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Autor: Eduardo Cartea Millos

La vida de Josafat nos da testimonio de un avivamiento, el resultado de volver a Dios. Muchas veces, después de una victoria viene la prueba. Y se puede presentarse a través de relaciones peligrosas.


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PE2548 – Estudio Bíblico
Josafat, un héroe con pies de barro (8ª parte)



Relaciones peligrosas

Estimado oyente, para comenzar el estudio bíblico de hoy que lleva el título “RELACIONES PELIGROSAS” quiero leer el texto bíblico de 2 Crónicas 18:1. Dice así: “Tenía, pues, Josafat riquezas y gloria en abundancia, y contrajo parentesco con Acab”.

Cuenta una anécdota que cierta vez un cerdo se disfrazó de oveja y se metió en el redil entre el rebaño. El cerdo comenzó a enseñarles malos modales, y al poco tiempo, algunas estaban ya empezando a actuar como él. Su vocabulario se volvió ordinario; se volvieron desobedientes y ya no respondían a la voz del pastor. Habían copiado los malos modales del cerdo. En cierta ocasión el pastor llevó a su rebaño –incluida la “oveja” disfrazada– al río. Para llegar a ese lugar había que pasar un lugar de barro y fango, así que el pastor iba adelante y puso una tabla larga para que las ovejas pasaran sobre ella y no se metieran al lodo.

Cuando le tocó pasar al cerdo vestido de oveja se emocionó tanto que ni siquiera subió a la tabla, sino que se tiró al barro y no quiso salir de allí. Se revolcaba en el lodo con verdadero placer. Las ovejas querían hacer algo por él, y hasta le gritaban para que saliera de aquel lugar o esperaban que el pastor lo sacara de allí. Pero el pastor, que sabía cuál era la naturaleza del cerdo les dijo: no teman ovejas mías; yo voy siempre delante de ustedes y ustedes me siguen porque oyen mi voz, me obedecen y pasan por donde yo voy.

Una oveja que había sido influenciada por el cerdo le dijo al pastor: ¡no sea indiferente! ¿cómo no ayuda a esta pobre ovejita a salir del lodo? El pastor, mirándole a los ojos, le dijo: Este no es una oveja, es un cerdo. Él pensó en engañarme con su disfraz, pero yo lo conocí desde el principio. Lo que yo quería es que ustedes al ver su comportamiento se dieran cuenta que no era una oveja. Ustedes ven la piel de afuera. Yo conozco su naturaleza y sus actitudes. Y a pesar de mis atenciones y cuidados, él no tuvo nunca el más mínimo deseo de cambiar, de ser transformado. Así que, sigue siendo un cerdo. Y ama el barro…

¿Por qué comienzo el estudio bíblico de hoy con esta anécdota? Nos ayuda a entender muy bien lo siguiente: Hasta ahora vimos en Josafat un hombre fiel que comenzó bien, que produjo un avivamiento espiritual en su pueblo, y que por ello hubiera trascendido como un rey extraordinario, lleno de riquezas y gloria, es decir, fama, honra. Pero, Josafat era un hombre y como tal, a pesar de su fidelidad, cometió un grave y trascendente error. No supo distinguir entre una oveja y un cerdo.

Hay un peligro latente en aquellos que tienen experiencias de triunfo en la vida. Y el peligro es justamente y paradójicamente eso: el triunfo. No hay cristiano que pueda decir que vive en continua victoria. Salvo Jesús, el hombre incomparable, todos nosotros estamos sujetos al peligro de pensar que, a toda costa, debemos vivir en un plano de victoria ininterrumpida. Se ha transformado, inclusive, en una doctrina que muchos enseñan y otros tantos aceptan.

Pero tanto unos como otros, si son sinceros, deberán admitir que la vida no es una serie de victorias tras victorias. Hemos experimentado derrotas. Hemos tenido caídas. Hemos experimentado frustraciones. Y quien niegue esto, no conoce lo que es la vida cristiana. No son “normales” las derrotas, como no debe ser “normal” el pecado en la vida de un creyente. Pero, debemos admitir con nuestro rostro humillado que son una triste realidad. Y justamente, el peligro es el no admitirlo.

