La carta de Pablo a los Filipenses (23ª parte)
7 febrero, 2021La carta de Pablo a los Filipenses (25ª parte)
7 febrero, 2021Autor: Nathanael Winkler
En esta oportunidad escucharemos más sobre en dónde debemos poner nuestra confianza para salvación y para nuestra vida diaria como redimidos. Hay cosas que pueden ponerse entre nosotros y Dios. Esta es una continuación del estudio anterior, también basado en la carta a los Filipenses.
DESCARGARLO AQUÍ
PE2698- Estudio Bíblico
La carta de Pablo a los Filipenses (24ª parte)
Pablo no confía en la carne porque ¡Cristo lo es todo!
Pablo en el camino a Damasco, en su celo farisaico, tenía el plan de tomar presos a los judíos creyentes en esa ciudad y llevarlos a Jerusalén. Pero en este camino tiene un encuentro con el Señor Jesucristo, que se describe en Hechos 9. Pablo entiende quién es él mismo y quién es el Señor. Leemos en Hechos 9:5-9: “Él dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón. Él, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga? Y el Señor le dijo: Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer. Y los hombres que iban con Saulo se pararon atónitos, oyendo a la verdad la voz, más sin ver a nadie. Entonces Saulo se levantó de tierra, y abriendo los ojos, no veía a nadie; así que, llevándole por la mano, le metieron en Damasco, donde estuvo tres días sin ver, y no comió ni bebió”.
Por tres días, Pablo estuvo ciego. Probablemente reconoció en ese tiempo que no eran ni su fuerza, ni sus obras, ni sus logros los que lo redimieron. Entendió que Jesús quería ser su Redentor. A causa de su ceguera, lo tenían que llevar de la mano a la ciudad de Damasco. Esto fue una humillación para Pablo, pero era necesaria para que se convirtiera. Todo lo que Pablo había alcanzado por la carne, todo su pasado que tanto orgullo le causaba ya no tenía ningún valor para él, comparado con lo que recibía a través de Jesucristo. Pablo renunció a su carrera y a sus relaciones sociales por amor a Cristo. En este sentido también deberíamos reflexionar sobre nuestra vida:
¿Hay cosas que te tienen atado, cosas que se han puesto entre tú y Dios? Quizás sea tu cuenta bancaria, el sistema de seguridad que has construido para ti, ya que nunca se sabe lo que viene. O es tu posición en la sociedad, a la cual no quieres renunciar, a pesar de que, para mantenerla, te encuentras obligado a pecar, a llevar una vida de ambigüedad moral. Y hay muchas otras cosas que pueden interponerse entre tú y Dios. Cristo quiere tenerte completamente para Él. Pablo puede testificar sinceramente que Cristo llegó a ser lo único importante para él y que nada lo separaría más de Él. ¿Es Cristo lo más importante también para ti? ¿Puedes decir, con relación a tu vida, que consideras tu pasado como basura, porque tienes una sola cosa delante de los ojos: a Cristo?
Antes de su conversión Pablo sentía un odio extremo contra Cristo y perseguía con dureza a los cristianos. Su celo por la ley judía había superado al de todos sus correligionarios. ¿Cómo fue posible un cambio de paradigma tan radical en la vida de Pablo? La respuesta es muy sencilla: tuvo un encuentro con Jesucristo. Aquel que nunca experimentó un encuentro personal con Jesús, no es capaz de entender lo que Pablo escribió en Filipenses 3:8.
La pregunta de Pablo, al encontrarse con Jesús camino a Damasco, es interesante: “¿Quién eres, Señor?” La expresión Señor nos muestra cómo era consciente de la presencia de Dios. Estaba teniendo un encuentro personal con el Uno, el Santo. De repente, se cayó la venda de sus ojos. Entendió que aquel que le hablaba en el camino a Damasco no era otro que el Dios del Antiguo Testamento, el que en Éxodo 3:14 se presenta como “YO SOY EL QUE SOY”; era Yahveh en la persona del Señor Jesucristo, el cual se describió a sí mismo en el Evangelio de Juan, adjudicándose siete títulos divinos. En varios pasajes de Juan se identifica como: “…el pan de vida”, En Juan 8:12 declaró: “Yo soy la luz del mundo”, En Juan 10:7-9: “Yo soy la puerta de las ovejas”. En Juan 10:11 y 14 “Yo soy el buen pastor”. En el capítulo 11 verso 25 dice “Yo soy la resurrección y la vida”, leemos en el 14:6: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida” y en Juan 15:1 y 5 “Yo soy la vid verdadera”.
La respuesta que recibió, debió impactar en gran manera a Pablo: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues”. Fue con esta contestación que toda la vida de Saulo de Tarso, incluyendo sus valores, principios y metas, se derrumbó. Dios había extendido su mano hacia Pablo, alcanzándolo. Cuando Dios llega a la vida de una persona, espera un sí de su parte. No somos títeres. Dios no obliga a nadie, sino que espera que consintamos por libre voluntad. Pablo finalmente lo hizo, se dejó alcanzar por Dios, convirtiéndose en un discípulo asido por Jesús y con una nueva meta de vida. Jesús llegó a ser el centro de su existencia. El Señor lo rescató de su propia justicia basada en las obras. Lo liberó de sus propios esfuerzos y le regaló el perdón, la redención, la esperanza y la vida eterna. Por esta razón, Pablo no quería más que como dice en Filipenses 3:8, 9: “ganar a Cristo, y ser hallado en él”. Y en el versículo 12 expresa: “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús”.
Unos versículos antes, en el capítulo 2 versos 5 al 8, el apóstol explica cómo esto es posible haciendo esta afirmación: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. Pablo sabía que “asir a Jesús” significaba ser hechos conformes al sentir y carácter del Señor. Esto no siempre es fácil. Es una lucha, un camino de ejercicio, de renuncia, de aflicción y pruebas; sí, es el camino de la cruz. Pero solo si peleamos la buena batalla de la fe, obtendremos el premio. Se trata de un gran esfuerzo en la carrera de la fe, como expresó Pablo cuando dijo en 1 Corintios 9:24 al 27: “¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado”.
Pablo quería asir a Jesús después de que el Señor lo había asido a él. Si quiero aferrarme a Cristo, debo aprender a poner mis pensamientos, mis sentimientos y mis impulsos a los pies de la cruz de Jesús. Muchas veces pensamos que ser un cristiano significa caminar por la vida sin grandes luchas. Esto no es cierto. Solo alcanzaré el galardón si lucho por él. Y hacerlo, implica esfuerzo, trabajo, sufrimiento y, por momentos, fracaso. Y si fracaso, siempre podré levantarme y volver a caminar con el Señor Jesús. Como Pablo, deberíamos esforzarnos por asir al Señor. Querido oyente, pelee la buena batalla de la fe y no se deje desanimar. Permanezca en el camino y viva una vida de santificación, de entrega y de servicio a Jesucristo. El Señor Jesús le dará de su gracia para lograrlo.