La primera carta a Timoteo (1ª parte)
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5 septiembre, 2021Autor: Norbert Lieth
En 1 Timoteo 1:1-2 encontramos ya en el saludo una preciosa muestra de la unidad de Dios. Aprendemos algunas características de Timoteo que nos sirven de ejemplo y vemos la importancia de la sana doctrina y como permanecer en ella.
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PE2736- Estudio Bíblico
La primera carta a Timoteo (2ª parte)
Dios nuestro salvador
Estimado oyente, al abrir el primer capítulo de 1 Timoteo ya encontramos en el primer versículo una cantidad de verdades preciosas. Leemos: “Pablo, apóstol de Jesucristo por mandato de Dios nuestro Salvador, y del Señor Jesucristo nuestra esperanza”. Aquí tenemos una clara indicación de la unidad que hay entre Dios Padre y Dios Hijo. En este versículo Dios el Padre es definido como Salvador, un título que nos hace pensar quizás más bien en el Hijo. Pero ya en el Antiguo Testamento, Dios se presenta de esa manera, Así por ejemplo leemos en Isaías 43:3: «Pues yo soy el Señor, tu Dios, el Santo de Israel, tu Salvador. Yo di a Egipto como rescate por tu libertad; en tu lugar di a Etiopía y a Seba”. En la Segunda Carta a Timoteo capítulo 1 verso 10, ese título es dado al Señor Jesucristo. Allí la Biblia nos habla de: “la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos, pero que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio”.
Lo mismo encontramos en la carta a Tito: “verdadero hijo en la común fe: gracia, misericordia y paz, de Dios Padre y del Señor Jesucristo nuestro Salvador”. Esta preciosa unidad entre el Padre y el Hijo la vemos en el hecho que ambos comparten este título “Nuestro Salvador.” El Señor Jesús dio testimonio de esa unidad cuando dijo a los judíos en Juan capítulo 10 versículo 30: “Yo y el Padre uno somos”
Con respecto a Timoteo, leemos en el segundo versículo de la carta: “…A Timoteo, verdadero hijo en la fe: Gracia, misericordia y paz, de Dios nuestro Padre y de Cristo Jesús nuestro Señor”. El versículo 2 presenta la estrecha relación entre Pablo y su hijo espiritual Timoteo. Aquí, al saludar a Timoteo como su verdadero hijo en la fe, Pablo demuestra que se consideraba como su padre espiritual. La primera mención de Timoteo la encontramos en Hechos 16:1, cuando Pablo, en su segundo viaje misionero: “llegó a Derbe y a Listra; y he aquí, había allí cierto discípulo llamado Timoteo, hijo de una mujer judía creyente, pero de padre griego”. Timoteo ya era discípulo en el capítulo 16 de Hechos, pero muchos comentaristas creen que Timoteo se haya convertido bajo el ministerio de Pablo cuando éste y Bernabé en su primero viaje misionero tuvieron que huír de Iconio a Derbe y Listra, donde también predicaron el evangelio (Hechos 14).
Además de ser verdadero hijo en la fe, encontramos varias calidades más de Timoteo: En Hechos 19:22 es uno de los dos AYUDANTES que Pablo envío delante de él a Macedonia. En Romanos 16:21 llama a Timoteo: “mi colaborador” y en 1 Corintios 16:10 Pablo da un hermoso testimonio de Timoteo al decir: “él hace la obra del Señor lo mismo que yo«.
En 2 Corintios 1:19 lo encontramos con Pablo y Silas, predicando hombro a hombro. Pero sobre todo tanto Pablo, como Timoteo se consideraban SIERVOS DE JESUCRISTO (Filipenses 1:1). Timoteo tenía el corazón en las cosas de Dios, amaba a los hermanos y era una persona en quién Pablo podía confiar plenamente. Por eso lo envía a Filipos diciendo: “Espero en el Señor Jesús enviaros pronto a Timoteo, para que yo también esté de buen ánimo al saber de vuestro estado; pues a ninguno tengo del mismo ánimo, y que tan sinceramente se interese por vosotros. Porque todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús. Pero ya conocéis los méritos de él, que como hijo a padre ha servido conmigo en el evangelio.”
