Orando en todo tiempo (1ª Parte)

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30 abril, 2013
Orando en todo tiempo (2ª Parte)
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Orando en todo tiempo 
(1ª parte)

Autor: William MacDonald

  La palabra discípulo ha sido por demás utilizada, y cada usuario le ha dado el significado de su conveniencia. El autor de este mensaje nos lleva a examinar la descripción de discipulado que presentó Jesús en sus enseñanzas, la cual se halla también en los escritos de los apóstoles, para que aprendamos y descubramos más acerca de este concepto.


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PE1905 – Estudio Bíblico  –  Orando en todo tiempo (1ª Parte)



 

Amigos oyentes, como ya se mencionó, el tema que vamos a abordar se titula: “Orando en todo tiempo”. Lo más cerca que una persona llega a la omnipotencia es cuando ora en el nombre del Señor Jesús. De hecho, el hombre nunca será todopoderoso, ni siquiera en el cielo. Pero, cuando ora en el nombre del Salvador, es como si el Señor mismo estuviera elevando su pedido al Padre. En ese sentido, aquel que ora tiene un tremendo poder a su disposición.

La oración cambia las cosas. Un antiguo obispo británico dijo: “Cuando oro suceden cosas, cuando no oro no sucede nada”.

¡Si los creyentes tan sólo supieran esto! Ellos tienen el equilibrio del poder en el mundo. Puede parecer como si fueran una minoría inútil, pero con Dios pueden influenciar el destino de las naciones.

Piense lo siguiente: La oración ha dividido mares, ha detenido ríos, ha hecho que las rocas se transformen en fuentes, ha apagado llamas de fuego, ha cerrado la boca de los leones, ha desarmado serpientes y venenos, ha ordenado las estrellas en contra de los malvados, ha detenido el curso de la luna, ha detenido al sol en su carrera, ha abierto puertas de hierro, ha recuperado almas de la eternidad, ha conquistado los demonios más fuertes, ha hecho descender legiones de ángeles desde el cielo.

La oración le ha puesto riendas y ha cambiado las pasiones desenfrenadas de los hombres, ha desarraigado y destruido a vastos ejércitos de ateos orgullosos, atrevidos y arrogantes. La oración sacó a un hombre desde lo profundo del mar y llevó a otro en carros de fuego hacia el cielo.

¿Qué es lo que la oración no ha hecho?

La mejor oración proviene de una necesidad fuerte e interna. Cuando todo está en calma y en buena forma en nuestras vidas, no sentimos la necesidad de orar. Pero cuando nos encontramos al final de nuestras fuerzas, entre la espada y la pared, sin poder mirar hacia otro lado más que para arriba, entonces inundamos las puertas del cielo con torrentes de súplicas. “Son las oraciones fervientes las que nos llevan delante del trono de Dios”.

Pues, como dice esta cita de Thomas Brooks: “Las oraciones frías son como flechas sin punta, como espadas sin filo, como aves sin alas; no penetran, no cortan, no suben volando hasta el cielo. Las oraciones frías siempre se congelan antes de llegar al cielo”.

O, esta otra del Obispo Hall: “No se trata de la aritmética de nuestras oraciones, de cuántas elevamos; no se trata de la retórica de nuestras oraciones, de qué tan elocuente somos; no se trata de la geometría de nuestras oraciones, de qué tan largas son; no se trata de la música de nuestras oraciones, de qué tan dulce nuestra voz pueda ser; no se trata del método de nuestras oraciones, de qué tan ordenadas puedan ser; ni siquiera consiste en la teología de nuestras oraciones, de qué tan doctrinales puedan ser. Lo que realmente cuenta ante Dios, es el fervor en el Espíritu”.

Piense en lo siguiente. Rara vez Dios hace algo, si es que alguna vez lo hace, que no sea una respuesta a la oración.

Spurgeon estaba de acuerdo con esto, cuando dijo: “La oración corre delante de la misericordia. Observe la historia sagrada y verá que rara vez este mundo recibió una gran misericordia que no fuera precedida por la súplica. La oración siempre es el preludio de la bendición”.

Y R. A. Matthews agregó su testimonio a esta verdad: “Dios ha hecho que ciertas actividades Suyas estén limitadas a llevarse a cabo sólo en respuesta a la oración de Su pueblo. A menos que oremos, Él no obrará. El cielo puede querer que algo suceda, pero el cielo espera y estimula a la tierra a que tenga la iniciativa de desear esas cosas, y luego a orar para que acontezcan.

La voluntad de Dios no se hace en la tierra por causa de una omnipotencia inexorable que está “allá arriba”, que gobierna sobre todas las cosas o ignora la voluntad de los hombres en la tierra. Por el contrario, Dios ha dispuesto que sus manos dejen de obrar hasta que vea a un hombre, un intercesor que suplica “Tu voluntad sea hecha aquí en la tierra”, en alguna situación específica”.

El Dr. Moberly lo expresó de la siguiente manera: “Él estipula que su propia obra dependa de las oraciones de los hombres”.

La oración mueve a Dios a hacer cosas que de otra forma no hubiera hecho. Esto queda en claro en lo que dice Santiago 4:2; y 5:16:“… no tenéis lo que deseáis, porque no pedís”. “La oración eficaz del justo puede mucho”.

Esto deja a un lado la noción de que todo lo que la oración logra es que nos lleva a sujetarnos a lo que Dios habría hecho de cualquier forma. Dios siempre responde la oración exactamente en la forma en nosotros la hubiéramos respondido si tuviéramos Su sabiduría, amor, y poder. Algunas veces, la respuesta es precisamente lo que pedimos.

Algunas veces el Señor dice: “Espera”. Y algunas veces dice: “No, eso no sería bueno para ti”. Algunos pueden objetar “¿Qué me dice de la salvación de los seres queridos? Oramos por ellos pero no se salvan”. Creo que cuando oro por una persona no convertida, Dios le habla de alguna forma. Quizás alguien le entrega un folleto, o le habla del Señor. Quizá escuche un programa cristiano en la radio o en la TV. O quizás Dios, en forma misteriosa, incomode su conciencia. Dios habla, pero Él no salva en contra de la voluntad del individuo. En Su soberanía, decidió permitirle al hombre su propia voluntad en este asunto. Él no va a llenar el cielo con personas que no quieran estar allí.

La obra de Dios se hace más por medio de la oración que por medio de cualquier otra cosa.

Y antes de terminar por hoy, pues el tiempo se acaba: Apelamos a R. A. Matthews, quien nos hace un brillante comentario sobre esto: “La oración está a la vanguardia de cualquier obra de Dios. No se trata de un cohete espiritual suplementario que logra catapultar algún esfuerzo bienintencionado del suelo. La oración es la obra y el poder para obrar en cualquier ministerio espiritual. Debería ser el impulso inicial.

La historia espiritual de cualquier misión o iglesia se escribe en su vida de oración. La expresión de la vida corporal no se mide por las estadísticas, sino por la profundidad de la oración. El programa de predicar, enseñar, servir, establecer metas, adoptar cosas nuevas, la tecnología del siglo veintiuno, los seminarios sobre administración del tiempo y procedimientos administrativos son todos buenos, efectivos y productivos, únicamente si están sujetos a la oración”.

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