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Limpieza general
(2ª parte)

Autor: Wolfgang Bühne

En el reinado de Ezequías se hicieron reformas morales y políticas, y también se realizó la limpieza del templo y la restauración del culto.
Un avivamiento espiritual sólo puede ocurrir, cuando todos los ámbitos de la vida se miden y ajustan por las normas de la Palabra de Dios. En esto, también, Ezequías es un vivo ejemplo para nosotros.

 


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PE2052 – Estudio Bíblico
Limpieza general (2ª parte)



¡Hola amigos! Un gusto estar nuevamente junto a ustedes. Como ya se ha dicho, después de la mala herencia del rey Acaz, tenía que haber: Un nuevo comienzo radical.

Cuando vemos brillar el celo de Ezequías sobre este fondo oscuro de la herencia lúgubre de su padre, nos viene a la mente la Reforma del Siglo XVI. Él mismo echa mano de la palanca, las tenazas y el martillo y “abre las puertas de la casa del Señor y las arregla”.

En vez de mandar a los sirvientes para que ellos se manchen las manos, él mismo arrima el hombro – parece ser que lo hizo en solitario, por su cuenta. Con ello crea las condiciones necesarias para abrir el acceso a Dios, y para que la luz del día muestre a todos los interesados en esta casa la devastación y los escombros en el templo de Dios.

Esto nos hace recordar a Lutero en Wittenberg, a Calvino en Francia y Suiza; a Zwingli y los demás reformadores suizos, que al principio practicaron y defendieron en solitario sus convicciones. Recordemos también a los reformadores ingleses que tanto tuvieron que sufrir. Casi todos fueron estrangulados o quemados, porque osaron hacer que irrumpiera la luz del evangelio en medio de las tinieblas medievales, poniendo en evidencia toda la superstición pagana.

Veamos cuáles fueron: Las repercusiones de su ejemplo …

No es difícil imaginar las miradas críticas y temerosas de sus súbditos, y los sentimientos de estos que acompañaron los actos decididos de Ezequías. Pero, la decisión y determinación espiritual va siempre unida con la autoridad espiritual que tiene un efecto refrescante, desafiante y contagioso para el entorno. Los sacerdotes y levitas que durante el reinado de Acaz estuvieron sin empleo, o tuvieron que cambiar de profesión, aceptaron la invitación del joven rey, quien los reunió en la “plaza oriental” (como leemos en 2 Cr. 29:5) y les dio un mensaje breve, pero claro y con poder: “Santificaos ahora, y santificaréis la casa de Jehová el Dios de vuestros padres,… porque nuestros padres se han rebelado…”

Lo que salta a la vista es que en la descripción de la condición desoladora de la casa de Dios, Ezequías no menciona el nombre de su padre como culpable principal, sino que habla de “nuestros padres”. Denuncia públicamente el pecado con toda claridad, pero sin traspasar el mandamiento de “Honrarás a tu padre…”. Esta actitud muestra una madurez espiritual que a nosotros a menudo nos falta, cuando tenemos que pelear con los pecados de generaciones pasadas y sus consecuencias.

Paul Humburg comenta en su meditación “El cántico del Señor”:
“Se nota el dolor que sintió el rey Ezequías por tener que poner de relieve las transgresiones de su pueblo. Constata los hechos consciente de su seriedad y verdad, pero en sus palabras no advertimos ninguna palabra dura o severa. ¡Qué diferentes, en cambio, los levitas: necesitan el grito de alarma de Ezequías para despertarse de su sueño! Ocurrió lo que más adelante ocurriría tantas veces: que los culpables del mal estado en el reino de Dios, después de despertarse, actúan con más severidad y dureza que el hombre entregado a Dios por el cual se han sobresaltado y salido de su indiferencia pecaminosa. Aquí parece que dicen expresamente palabras hirientes y duras cuando hablan de los utensilios ‘que en su infidelidad había desechado el rey Acaz’. ¡Cuán diferente se nos presenta al rey Ezequías! No se le escapó ninguna palabra áspera, porque tenía un corazón humillado. No estaba tan seguro de sí mismo, porque sabía que él también tendría que pasar por tentaciones. Conocía sus propios pecados y por eso juzgaba a otros con benignidad. ¿No era su propio padre a quien condenaban rigurosamente con palabras tan mordaces?¿No lo amaba como padre?…”

Después de la pausa, veremos que lo que Ezequías comprendió fue: “La santificación tiene que comenzar en mí mismo”.

Decíamos antes de la pausa que lo que Ezequías comprendió fue: “La santificación tiene que comenzar en mí mismo”.

“Santificaos ahora, y santificaréis la casa de Jehová” – Ezequías comienza su convocación con esta exhortación. Guardémonos de servir a Dios o de querer limpiar y renovar la Iglesia de Dios con manos sucias o con un pasado no purificado. Ningún cirujano querrá operar una herida supurante con manos sucias y bisturís sin esterilizar. La santificación tiene que comenzar en mí mismo, en mi corazón, en mis cuatro paredes, en mi entorno más cercano, y entonces podré intentar poner de manifiesto y eliminar la suciedad en la vida de mis hermanos y la basura en la Iglesia. Solamente la persona que haya reconocido y confesado delante de Dios la maldad y suciedad de su propio corazón, será capaz de limpiar el santuario de Dios con una actitud de humildad.

La santificación tiene que ocurrir en el corazón

La intención de Ezequías no era solamente arreglar la fachada, para dar una buena imagen, sino tener un corazón entregado a Dios. Su discurso conmovedor a los levitas termina con las palabras:

“Ahora, pues, yo he determinado hacer pacto con Jehová el Dios de Israel… Hijos míos, no os engañéis ahora, porque Jehová os ha escogido a vosotros para que estéis delante de él y le sirváis, y seáis sus ministros, y le queméis incienso”.

Seguir a Cristo y servir al Señor, tiene que ser siempre un asunto del corazón, si queremos que perdure. Las formalidades exteriores y las costumbres pueden ser legítimas y buenas, pero si no salen de un corazón que ama, terminarán siendo un frío formalismo, y un fariseísmo repelente. Posiblemente por algún tiempo siga izada la bandera de la ortodoxia, habiendo perdido hace tiempo ya la bendición y la aprobación de Dios.

La santidad no significa ser un creyente en solitario

Ezequías quería hacer “un pacto con el Señor” – un “compromiso” u “obligación.” Tales compromisos tienen ya un carácter de rareza, no sólo en la sociedad, sino lamentablemente también entre los creyentes. Se ha infiltrado y establecido lo opcional y facultativo entre nosotros, y eso dificulta enormemente el trabajo en conjunto en la Iglesia, el trabajo fiable y resuelto.

Los “pactos” juegan un papel importante en el Antiguo Testamento. Pensemos, por ejemplo, en los patriarcas, en David y Jonatán, en los reyes Salomón, Asa y Josías, en Esdras y Nehemías.
En la historia de la iglesia hallamos también estas uniones. El Conde de Zinzendorf hizo varios pactos a lo largo de su vida. Con 16 años fundó con su amigo Frederico de Wattewille, recién convertido, “un pacto para la conversión de los paganos”, y más tarde una orden llamada “el grano de mostaza”.

Aunque hoy sonreímos ante semejantes promesas de fidelidad, vemos aquí, en contraste, nuestra pobreza en cuanto a relaciones y amistades, lo cual a menudo termina en la soledad y el individualismo sin corazón.

Un avivamiento verdadero siempre irá acompañado de tales relaciones. El Espíritu Santo las ha obrado en los corazones que laten, sobre todo, por el Señor Jesucristo.

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