¡Jesús viene! ¿Estás listo? 2/4
21 febrero, 2008¡Jesús viene! ¿Estás listo? 4/4
21 febrero, 2008Titulo: “¡Jesús viene! ¿Estás listo?” 3/4
Autor: Marcel Malgo
Nº: PE1046
¿Aquién debemos nuestra gloriosa posición y alta vocación? ¡Al Señor Jesucristo! Él nos rescató a ti y a mí y nos hizo reyes y con esto nos coronó.
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«¡Jesús viene! ¿Estás listo?» 3/4
Querido amigo, querida amiga, Podemos identificar la recompensa con la «corona», la cual reciben solamente los vencedores. Escucha lo que el Señor Jesús dice en Apocalipsis 3:11: «Yo vengo pronto. Retén lo que tienes para que nadie tome tu corona.» En otras palabras: Hijo, ya tienes la corona, la recompensa ya está lista; pero ahora vive de manera que no pierdas esta recompensa o esta corona.
Queremos decirlo una vez más: Como hijos de Dios, no podemos perder la salvación, el hecho de ser salvos para la eternidad; éste es un regalo que hemos recibido de Dios. ¡Pero sí podemos perder la corona, que ya antes de la fundación del mundo fue preparada en el cielo para ti y para mí! Esto sucederá si se revela ante el tribunal de Cristo que después de tu conversión no has vivido para el Señor Jesús, sino para ti mismo. Entonces acontecerá lo que hemos leído en la última emisión en 1 Corintios 3:15: «Si la obra de alguien es quemada, él sufrirá pérdida; aunque él mismo será salvo, pero apenas, como por fuego.»
Imaginémonos esto: El arrebatamiento ha tenido lugar, estamos delante de Jesús. Todas las coronas ya están listas, tu recompensa y mi recompensa. Ahora nuestras vidas pasan por la prueba de fuego. Si, pues, toda nuestra obra en la tierra se quema, siendo que no hay nada que haya regocijado a Jesús, sino que fue solamente para el propio provecho – ¿sabes qué tendrá que decirnos El entonces? «Mi hijo, ésta habría sido tu corona; pero la has perdido. Bien es verdad que te has salvado para tiempo y eternidad por recibir personalmente Mi sacrificio, Mi sangre derramada en la cruz del Gólgota, pues Yo he prometido: «…nadie las arrebatará de mi mano» – pero lo glorioso que ya antes de la fundación del mundo estaba listo para ti en Mi sangre, la corona, la recompensa, la has perdido.» Muchas veces en oración he meditado en lo que significará estar delante de Jesús y «sufrir pérdida», hasta que reconocí: Esta pérdida consiste en la pérdida de la corona, de la recompensa.
Ahora quisiera preguntarte:
¿Eres un amigo del Señor? Jesús dice en Juan 15:14: «Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.» Hoy en día muchísimos dicen: Soy un amigo del Señor. Soy un hijo de Dios, rescatado por Su sangre. Sin embargo, no hacen lo que Jesús les dice. No viven en la santificación. Pero el Señor busca entre nosotros, los salvos, la obediencia de la fe. Busca a personas en las cuales y a través de las cuales El sea glorificado. Te hago recordar el trágico hecho descrito en Hebreos 3:18: «¿Y a quiénes juró que no entrarían en su reposo, sino a aquellos que no obedecieron?» Por eso te pregunto: Cristiano, ¿estarás preparado cuando Jesús venga? Si por el nuevo nacimiento has llegado a ser un hijo de Dios, entonces irás al encuentro del Señor en el arrebatamiento. ¡Esto será maravilloso! Pero ¿qué vendrá después para ti?