El eslogan de “la vida cristiana victoriosa” es correcto, como objetivo, como meta. Pero la victoria debe ser vista como una película, no como una fotografía. El resultado de las vidas de los grandes hombres y mujeres de la Biblia y fuera de ella, ha sido la sumatoria de triunfos, pero con la triste presencia de fracasos. ¿Recordamos a Abraham? ¿A Jacob? ¿A David? ¿A Pedro? ¿Fueron impecables? ¿Vivieron en permanente victoria?

Sus “fotografías” son variadas, pero la “película” de sus vidas es maravillosa. ¡Y hay algo maravilloso que encuentro en la Biblia y que llena mi alma de gratitud y entusiasmo: ¡Dios mira la película de nuestra vida, no las fotografías! Él vio el transcurrir de la vida de los hombres y mujeres de la historia y aprueba su fidelidad, más allá de los circunstanciales fracasos que, sin duda tuvieron.

La vida cristiana no es una vida exenta de problemas, de yerros, de amargas experiencias. Proverbios 24:16 nos enfrenta a una realidad sin atenuantes: “Porque siete veces cae el justo y vuelve a levantarse; más los impíos caerán en el mal”, o, como traducen otras versiones –“en la desgracia”, o, peor, “en desgracia”. ¡Y habla del justo! ¡Y dice siete veces, por no decir “muchas veces”! ¿Qué esperaríamos, que dijera “no cae nunca”? ¿No sería un orgullo excesivo? Pero nota esto: dice “y vuelve a levantarse”. ¡Alabado sea el Señor!

Nadie puede contar solo triunfos en la vida, a menos que esté cubierto con una capa de arrogancia. Se dice de un predicador que un día dijo, hablando a su audiencia: ¿qué más puedo pedir a Dios? Tengo una esposa maravillosa, unos hijos fantásticos; tengo salud, dinero, prosperidad, dones. ¿Qué más puedo pedirle? Y alguien le dijo, desde el auditorio: ¿y qué tal si le pide una buena dosis de humildad?

La arrogancia, hija del éxito, puede hacernos creer que somos invulnerables. ¡No te lo creas! En ese momento –si no antes– empieza nuestro fracaso. ¿Qué pasó con el pueblo de Israel, después de la gran conquista de Jericó? ¿Después de ver caer sus muros a plomo? No hace falta que lo imaginemos. La Biblia nos lo dice en Josué 7:3. Después de que el gran líder de la nación hebrea les enviara a reconocer la tierra, le dijeron con una enorme cuota de orgullo: “No fatigues a todo el pueblo, yendo allí, porque son pocos”. ¿Qué pudo pasar? Hubo un ¡ay! en Hai. La derrota fue dura, y motivó a que Josué se postrara en tierra, confesando su pecado y el pecado de Israel. Después de una victoria, la prueba.

Hay otro asunto a tener en cuenta. Es casi una ley que, después de una gran victoria, nos sobrevenga una prueba, y muchas veces, para vernos lamentando un fracaso. Por eso los triunfos deben ser tomados con un corazón humilde y en sincera dependencia del Señor.

Así le pasó a David, a Elías, a Pablo y así le sucedió a nuestro adorable Salvador. Luego de aquella inigualable experiencia de oír la voz del cielo decir: “Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia”, nos dice Lucas 4.1 que “Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y fue llevado por el Espíritu al desierto”. Y la expresión fue llevado, es intensa, llena de determinación. Iba a ser tentado por Satanás. Y una de las tentaciones apelaba, justamente, a su orgullo personal: échate abajo… El ejemplo que nos queda, para nuestra admiración y obediencia, es que, no solo no sucumbió, sino que salió victorioso. Es posible la victoria. Pero en dependencia de Dios y Su Palabra.

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