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Autor: Norbert Lieth

Pocos días antes de su muerte, Jesús habló a sus discípulos en el Monte de los Olivos. Este sermón contiene las más importantes declaraciones proféticas de la Biblia, que nos ayudan a ordenar cronológicamente los hechos futuros y nos desafían a alcanzar con el Evangelio a los que están afuera.


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PE2462- Estudio Bíblico
Señales de Su Venida (8º parte)


 


En los versículos 38 y 39 de Mateo 24 el Señor Jesús nos cuenta: “Porque como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca, y no entendieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será también la venida del Hijo del Hombre”. La gente de aquellos tiempos tenía pocas preocupaciones: vivir, disfrutar, tenerlo todo, probarlo todo. Todo se centraba en lo terrenal. Ellos no le daban importancia a la Palabra de Dios, olvidando que Sus promesas se cumplirían y que la vida sobre la Tierra no lo era todo.

Lo que Jesús destaca aquí no son los terribles pecados de los tiempos de Noé, sino algo que era mucho peor que cualquier pecado: el desinterés, la preocupación por las cosas que no eran de Dios, el vivir sin Él. El peor de los pecados consiste en planificar la vida sin acordarse de Dios. Él es el Dios de quien todo proviene y hacia donde todo va. El Señor habla con amor, con misericordia y con gran seriedad, pero las personas no Lo quieren escuchar.

En Juan 17 el Señor Jesús oró: “Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (v. 3). Conocer a Dios, es vida. No conocerlo a Él, significa la muerte. Debería gobernar en nosotros la preocupación por la vida eterna. Podemos perder muchas cosas materiales en esta Tierra, pero hay cosas mucho más importantes que se pueden perder: la vida eterna es una de las principales.

En nuestros tiempos, por ejemplo, la alimentación es una de las principales preocupaciones. Esto fue predicho por Jesucristo como advertencia para los últimos tiempos en Lucas 21: “Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día. Porque como un lazo vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra. Velad, pues, en todo tiempo orando que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del Hombre” (vv. 34-36).

Noé, por el contrario, si bien también tenía una preocupación, se preocupaba confiando en Dios. Acerca de él, leemos en Hebreos 11: “Por la fe Noé, cuando fue advertido por Dios acerca de cosas que aún no se veían, con temor preparó el arca en que su casa se salvase; y por esa fe condenó al mundo, y fue hecho heredero de la justicia que viene por la fe” (v. 7). Este hombre quería sobrevivir junto a toda su familia. Tomaba en serio las declaraciones de Dios y las puso en práctica. También a nosotros, nos debería gobernar la preocupación por poder “estar en pie delante del Hijo del Hombre” cuando llegue ese día.

De alguna manera, se podría decir que la gente de aquellos tiempos tampoco “escuchaba el Evangelio”. En 1 Pedro 3:18-20 leemos: “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu; en el cual también fue y predicó a los espíritus encarcelados, los que en otro tiempo desobedecieron, cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé, mientras se preparaba el arca, en la cual pocas personas, es decir, ocho, fueron salvadas por agua”. En Noé ya estaba obrando el Espíritu Santo de Jesús, cuando le predicaba a la gente de su generación como “pregonero de justicia” (2 P. 2:5).

Pero al no obedecer ellos a Noé, tampoco obedecían al Señor Jesús. Permanecieron siendo rebeldes a pesar de lo escuchado, y eso los llevó a la perdición. La época de Noé también es llamada “el mundo de los impíos”, ya que la gente no se quiso dejar disciplinar por el Espíritu Santo (comp. Gn. 6:3). Como consecuencia, de toda la población mundial de esos tiempos, sobrevivieron solamente ocho personas.

Este hecho se enfatiza en seis pasajes de la Biblia (comp. Gn. 6:18; 7:7, 13; 8:18; 1 P. 3:20; 2 P. 2:5). La cantidad de personas salvadas durante el diluvio fueron ocho. ¿Por qué solamente ocho? Bueno, por un lado, esto deja claro que realmente se salvaron solo aquellos que entraron al arca y nadie más. En aquellos tiempos existían personas terriblemente perversas en la Tierra, que vivían solamente para sus pasiones y sus maldades: personas llenas de odio, burladores y blasfemadores de Dios.

