Jesús es el camino (3ª parte)
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23 noviembre, 2020Autor: Wilfried Plock
En este programa vemos otras de las características de Dios tal y cómo él se presenta y la diferencia que hay entre las ideas o las concepciones de la filosofía antigua o las construcciones personales actuales.
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PE2588 – Estudio Bíblico
Jesús es el camino (4ª parte)
¿Quién es Dios?
Querido oyente, en el programa anterior estuvimos hablando sobre las concepciones que tenemos de Dios y comenzamos a ver los hechos que pueden describirlo realmente. Hablamos de un Dios vivo y que se da a conocer. Hoy veremos algunos puntos más. Algo que nos queda claro conforme a la lectura es que el Dios de la Biblia nos sale al encuentro como humano. La Biblia nos habla de cómo es Dios, cómo actúa y cómo se siente. Así que podemos hablar de Dios como un humano ya que Él se hizo humano y se puso a nuestro nivel para venir a nuestro encuentro. Cuando Dios muestra su enojo o su arrepentimiento, no son imágenes nuestras de Dios, sino de cómo realmente es Él.
Dios es Padre. Sin embargo, también puede consolar como una madre consuela a sus hijos. La Biblia también habla del amor paternal de Dios. Dios es pastor. Dios es médico. Dios es una roca, un castillo, etc. ¡Así es Dios! Y qué alegría saber que Dios es así. Cuando tengo que ir a visitar a enfermos o moribundos, ¡qué triste sería si tuviera que contar con el dios de la filosofía griega! Cuando tengo que aconsejar a un matrimonio que tiene problemas, no podría ayudarlos con la ética helenista. Asimismo, cuando los jóvenes quieren llevar una vida justa en su trabajo y matrimonio, y necesitan la ayuda de Dios para enfrentar los problemas, ¿de qué les serviría un dios griego, frío y distante?
Me alivia saber que la Palabra nos muestra a un Dios totalmente diferente. Toda la Biblia habla de cómo Dios se humilló hasta hacerse como nosotros los seres humanos. Dios habla y escucha. Dios se inclinó. Él lleva una dirección determinada, hacerse pequeño. Así es la esencia de Dios. Él tiene un corazón. Él ama y, como ama, también se enoja. El enojo es la otra cara del amor. El que ama quiere a la persona que ama totalmente para él, si no, no es amor. A Dios no le es indiferente que la gente a la que ama dependa de otros dioses e ídolos. Sin embargo, Él no obliga a nadie. Dios invita, se da a conocer, e incluso ruega, pero nunca fuerza a nadie. El único que obliga es su enemigo, el diablo. Él siempre trabaja forzando a la gente y atrapándola. Pero Dios es amor y en el amor no hay lugar para las ataduras. El amor da libertad para decir que no. Precisamente por eso, la historia de Dios no tiene éxito en este mundo. Dios es consciente del riesgo que corre de que la gente le ignore y le desprecie.
Si tú quieres, también puedes ignorarle toda tu vida. No obstante, debes ser consciente que eres responsable moralmente por ello. No eres una marioneta que necesita que le tiren de las cuerdas para levantar las manos y las piernas. No. Dios toma en serio tus decisiones. Si tú decides vivir esta vida sin Dios, en la eternidad también estarás alejado de Él. Los que no toman en serio la santidad de Dios tampoco van a merecer su gracia salvadora. Sin embargo, si reconoces el indescriptible amor de Dios y permites que Él sea realmente el Señor de tu vida, entonces lo conocerás en persona. Es mejor quedar en evidencia delante de la gente y ser honestos, que perder la vida eterna con Dios.
Por otro lado, vemos que el Dios de la Biblia sufre. Dios es amor y, quien ama, es vulnerable, ya que su amor puede ser ignorado o rechazado. ¡Cómo nos duele cuando amamos y no somos correspondidos! ¡Cómo les duele a los padres cuando, después de invertir años en sus hijos, ellos desprecian todo su amor solo porque se les niega algo que ellos quieren tener urgentemente! Amigos, Dios ama y, por ello, también puede sufrir. Es decir, Él es vulnerable, siente el dolor. La Biblia nos habla de Dios: En Isaías 1, como de un campesino al que se le escapa el ganado. En Mateo 21, como de un dueño de un viñedo al que le engañan los arrendatarios. En la conocida historia de Lucas 15 vemos a Dios como un padre al que se le va el hijo.
El Dios de la Biblia sufre. Dios se hizo hombre para sufrir como un hombre. Por supuesto, eso va en contra de la concepción filosófica de Dios como un Ser superior, un pensamiento, idea o principio indiferente. La principal característica de la concepción griega de Dios es su apatía, su insensibilidad.
¿Sabías que el verdadero Dios sufre? ¿Sufre por ti? Es posible que ahora mismo esté sufriendo por tu falta de relación con Él o tu relación superficial. Dios no es apático como Zeus, sino que simpatiza con nosotros. Él no se mantiene apartado del sufrimiento, sino que también sufre con nosotros. Dios, el Padre, puede comprender a todos los que sufren. Aunque sea por la pérdida de un hijo, pues Él también perdió a uno.
Para los griegos, este mensaje era inconcebible, al igual que para la mayoría de las personas hoy en día. Pablo le escribe a los Corintios en su primera carta capítulo 1 verso 18: “Porque la palabra de la cruz [de un Dios que sufre] es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios”. Un Dios que sufre, el Hijo de Dios, que nació y fue puesto en un pesebre y, más tarde, lo colgaron en una cruz, era y sigue siendo inconcebible para la naturaleza humana. Sin embargo, el corazón humano puede entender este mensaje a través de la fe, la conciencia puede hallar paz a través de este evangelio.
El matemático, físico y filósofo francés, Blaise Pascal fue un cristiano convencido. Tras su muerte se descubrió en su abrigo, una tira de pergamino cosida en la que tenía su credo particular decía lo siguiente: «Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Santiago, Dios que no es de los filósofos y letrados… Dios Jesucristo. Solo se le puede encontrar y conservar como se muestra en el evangelio…». Vemos también que el Dios de la Biblia salva. En Juan 3:16, pasaje muy conocido entre la cristiandad leemos: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna”.
Ese es el camino que se muestra en el evangelio. Es tan sencillo que niños de ocho a doce años pueden comprenderlo: Dios se hace tan pequeño que quiere vivir en mi corazón así que tengo que recibirlo. Que quiera vivir en mi corazón implica que quiere ser el Señor de mi vida. Significa arrepentirme de haber controlado mi vida yo mismo, reconocer mi culpa, creer que su valiosa sangre se derramó también por mí allí en la cruz, confiar en Su promesa y empezar hoy mismo una nueva vida con Él. Si una persona hace esta oración en cualquier lugar del mundo, sin lugar a duda, Dios le recibe. La Biblia dice en Hechos 2:21 que: “…todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo”. Dios es un Dios que salva.
¿Qué hay de usted oyente?, ¿Aún le tiene que salvar? Si reconoce que está perdido, entonces ya está casi a salvo. Los que creen en Él, no están perdidos. ¡Confíe en la palabra de Dios! La Biblia declara que Dios es justo. El apóstol Pablo les afirmó a los epicúreos y estoicos, dos corrientes filosóficas de la época la siguiente verdad incómoda que podemos encontrar en Hechos 17:30-31: “Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos”. Ésta última frase se refiere a Jesucristo. Dios no es ningún títere. No se puede jugar con Su gracia. Si rechazas al Hijo de Dios como tu salvador, entonces te tendrás que enfrentar un día ante Él como tu juez, aunque no lo quieras admitir.