Josafat, un héroe con pies de barro (20ª parte)
16 octubre, 2020Josafat, un héroe con pies de barro (22ª parte)
16 octubre, 2020Autor: Eduardo Cartea Millos
“El Señor está cerca”. Su venida sin ninguna duda. Pero también es una maravillosa realidad que el Señor está cerca en nuestra vida, en cada momento. Cuando escucha nuestras oraciones e interviene, entonces entendemos que todo viene de Él. Por eso es tan importante adorar y alabar a Dios en medio del conflicto.
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PE2561 – Estudio Bíblico
Josafat, un héroe con pies de barro (21ª parte)
Quieto y firme, el Señor está cerca
En su libro “Ciudadanos del Cielo”, J. B. Meyer explica el versículo de Filipenses 4:5. Meyer señala que la expresión “El Señor está cerca”, más que indicarnos la pronta venida de Jesucristo para llevarnos con Él, nos habla de aquel que está cerca nuestro en cada momento de nuestra vida. Equivale al Salmo 145:18 que afirma: “Cercano está el Señor a todos los que le invocan; a todos los que le invocan de veras”.
Recuerdo que en una oportunidad que estaba pasando por una prueba difícil, vinieron a mi mente aquellas palabras del antiguo himno: “Todo se va, más Tú te quedas, sí, cerca, muy cerca, amado Salvador”. Entonces una maravillosa quietud embargó mi alma y me dio fuerzas para seguir. Muchas veces esas palabras estuvieron presentes, trayendo la paz de saber que podía sentir al Señor muy próximo. Sí. Él está cerca de nosotros. Podemos contar con él. Podemos saber que nos guía. Podemos, entonces, saber que el camino, la empresa, la decisión que tomemos será bendecida.
La iglesia de hoy vive tiempos difíciles en los cuales Satanás, con todo su ejército de demonios, batalla contra los creyentes y la iglesia. Su estrategia es variada aunque no “desconocemos sus maquinaciones”. Por un lado, persecución, cárcel, tortura, muerte. Tal vez este modus operandi no toca a todo el pueblo de Dios, pero sí a muchos hermanos en lugares del mundo donde es muy difícil –a veces a costo de vida– decir “soy cristiano”. Por el otro, mundanalidad, carnalidad, celos, pleitos, contiendas, falta de compromiso, descuido por las cosas santas, apatía por la Palabra de Dios, testimonio débil, pecado, crítica, enemistad, divisiones, y más. No es lo mismo, pero intenta llegar a los mismos resultados: debilitar al pueblo de Dios.
Debería atemorizarnos al extremo este ataque de aquel maligno que viene “para hurtar, matar y destruir”. Y ese temor, debería hacernos humillar ante la presencia de Dios y reclamar de Él valor, poder, santidad, humildad, vidas llenas del Espíritu. Cuando estés en circunstancias difíciles no hagas nada basado en tu inteligencia o tu poder. Deja a Dios actuar, ten fe. Ahora, amigo, miremos la intervención Dios en el conflicto de 2ª Crónicas 20. En ese caso, Dios estuvo en el centro de todo:
– En el versículo 9 vemos la promesa de Dios: “Clamaremos a ti, y tú nos oirás y salvarás”.
– En el verso 12 notamos que la solución del conflicto es de Dios: “No sabemos qué hacer y a ti volvemos nuestros ojos”.
– En el 15 leemos que la guerra es de Dios: “No es vuestra la guerra, sino de Dios”.
– En los versículos 17 y 22 al 23 vemos que el método es de Dios: “No habrá para que peleéis vosotros en este caso; paraos, estad quietos, ved la salvación de Jehová con vosotros… no temáis ni desmayéis; salid mañana contra ellos, porque Jehová estará con vosotros”…”y cuando comenzaron a entonar cantos de alabanza, Jehová puso contra los hijos de Amón, de Moab y del monte de Seir las emboscadas de ellos mismos… y se mataron los unos a los otros… cada cual ayudó a la destrucción de su compañero”.
– Según el verso 24 el triunfo es de Dios: “Y luego que vino Judá a la torre del desierto, miraron hacia la multitud, y he aquí yacían ellos en tierra muertos, pues ninguno había escapado”.
– Los versos 26 y 27 de 2ª Crónicas 20 también nos muestran que el gozo es de Dios: “Y al cuarto día se juntaron en el valle de Beracá; porque allí bendijeron a Jehová… y todo Judá y los de Jerusalén, y Josafat a la cabeza de ellos volvieron para regresar a Jerusalén gozosos, porque Jehová les había dado gozo librándolos de sus enemigos”.
– La paz es de Dios. Lo podemos leer del verso 28 al 30: “Y vinieron a Jerusalén con salterios, arpas y trompetas, a la casa de Jehová, y el pavor de Dios cayó sobre todos los reinos de aquella tierra, cuando oyeron que Jehová había peleado contra los enemigos de Israel, y el reino de Josafat tuvo paz, porque su Dios le dio paz por todas partes”.
Amigo, habiendo visto todo eso, ¿podemos tener alguna duda? ¿No es glorioso saber que el mismo Dios de Josafat es nuestro Dios, tu Dios personal, mi Dios personal? ¿No nos invita a experimentar la misma bendición, tener la misma victoria, sentir el mismo gozo? ¡Qué paz llenó los corazones de aquel rey y aquel pueblo! ¡Qué seguridad embargó sus mentes! ¡Qué certeza llenó sus almas! La Biblia nos cuenta que el resultado fue que “se postraron delante de Jehová, y adoraron a Jehová. Y se levantaron los levitas de los hijos de Coat y de los hijos de Coré, para alabar a Jehová el Dios de Israel con fuerte y alta voz”.