El libro de Ester nos muestra de una manera muy seria lo que significa perder algo glorioso, que uno ya poseía. Ya hemos leído de la gran fiesta real de Asuero en Ester 1:5-8. El versículo 10 sigue diciendo: «En el séptimo día, estando el corazón del rey alegre a causa del vino, mandó a los siete eunucos que servían personalmente al rey Asuero que trajesen a la presencia del rey a la reina Vasti, con su corona real, para mostrar su belleza a los pueblos y a los gobernantes; porque ella era de hermosa apariencia.» En el versículo 12 leemos cómo reaccionó esa hermosa mujer: «Pero la reina Vasti rehusó comparecer…»
Hagamos ahora las siguientes preguntas: ¿Era Vasti reina ya cuando fue llamada por Asuero? Sí, por supuesto. ¿Ya tenía la corona? Con toda seguridad. Con esto, esa reina Vasti es una representación acertada de nosotros, que fuimos lavados de los pecados por la sangre del Señor Jesús y hechos «reyes y sacerdotes para Dios, su Padre». En el caso de la reina Vasti, no se trataba de coronarla, pues ya tenía la corona – como también ya está lista para nosotros. Por venir ella con su corona solamente habría actuado conforme a su alta y gloriosa posición, su sublime vocación, obedeciendo a las palabras del rey. ¡Pero no lo hizo! También para nosotros que somos hijos de Dios, solamente se trata de hacer lo que Jesús nos manda hacer: «Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.»
¿Qué, pues, tenemos que hacer para perder la recompensa, o sea, la corona? Esto es muy sencillo: Tan sólo tenemos que negarle la obediencia de la fe a Jesús. Piensa solamente en el principio de la historia de la humanidad, en Adán y Eva, que perdieron todo un paraíso en consecuencia de su desobediencia. O en el pueblo de Israel después del éxodo de Egipto en su peregrinaje de 40 años por el desierto, del cual la mayor parte no pudo entrar en la tierra prometida a causa de incredulidad y desobediencia. De manera parecida lo experimentó la reina Vasti, que fue desobediente frente a la orden de Asuero. ¿Con qué consecuencia? Perdió su corona, su dignidad real, pues leemos a continuación: «Entonces Memucán dijo ante el rey y los magistrados: La reina Vasti ha actuado mal, no solamente contra el rey, sino también contra todos los magistrados y contra todos los pueblos que están en todas las provincias del rey Asuero… Si al rey le parece bien, salga de su presencia un decreto real que sea escrito entre las leyes de Persia y de Media, de modo que no sea abrogado: que Vasti no venga más a la presencia del rey Asuero, y que el rey dé su dignidad real a otra mejor que ella» .
¿Oyes? Tú, que has sido rescatado por la sangre de Jesús, estás coronado, pues El te ha hecho rey. Pero – puedes perder la corona, como en aquel entonces la reina Vasti.
En realidad, es incomprensible por qué la reina Vasti no siguió la orden de Asuero. Pues la meta de su venida solamente habría sido ésta: «que trajesen a la presencia del rey a la reina Vasti, con su corona real, para mostrar su belleza a los pueblos y a los gobernantes» (v. 11a). ¿Por qué la reina no quiso venir?
Por supuesto, Vasti era hermosa, pues leemos: «…porque ella era de hermosa apariencia». Pero su verdadero esplendor, es decir, su dignidad real y la corona, no las tenía de sí misma, sino que las debía al rey Asuero. Sin duda alguna, él la había hecho reina, como lo hizo luego con Ester. ¿Qué habría sucedido si ella hubiera permitido ser llevada ante el rey adornada de la corona real y hubiera mostrado su belleza a los pueblos y los gobernantes? En primer lugar, con esto habría honrado al rey y le habría causado gran gozo, pues todo el pueblo y los gobernantes sabían que ella había recibido toda esta gloria real solamente de Asuero. Así que ofendió profundamente la honra del rey por su desobediencia, por rehusarse a aparecer.
Mis hermanos y hermanas, ¿a quién debemos nuestra gloriosa posición y alta vocación? ¡Al Señor Jesucristo! El nos rescató a ti y a mí y nos hizo reyes y con esto nos coronó. ¿Cuál es, por lo tanto, nuestra primera y más importante tarea? La respuesta es: ¡Vivir, delante del mundo visible e invisible, una vida que honre solamente a nuestro Señor y Salvador! Nuestra vida debe ser un testimonio claro de lo que Jesús hizo en nosotros. El nos hizo gloriosos y nos puso en una posición muy alta, que nunca habríamos podido alcanzar. Expresándolo bíblicamente: El «nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre…». Que así sea en tu vida, estimado amigo, que así sea!