No robes”. Esto no incluye solo a los que roban un banco o una empresa, sino también a los que hacen trabajar en negro, evaden impuestos, usan programas sin licencia, productos “pirateados”. Todo eso también es robar. ¡Incluso, amigo, cuando llegas unos minutos tarde al trabajo o sales unos minutos antes, porque nadie se dará cuenta, eso también es robar! El noveno mandamiento nos dice: “No presentes falso testimonio”. ¿Cuántas mentiras se le escapan a una persona a lo largo de su vida? Algunos viven una vida llena de mentiras. Otros creen que por ser pequeñas mentiras como excusas que no hacen daño, eso no cuenta como pecado. Pero la palabra de Dios es tajante, amigo, y mentir en cualquier forma es pecar. Además, si mentimos nos parecemos a Satanás, y que la Biblia lo llama el «Padre de mentira» (Juan 8:44).

El cuarto mandamiento nos llama a honrar a nuestros padres y madres. En el texto hebreo original dice algo así como: “Dale a tu padre y a tu madre la importancia que tienen”. ¿Qué significan para usted sus padres? ¿Cómo soluciona las palabras hirientes que les ha dicho? Vivir implica dibujar algo sin posibilidad de corregir los errores –sin goma de borrar– cada trazo permanece. Aunque podamos arrepentirnos y pedir perdón, las cosas que hicimos, hechas están. ¿Cuánto respeto y valor le ha dado usted a sus padres en sus años de vida?

Más adelante el Señor Jesús resume estos cinco mandamientos, que están todos relacionados con las relaciones interpersonales, en una sola oración: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Jesucristo quiere ayudarnos hoy a nosotros al igual que ayudó a los judíos de ese momento. Sus palabras duelen, pero son verdad. ¿Está usted preparado para adaptarse a las normas de Dios? ¿O rechaza su diagnóstico? Alguien afirmó en cierta ocasión: “La verdad es un trago amargo, quien la dice rara vez recibe gratitud”. Estoy seguro, amigo, que usted se ha dado cuenta de que le ha fallado al Señor aunque sea en tan solo un mandamiento. Esto ya lo ubica a usted como pecador, y este diagnóstico es inequívoco. Entonces nos preguntamos: ¿Qué hacemos con la culpa por el pecado que hay en nuestras vidas?

Pues le diré que Jesucristo también resolvió este problema de la culpa. ¿Estuvo usted allí cuando crucificaron al Señor de la gloria? Seguramente piense: “¿Cómo iba a estar yo allí? Hace más de 2,000 años de eso y, además, sucedió en otro continente”. Pues sí que estuvimos allí cuando le clavaron los clavos, al atravesar sus manos y pies. Estábamos también cuando le colocaron la corona de espinas. Allí estábamos, burlándonos y despotricando con la gente mientras gritábamos: «¡Crucifícale, crucifícale!». Allí estábamos con la culpa y el pecado de nuestras vidas. Cuando Paul Gerhardt, el poeta, vio por primera vez a Cristo colgado en la cruz, ahí supo que no fueron los romanos ni los judíos que lo clavaron allí, y dijo: “Yo, yo y mis pecados, tan numerosos como granitos de arena en el mar, te irritamos, te golpeamos y te angustiamos hasta la tortura”. Desde que Jesús clamó en la cruz: «Consumado es», no deja de sonar la frase: «Quiero perdonarte tus pecados».

Amigo, en la colina de Gólgota ocurrió algo único: la condena que merecíamos, como hemos visto antes al mirarnos frente al espejo de los mandamientos, quedó absuelta. Si se acerca usted a la cruz y confiesa su culpa y pone su confianza en la obra que Cristo realizó allí, entonces Dios le perdonará sus pecados (1 Juan 1:9). Dios le justificará, es decir, le perdonará. Le indultará para poder ir al cielo. Jesucristo, el Hijo de Dios, resolvió el problema de su culpa de una manera extraordinaria e incomparable, ¡y para siempre! ¿Entiende esto, amigo? Se cree que Martín Lutero dijo en una ocasión: «El pecado tiene dos posibles lugares: o está sobre Cristo o cuelga de su cuello y le lleva a la destrucción». Déjeme preguntarle, amigo: ¿sabe usted si la culpa de su vida ha sido borrada? Esta es una pregunta cuya respuesta no puede esperar.

Volviendo al relato bíblico, vemos que hasta ese momento el joven era el que hacía las preguntas; pero ahora Cristo le pregunta a él: “¿quieres ser perfecto?”. A la luz de la Biblia, ser perfecto no implica no tener ningún error, sino pertenecer al único que realmente es perfecto. Esa va a ser la pregunta decisiva al final de su vida. No consiste en cuánto le pertenece a usted, sino a quién pertenece usted. ¿Su vida le pertenece a Jesús? Si no es así, entonces entréguesela, con todo su pasado, su presente y su futuro. Confíele su vida (Juan 1:12-13). ¡Déjele que sea el Señor de su vida y sígale hoy!

El joven creía que había cumplido todos los mandamientos de Dios. Sin embargo, al final, queda claro que ni siquiera había cumplido el primero: “Yo soy el Señor tu Dios… No tengas otros dioses además de mí«, dice la Biblia en Éxodo 20:2-3. El joven amaba sus posesiones más que a Dios. Está claro que los cristianos también pueden tener posesiones, pero en el primer lugar de su vida ¿está Dios o está lo material? Este joven se fue triste. Es curioso: estaba en la dirección correcta (junto a Jesús), hizo la pregunta exacta (sobre la vida eterna), recibió la respuesta adecuada pero, sin embargo, tomó la decisión equivocada. Se fue sin el Salvador. Sin Cristo cada segundo de nuestras vidas es un segundo perdido. Los segundos pasarán a ser minutos, horas, días, semanas, meses y, al final, años. Los años perdidos pueden acabar siendo una vida perdida y una vida perdida, le guste o no, resultará en una eternidad perdida.

Sin embargo, no es necesario que esto suceda. Jesucristo resolvió el problema de la culpa con su muerte en la cruz. Él le dio un sentido a su vida con su resurrección. Ahora está en sus manos si quiere o no resolver la cuestión de la salvación. Cambie su rumbo de vida equivocado, sin importar si ahora usted es religioso o está viviendo sin Dios. “…Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia”, dijo el Señor Jesús (Juan 10:10). ¡No se conforme con menos, amigo!

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