Un Entrenamiento Radical (Capítulo 2 – 1ª parte)

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Un Entrenamiento Radical

(Capítulo 2 – 1ª parte)

Autor: William MacDonald

La palabra discípulo ha sido por demás utilizada, y cada usuario le ha dado el significado de su conveniencia. El autor de este mensaje nos lleva a examinar la descripción de discipulado que presentó Jesús en sus enseñanzas, la cual se halla también en los escritos de los apóstoles, para que aprendamos y descubramos más acerca de este concepto.



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PE1787 – Estudio Bíblico
Un Entrenamiento Radical (Capítulo 2 – 1ª parte)



Es un gran gusto para mí, estar nuevamente junto a ustedes, estimados amigos oyentes. Este mensaje se basa en el pasaje de Lucas 6:27 al 38.

A medida que los discípulos avanzan en la batalla, es imperativo que tengan armas adecuadas, por lo cual el Señor les revela un arma secreta del arsenal de Dios. Es el amor. La suya es una revolución de amor, no de violencia, sino de bondad.

Este amor es diferente a cualquier otro que el mundo conozca. Es sobrenatural, no proviene de este mundo. No se trata de un mero afecto humano, el cual los no creyentes pueden ejercer. Es algo que únicamente los que tienen una vida divina pueden exhibir. Pero, aun los creyentes, no lo podemos mostrar por nuestra propia fuerza. Sólo puede manifestarse por el poder del Espíritu Santo que mora en nosotros.


Este amor tiene que ver más con la voluntadque con las emociones, aunque las emociones evidentemente están involucradas. No es algo que se contrae, como en el caso de un resfrío, sino que es algo que se cultiva al sentarse a los pies de Jesús. No viene de Hollywood, sino del cielo. Contrariamente a la lujuria, la cual no puede esperar para obtener algo, el amor no puede esperar para dar algo.

A los incrédulos, este tipo de amor los toma completamente con la guardia baja. Quedan desconcertados. Ellos saben cómo responder al afecto humano y, ciertamente, saben cómo reaccionar frente a la hostilidad. Pero, cuando su falta de cortesía es respondida con amabilidad no saben qué pensar, decir, o hacer. Ése precisamente es el punto. Los discípulos nunca impactarán al mundo si no tienen un nivel más elevado que el de la carne y la sangre. Deben impactar a los hombres y a las mujeres con una gran explosión de amor.

En los versículos 27 al 31 el Salvador nos dice cómo el amor trata a los demás. Por ejemplo, es un amor que alcanza a los enemigos y no sólo a los amigos. Evidentemente, eso no es natural. Amar a los enemigos va totalmente en contra de la naturaleza humana. O, también, corresponder al odio con actos de bondad. O pedirle a Dios que bendiga a aquellos que nos maldicen. U orar por aquellos que nos maltratan. Pero, así fue como vivió nuestro Maestro. Por consiguiente, como siervos suyos, ¿no deberíamos hacer lo mismo? ¿Podemos, realmente, creer que cuando los cristianos aman a sus enemigos, y oran por quienes los persiguen, se logra un gran impacto sobre ellos?


Permítanme que les cuente una historia: Mitsuo Fuchida fue el piloto japonés que dirigió el ataque sobre Pearl Harbor, en Diciembre de 1941. Él fue quien emitió por su radio a Tokyo, “Tora, Tora, Tora,” anunciando el éxito total de su misión. Estaba intoxicado con la victoria, hasta que las olas de la guerra, finalmente, se volvieron en su contra. A la larga, su país tuvo que rendirse. Una vez que sufrió la derrota, Fuchida determinó que los vencedores debían ser juzgados por crímenes de guerra delante de un tribunal internacional. Para recoger evidencia, entrevistó a japoneses que fueron prisioneros de guerra en los Estados Unidos. En lugar de escuchar de ciertas atrocidades, en repetidas ocasiones escuchó de una mujer cristiana que visitaba los campos de prisioneros, mostrándoles su bondad y dándoles un libro cristiano llamado el Nuevo Testamento. Cuando ellos le preguntaban por qué era tan buena con los prisioneros enemigos, les decía que sus padres habían sido misioneros en las Filipinas y que habían sido ejecutados por los japoneses, pero que antes de morir habían hecho cierta oración. Fue debido a aquella oración, que ella se decidió a amar y a cuidar a los prisioneros japoneses en necesidad. Mitsuo Fuchida no pudo quitar de su mente la historia de esa oración. Le perturbaba continuamente. Encontró una copia del Nuevo Testamento y comenzó a leerla. Cuando llegó a Lucas 23:34, se dio cuenta inmediatamente que había descubierto la oración:“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.“A partir de ese momento, ya no pensó en la mujer estadounidense ni en los prisioneros de guerra japoneses, sino en sí mismo como un obstinado enemigo de Cristo, al cual Dios había preparado para perdonar, en respuesta a la oración del Salvador crucificado. En ese momento, buscó y encontró el perdón y la vida eterna por la fe en Cristo”.

Mitsuo Fuchida pasó el resto de su vida recorriendo el mundo y predicando sobre las inmensurables riquezas de Cristo. El amor no busca la venganza, ni devolver mal por mal. En vez de eso, pone la otra mejilla. Al poner la otra mejilla desarmas a tu enemigo. Él te golpea en la mejilla y tú, por tu audacia moral, lo golpeas en su corazón al poner la otra mejilla. Su enemistad se disuelve. Tu enemigo se va. Te deshaces de tu enemigo al deshacerte de su enemistad. “El mundo está a los pies de aquel Hombre que tuvo el poder para responder con violencia pero que, a la vez, tuvo el poder para no hacerlo. Eso es poder, el máximo poder” (así dijo E. Stanley Jones).


El amor se apega tan poco a las posesiones materiales, que con gusto da más de lo que se le pide. La razón de por qué es muy difícil seguir este ejemplo, es que poseemos demasiado y nuestras posesiones nos poseen. El amor se manifiesta dando.El amor siempre da, perdona, sobrevive,Siempre está en pie con sus manos abiertas.Y al vivir da,Porque ésta es la prerrogativa del amorDar, dar y dar.

Los discípulos deben saber, desde el vamos, que su ministerio será un ministerio de dar. La pregunta no debe ser: “¿Qué obtendré a cambio?”, sino: “¿Cómo puedo dar más y más?” No deben esperar estar del lado que recibe, sino del lado que da. Constantemente verán casos genuinos de necesidad, y a pesar de que ellos mismos son pobres, podrán contribuir. El único momento en el cual no deberían dar, es cuando podrían dañar a una persona, ya sea por subsidiar la pereza o por financiar un hábito perverso. Si es que vamos a fallar en este sentido, es preferible fallar por ejercer demasiada gracia.

La regla básica es: los seguidores de Cristo deberían tratar a los demás como quisieran ser tratados. Esto significa que deberían ser corteses, generosos, pacientes, no egoístas, imparciales, perdonadores, serviciales, y la lista es interminable.

Pero, Jesús continúa, y enfatiza que nuestro comportamiento debe ser superior a la de las personas no regeneradas (así leemos en los vers. 32 al 35). No es suficiente con amar a nuestros familiares y amigos. Incluso los mafiosos hacen eso. No es suficiente mostrarle bondad a aquellos que nos tratan con amabilidad. Los asesinos y los adúlteros son capaces de hacer lo mismo. No es suficiente prestar, con la esperanza de recibir algo a cambio. La compañía local de préstamos hace lo mismo. Debemos ir más allá de lo que es meramente humano y alcanzar lo que manifiesta la vida divina, si es que, de verdad, queremos impactar al mundo.


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