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Autor: Wim Malgo

La oración del Señor Jesús en Juan 17 contiene tres elementos: adoración, intercesión y agradecimiento. La pregunta de hoy es: ¿Por qué podía el Señor Jesús pedir todo de parte de Su Padre y también recibirlo? Son tres razones, ¡descubrámoslo en este estudio bíblico!


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PE2665 – Estudio Bíblico
Llamado a la oración (18ª parte)


 


La oración sumo sacerdotal

Estimado oyente, habiendo visto, en esta oración del Señor Jesús que leemos en San Juan, capítulo 17, el secreto de la plenitud y de las riquezas de Jesús, y observando que Él, a menudo, subraya el hecho “tú me has dado”, nos hacemos la pregunta: “¿por qué podía el Señor Jesús pedir todo de parte de Su Padre y también recibirlo?”. El Señor jamás hubiera podido darnos la promesa: “Pedid, y se os dará” (Mateo 7:7), si no la hubiera puesto a prueba y experimentado Él mismo.

Hay tres razones para esto. La primera es una razón negativa. Se menciona dos veces: “como tampoco yo soy del mundo” (v. 14), y “como tampoco yo soy del mundo” (v. 16). Jesús estaba en el mundo como ser humano, de carne y hueso. El mundo le rodeaba a Él, pero el mundo no estaba en Él. Por esto podía pedir de todo, y Su Padre se lo daba, porque nunca permitió que este mundo le enredara, y porque Sus anhelos nunca tuvieron su enfoque en las cosas terrenales. Por esto, Pablo nos dice: “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos” (Filipenses 3:20), “Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (Colosenses 3:2). Aquí tenemos el secreto de la oración que es respondida. Cuanto más nos atraigan las cosas pasajeras de este mundo, tanto menos poderosa será nuestra vida de oración. De modo que, lamentablemente, el Señor tendrá que decir, con referencia a nuestra vida: “Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios” (Lucas 12:21). Justamente en estos tiempos de búsqueda de placer, mayores comodidades y consumismo, la vida de oración de muchos creyentes está siendo sofocada.

Una segunda razón por la cual Jesús podía pedir todo de Su Padre, y también recibirlo, está en que el Señor Jesús ya era rico en Dios antes que Él se pusiera a orar. Tenía acceso permanente a los tesoros de Dios. Él mismo lo constató: “y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío…” (v. 10). Jesús estaba plenamente consciente de Sus riquezas en Dios, pues de otra manera no hubiera podido decir tal cosa. Y, correspondientemente, actuaba en oración. Él era el que tomaba, el Padre era el que daba. Aquí, pues, tenemos la tragedia de muchos creyentes descontentos. Volvieron las espaldas al mundo y tratan de llevar una vida agradable a Dios, pero no creen realmente que son indeciblemente ricos en el Señor. Oigan cómo Pablo, hombre que también se despidió radicalmente del mundo, se regocija: “Bendito sea el Dios, y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendici6n espiritual en los lugares celestiales en Cristo” (Efesios 1:3).

¡Aquí se alegra mi corazón! ¡Soy rico, muy rico en mi Dios! Mira al segundo hijo del padre en la parábola de Lucas 15: el hijo pródigo vuelve a casa, y el padre le perdona. Mata un becerro, y manda que le vistan con ropa de fiesta. Le da un anillo para su mano y calzado para sus pies. Y luego vuelve a casa el otro hijo, hermano del hijo pródigo. No quiere entrar en la casa, donde están festejando. “Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrase”; y leemos luego, en el versículo 28: “Mas él, respondiendo, dijo al padre: He aquí tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos, pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo” (v. 29-30). ¿Y qué le contesta el padre? Justamente lo mismo que Jesús dice con referencia a sí mismo en Juan 15:31: “Él entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas” (v. 31). En otras palabras: ¿Cómo puedes quejarte así? Tan solamente no tomas, y por esto eres tan pobre, y Juan dice: “Y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas agradables delante de él” (1 Juan 3:22).

¿Estás carente de poder, de fruto, de alegría? Aquí tenemos el por qué: no estás consciente de tus riquezas permanentes e inagotables en el Señor. “Porque todo aquel que pide; recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá” (Mateo 7:8). Pero: “pide con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra, no piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor” (Santiago 1:6-7). ¿Eres un hijo de Dios? Contestas: Sí, gracias a Dios. Entonces ya no debes enriquecerte, pues ya eres rico en Él. Una cosa sigue a la otra. Si es que has vuelto la espalda a este mundo, entonces eres capaz de volverte hacia Dios y penetrar hasta los tesoros de Dios y tomar de ellos. Mi corazón se regocija: “Y cualquiera cosa que pidiéremos, la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos”.

Cree solamente. Dios puede darte lo que nos promete en Su palabra. ¡Mira cuántas cosas buenas ha hecho en tu vida! Existe aún una tercera razón por la cual Jesús tenía y recibía todo lo que rogaba de Su Padre: porque Jesús, para la gloria del Padre, transmitía lo que recibía de Él. Ahí está el secreto en cuanto a cómo sacar cada vez más de Sus riquezas y cómo tener una plenitud cada vez más grande de Sus tesoros. Él mismo lo cuenta en Juan 17:8: “porque las palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron, y han conocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste”. Ahí está el efecto recíproco: Jesús recibe las palabras de Su Padre y las transmite a Sus discípulos. Ellos reconocen que Jesús verdaderamente salió del Padre y hallan su meta definitiva en Dios, la de glorificarle: “han creído que tú me enviaste”.

A Dios le gusta colmarte de Su plenitud: puedes tomar y seguir tomando. “Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia” (Juan 1:16). Lo hace para que lo transmitas, y para que Su nombre sea glorificado. De la misma manera procedía en cuanto a la gloria recibida del Padre: “La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno” (v. 22). En otras palabras, vemos dos cosas que Jesús transmitía después de haberlas recibido del Padre:

La palabra y la gloria. Las dos forman necesariamente un conjunto. Hay muchos creyentes que tratan de predicar la palabra de Dios, pero no demuestran la gloria del Señor; ella está encubierta en sus vidas. Hay muchos otros que hacen lo contrario: se esfuerzan para transmitir algo de la gloria del Señor a otras personas, pero es producto propio, por faltar la Palabra. Escucha bien. El Señor Jesús transmitía la palabra y la gloria de Dios tan abundantemente, porque el que recibía estaba en plena unión con el que daba. Aquí tenemos el secreto. Podemos transmitir la palabra de Dios acompañada de la gloria de Dios, solo en la medida en que nos hayamos vuelto uno con Él, con su Palabra y, con esto, con la gloria de Dios. Aquí Jesús nos lo dice en una frase: “La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno” (v. 22).

¿Por qué existe tanta esterilidad y falta de poder en tu vida? Porque transmites la palabra de Dios, pero no está acompañada de la gloria de Dios, porque tú mismo no obedeces a esta Palabra. Si bien tratas de transmitir algo del gozo y de la gloria del Señor a tus hijos incrédulos y parientes, todos tus esfuerzos resultan inútiles porque la Palabra no ha podido vivificarte a ti. Jesús estaba unido a Su Padre por Su plena obediencia de fe. ¡Te invito, estimado oyente, a estar unido, a estar unida con el Padre celestial, a través de nuestro Señor Jesucristo!


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