El Reposo de Dios
3 abril, 2018Aquí viene el Esposo
3 abril, 2018Autor: Esteban Beitze
La respuesta a la pregunta de si los cristianos realmente deben esforzarse por alcanzar la santidad, está íntimamente conectada con el regreso del Señor Jesús. ¿Por qué es así?
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PE2352 – Estudio Bíblico
¿Qué tiene que ver la segunda venida de Jesús con la santidad?
Estimados amigos: La respuesta a la pregunta de si los cristianos realmente deben esforzarse por alcanzar la santidad, está íntimamente conectada con el regreso del Señor Jesús.
Es verdaderamente sorprendente: cada vez que la Biblia habla del futuro, o de la segunda venida de Jesucristo, lo conecta con una responsabilidad personal. Sí, muchos de esos pasajes bíblicos están expresamente conectados con una exhortación a la santidad.
¿Por qué es así?
Cuanto más nos acercamos a la venida de Jesús – y con eso también a la previa revelación y al gobierno mundial del anticristo – tanto más notamos que el pecado es cada vez más aceptado y es practicado cada vez más abiertamente. El creyente está expuesto a esas influencias, y por eso el apóstol Pablo exhorta con vehemencia en Romanos 13:12 al 14: “La noche está avanzada, y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz. Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia, sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne”.
“Proveer para la carne” significa, llenarse con cosas, ideas y deseos del mundo, al escuchar, mirar o ir a lugares donde el pecado es “festejado”. La única posibilidad de mantenerse firme en tales tentaciones es: huir de ellas y hacer lo que dice el salmista: “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti”.
Vivimos en un mundo que se oscurece cada vez más. ¿Cómo podemos entonces reconocer el camino, si no tenemos una luz? Por eso, Pedro dice en su segunda carta, 1:19: “Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones”.
La Escritura es el factor determinante para el crecimiento y la bendición espiritual. Eso nos lo dice también la introducción al libro del Apocalipsis: “Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas; porque el tiempo está cerca”. Si supiéramos que el Señor fuera a venir en un mes, ¿no estudiaríamos la Escritura cada día y la aplicaríamos a nuestra vida? Pero, ¡cuántas veces tenemos otras prioridades!… Con qué rapidez pasan, por ejemplo, dos horas en Internet, y a cuántos de nosotros nos cuesta dedicarle diez minutos a la Biblia…
El estudio de la Biblia no puede ser separado de la oración, de la profunda y constante comunicación con Dios, como lo dice Pedro, en su primera carta: “Mas el fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios, y velad en oración”. Una de las exhortaciones más repetidas en el Nuevo Testamento es a “velar”. Unas 30 veces la Biblia nos exhorta directa o indirectamente a hacer esto. Un cristiano que espera la venida del Señor, lleva una vida de oración activa. Demuestra, a través de la oración, que desea estar muy cerca del Señor.
Entre todo esto no debe faltar la comunión con otros cristianos. Yo lo necesito a usted, y usted me necesita a mí. Pareciera que cuanto más se acerca la venida del Señor, tantos más creyentes abandonan la comunión con otros, o se convierten en beduinos espirituales, personas que una y otra vez buscan un lugar diferente. Pero, la exhortación en Hebreos 10:24 y 25 es mucho más importante hoy: “Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre…” Y esto está íntimamente ligado al hecho: “… ¡y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca!”
El creyente que espera al Señor, también está firme. Vez tras vez se presentan olas de seducción, doctrinas, prácticas y supersticiones nuevas, incluso entre grupos evangélicos. El Señor Jesús mismo advierte expresamente, en Mateo 24:4, en vista del tiempo del fin: “¡Mirad que nadie os engañe!”
Pero, no se trata solamente de mantenerse firme frente al engaño, sino también en las pruebas. Como Pedro dijo, las pruebas son necesarias para purificar nuestra vida y prepararnos para la venida del Señor: “En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo” (1 Pedro 1:6 y 7). Justamente en medio de pruebas – en vista del fallecimiento de una persona amada o de uno mismo – la venida de Jesús, y la resurrección de los creyentes, que va de la mano con la misma, es un consuelo profundo y maravilloso, como lo escribe Pablo a los tesalonicenses. “¡Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras!”
Cuando el creyente vive con esta convicción, su vida está llena de profundo gozo. En Filipenses 4:4 y 5 dice: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos! […] ¡El Señor está cerca!” Un cristiano que piensa siempre en la venida del Señor y en el cielo, no puede vivir triste.