Pero entre ellos también había gente de bien. Estaban los ancianos, que caminaban apoyándose en sus bastones, los niños que jugaban, los jóvenes que se reunían despreocupadamente alrededor del fogón para cantar, los humanistas, los ideólogos, los pacifistas y las personas religiosas. Quizás había entre ellos algunos que sentían simpatía por Noé. Además, seguramente él también tenía parientes. Probablemente había personas que le tenían lástima. Con algunos, él se entendería bien, con otros no tanto. Quizás, incluso, había gente que le ayudaba en el trabajo. También pueden haber existido personas que se pusieran de su lado, para defenderlo de las críticas de los demás.

Llama la atención que nadie hizo ningún esfuerzo para detener, por la fuerza, la construcción del arca. Dejaron que Noé la construyera. Sin embargo, todos ellos perecieron. ¿Por qué? Porque, si bien estaban cerca del arca, no entraron. Esto nos enseña que no es la simpatía con el cristianismo la que salva, no es la acción social, no es el compañerismo, tampoco es la pertenencia familiar, no es la participación en actividades o la cercanía, sino solamente el hecho de entrar.

El arca tenía una sola puerta. Ella es una imagen de Jesucristo, quien dijo: “Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo” (Jn. 10:9). La historia del arca de Noé es un ejemplo de una consecuencia absolutamente seria y de santa radicalidad: solamente ocho personas estaban en el arca y fueron salvas. ¡Solamente Jesucristo salva! El arca fue sellada con alquitrán por mandato de Dios. De este modo, ninguna gota de agua podía penetrar.

La palabra hebra usada para este material proviene de la raíz “kapar”, que significa “cubrir”. De este mismo modo, siglos más tarde, los pecados de los judíos eran cubiertos por la sangre de los sacrificios de los corderos y de los machos cabríos. Es una imagen del perdón por la sangre de Jesús. Si estás en Jesús, no serás destruido por la mortal inundación del juicio, la cual ni siquiera podrá entrar a tu vida. ¿No es esta una maravillosa promesa, amigo?

El hecho de que solamente ocho personas fueran salvadas en el arca, nos muestra que para Dios no son las multitudes o la mayoría las que cuentan. Los tiempos de Noé fueron tiempos en los cuales solamente ocho personas en esta tierra estaban en lo cierto; todos los demás estaban equivocados. A los ojos del mundo, Noé estaba equivocado, pero a los ojos de Dios él estaba en lo cierto, porque se basaba en Su Palabra.

La Iglesia de Jesús es considerada insensata en este mundo, por ejemplo, por lo que cree acerca del arrebatamiento (1 Ts. 4:16-18; 1 Co. 15:51-53). La gente se ríe de eso, así como se reían de Noé y de su arca. Para el mundo, la enseñanza sobre el arrebatamiento suena tan ridícula que muchos cristianos tienen vergüenza de siquiera mencionarlo. ¿Y qué pasa con la sangre de Jesús, el perdón, el Reino celestial, la Segunda Venida de Jesucristo? Exactamente lo mismo. Sin embargo, no son las multitudes las que están en lo cierto, no son los maestros de este mundo, no son los filósofos ni los científicos, no son los políticos ni los poetas, ni los pensadores.

Hay Uno solo que está en lo cierto, y ese es Dios. Jesucristo dijo en Juan 14 “Yo soy la verdad” (v. 6). Solamente quien se pone de Su lado, tendrá la razón al final, porque Dios le dará la razón. Quizás tú, en tu relación con Dios, estés muy cerca pero no completamente adentro. ¿No quieres entrar hoy? En este momento Jesús te dice a ti personalmente: “Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo”. Piénsalo, amigo, si es que aún no has tomado una decisión.


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