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¡Venga tu Reino!

(1ª parte)

Autor: Lothar Gassmann

Jesucristo nos enseña una oración que podemos orar solos, pero también como congregación. Es una oración muy popular y, lamentablemente, muchas veces se ha hecho mal uso de ella. En muchas congregaciones se salmodia como un ritual mágico. Sin embargo, tenemos que presentar esta oración ante el trono de Dios con seriedad y de corazón.


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PE1484 – Estudio Bíblico – Venga tu Reino


 


¿Cómo están amigos? Les invito a leer junto conmigo en Mateo, cap. 6, vers. 9 al 15 el Señor Jesucristo dijo:“Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén. Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas”.

En el “Padre Nuestro”, Jesucristo nos enseña una oración que podemos orar solos, pero también como congregación, ya que se dirige a Dios como “Padre nuestro”. Esta oración es muy popular y lamentablemente muchas veces se ha hecho mal uso de ella. En muchas congregaciones se salmodia como un ritual mágico. Sin embargo, tenemos que presentar esta oración ante el trono de Dios con seriedad y de corazón. Por eso, a continuación la estudiaremos detalladamente.

Padre

La primera palabra de esta oración es: Padre (en griego: pater). ¡Qué amor, qué relación de confianza expresa esta palabra entre la persona que ora y su Dios! Pues hay diferentes maneras de dirigirse a Dios en oración. Un cristiano de nombre, que no conoce personalmente a Jesucristo, dice simplemente “Dios”. Por ejemplo: “Dios, haz justicia”, o: “Dios, danos paz”. Esta manera de dirigirse a Dios, da la impresión que marca mucha distancia. Entre otras cosas, también porque en nuestra actual cultura multireligiosa, cualquier cosa es llamada “dios”. Por eso, el nombre “Dios” tiene que ser definido y estar lleno de contenido. ¿Nos referimos al Dios vivo y manifestado en Jesucristo, o a alguno de los dioses paganos?

Por esta razón, nosotros los cristianos preferimos usar el título “Señor”, que expresa reverencia y humildad en la oración. Se refiere al Señor que nos gobierna y delante de quien nos inclinamos en oración con reverencia.

Pero en el “Padre Nuestro”, Jesucristo nos enseña a dirigirnos a Dios llenos de confianza llamándole Padre. Con estas palabras, el hijo de Dios se dirige cariñosamente a Dios como a su Padre en el cielo.

En resumidas cuentas: Decir “Dios” supone cierta distancia y no es suficientemente concreto. El nombre “Señor” expresa reverencia y humildad. Pero “Padre”, es el resultado de una cariñosa relación de confianza con nuestro Padre celestial.

¿Quién puede llamar “Padre” a Dios? ¡Solamente un hijo que Le pertenezca! Debemos, pues, examinarnos a nosotros mismos, para ver si realmente somos hijos de Dios. ¿Cómo llegamos a serlo? Leemos en Juan 3:5 que Jesucristo dice:“El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios”. Solamente un hijo de Dios puede decir “Padre” a Dios, y solamente llegamos a ser hijos de Dios a través de la conversión y el nuevo nacimiento.

La Palabra de Dios tiene que tocarnos de tal manera que produzca en nosotros un nuevo nacimiento espiritual, que cambie el rumbo de nuestra vida 180 grados. Ya no andaremos en el camino del pecado y de la perdición, rumbo al infierno, sino que nos encontraremos en la senda estrecha de la vida eterna, rumbo a la gloria celestial. Podremos invocar a Jesucristo, confesarle nuestros pecados y confiar en Su sacrificio consumado por nosotros en la cruz del Gólgota. Entonces, el Espíritu Santo hará morada en nosotros y nos hará hijos de Dios, y a partir de ese momento seremos determinados e impulsados por Él. Entonces habremos nacido de nuevo.

Si luego otra vez caemos en pecado, deberemos levantarnos enseguida, confesándolo a Dios y arrepintiéndonos: “Señor, he pecado. Por favor, perdóname y guíame otra vez por la senda correcta.”

Solamente un hijo de Dios puede llamar “Padre” a Dios, y solamente llegamos a serlo por el nuevo nacimiento espiritual, que viene de Dios y que experimentamos en la conversión. Las consecuencias del nuevo nacimiento son confianza y amor hacia el Padre celestial. A través del nuevo nacimiento, el Dios distante llega a ser nuestro cercano y amoroso Padre, a quien incluso Le podemos decir “Abba”, palabra aramea que significa “papá” y que aparece en Gálatas 4:6. Este nombre solamente lo encontramos en el Nuevo Testamento, del cual quisiera citar dos pasajes: Jesucristo usó este nombre justamente en la hora más difícil de Su vida, en el huerto de Getsemaní, cuando se acercaba la hora de Su muerte, o la copa de la muerte, así lo leemos en Mr. 14:36:“Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti; aparta de mí esta copa; mas no lo que yo quiero, sino lo que tú”.Aquí Jesucristo se somete a la voluntad del Padre, a Su Plan de Salvación para el mundo. Como Hijo, se acerca lleno de confianza al Padre con Su angustia, llamándolo “Papá”.