El Señor Jesús ha predicho que en el fin se habrá “multiplicado la maldad”, y que “el amor de muchos se enfriará” (Mt. 24:12). Y de la gente del último tiempo, el apóstol Pablo dice en su segunda carta a Timoteo: “Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios”. La señal predominante del tiempo del fin es el amor egoísta, el amor a sí mismo, que determinará todo el comportamiento.
Hoy vemos justamente eso en todas partes: violencia en la familia, abuso, violación, asesinato, adulterio, aborto, divorcio, terrorismo, etc. En Argentina, a pesar de estar prohibido, se realiza un aborto cada dos nacimientos. En algunos países ya se habla de tener el derecho al filicidio aun después del nacimiento del niño. La argumentación es que un bebé de dos días de edad aún no se diferencia del feto. Sin embargo, ¡eso es más que prueba de que el feto es un ser humano vivo tanto como lo es el bebé! Pero la perversión ya ha avanzado tanto, que a este argumento positivo lo tergiversan totalmente. Del aborto, entonces, pasamos a la eutanasia, y de este modo matamos a aquellos que, según nuestra opinión, no son aptos para vivir. Esto me parece muy cercano al pensamiento nazi.
Aun entre cristianos, a menudo se ve falta de fe, ya sea en el matrimonio, las familias, o incluso en las divisiones de iglesias. De esta triste realidad, el creyente que espera al Señor debería ser la clara excepción. En el contexto de la segunda venida de Jesucristo, el apóstol exhorta a los cristianos de Tesalónica, diciendo: “El Señor os haga crecer y abundar en amor unos para con otros y para con todos”. Y a los filipenses, los anima diciendo: “¡Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres! ¡El Señor está cerca!”
En un mundo caracterizado por el amor egoísta, este amor dispuesto al sacrificio impresionará mucho, y esto tanto más porque la venida del Señor está cerca. ¿Desea ganar almas? ¡Muestre amor! Pedro lo enfatiza, diciendo: “Mas el fin de todas las cosas se acerca”. Y luego agrega: “… ante todo, tened entre vosotros ferviente amor”.
Cuando vemos lo que el Señor ha hecho por nosotros, lo que Él hace y lo que ha preparado para nosotros, lo primero que debería poder encontrar en nosotros sería un profundo amor por Él. El apóstol Pablo termina la primera carta a los corintios con las palabras: “¡El que no amare al Señor Jesucristo, sea anatema!” ¿Y cómo demostramos nuestro amor? Al obedecer Su Palabra. Jesús mismo dijo, en Juan 14:21: “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él”.
El amor hacia nuestro Señor se muestra en un servicio fiel. El apóstol Pablo, en su primera carta a los tesalonicenses, resume toda la vida cristiana en dos atributos: “Porque ellos mismos cuentan de nosotros la manera en que nos recibisteis, y cómo os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera”. Un distintivo del cristiano es el servicio. Fue redimido por el Señor y equipado con los dones del Espíritu. Por eso, el Señor espera de cada uno que realicemos una serie de obras que Él ha preparado para nosotros (como dice Efesios 2:10).
Al final del maravilloso capítulo sobre la resurrección de los creyentes y el arrebatamiento de la iglesia, en primera Corintios, el apóstol Pablo exhorta diciendo: “¡Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano!”
La seguridad que la venida del Señor está a la puerta, nos llena de una profunda confianza. El hecho es que, a pesar de nuestros errores, sabemos “que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo”.
La inminencia de la venida de Jesús, sin embargo, también nos debería llevar a la adoración. El Señor mismo dijo, cuando instituyó la Santa Cena – celebración de conmemoración y adoración – en relación a Su segunda venida: “Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga”. Y cuando estemos en la gloria de Dios, también nos uniremos a la adoración celestial y diremos con las palabras de Apocalipsis: “Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos. ¿Quién no te temerá, oh Señor, y glorificará tu nombre? pues sólo tú eres santo; por lo cual todas las naciones vendrán y te adorarán, porque tus juicios se han manifestado”.
Por eso, cuando dirigimos toda nuestra atención a la pronta venida de Jesús, nuestra vida entera debería estar compenetrada por una esperanza profunda y gozosa. Fue así como lo dijo el apóstol Pablo a Tito: “Aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo”.
Todo nuestro pensar, actuar y vivir debería corresponder a esa esperanza, porque nuestra ciudadanía está en el cielo, “de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (nos dice Filipenses 3:20).
Mi esperanza es que todos nosotros, al final de nuestro tiempo aquí en la tierra, podamos decir como el apóstol Pablo en 2 Timoteo 4:7 y 8: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida”.