Timoteo tenía muchas características honrosas, sin embargo, carecía de un título: Nunca fue llamado “apóstol”. Por el contrario, siempre es mencionado aparte de los apóstoles. Así leemos por ejemplo en 2 Corintios 1:1: “Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y el hermano Timoteo…”. Eso demuestra que la función de apóstol era personal e intransferible. Si pudiera ser transferido, ¿quién lo recibiría si no los colaboradores más próximos del apóstol? Continuamos con el versículo 3 de 1 de Timoteo 1 y vemos la importancia de la sana doctrina y el peligro de enseñanzas de hombres. Leo en la Nueva Biblia de las Américas:
“Tal como te rogué al salir para Macedonia que te quedaras en Éfeso para que instruyeras a algunos que no enseñaran doctrinas extrañas, ni prestaran atención a mitos y genealogías interminables, lo que da lugar a discusiones inútiles en vez de hacer avanzar el plan de Dios que es por fe, así te encargo ahora. Pero el propósito de nuestra instrucción es el amor nacido de un corazón puro, de una buena conciencia y de una fe sincera. Pues algunos, desviándose de estas cosas, se han apartado hacia una vana palabrería. Quieren ser maestros de la ley, aunque no saben lo que dicen ni entienden las cosas acerca de las cuales hacen declaraciones categóricas. Pero nosotros sabemos que la ley es buena, si uno la usa legítimamente. Reconozcamos esto: que la ley no ha sido instituida para el justo, sino para los transgresores y rebeldes, para los impíos y pecadores, para los irreverentes y profanos, para los que matan a sus padres o a sus madres, para los asesinos, para los inmorales, homosexuales, secuestradores, mentirosos, los que juran en falso, y para cualquier otra cosa que es contraria a la sana doctrina, según el glorioso evangelio del Dios bendito, que me ha sido encomendado”. (1 Ti. 1:3-11).
Un detalle interesante es que la palabra “doctrinas” o “enseñanzas”, siempre cuando aparece en el plural, se refiere a doctrinas falsas, demoníacas, extrañas, no sanas, u otras enseñanzas de hombres que no van de acuerdo con lo que la Biblia enseña. Sin embargo, para referirse a la sana doctrina siempre usa el singular, “doctrina,” “enseñanza”.
Así dice 1 Timoteo 4:1: “Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios.” Y en contra posición leemos en 1 Timoteo 4:6: “Si esto enseñas a los hermanos, serás buen ministro de Jesucristo, nutrido con las palabras de la fe y de la buena doctrina que has seguido.” El mismo principio se puede observar también en otras cartas en el Nuevo Testamento Hebreos 13:9 dice: “No os dejéis llevar de doctrinas diversas y extrañas; porque buena cosa es afirmar el corazón con la gracia, no con viandas, que nunca aprovecharon a los que se han ocupado de ellas”.
Así, queda claro que la Biblia enseña una única doctrina. Eso nos lleva a mantener una santa reverencia ante la Palabra de Dios, y nos concientiza de la importancia de aprender más de ella, y de vivir de acuerdo, no enseñando cosa alguna que fuera diferente a su doctrina. Pueden existir interpretaciones o explicaciones variadas, pero, la verdad es que hay solamente una única doctrina verdadera sobre las diversas áreas de la vida y de la iglesia; respecto al plan de salvación, Israel, el pecado y la justificación, la vida eterna, el Espíritu Santo…
Es inclusive posible expresar nuestra opinión sobre ciertos temas sin que, en realidad, hayamos comprendido bien su verdadero sentido. De esto advierte el versículo 7 cuando advierte a los que quieren: “ser doctores de la ley, sin entender ni lo que hablan ni lo que afirman”. Así, es posible que no acertemos el blanco, a pesar de nuestra plena convicción. Imaginamos que estamos actuando bien, sin embargo, nos engañamos rotundamente.
La mejor manera de evitar este error y de descubrir la verdadera doctrina es tomando en serio el estudio de la Biblia, y seguir el “hilo conductor” que se extiende a través de toda la Escritura. En otras palabras: estudiar el texto en su contexto inmediato y en el contexto de toda la Biblia. Sólo así seremos capaces de asimilar o entender la doctrina bíblica sin caer en cualquier contradicción. Pero para eso, hay que hacer uso de mucha oración, mucha dedicación al estudio, reverencia y proximidad con la Biblia y su contexto.