En Romanos 8:14 al 16, el apóstol Pablo describe la nueva posición de los cristianos renacidos, quienes ya no son siervos, sino hijos:“Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios.”

Solamente Jesucristo es el puente hacia el Padre, el Hijo unigénito, nuestro Redentor y Salvador. Si Le pertenecemos, ya no somos siervos y esclavos, sino hermanos y amigos de Jesús. En Juan 15:15, Jesús dice:“Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer.”Esta declaración de Jesús es precedida por las conmovedoras palabras de los versos 13 y 14:“Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando”.Jesucristo, nuestro Amigo, puso Su vida por nosotros, por Sus amigos; y nosotros somos Sus amigos si Le seguimos en obediencia.


Nuestro

Ahora llegamos al adjetivo “nuestro”. Pues esta oración comienza: “Padre nuestro que estás en los cielos”. Ser cristiano significa tener comunión con el Padre celestial, pero también los unos con los otros. Por eso, el “Padre Nuestro” es, en primer lugar, una oración de comunión cristiana. En su privacidad, el cristiano hace su oración personal, pero en la congregación nos reunimos para presentar ante el Señor los asuntos que nos preocupan a todos. Un conocido fundador del movimiento pietista, el Conde de Zinzendorf, divulgó la siguiente máxima: “No hay cristianismo sin comunión.” Pero, lamentablemente, hoy en día hay muchísimos cristianos que no se congregan. Por eso, hay regiones espiritualmente secas y vacías, donde no se predica la Palabra de Dios. Es importante buscar la comunión con otros, aunque sea solamente en un pequeño círculo casero. Aconsejo a los cristianos solitarios que se junten con otros, empiecen a evangelizar y abran una reunión casera. De esta manera comenzará a funcionar una congregación local.


En los Cielos

A las palabras introductorias “Padre nuestro”, le sigue la expresión “que estás en los cielos”. El cielo se traduce en hebreo con el plural “shamayim”, y en griego con la palabra “uranos” o el plural “uranoi”. La palabra “cielo” tiene diferentes significados: Puede referirse al firmamento, que observamos como una capa atmosférica celeste. El color celeste que vemos de día, se produce por una refracción de luz que se puede explicar científicamente. Este cielo es parte de la creación y no tiene nada que ver con el cielo en el cual habita Dios.

Más allá del firmamento, existe el cielo como el lugar de la morada de Dios, inimaginable en su gloria. El cielo visible y la tierra son creación de Dios, de la cual el Señor dice por boca del profeta Isaías: “El cielo es mi trono, y la tierra estrado de mis pies” (así lo leemos en el cap. 66, vers. 1). Este versículo se refiere al cielo visible. Esto nos muestra lo inconcebiblemente grande que es Dios en Su majestad, y cuánto sobrepasa todo nuestro entendimiento y capacidad mental.

Dios es majestuoso, santo, poderoso y glorioso. Siempre tendríamos que tenerlo presente en nuestras reuniones y evangelizaciones y, por lo tanto, deberíamos cumplir nuestros ministerios con reverencia delante de Dios, no con una inconveniente familiaridad. No podemos rebajar a Dios a un nivel humano de compañerismo, lo que lamentablemente se hace hoy en día en muchas evangelizaciones y obras de teatro y pantomima, que sin quererlo ridiculizan lo santo. El “evangelio divertido” contradice claramente la santidad de Dios y Lo empequeñece. ¡Qué diferentes suenan las descripciones de los encuentros entre Dios y Sus profetas, como por ejemplo en el llamamiento de Isaías! En el cap. 6, vers. 5 de su libro, leemos que cuando pudo ver al Señor, exclamó:“¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos”.¿No tenemos que decir lo mismo de nosotros, si somos sinceros? ¡El Señor nos limpie también a nosotros de nuestros pecados!

Lamentablemente debemos terminar aquí, porque el tiempo se ha ido. Pero les invito a acompañarnos en la próxima audición, para continuar analizando el contenido de esta oración que nos enseñó el mismo Señor Jesucristo. ¡Hasta entonces!

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