¿Qué significó ese acto? Significó celebrar la victoria por anticipado. Watchman Nee, en su comentario sobre la Epístola a los Efesios, dice que esta carta comienza en el capítulo 1 con los cristianos “sentados en lugares celestiales”, y termina en el campo de batalla espiritual del capítulo 6. Nee expresa que a veces parece que debería ser al revés. Pero es así porque el pueblo de Dios entabla sus batallas de la fe “desde un lugar de victoria”, sentados. Las batallas de la fe se ganan por la fe y con la certeza de un triunfo seguro, en Cristo.
Josafat y el pueblo fueron a la batalla, sabiendo que iban a vencer. Por eso había alabanza en sus bocas. Por eso dice el versículo 21 de 2ª Crónicas 20, que “habido consejo con el pueblo, puso a algunos que cantasen y alabasen a Jehová, vestidos de ornamentos sagrados, mientras salía la gente armada, y que dijesen: glorificad a Jehová, porque su misericordia es para siempre”. ¿Te imaginas la escena? Josafat en su lugar de honor. El pueblo unánime congregado en la plaza mayor del reino. El ejército ordenado y portando sus armas, arcos, espadas, escudos, disciplinadamente. Y los levitas, con sus vestiduras sagradas, dispuestos a entonar cánticos de alabanza a Dios. Comienzan a cantar y el ejército comienza a marchar en orden de batalla. Nunca empuñarían un arma. Nunca abatirían a ningún enemigo con sus espadas. Sus arcos no dispararían una sola flecha. Sus escudos no cubrirían sus cabezas de armas enemigas. Solo su presencia, en medio de cantos de alabanza. Dios se encargaría del resto. De todo.
Si Dios se hace cargo del problema, Él sabe cómo resolverlo. No me necesita. Solo pide mi fe, mi obediencia y mi alabanza. ¿No es maravilloso, amigo? ¿No llena tu corazón y el mío de una admiración, gratitud y deseos de adorar y alabar a este Dios tan grande y poderoso?
Ahora, miremos el fin de la batalla. El verso 24 expresa: “Y luego que vino Judá a la torre del desierto, miraron hacia la multitud, y he aquí yacían ellos en tierra muertos, pues ninguno había escapado”. Los enemigos se mataron unos a otros. La confusión fue su adversario. Dice el verso 23 que “cada cual ayudó a la destrucción de su compañero”. No fue la única vez que sucedió algo así. Otras batallas fueron ganadas sin intervención humana. Gedeón con los madianitas (Jueces 7:22); Saúl y los filisteos (1 Samuel 14:20-23); Eliseo y los sirios (2 Reyes 6:18 y 2 Reyes 7:6, 7); Ezequías y los sirios, nuevamente (2 Reyes 19: 6, 7). Bien podemos decir con el apóstol Pablo en 2 Corintios 10:4 que “las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas”.
Ahora, notemos algo verdaderamente importante. Si comparamos los versículos 5 y 28, veremos que hay una coincidencia en ambos. La historia de esta batalla comenzó en la casa de Dios y terminó en la casa de Dios. No es casualidad; es causalidad. Porque comenzó bien, terminó bien. Y esa fue la causa de la victoria. Cuando un proyecto, un propósito, cualquiera sea comienza en la presencia de Dios, invocando Su nombre, Su dirección, Su guía y poder, termina allí mismo, en una actitud de gratitud y alabanza. ¿Lo has comprobado? La Biblia nos ofrece una inspiradora frase que es mencionada dos veces: una en el Salmo 42:5,11, y otra en el 43:5. “¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío”. El escritor, uno de los hijos de Coré, pasa por momentos de dificultad extrema, y lo manifiesta en este Masquil (es decir, en este poema escrito para instruir en momentos difíciles como ese). Dice el escritor que ha llorado de día y de noche. Su angustia fue alimentada por el acoso y la burla de sus enemigos que le dicen: “¿Dónde está tu Dios? ¿Dónde está que no actúa? ¿Dónde está que no te ayuda, que no te socorre?”.
¿Acaso, no han venido de parte de nuestro enemigo alguna vez estos pensamientos? ¿No ha susurrado a nuestro oído que Dios nos ha olvidado, que no nos atiende, que no nos contesta? ¿No nos ha pasado alguna vez que sentimos que nuestra oración no penetra en un cielo de bronce, cerrado para nuestros ruegos? Si es así, no dudes de que son pensamientos que vienen de nuestro adversario. Pero, si vamos a la presencia de Dios, si le encomendamos nuestra causa, si buscamos su dirección y confiamos en su sabiduría infinita y en su poder sin igual, podremos decir como el salmista: “Espera en Dios, porque aún he de alabarle”. Cuando la batalla comienza, arrecia con furor y parece que las fuerzas se acaban. Pero el Señor multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas. Y los vientos cesan, y el mar se calma, y la barquilla de tu vida no zozobra, porque el Señor está cerca. Y caes a sus pies en actitud de adoración, y le alabas por su amor, por su misericordia, por su salvación. Y le dices como Tomás: “Señor mío y Dios mío”.
Recuerda, amigo: si lo que emprendes comienza confiadamente arriba, termina felizmente arriba. Veamos, antes de despedirnos tres preciosos resultados de esta epopeya. En el versículo 26 leemos que “al cuarto día se juntaron en el valle de Beracá”. El nombre de ese valle significa “bendición”. En el 27 leemos: “Jehová les había dado gozo, librándolos de sus enemigos”. Y en el verso 30 leemos que “el reino de Josafat tuvo paz, porque su Dios le dio paz por todas partes”. Bendición, gozo y paz. ¿No es maravilloso, mi amigo? ¿No son estos también los resultados en nuestra experiencia cuando permitimos que Dios actúe, a pesar de los conflictos de la vida?